Artículo XXI (IX). De la Invocación de los Santos.

1] El artículo vigésimo primero lo condenan enteramente los adversarios, porque no enseñamos nada acerca de la invocación de los santos, y no tratan ningún punto con tanta palabrería difusa y sin embargo no logran nada, excepto decir que se debe honrar a los santos. Ítem, prueban [demuestran] que los santos vivos oran unos por otros; de lo cual concluyen que se debe y tiene que invocar a los santos muertos.

2] Citan a Cipriano, quien habría rogado a Cornelio, cuando aún vivía, que si moría, rogara por los hermanos. Con esto prueban que se debe invocar a los santos muertos. También citan a Jerónimo contra Vigilancio y dicen: En este asunto, hace mil años Jerónimo venció a Vigilancio. Así pasan por alto, pensando que han ganado mucho, y no ven los burdos asnos que en [el escrito de] Jerónimo contra Vigilancio no hay ni una sílaba sobre la invocación de los santos. Jerónimo no habla de la invocación de los santos, sino de honrar a los santos.

3] Tampoco los antiguos maestros antes de los tiempos de Gregorio pensaron en la invocación de los santos. Y la invocación de los santos, como también la applicatio (aplicación) del mérito de los santos, de la que enseñan los adversarios, no tiene fundamento alguno en la Escritura.

4] En nuestra Confesión no negamos que se deba honrar a los santos. Pues hay tres tipos de honor con que se honra a los santos. Primero, que demos gracias a Dios porque en los santos nos ha presentado ejemplos de su gracia, que ha dado maestros a la Iglesia y otros dones; y los dones, por ser grandes, deben ser alabados, también alabar a los santos mismos que usaron bien tales dones, como Cristo en el Evangelio alaba a los siervos fieles.

5] El segundo honor que podemos rendir a los santos [es] que fortalezcamos nuestra fe con su ejemplo; como cuando veo que a Pedro le fue perdonado el pecado por tan abundante gracia, cuando negó a Cristo, mi corazón y conciencia se fortalecen para creer que la gracia es más poderosa que el pecado.

6] En tercer lugar, honramos a los santos cuando seguimos el ejemplo de su fe, de su amor, de su paciencia, cada uno según su vocación.

7] De este honor correcto a los santos, los adversarios no hablan nada; solo de la invocación de los santos, sobre la cual contienden, la cual, aunque fuera sin peligro para las conciencias, sin embargo no es necesaria.

8] Además de esto, les concedemos que los ángeles ruegan por nosotros. Pues en Zacarías 1:12 está escrito que el ángel ruega: “Oh Jehová de los ejércitos, ¿hasta cuándo no tendrás piedad de Jerusalén?”.

9] Y aunque concedemos que así como los santos vivos ruegan por toda la Iglesia en general o in genere, sin embargo, esto no tiene testimonio en la Escritura, excepto solo el sueño tomado del segundo libro de los Macabeos.

10] Además, aunque los santos oren por la Iglesia, de ello no se sigue que se deba invocar a los santos; aunque nuestra Confesión solo establece esto: En la Escritura no hay nada sobre la invocación de los santos, o que se deba buscar ayuda en los santos. Puesto que ahora no se puede presentar ni mandato, ni promesa, ni ejemplo de la Escritura, se sigue que ningún corazón ni conciencia puede confiar en ello. Porque, puesto que toda oración debe hacerse desde la fe, ¿de dónde sabré entonces que a Dios le agrada la invocación de los santos, si no tengo la Palabra de Dios al respecto? ¿Por qué medio me aseguraré de que los santos oyen mi oración y la de cada uno en particular?

11] Algunos hacen directamente dioses de los santos y dicen que pueden conocer nuestros pensamientos y ver nuestro corazón. Esto lo inventan para defender su negocio y feria, que les reporta dinero. Decimos todavía como antes: En la Palabra de Dios, en la Escritura, no consta que los santos entiendan nuestra invocación, y aunque la entendieran, [no consta] que a Dios le agrade tal invocación; por tanto, no tiene ningún fundamento.

