X. Sobre la ordenación y vocación.
1] Si los obispos quisieran ser verdaderos obispos y ocuparse de la iglesia y del evangelio, se les podría permitir, por amor y unidad, aunque no por necesidad, que ordenaran y confirmaran a nuestros predicadores y a nosotros; sin embargo, dejando de lado todas las farsas y apariencias de una naturaleza y ostentación no cristianas.
2] Pero como no son verdaderos obispos ni quieren serlo, sino señores y príncipes mundanos, que ni predican ni enseñan ni bautizan ni comunican, ni desean realizar alguna obra u oficio de la iglesia, y además persiguen y condenan a aquellos que realizan tal oficio, la iglesia no debe quedarse sin servidores por su causa.
3] Por lo tanto, como los antiguos ejemplos de la iglesia y de los padres nos enseñan, debemos y vamos a ordenar por nosotros mismos a personas aptas para tal oficio. Y no tienen derecho a prohibirnos ni impedirnos hacer esto, incluso según su propia ley. Porque sus leyes dicen que aquellos que han sido ordenados incluso por herejes deben ser considerados y permanecer como ordenados, así como San Jerónimo escribe sobre la iglesia en Alejandría, que al principio fue gobernada en común por los sacerdotes y predicadores sin obispos.