Artículo XV (VIII). De las Tradiciones Humanas en la Iglesia.

1] En el artículo decimoquinto, aceptan la parte donde decimos que las ceremonias y estatutos deben observarse en la Iglesia, aquellos que se pueden observar con buena conciencia sin pecado y que sirven al buen orden y la paz. La otra parte la condenan, donde decimos que los estatutos que se han establecido para reconciliar a Dios y obtener el perdón de los pecados son directamente contrarios al Evangelio.

2] Aunque en la Confesión hemos dicho mucho sobre la diferencia de alimentos y sobre los estatutos, debemos sin embargo repetirlo brevemente aquí.

3] Aunque pensábamos que los adversarios buscarían otras causas para proteger las tradiciones humanas, sin embargo, no habríamos creído que condenarían este artículo, a saber: nadie merece el perdón de los pecados por medio de tradiciones humanas. Pero puesto que todo este artículo ha sido condenado descaradamente, tenemos un asunto fácil y sencillo.

4] Pues esto es abiertamente judío, es decir, suprimir abiertamente el Evangelio con doctrinas del diablo. Porque la Sagrada Escritura y Pablo llaman a tales estatutos verdaderas doctrinas de demonios precisamente cuando se alaban como si sirvieran para obtener el perdón de los pecados. Pues entonces son directamente contrarios a Cristo, contrarios al Evangelio, como el fuego y el agua son contrarios entre sí.

5] El Evangelio enseña que por la fe en Cristo obtenemos el perdón de los pecados sin mérito y somos reconciliados con Dios. Los adversarios, en cambio, establecen otro mediador, a saber, leyes humanas, por medio de las cuales quieren obtener el perdón de los pecados, por medio de las cuales quieren reconciliar la ira de Dios. Pero Cristo dice claramente: “En vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres.” (Mateo 15:9).

6] Arriba hemos mostrado abundantemente que somos justificados ante Dios por la fe, cuando creemos que tenemos un Dios misericordioso, no por nuestras obras, sino por medio de Cristo. Ahora bien, es completamente cierto que esto es el puro Evangelio. Pues Pablo dice claramente a los Efesios en el capítulo 2, v. 8-9: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras”.

7] Ahora bien, los adversarios dicen que las personas merecen el perdón de los pecados por medio de tales estatutos y obras humanas. ¿Qué es esto sino establecer y poner sobre Cristo otro mediador, otro reconciliador?

8] Pablo dice a los Gálatas: “De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis” (Gálatas 5:4), es decir, si sostenéis que sois justificados ante Dios por la ley, entonces Cristo no os aprovecha nada. Pues, ¿qué necesidad tienen del Mediador Cristo aquellos que confían en reconciliar a Dios por las obras de la ley?

9] Dios ha presentado a Cristo para que por causa de Él, no por causa de nuestra justicia, nos sea propicio. Pero ellos sostienen que Dios nos es propicio por causa de sus obras y por causa de tales tradiciones.

10] Así pues, toman y roban a Cristo su honor, y no hay diferencia entre las ceremonias de la ley de Moisés y tales estatutos, en lo que respecta a este asunto. Pablo rechaza las ceremonias de Moisés precisamente por la misma razón por la que también rechaza los mandamientos humanos, a saber, porque los judíos las consideraban obras tales por las cuales se merecía el perdón de los pecados. Pues por medio de ello Cristo era suprimido. Por eso rechaza las obras de la ley y los mandamientos humanos juntamente e insiste en esto: que el perdón de los pecados no es prometido por causa de nuestras obras, sino por causa de Cristo, sin mérito, pero de tal manera que lo recibamos por la fe. Pues la promesa no se puede recibir de otra manera que por la fe.

11] Así pues, si obtenemos el perdón de los pecados por la fe, si por la fe tenemos un Dios misericordioso por causa de Cristo, entonces es un gran error y blasfemia que debamos obtener el perdón de los pecados por medio de tales estatutos.

12] Si quisieran decir aquí que no obtenemos el perdón de los pecados por tales obras, sino que, si ya tenemos el perdón por la fe, debemos después merecer por tales obras que Dios nos sea propicio; pero Pablo argumenta en contra de esto en Gálatas, capítulo 2, v. 17, donde dice: “Y si buscando ser justificados en Cristo, también nosotros somos hallados pecadores, ¿es por eso Cristo ministro de pecado?”; ítem: “el pacto [de un hombre], aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade.” (Gálatas 3:15). Por lo tanto, tampoco se debe añadir nada al pacto de Dios, donde nos promete que nos será propicio por causa de Cristo, ni remendar esto, como si primero mereciéramos que Dios deba sernos propicio por causa de tales obras.