12] Contra esto, los adversarios no pueden presentar nada;

13] por lo tanto, los adversarios no deberían forzarnos ni presionarnos a cosas inciertas; pues una oración sin fe no es una oración. Porque el que digan que la Iglesia lo tiene en uso, sin embargo, es cierto que tal es una costumbre nueva en la Iglesia, pues las colectas antiguas, aunque mencionan a los santos, sin embargo no invocan a los santos.

14] Además, los adversarios no solo hablan de la invocación de los santos, sino que también dicen que Dios acepta el mérito de los santos por nuestros pecados, y así hacen de los santos no solo intercesores, sino mediadores y reconciliadores. Esto es ahora completamente intolerable; pues ahí dan a los santos el honor que solo corresponde a Cristo; porque hacen de ellos mediadores y reconciliadores. Y aunque quieran hacer distinción entre mediadores que ruegan por nosotros y el Mediador que nos redimió y reconcilió con Dios, sin embargo hacen de los santos mediadores por los cuales las personas son reconciliadas.

15] Y que digan que los santos son mediadores para rogar por nosotros, también lo dicen sin ninguna Escritura; y aunque se hable de ello de la manera más moderada, sin embargo, Cristo y su beneficio son suprimidos por tal doctrina, y confían allí en los santos, donde deberían confiar en Cristo. Porque se inventan ellos mismos una ilusión, como si Cristo fuera un juez severo y los santos, mediadores misericordiosos y bondadosos; huyen así a los santos, temen a Cristo como a un tirano, confían más en la bondad de los santos que en la bondad de Cristo, huyen de Cristo y buscan la ayuda de los santos. Así, en el fondo, hacen de los santos mediatores redemptionis (mediadores de redención).

16] Por consiguiente, queremos probar que hacen de los santos no solo intercesores, sino reconciliadores y mediatores redemptionis. No hablamos aquí todavía de los abusos groseros, cómo el vulgo común practica abiertamente idolatría con los santos y las peregrinaciones: hablamos de lo que sus eruditos predican, escriben y enseñan en sus escuelas sobre este punto. Lo otro, como los abusos groseros, también las personas inexpertas y sencillas pueden juzgarlo y valorarlo.

17] A un mediador y reconciliador pertenecen dos cosas. Primero, una Palabra y promesa de Dios cierta y clara, de que Dios por medio del mediador escuchará a todos los que lo invocan. Tal promesa divina consta en la Escritura acerca de Cristo: “Todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará.” (Juan 16:23). Acerca de los santos no consta en ninguna parte de la Escritura tal promesa, por lo tanto, nadie puede concluir con certeza para sí mismo que será escuchado por la invocación de los santos;

18] por lo tanto, tal invocación no procede de la fe. Además, tenemos la Palabra y el mandato de Dios de que debemos invocar a Cristo, donde dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo 11:28). Salmo 45:12: “Y hombres ricos del pueblo implorarán tu favor.” Y Salmo 72:11, 15: “Todos los reyes se postrarán delante de él… y se orará por él continuamente”. Y poco después: “continuamente le bendecirán” etc. Y Juan 5:23 dice Cristo: “para que todos honren al Hijo como honran al Padre.” Ítem, 2 Tesalonicenses 2:16-17 dice Pablo, orando: “Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre… conforte vuestros corazones, y os confirme”. Todos estos son dichos acerca de Cristo. Pero acerca de la invocación de los santos, los adversarios no pueden presentar ningún mandato de Dios, ningún ejemplo de la Escritura.

19] En segundo lugar, a un reconciliador pertenece que su mérito pague por otras personas, que otros participen de su mérito y pago, como si ellos mismos hubieran pagado. Como cuando un buen amigo paga la deuda de otro, entonces el deudor queda libre de la deuda por el pago de otro, como por su propio pago. Así se nos da y se nos imputa el mérito de Cristo cuando creemos en Él, igual que si su mérito fuera nuestro, de modo que así su justicia y su mérito se nos imputan, y su mérito se vuelve nuestro.

20] En ambas cosas, a saber, en la promesa divina y en el mérito de Cristo, debe fundarse una oración cristiana. Tal fe en la promesa divina y en el mérito de Cristo pertenece a la oración. Pues debemos tener por cierto que somos escuchados por causa de Cristo, y que por causa de Él tenemos un Dios misericordioso.

