Artículo XIII (VII). Sobre los Sacramentos y su Uso Correcto
1] En el artículo decimotercero, los adversarios aprueban que digamos que los sacramentos no son meras señales por las cuales las personas se reconocen entre sí, como una contraseña en la guerra o los colores de una corte, etc., sino que son señales eficaces y testimonios ciertos de la gracia y voluntad divinas hacia nosotros, por medio de los cuales Dios recuerda a nuestros corazones y los fortalece para creer con más certeza y alegría.
2] Pero aquí quieren que también confesemos que hay siete sacramentos en número, ni más ni menos. A esto respondemos que es necesario conservar aquellas ceremonias y sacramentos que Dios ha instituido por su Palabra, sea cual sea su número. Pero acerca de este número de siete sacramentos, se encuentra que los mismos Padres no contaron igual; así también, estas siete ceremonias no son todas igualmente necesarias.
3] Si llamamos sacramentos a las señales y ceremonias externas que tienen el mandato de Dios y una promesa divina de gracia añadida, entonces se puede concluir pronto qué son los sacramentos. Pues las ceremonias y otras cosas externas, instituidas por hombres, no son de esta manera sacramentos. Porque los hombres sin mandato no tienen [poder] para prometer la gracia de Dios. Por lo tanto, las señales instituidas sin el mandato de Dios no son señales de gracia, aunque puedan servir de recordatorio a los niños y a la gente sencilla, como una cruz pintada.
4] Así pues, los verdaderos sacramentos son el Bautismo, la Cena del Señor y la Absolución. Pues estos tienen el mandato de Dios, y también la promesa de la gracia, la cual propiamente pertenece al Nuevo Testamento y es el Nuevo Testamento. Porque para esto fueron instituidas las señales externas, para que por ellas sean movidos los corazones, a saber, por la Palabra y la señal externa juntamente, a creer que, cuando somos bautizados, cuando recibimos el cuerpo del Señor, Dios verdaderamente quiere sernos propicio por medio de Cristo; como dice Pablo: “la fe es por el oír” (Romanos 10:17). Pero así como la Palabra entra por los oídos, así la señal externa es puesta ante los ojos para estimular y mover interiormente el corazón a la fe. Pues la Palabra y la señal externa obran lo mismo en el corazón, como dijo Agustín una buena palabra: “El sacramento”, dice él, “es una palabra visible”. Porque la señal externa es lo que se predica por la Palabra; por lo tanto, ambos logran lo mismo.
6] Pero la confirmación y la extremaunción son ceremonias que provienen de los antiguos Padres, las cuales la Iglesia nunca ha considerado como necesarias para la salvación. Pues no tienen mandato ni precepto de Dios. Por eso es bueno distinguirlas de las mencionadas arriba, que fueron instituidas y mandadas por la Palabra de Dios y tienen una promesa de Dios añadida.
7] Por el sacramento del orden o del sacerdocio, los adversarios no entienden el ministerio de la predicación y el oficio de administrar y distribuir los sacramentos, sino que lo entienden [aplicado] a sacerdotes que son ordenados para ofrecer sacrificios. Como si en el Nuevo Testamento tuviera que haber un sacerdocio como fue el sacerdocio levítico, donde los sacerdotes ofrecen sacrificios por el pueblo y obtienen para otros el perdón de los pecados.
8] Nosotros, en cambio, enseñamos que el único sacrificio de Cristo en la cruz ha sido suficiente por los pecados de todo el mundo, y que no necesitamos otro sacrificio por los pecados.
10] Pues no tenemos en el Nuevo Testamento un sacerdocio tal como fue el sacerdocio levítico, como enseña la Epístola a los Hebreos.
11] Pero si se quisiera llamar al sacramento del orden un sacramento referente al ministerio de la predicación y del Evangelio, entonces no habría objeción en llamar sacramento a la ordenación. Pues Dios ha instituido y mandado el ministerio de la predicación y este tiene la gloriosa promesa de Dios, Romanos 1:16: “porque [el evangelio] es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” etc., Isaías 55:11: “así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero”.
12] Si se quisiera entender así el sacramento del orden, también se podría llamar sacramento a la imposición de manos. Pues la Iglesia tiene el mandato de Dios de que debe establecer predicadores y diáconos. Puesto que esto es muy consolador, al saber nosotros que Dios quiere predicar y obrar por medio de hombres y de aquellos que son elegidos por hombres, es bueno que se alabe y honre grandemente tal elección, especialmente contra los diabólicos anabaptistas, que desprecian y blasfeman tal elección junto con el ministerio de la predicación y la Palabra externa.