13] Y aunque alguien quisiera establecer o elegir tales obras para reconciliar a Dios, para merecer el perdón de los pecados, ¿cómo se aseguraría de que las obras agradaran a Dios, si no tiene ningún mandato ni Palabra de Dios al respecto?

14] ¿Cómo aseguraría las conciencias y los corazones sobre cómo están con Dios; ítem, que las obras agradan a Dios, si no hay Palabra ni mandato de Dios? Los profetas prohíben por todas partes establecer cultos especiales elegidos por uno mismo sin la Palabra y el mandato de Dios, Ezequiel 20:18-20: “No andéis en los estatutos de vuestros padres, ni guardéis sus costumbres, ni os contaminéis con sus ídolos. Yo soy Jehová vuestro Dios; andad en mis estatutos, y guardad mis preceptos, y ponedlos por obra”.

15] Si los hombres tienen poder para establecer cultos divinos por los cuales paguemos los pecados y seamos justificados ante Dios, entonces todos los cultos de los paganos, toda la idolatría de todos los reyes impíos en Israel, de Jeroboam y otros, también deben ser buenos; pues no hay diferencia. Si el poder reside en los hombres para establecer cultos divinos por los cuales se pueda merecer la salvación, ¿por qué serían incorrectos los cultos elegidos por sí mismos de los paganos e israelitas?

16] Pues por eso fueron rechazados los cultos de los paganos e israelitas, porque querían imaginar que tales cultos agradaban a Dios, y no sabían nada del culto supremo, que se llama fe.

17] Ítem, ¿de dónde estamos seguros de que tales cultos y obras sin la Palabra de Dios justifican ante Dios, si ningún hombre puede experimentar o conocer la voluntad de Dios de otra manera que solo por medio de la Palabra? ¿Y si tales cultos no solo los desprecia el Señor Dios, sino que también los considera una abominación? ¿Cómo se atreven entonces los adversarios a decir que justifican ante Dios? Sin la Palabra de Dios, ciertamente nadie puede decir eso. Pablo dice a los Romanos: “todo lo que no proviene de fe, es pecado.” (Romanos 14:23). Puesto que ahora esos cultos no tienen mandato divino, los corazones deben permanecer en duda sobre si agradan a Dios.

18] ¿Y qué necesidad hay de muchas palabras sobre este asunto público? Si los adversarios defienden así estos cultos, como si fueran obras por las cuales se merece el perdón de los pecados y la salvación, entonces establecen una doctrina y un reino anticristiano público. Pues el reino del Anticristo es propiamente un culto nuevo tal, inventado por hombres, por el cual Cristo es rechazado, así como el reino de Mahoma tiene cultos elegidos por sí mismo, obras propias, por las cuales presumen ser santos y justos ante Dios, y no sostienen que uno es justificado solo por la fe en Cristo. Así también el papado se convierte en una parte del reino del Anticristo, si enseña a obtener el perdón de los pecados y a reconciliar a Dios por medio de mandamientos humanos. Pues ahí se le quita a Cristo su honor, cuando enseñan que no somos justificados por Cristo, sin mérito, por la fe, sino por tales cultos, especialmente cuando enseñan que tal culto elegido por sí mismo no solo es útil, sino también necesario. Como sostienen arriba en el octavo artículo, donde condenan que hayamos dicho que para la verdadera unidad de la Iglesia no es necesario que haya tradiciones humanas uniformes en todas partes.

19] Daniel, en el capítulo 11, v. 38, describe así el reino del Anticristo, indicando que tales nuevos cultos, inventados por hombres, serán la politia y la verdadera esencia del reino anticristiano. Pues así dice: “honrará en su lugar al dios de las fortalezas, dios que sus padres no conocieron; lo honrará con oro y plata, con piedras preciosas”. Ahí describe tales nuevos cultos. Pues habla de un dios tal, del cual los padres no supieron nada.