21] Ahí enseñan ahora los adversarios que debemos invocar a los santos, aunque no tengamos para ello ningún mandato, ni promesa, ni ejemplo en la Escritura, y sin embargo hacen con ello que se ponga mayor confianza en los santos que en Cristo, cuando sin embargo Cristo dice: “Venid a mí”, no a los santos.

22] En segundo lugar, dicen que Dios acepta los méritos de los santos por nuestros pecados, y así enseñan a confiar en los méritos de los santos, no en el mérito de Cristo.

23] Y esto lo enseñan claramente acerca de las indulgencias, en las cuales distribuyen el mérito de los santos como satisfactiones por nuestros pecados. Y Gabriel [Biel], que interpreta el canon de la misa, se atreve a decir libremente: “Debemos, según el orden que Dios ha establecido, huir a los santos, para que por su ayuda y méritos seamos salvos.” Estas son las claras palabras de Gabriel. Y aquí y allá en los libros de los adversarios se encuentra mucho más torpe aún sobre el mérito de los santos. ¿No es esto hacer a los santos reconciliadores? Pues ahí se les iguala completamente a Cristo, si debemos confiar en que seremos salvos por sus méritos.

24] ¿Pero dónde está establecido el orden por Dios, del que habla Gabriel, de que debemos huir a los santos? Que presente aunque sea una palabra, un solo ejemplo de la Sagrada Escritura. Quizás hacen el orden a partir del uso que hay en las cortes de los príncipes seculares, donde los consejeros del príncipe presentan los asuntos de la gente pobre y los promueven como mediadores. Pero, ¿y si un príncipe o un rey estableciera un único mediador y no quisiera oír con gracia los asuntos por medio de ningún otro, o escuchar toda súplica solo por medio de él? Puesto que ahora Cristo ha sido establecido únicamente como Sumo Sacerdote y Mediador, ¿por qué buscamos entonces a otros? ¿Qué pueden decir ahora aquí los adversarios en contra?

25] Hay una forma común de absolución usada hasta ahora, que dice así: “La pasión de nuestro Señor Jesucristo, los méritos de la Madre María y de todos los santos sean para ti perdón de los pecados.” Ahí se pronuncia públicamente la absolución no solo por el mérito de Cristo, sino también por los méritos de los otros santos, para que por medio de ellos obtengamos gracia y perdón de los pecados.

26] Algunos de nosotros hemos visto a un doctor de la Sagrada Escritura en agone o en sus últimos momentos; se le había asignado un monje para consolarlo. Ahora bien, él no clamaba ni gritaba otra cosa al moribundo sino solo esta oración: “María, tú madre de bondad y gracia, protégenos del enemigo y en la hora de la muerte recíbenos, María, mater gratiae” etc.

27] Aunque María, la madre de Dios, ruegue por la Iglesia, sin embargo, es demasiado decir que ella vencería la muerte, que nos protegería del gran poder de Satanás. Pues, ¿qué necesidad habría de Cristo si María pudiera eso? Porque aunque ella es digna de toda la más alta alabanza, sin embargo no quiere ser igualada a Cristo, sino que quiere más bien que sigamos el ejemplo de su fe y de su humildad.

28] Ahora bien, esto está públicamente a la vista, que por tal falsa doctrina María ha venido a ocupar el lugar de Cristo; a ella la han invocado, en su bondad han confiado, por medio de ella han querido reconciliar a Cristo, como si Él no fuera un reconciliador, sino solo un juez terrible y vengativo.

29] Nosotros, en cambio, decimos que no se debe enseñar a confiar en los santos, como si su mérito nos salvara, sino que solo por causa del mérito de Cristo obtenemos el perdón de los pecados y la salvación, cuando creemos en Él. De los otros santos se dice: “cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor” etc. (1 Corintios 3:8). Es decir, ellos entre sí no pueden comunicarse sus méritos unos a otros, como los monjes nos vendieron descaradamente los méritos de sus órdenes.

30] E Hilario dice de las vírgenes insensatas: “Puesto que las insensatas no pueden salir al encuentro del esposo, porque sus lámparas se apagaron, ruegan a las prudentes que les presten aceite; pero estas responden que no pueden prestárselo, pues podría faltarles a ambas; no hay suficiente para todas” etc. (cf. Mateo 25:1-13). Ahí indica que nadie entre nosotros puede ayudar al otro por medio de obras o méritos ajenos.