14] Pero el matrimonio no fue instituido primeramente en el Nuevo Testamento, sino tan pronto como fue creado el género humano. Y también es ordenado y mandado por Dios. Tiene también promesas divinas, las cuales ciertamente no pertenecen propiamente al Nuevo Testamento, sino que conciernen más a la vida corporal. Por eso, si alguien quiere llamarlo sacramento, no nos oponemos fuertemente a ello. Sin embargo, debe ser distinguido de los dos anteriores [Bautismo y Cena del Señor], que son propiamente señales y sellos del Nuevo Testamento.
15] Pues si el matrimonio debiera llamarse sacramento solo porque Dios lo ha instituido y mandado, entonces los otros oficios y estados también tendrían que llamarse sacramentos, los cuales también se basan en la Palabra y el mandato de Dios, como la autoridad civil o el magistrado, etc.
16] Y finalmente, si se quisiera llamar a todas las cosas sacramentos con tan glorioso título, porque tienen la Palabra y el mandato de Dios, entonces con razón se debería llamar sacramento a la oración antes que a todas las demás. Pues en ella hay un fuerte mandato de Dios y muchas gloriosas promesas divinas. También tendría buena razón. Pues si se diera a la oración tan gran título, las personas serían estimuladas a la oración.
17] También se podrían contar las limosnas entre los sacramentos; ítem, la cruz y las tribulaciones de los cristianos, pues también tienen la promesa de Dios. Sin embargo, ningún hombre sensato hará gran disputa sobre si se cuentan siete o más sacramentos, siempre y cuando no se quebrante la Palabra y el mandato de Dios.
18] Pero es más necesario disputar y saber cuál es el uso correcto de los sacramentos. Ahí debemos condenar abiertamente a toda la multitud de los escolásticos y censurar su error, donde enseñan que aquellos que simplemente usan los sacramentos, si no ponen obstáculo (obicem), obtienen la gracia de Dios ex opere operato, aunque el corazón entonces no tenga ningún buen pensamiento. Pero esto es directamente un error judío, al sostener ellos que debemos ser hechos justos y santos por una obra y ceremonia externa sin fe, y aunque el corazón no esté en ello; y esta doctrina perjudicial es, sin embargo, predicada y enseñada a lo largo y ancho, completamente y por todas partes en todo el papado y en las iglesias del Papa.
19] Pablo clama en contra de esto y dice que Abraham fue justificado ante Dios no por la circuncisión, sino que la circuncisión fue una señal para ejercitar y fortalecer la fe (cf. Romanos 4:9-11). Por eso decimos también que al uso correcto de los sacramentos pertenece la fe, que crea la promesa divina y reciba la gracia prometida, la cual es ofrecida por medio de los sacramentos y la Palabra.
20] Y este es un uso cierto y correcto de los santos sacramentos, en el cual un corazón y una conciencia pueden aventurarse y confiar. Pues nadie puede asir la promesa divina sino solo por medio de la fe. Y los sacramentos son señales externas y sellos de la promesa. Por eso, al uso correcto de los mismos pertenece la fe. Como cuando recibo el sacramento del cuerpo y la sangre de Cristo, Cristo dice claramente: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre” (Lucas 22:20; 1 Corintios 11:25). Ahí debo creer ciertamente que me es dada la gracia y el perdón de los pecados, lo cual es prometido en el Nuevo Testamento. Y debo recibir esto en fe y con ello consolar mi conciencia aterrorizada y tímida, y estar seguro de que la Palabra y las promesas de Dios no fallan, sino que son tan ciertas para nosotros, y aún más ciertas, como si Dios me diera una nueva voz o una nueva señal milagrosa desde el cielo, por medio de la cual se me prometiera la gracia. ¿Pero de qué servirían las señales milagrosas si no hubiera fe?
21] Y hablamos aquí de la fe por la cual yo mismo creo ciertamente para mí que mis pecados me son perdonados; no solo de la fide generali [fe general], por la cual creo que hay un Dios.
22] Este mismo uso correcto de los sacramentos consuela verdaderamente y vivifica las conciencias.
23] Pero qué abuso y error ha introducido la horrible, vergonzosa e impía doctrina del opere operato —donde enseñaron que, cuando uso los sacramentos, la obra realizada (opus operatum) me hace justo ante Dios y me obtiene gracia, aunque el corazón no tenga ningún buen pensamiento al respecto—, nadie puede suficientemente ponderarlo, escribirlo ni decirlo. Pues de ahí también ha venido el indecible, innumerable y horrible abuso de la Misa. Y no pueden mostrar ni una jota ni una tilde de los antiguos Padres por la cual se pruebe la opinión de los escolásticos. Sí, Agustín dice directamente en contra que la fe en el uso del sacramento, no el sacramento, nos hace justos ante Dios.