20] Pues los santos Padres, aunque también tuvieron ceremonias y estatutos, sin embargo no consideraron que tales ceremonias fueran útiles y necesarias para la salvación, tampoco suprimieron a Cristo con ellas, sino que enseñaron que Dios nos es propicio por causa de Cristo, no por causa de tales cultos. Pero observaron esos estatutos por causa del ejercicio corporal, como las fiestas, para que el pueblo supiera cuándo debía reunirse, para que en las iglesias todo transcurriera de manera ordenada y decente por causa de los buenos ejemplos, para que también el pueblo común y sencillo fuera mantenido en una buena disciplina infantil. Pues tales diferencias de tiempo y tales diversos cultos sirven para mantener al pueblo en disciplina y recordarle las historias.

21] Estas causas tuvieron los Padres para mantener el orden humano. Y de esta manera tampoco nos oponemos a que se mantengan las buenas costumbres. Y no podemos maravillarnos lo suficiente de que los adversarios, en contra de toda la Escritura de los apóstoles, en contra del Antiguo y Nuevo Testamento, se atrevan a enseñar que por tales cultos debemos obtener la salvación eterna y el perdón de los pecados. Pues, ¿qué es esto sino, como dice Daniel, “honrar a dios con oro, plata y piedras preciosas”, es decir, sostener que Dios se nos vuelve propicio por medio de diversos ornamentos eclesiásticos, por medio de estandartes, velas, como son innumerables en tales tradiciones humanas?

22] Pablo a los Colosenses escribe que tales estatutos tienen apariencia de sabiduría (Colosenses 2:23). Y también tiene una gran apariencia, como si fuera muy santo; pues el desorden queda mal, y tal disciplina infantil ordenada es útil en la Iglesia, etc. Pero puesto que la razón humana no entiende qué es la fe, aquellos que juzgan según la razón caen inmediatamente en ello y hacen de ello una obra tal que debe ayudarnos al cielo y reconciliar a Dios. Así se han infiltrado los errores y la idolatría perjudicial entre los israelitas.

23] Por eso también hicieron un culto sobre otro, como en nuestro tiempo se ha fundado un altar sobre otro, una iglesia sobre otra.

24] Así también juzga la razón humana sobre otros ejercicios corporales, como el ayuno, etc. Pues el ayuno sirve para domar al viejo Adán; ahí la razón cae pronto y hace de ello una obra que reconcilie a Dios; como escribe Tomás [de Aquino], “el ayuno es una obra que sirve para borrar la culpa ante Dios y prevenirla en el futuro”. Estas son las claras palabras de Tomás. Así, esos mismos cultos, que brillan mucho, tienen una gran apariencia y una gran reputación de santidad ante la gente. Y a esto ayudan ahora los ejemplos de los santos, donde dicen que San Francisco usó una capucha y cosas similares. Aquí solo miran el ejercicio externo, no el corazón y la fe.

25] Y cuando ahora la gente es engañada así por tan grande y magnífica apariencia de santidad, entonces se siguen de ello innumerables peligros y males, a saber, que el conocimiento de Cristo y el Evangelio se olvidan, y que se pone toda la confianza en tales obras. Además, por medio de tales obras hipócritas se suprimen por completo las verdaderas buenas obras que Dios exige en los diez mandamientos (lo cual es terrible de oír). Pues solo esas obras [las tradiciones] deben llamarse vida espiritual, santa y perfecta, y entonces se prefieren mucho a las verdaderas, santas y buenas obras, donde cada uno, según el mandamiento de Dios, está obligado a andar en su vocación, la autoridad a gobernar diligente y fielmente, los padres de familia, los cónyuges, a mantener a la esposa, hijos y sirvientes en disciplina cristiana; ítem, donde una criada, un siervo está obligado a servir fielmente a su señor.

26] Esas obras no se consideran divinas, sino como asuntos mundanos, de modo que muchas personas se han hecho por ello una conciencia pesada. Pues se sabe ciertamente que algunos abandonaron su estado principesco, otros el estado matrimonial, y entraron en monasterios para volverse santos y espirituales.

27] Y además de ese error está la miseria de que, cuando la gente está en la ilusión de que tales estatutos son necesarios para la salvación, las conciencias están incesantemente en inquietud y tormento porque no han observado tan estrictamente su orden, su vida monástica, sus obras impuestas. Pues, ¿quién podría enumerar todos los estatutos? Hay innumerables libros en los cuales no está escrita ni una jota, ni una sílaba sobre Cristo, sobre la fe, o sobre las verdaderas buenas obras que Dios manda, las cuales cada uno está obligado a hacer según su vocación; sino que solo escriben sobre tales estatutos, como los cuarenta días de ayuno, oír misa, rezar cuatro horas canónicas, etc.; ahí no hay fin de interpretaciones y dispensas.