31] Puesto que ahora los adversarios enseñan que debemos confiar en la invocación de los santos, aunque no tengan para ello ningún mandato de Dios, ninguna Palabra de Dios ni ejemplo del Antiguo o Nuevo Testamento, y puesto que también elevan tanto el mérito de los santos como el mérito de Cristo y dan a los santos el honor que corresponde a Cristo, no podemos alabar ni aceptar su opinión y costumbre de adorar o invocar a los santos. Pues sabemos que debemos poner nuestra confianza en Cristo; ahí tenemos la promesa de Dios de que Él será el Mediador; así sabemos que solo el mérito de Cristo es una propiciación por nuestros pecados. Por causa de Cristo somos reconciliados cuando creemos en Él, como dice el texto: “Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado.” (Romanos 9:33; 10:11; 1 Pedro 2:6). Y no se debe confiar en que somos justos ante Dios por causa del mérito de María.

32] También sus eruditos predican descaradamente que cada uno de los santos puede dar un don particular, como: Santa Ana protege de la pobreza, San Sebastián de la peste, San Valentín de la epilepsia; al santo caballero Jorge lo invocaban los jinetes para protegerse de estocadas y disparos y de todo peligro. Y todo esto, en el fondo, proviene de los paganos. Y quiero suponer que los adversarios no enseñaran mentiras paganas tan descaradas sobre la invocación de los santos, sin embargo, el ejemplo es peligroso.

33] Puesto que tampoco tienen para ello ningún mandato ni Palabra de Dios, tampoco pueden presentar nada cierto de los antiguos Padres al respecto: ¿qué necesidad hay entonces de defender tal infundio?

34] Pero, en primer lugar, es completamente peligroso por esto; porque si se buscan otros mediadores además de Cristo, se pone la confianza en ellos, y así Cristo y el conocimiento de Cristo son completamente suprimidos, como lamentablemente tenemos la experiencia. Pues puede ser que al principio algunos, con buena intención, hayan pensado en los santos en su oración. Pronto después siguió la invocación de los santos. Pronto después de la invocación se infiltraron una por una las maravillosas abominaciones y abusos paganos, etc., como que se considerara que las imágenes tenían un poder secreto propio, como los magos y hechiceros consideran que si se graban o forman ciertos signos estelares en oro u otro metal en un tiempo determinado, tendrían un poder y efecto secreto particular. Algunos de nosotros vimos una vez en un monasterio una imagen de María tallada en madera, que podía ser movida interiormente con hilos de tal manera que desde afuera parecía como si se moviera por sí misma, como si asintiera con la cabeza a los adoradores a quienes escuchaba, y como si apartara el rostro de los adoradores que no ofrecían mucho, a quienes no escuchaba.

35] Y aunque tales abominaciones, tal idolatría, peregrinaciones y engaño con las imágenes fueran innumerables e indecibles, sin embargo, aún más horrendas y feas fueron las muchas fábulas y mentiras de las leyendas de los santos, que se predicaban públicamente. Como, de Santa Bárbara predicaron que en su muerte había rogado a Dios que le diera como recompensa por su martirio que quien la invocara no pudiera morir sin sacramento. A San Cristóbal, que en alemán significa Portador de Cristo, un hombre sabio hizo pintar una vez para los niños con tal gran tamaño y quiso indicar que una fuerza mayor que la fuerza humana debe haber en aquellos que deben llevar a Cristo, que deben predicar y confesar el Evangelio. Pues deben vadear el gran mar de noche, etc., es decir, soportar toda clase de grandes tentaciones y peligros. Ahí después los monjes locos, indoctos e impíos intervinieron y enseñaron así al pueblo a invocar a Cristóbal, como si alguna vez hubiera existido corporalmente un gigante tan grande que hubiera llevado a Cristo a través del mar.

