Artículo XVIII. Del Libre Albedrío.
67] El artículo XVIII sobre el libre albedrío lo aceptan los adversarios, aunque citan algunos dichos de la Escritura que no se ajustan al asunto. También hacen un gran clamor acerca de que, [así como] no se debe exaltar demasiado el libre albedrío como los pelagianos, tampoco se le debe quitar demasiado como los maniqueos.
68] Sí, todo bien dicho. Pero, ¿qué diferencia hay entre los pelagianos y nuestros adversarios, si ambos enseñan que los hombres sin el Espíritu Santo pueden amar a Dios, guardar los mandamientos de Dios quoad substantiam actuum (en cuanto a la sustancia de los actos), es decir, que pueden hacer las obras por la razón natural, sin el Espíritu Santo, por medio de las cuales merecen la gracia de Dios?
69] ¡Cuántos innumerables errores se siguen de esta doctrina pelagiana, que sin embargo impulsan y predican con gran fuerza en sus escuelas! Esos mismos errores los combate Agustín citando a Pablo con la máxima vehemencia, cuya opinión hemos expuesto arriba De iustificatione (Sobre la Justificación). Y nosotros también decimos que la razón tiene en cierta medida un libre albedrío.
70] Pues en las cosas que se pueden captar y comprender con la razón, tenemos un libre albedrío. Hay en nosotros, en cierta medida, una capacidad de vivir externamente de manera honorable, de hablar de Dios, de mostrar un culto externo o un comportamiento santo, de obedecer a la autoridad y a los padres, de no robar, de no matar. Pues dado que después de la caída de Adán permanece sin embargo la razón natural, de modo que conozco el mal y el bien en las cosas que se pueden comprender con los sentidos y la razón, también existe en cierta medida la capacidad de nuestro libre albedrío de vivir honorable o deshonorablemente. A esto la Sagrada Escritura lo llama la justicia de la ley o de la carne, la cual la razón es capaz de lograr en cierta medida sin el Espíritu Santo,
71] aunque la concupiscencia mala innata es tan poderosa que los hombres la siguen más a menudo que a la razón, y el diablo, quien, como dice Pablo, obra poderosamente en los impíos (Efesios 2:2), incita sin cesar a la pobre y débil naturaleza a todos los pecados. Y esta es la causa por la cual también pocos viven una vida honorable según la razón natural, como vemos que también pocos filósofos, que sin embargo se esforzaron intensamente por ello, llevaron correctamente una vida externa honorable.
72] Pero es falso e inventado que aquellos que hacen tales obras fuera de la gracia deban estar sin pecado, o que tales buenas obras deban merecer de congruo (por congruencia) el perdón de los pecados y la gracia. Pues tales corazones, que están sin el Espíritu Santo, están sin temor de Dios, sin fe, sin confianza; no creen que Dios los escuche, que perdone sus pecados, que los ayude en las necesidades. Por lo tanto, son impíos. Ahora bien, “un árbol malo no puede dar buenos frutos” (Mateo 7:18), y “sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6).
73] Por lo tanto, aunque concedamos que está en nuestra capacidad hacer tal obra externa, decimos sin embargo que el libre albedrío y la razón nada pueden en las cosas espirituales, a saber, creer verdaderamente en Dios, confiar ciertamente en que Dios está con nosotros, nos escucha, perdona nuestros pecados, etc. Pues estas son las verdaderas, altas, nobles y mejores obras de la primera tabla de los diez mandamientos; ningún corazón humano puede [hacerlas] sin la luz y la gracia del Espíritu Santo, como dice Pablo a los Corintios: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios” (1 Corintios 2:14). Es decir, un hombre que no es iluminado por el Espíritu de Dios no percibe absolutamente nada por la razón natural acerca de la voluntad de Dios o las cosas divinas.
74] Y esto lo sienten los hombres cuando preguntan a su corazón cómo están dispuestos hacia la voluntad de Dios, si también consideran ciertamente que Dios se ocupa de ellos y los escucha. Pues creer esto ciertamente y confiar así completamente en un Dios invisible y, como dice Pedro, 1ª Epístola 1:8, amar y estimar grandemente a Cristo, a quien no vemos, les resulta difícil incluso a los santos; ¿cómo podría ser fácil entonces para los impíos? Pues comenzamos a creer correctamente cuando nuestros corazones primero son aterrorizados y luego levantados de nuevo por medio de Cristo, cuando somos renacidos por el Espíritu Santo, como se dijo arriba.
75] Por lo tanto, es bueno distinguir claramente esto, a saber, que la razón y el libre albedrío son capaces de vivir externamente de manera honorable en cierta medida; pero ser renacido, recibir interiormente otro corazón, sentido y ánimo, eso lo obra solo el Espíritu Santo. Así permanece la disciplina externa y secular; pues Dios no quiere una conducta y vida torpe, salvaje y descarada, y sin embargo se hace una distinción correcta entre la vida mundana externa y la piedad, y la piedad que vale ante Dios, que no es filosófica y externa, sino interior en el corazón.
76] Y esta distinción no la hemos inventado nosotros, sino que la Sagrada Escritura la establece claramente. Así también la trata Agustín, y recientemente ha sido escrita y tratada diligentemente también por Guillermo de París. Pero aquellos que inventan y sueñan por sí mismos que los hombres pueden guardar la ley de Dios sin el Espíritu Santo, y que el Espíritu Santo nos dará gracia en consideración de nuestro mérito, han suprimido vergonzosamente esta necesaria doctrina.