28] ¡Cuán lastimosamente se atormenta, cómo lucha y se retuerce sobre estas cosas el bueno y piadoso Gerson, queriendo ayudar a las conciencias con el verdadero consuelo, buscando gradus y latitudines praeceptorum (grados y amplitudes de los preceptos), hasta qué punto obligan esos mandamientos, y sin embargo no puede encontrar un grado cierto en el que se atreva a prometer con seguridad certeza y paz al corazón! Por eso también se queja muy vehementemente de cuán gran peligro corren las conciencias porque tales estatutos se exigen y se quieren observar así bajo pena de pecado mortal.

29] Nosotros, en cambio, debemos armarnos y fortalecernos contra tales estatutos hipócritas y engañosos, por los cuales muchos son seducidos y las conciencias son atormentadas lastimosamente sin causa, con la Palabra de Dios, y debemos primero tener por cierto esto: que el perdón de los pecados no se merece por tales estatutos.

30] Hemos citado arriba al Apóstol a los Colosenses: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo” (Colosenses 2:16). Y el Apóstol quiere incluir juntamente toda la ley de Moisés y tales tradiciones, para que los adversarios no se escapen aquí, como suelen hacer, diciendo que Pablo habla solo de la ley de Moisés. Pero indica con suficiente claridad que habla también de tradiciones humanas, aunque los propios adversarios no saben lo que dicen. Pues si el Evangelio y Pablo declaran claramente que incluso las ceremonias y obras de la ley de Moisés no ayudan ante Dios, mucho menos lo harán las tradiciones humanas.

31] Por consiguiente, los obispos no tienen poder ni autoridad para establecer cultos elegidos por ellos mismos, que deban hacer a las personas santas y justas ante Dios. Pues también dicen los Apóstoles en Hechos 15:10: “Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo…?” etc. Ahí Pedro lo reprende como un gran pecado, con el cual se blasfema y tienta a Dios. Por lo tanto, es la opinión de los Apóstoles que esta libertad debe permanecer en la Iglesia, que ninguna ceremonia, ni la ley de Moisés ni otros estatutos, deben ser estimados como cultos necesarios; así como algunas ceremonias en la ley de Moisés tuvieron que observarse como necesarias en el Antiguo Testamento por un tiempo.

32] Por lo tanto, debemos también impedir que se suprima la predicación de la gracia y de Cristo, del perdón de los pecados por pura gracia, y que se infiltre el error perjudicial de que los estatutos son necesarios para ser justo ante Dios.

33] Gerson y muchas otras personas fieles y piadosas, que sintieron compasión por los grandes peligros de las conciencias, buscaron ἐπιείκειαν (equidad) y alivio, cómo se podría ayudar a las conciencias en esto, para que no fueran atormentadas de maneras tan múltiples por las tradiciones, y no pudieron encontrar nada cierto para ayudar a las conciencias a salir de las ataduras.

34] Pero la Sagrada Escritura y los Apóstoles pasaron brevemente por encima y simplemente liquidaron todo de un plumazo y dijeron clara y secamente que en Cristo somos libres, exentos de todas las tradiciones, especialmente si se busca obtener por medio de ellas la salvación y el perdón de los pecados.

35] Por eso también enseñan los Apóstoles que se debe resistir a la perjudicial doctrina farisaica con la enseñanza y con el contraejemplo. Por lo tanto, enseñamos que tales estatutos no justifican ante Dios, que tampoco son necesarios para la salvación, que tampoco nadie debe hacer o aceptar tales estatutos con la intención de ser justificado ante Dios por medio de ellos. Pero quien quiera observarlos, que los observe, como yo podría observar otra costumbre urbana donde vivo, sin ninguna confianza de ser justificado ante Dios por ello. Como, que entre los alemanes visto ropa alemana, entre los italianos, italiana, lo observo como una costumbre del país, no para ser salvo por ello. Los Apóstoles, como indica el Evangelio, quebrantan audazmente tales estatutos y son alabados por Cristo por ello (cf. Mateo 15:1-20).

36] Pues no solo se debe indicar y probar a los fariseos con la enseñanza, la predicación, sino también con la acción, que tales cultos no son útiles para la salvación.

37] Y por eso, aunque los nuestros omitan algunas tradiciones y ceremonias, están sin embargo suficientemente excusados. Pues los obispos exigen esto como necesario para la salvación; eso es un error que no se puede tolerar.