36] Puesto que ahora Dios Todopoderoso obró muchas cosas grandes por medio de sus santos, como personas particulares, en ambos regímenes, en la Iglesia y en los asuntos seculares (así hay muchos grandes ejemplos en la vida de los santos, que serían muy útiles para príncipes y señores, para verdaderos párrocos y pastores de almas, tanto para el gobierno secular como para el gobierno de la Iglesia, principalmente para fortalecer la fe hacia Dios): esos los dejaron de lado y predicaron lo más insignificante de los santos, sobre su lecho duro, sobre cilicios, etc.; lo cual en su mayor parte son mentiras. Ahora bien, sería ciertamente útil y muy consolador oír cómo algunas grandes y santas personas (como se narra en la Sagrada Escritura de los reyes de Israel y Judá) gobernaron tierras y gentes en su régimen, cómo enseñaron y predicaron, qué múltiples peligros y tentaciones soportaron, cómo también muchas personas eruditas fueron consejeras y consoladoras para reyes, príncipes y señores en situaciones grandes y peligrosas, cómo enseñaron y predicaron el Evangelio, qué múltiples luchas soportaron con los herejes. Así también serían muy útiles y consoladores los ejemplos donde se mostró a los santos una gran y particular misericordia de Dios. Como, cuando vemos que Pedro, que negó a Cristo, obtuvo gracia, que a Cipriano le fue perdonada su magia. Ítem, leemos que Agustín, cuando estuvo mortalmente enfermo, experimentó por primera vez la fuerza de la fe y confiesa públicamente a Dios con estas palabras: “Ahora he sentido por primera vez que Dios escucha los suspiros y la oración de los creyentes.”

37] Tales ejemplos de fe, donde se aprende a temer a Dios, a confiar en Dios, de donde se ve correctamente cómo les fue a las personas temerosas de Dios en la Iglesia, también en grandes asuntos de los altos regímenes seculares, esos se deberían haber escrito y predicado diligentemente y claramente acerca de los santos. Ahora bien, algunos monjes ociosos y bribones disolutos (que no sabían cuánta y cuán pesada preocupación es gobernar iglesias o de otro modo a la gente) inventaron fábulas, en parte de los libros de los paganos, donde no hay sino ejemplos de cómo los santos llevaron cilicios, cómo rezaron sus siete horas, cómo comieron agua y pan, y dirigieron todo eso a su negocio, para obtener ganancias de las peregrinaciones; como lo son los milagros que alaban del rosario, y cómo los monjes descalzos alaban sus cuentas de madera. Y no hay gran necesidad aquí de mostrar ejemplos; sus leyendas mentirosas todavía existen, de modo que no se puede negar.

38] Y tal abominación contra Cristo, tal blasfemia, mentiras y fábulas vergonzosas y descaradas, tales predicadores mentirosos los obispos y teólogos pueden tolerar y los han tolerado durante mucho tiempo con gran daño para las conciencias, que es terrible pensar en ello; pues tales mentiras produjeron ganancias e ingresos. A nosotros, en cambio, que predicamos puramente el Evangelio, querrían exterminarnos, aunque nosotros impugnamos la invocación de los santos para que solo Cristo permanezca como Mediador y se elimine el gran abuso.

39] Puesto que también mucho antes de este tiempo, antes de que el Dr. Lutero escribiera, sus propios teólogos, también todas las personas piadosas, temerosas de Dios y honorables, clamaron y se quejaron contra los obispos y predicadores porque omitían castigar los abusos por causa del vientre y del dinero, sin embargo, nuestros adversarios en su Confutación no mencionan tales abusos ni con una palabra, de modo que si aceptáramos la Confutación, tendríamos que consentir al mismo tiempo en todos sus abusos públicos.

40] Así de llena de insidia y engaño peligroso está toda su Confutación, no solo en este lugar, sino en todas partes. Se presentan como si fueran completamente puros como el oro, como si nunca hubieran enturbiado el agua. Pues en ningún lugar distinguen de sus dogmatibus o doctrinas los abusos públicos. Y sin embargo, muchos entre ellos son tan honorables y rectos que confiesan ellos mismos que hay muchos errores en los libros de los escolásticos y canonistas, que también muchos abusos se han infiltrado en la Iglesia por predicaciones indoctas y por tan grande y vergonzosa negligencia de los obispos.