38] Además, los estatutos más antiguos en la Iglesia, como las tres grandes fiestas, etc., la celebración del domingo y cosas similares, que fueron inventadas por causa del buen orden, la unidad y la paz, etc., los observamos gustosamente. También los nuestros predican de ello al pueblo de la manera más moderada; solo que, al mismo tiempo, dicen que no justifican ante Dios.

39] Por lo tanto, los adversarios hablan de su poder y nos hacen una gran injusticia ante Dios cuando nos acusan de abolir y derribar todas las buenas ceremonias, todas las ordenanzas en la Iglesia. Pues podemos decir con verdad que en nuestras iglesias se observan los verdaderos cultos de manera más cristiana y honorable que entre los adversarios. Y donde hay personas temerosas de Dios, honorables, sensatas e imparciales, que quieren considerar y examinar este asunto con exactitud, observamos los antiguos Cánones y la mentem legis (intención de la ley) más, más pura y diligentemente que los adversarios. Pues los adversarios pisotean descaradamente los Cánones más honorables, como también hacen con Cristo y el Evangelio.

40] Los clérigos y monjes en las colegiatas abusan de la Misa de la manera más terrible y horrenda, celebran misas diariamente en gran número solo por causa de las rentas, por el dinero, por el vientre vergonzoso. Así cantan los salmos en las colegiatas, no para estudiar o rezar seriamente (pues la mayoría no entiende ni un verso de los salmos), sino que mantienen sus maitines y vísperas como un culto contratado que les reporta sus rentas e ingresos. Todo esto no lo pueden negar. También algunos honestos entre ellos se avergüenzan de este mercado y dicen que el clerus necesita una reforma. Entre nosotros, en cambio, el pueblo usa el santo sacramento voluntariamente, sin coacción, todos los domingos, a quienes primero se examina si están instruidos en la doctrina cristiana, si saben o entienden algo del Padrenuestro, del Credo, de los diez mandamientos. Ítem, la juventud y el pueblo cantan ordenadamente salmos latinos y alemanes, para que se acostumbren a los dichos de la Escritura y aprendan a orar.

41] Entre los adversarios no hay catecismo, aunque los Cánones hablan de él. Entre nosotros se observan los Cánones, de modo que los párrocos y ministros de la iglesia instruyen pública y privadamente a los niños y jóvenes en la Palabra de Dios. Y el catecismo no es una obra infantil, como llevar estandartes o velas, sino una instrucción muy útil.

42] Entre los adversarios, en muchos países, como en Italia y España, etc., no se predica durante todo el año excepto solo en Cuaresma. Ahí deberían gritar y quejarse con razón; pues eso significa derribar de una vez todos los cultos correctamente. Porque el culto más grande, más santo, más necesario y más elevado, que Dios ha exigido en el primer y segundo mandamiento como lo más grande, es predicar la Palabra de Dios: pues el ministerio de la predicación es el oficio más elevado en la Iglesia. Donde ahora se omite ese culto, ¿cómo puede haber conocimiento de Dios, la doctrina de Cristo o el Evangelio? Por eso, aunque prediquen en Cuaresma o en otro tiempo, no enseñan nada más que sobre tales tradiciones humanas, sobre la invocación de los santos, sobre el agua bendita y sobre tales obras necias, y es costumbre que su pueblo salga corriendo de la iglesia tan pronto como se dice el texto del Evangelio, lo cual quizás comenzó porque no quieren oír las otras mentiras. Algunos pocos entre ellos comienzan ahora también a predicar sobre buenas obras. Pero del conocimiento de Cristo, de la fe, del consuelo de las conciencias no pueden predicar nada, sino que a esa bienaventurada doctrina, al amado y santo Evangelio, lo llaman luterano.

43] En nuestra Iglesia, en cambio, los predicadores enseñan con la máxima diligencia los siguientes puntos necesarios: sobre el verdadero arrepentimiento, sobre el temor de Dios, sobre la fe, qué es, sobre el conocimiento de Cristo, sobre la justicia que viene de la fe; ítem, cómo las conciencias en angustias y tentaciones deben buscar consuelo, cómo la fe debe ejercitarse a través de toda clase de tentaciones, qué es una oración correcta, cómo se debe orar; ítem, que un cristiano debe consolarse ciertamente con que su clamor y súplica serán oídos por Dios en el cielo; sobre la santa cruz, sobre la obediencia a la autoridad; ítem, cómo cada uno puede vivir y conducirse cristianamente en su estado; sobre la obediencia a los mandamientos de los señores, a todas las ordenanzas y leyes seculares; ítem, cómo distinguir entre el reino espiritual de Cristo y los regímenes y reinos del mundo; sobre el matrimonio, y cómo debe llevarse cristianamente; sobre la disciplina de los hijos, sobre la castidad, sobre toda clase de obras de amor hacia el prójimo.

44] Así está ordenada nuestra Iglesia en doctrina y conducta, de lo cual las personas imparciales pueden notar y deducir bien que no abolimos las ceremonias cristianas y correctas, sino que las conservamos con diligencia y máxima fidelidad.

45] Y la mortificación de la carne o del viejo Adán la enseñamos así, como informa nuestra Confesión, que la verdadera mortificación ocurre entonces, cuando Dios quebranta nuestra voluntad, nos envía cruz y tribulación, para que aprendamos a obedecer su voluntad, como dice Pablo a los Romanos 12:1: “presentéis vuestros cuerpos en sacrificio santo”. Y estas son verdaderas y santas mortificaciones, aprender así en las tentaciones a conocer a Dios, temerlo, amarlo, etc.

46] Además de esas tribulaciones, que no están en nuestra voluntad, están también los ejercicios corporales, de los cuales dice Cristo: “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez” (Lucas 21:34), y Pablo a los Corintios: “golpeo mi cuerpo” etc. (1 Corintios 9:27).

47] Esos ejercicios deben hacerse, no porque sean cultos necesarios por los cuales uno se vuelve justo ante Dios, sino para que refrenemos nuestra carne, para que por la glotonería y la pesadez del cuerpo no nos volvamos seguros y ociosos, sigamos las incitaciones del diablo y las concupiscencias de la carne. Ese mismo ayuno y mortificación no deberían ocurrir solo en un tiempo determinado, sino siempre.

48] Pues Dios quiere que vivamos siempre moderada y sobriamente, y como muestra la experiencia, los días de ayuno determinados no ayudan mucho a ello. Pues con pescado y toda clase de comida de ayuno se ha incurrido en más gastos y excesos que fuera del ayuno; y los propios adversarios nunca han observado el ayuno de la manera en que se indica en los cánones.

49] Este artículo sobre las tradiciones o estatutos humanos tiene tras de sí muchas disputas y cuestiones graves, y la experiencia ha demostrado con demasiada fuerza que tales estatutos son verdaderas cadenas y lazos pesados para atormentar lastimosamente las conciencias. Pues cuando existe esta ilusión de que son necesarios para la salvación, atormentan sin medida a una pobre conciencia. Lo cual los corazones piadosos bien experimentan cuando han omitido una Completa en las horis canonicis (horas canónicas), etc., o han hecho algo similar en contra. Por otro lado, enseñar simplemente la libertad también tiene sus consideraciones y sus cuestiones, ya que el pueblo común necesita disciplina externa y guía. Pero los adversarios hacen este asunto mismo cierto y sencillo.

50] Pues nos condenan porque enseñamos que no merecemos el perdón de los pecados ante Dios por medio de tradiciones humanas. Ítem, quieren que sus estatutos sean observados universalmente en toda la Iglesia, simplemente como necesarios, y los ponen en lugar de Cristo. Ahí tenemos un fuerte patrón a nuestro favor, el Apóstol Pablo, quien argumenta en todas partes que tales estatutos no justifican ante Dios y no son necesarios para la salvación.

51] También los nuestros enseñan clara y distintamente que se debe usar la libertad cristiana en estas cosas de tal manera que no se dé escándalo a los débiles que no están instruidos en esto, y que no suceda que aquellos que abusan de la libertad alejen a los débiles de la doctrina del Evangelio. Por eso también nuestros predicadores enseñan que nada debe cambiarse en las costumbres eclesiásticas sin causa especial y conmovedora, sino que por causa de la paz y la unidad se deben observar aquellas costumbres que se pueden observar sin pecado y sin agobio de las conciencias.

52] Y en esta Dieta de Augsburgo nos hemos dado a entender y notar suficientemente que por amor estaríamos dispuestos sin dificultad a observar algunas adiaphora (cosas indiferentes) con los demás. Pues también hemos considerado bien que la unidad y la paz comunes, en la medida en que pudieran conservarse sin agobio de las conciencias, serían preferibles con razón a todas las demás cosas menores. Pero de todo esto hablaremos más adelante, cuando tratemos de los votos monásticos y de la potestate ecclesiastica (poder eclesiástico).