41] Tampoco el Dr. Lutero fue el único ni el primero que clamó y se quejó por tales innumerables abusos. Hubo muchas personas eruditas y rectas antes de este tiempo que se quejaron lastimosamente del gran abuso de la Misa, del abuso de la vida monástica, ítem, de tal mercado de avaricia y dinero de las peregrinaciones, y especialmente de que el artículo más necesario sobre la penitencia, sobre Cristo, sin el cual ninguna Iglesia cristiana puede existir ni permanecer, que debería enseñarse pura y correctamente antes que todos los demás, fuera tan lastimosamente suprimido.

42] Por lo tanto, los adversarios no actuaron fiel ni cristianamente en esto, al pasar por alto en silencio los abusos públicos en su Confutación. Y si tuvieran verdadera seriedad en ayudar a la Iglesia y a las pobres conciencias y no más bien en mantener el esplendor y la avaricia, habrían tenido aquí un acceso y causa correctos y deberían haber suplicado especialmente en este lugar a la Majestad Imperial, nuestro clementísimo Señor, con la máxima sumisión, que aboliera tales grandes, públicos y vergonzosos abusos, que nos hacen a los cristianos motivo de burla también entre turcos, judíos y todos los incrédulos. Pues en muchos puntos hemos notado con suficiente claridad que la Majestad Imperial, nuestro clementísimo Señor, sin duda busca e investiga la verdad con toda fiel diligencia y desea ver la Iglesia cristiana correctamente establecida y ordenada. Pero a los adversarios no les importa mucho cómo satisfacer la mente, voluntad y loable consideración imperial y cristiana de la Majestad Imperial, o cómo ayudar a los asuntos, sino solo cómo suprimir la verdad y a nosotros.

43] Pues no pierden mucho el sueño por que la doctrina cristiana y el Evangelio se prediquen puramente. Dejan el ministerio de la predicación completamente desierto, defienden abusos públicos, derraman todavía diariamente sangre inocente por tiranía y furia inauditas, solo para defender sus mentiras públicas. Tampoco quieren tolerar predicaciones piadosas y cristianas. Hacia dónde conducirá esto finalmente, las personas sensatas bien pueden deducirlo. Pues con pura violencia y tiranía no gobernarán la Iglesia por mucho tiempo. Y aunque los adversarios no buscaran otra cosa que mantener solo el reino del Papa, sin embargo, ese no será el camino para ello, sino una devastación vana del reino y de la Iglesia. Pues aunque hubieran asesinado así a todos los predicadores piadosos y cristianos, y el Evangelio fuera suprimido, después vendrían espíritus sectarios y fanáticos, que también lucharían sediciosamente con el puño, que afligirían a la congregación y a la Iglesia con falsas doctrinas, devastarían todo el orden eclesiástico, que nosotros querríamos conservar gustosamente.

44] Por lo tanto, clementísimo Señor Emperador, puesto que no dudamos que la mente y el corazón de Vuestra Majestad Imperial es que la verdad divina, el honor de Cristo y el Evangelio puedan ser conservados y crezcan siempre abundantemente, rogamos con la máxima sumisión que Vuestra Majestad Imperial no dé lugar al propósito injusto de los adversarios, sino que busque con gracia otros caminos de unidad, para que las conciencias cristianas no sean así agobiadas, para que tampoco la verdad divina sea suprimida así con violencia o personas inocentes sean asesinadas por ello mediante pura tiranía, como ha sucedido hasta ahora.

45] Pues Vuestra Majestad Imperial sin duda se recuerda que tal es especialmente el oficio de Vuestra Majestad Imperial: conservar la doctrina cristiana, en la medida en que sea humanamente posible, de modo que pueda llegar a los descendientes, también proteger y amparar a los predicadores piadosos y rectos. Pues esto exige el Señor Dios de todos los reyes y príncipes, al comunicarles su título y llamarlos dioses, diciendo: “Vosotros sois dioses.” (Salmo 82:6). Por eso los llama dioses, para que protejan, salven y amparen las cosas divinas, es decir, el Evangelio de Cristo y la pura doctrina divina en la tierra, en la medida de lo posible, y también tengan bajo su amparo y protección a los verdaderos maestros y predicadores cristianos en lugar de Dios contra el poder injusto.