Artículo XXIII (XI). Del Matrimonio de los Sacerdotes.
1] Aunque la gran e inaudita inmoralidad con fornicación y adulterio entre clérigos y monjes, etc., en altas colegiatas, otras iglesias y monasterios en todo el mundo es tan notoria que se canta y se dice de ella, sin embargo, los adversarios que redactaron la Confutación están tan completamente cegados y son tan descarados que defienden la ley del Papa por la cual se prohíbe el matrimonio, y además con falsa apariencia, como si fuera espiritualidad. Además, aunque con razón deberían avergonzarse en su corazón de la vida de bribones excesivamente vergonzosa, inmoral, libre y disoluta en sus colegiatas y monasterios y solo por este punto no mirar audazmente al sol, aunque también su corazón y conciencia malos e inquietos con razón les causan tanto temor para espantarse y avergonzarse de levantar los ojos ante tan loable y amante del honor Emperador, sin embargo, son audaces como verdugos, actúan como el diablo mismo y todas las personas temerarias y malvadas, siguen en su ciega obstinación, olvidando todo honor y vergüenza. Y las personas puras y castas se atreven a exhortar a la Majestad Imperial, a los Electores y Príncipes, a que no toleren el matrimonio de los sacerdotes ad infamiam et ignominiam imperii, es decir, en alemán, para vergüenza y deshonra del Imperio Romano. Pues estas son sus palabras, como si su vida vergonzosa fuera muy honorable y laudable para la Iglesia.
2] ¿Cómo podrían los adversarios actuar y hablar de manera más torpe, descarada y pública para su propia vergüenza y daño? No se encontrará en ninguna historia una presentación tan descarada ante un Emperador romano. Si no los conociera todo el mundo, si muchas personas piadosas y rectas, sus propios concanónigos, entre ellos mismos no se hubieran quejado hace mucho tiempo de tan vergonzosa, inmoral y deshonrosa conducta, si su vida deshonrosa, vergonzosa, impía, inmoral, pagana, epicúrea y el caldo de cultivo de toda inmoralidad en Roma no estuviera tan a la vista que no se deja cubrir, ni colorear, ni adornar, entonces se podría pensar que su gran pureza y su inquebrantable castidad virginal fuera una causa por la que no pueden ni oír nombrar a una mujer o el matrimonio, que bautizan el santo matrimonio, al cual el propio Papa llama sacramento del santo matrimonio, como infamiam imperii. Bien, sus argumentos y fundamentos los relataremos después. Pero que todo lector cristiano, todas las personas honorables, amantes del honor y piadosas tomen esto a pecho y consideren bien cuán completamente sin honor y reparo y toda vergüenza deben ser las personas que se atreven a llamar al santo matrimonio, que la Sagrada Escritura alaba y elogia al máximo, una mancha de vergüenza, una infamia del Imperio Romano; como si fuera un gran honor para la Iglesia y el Imperio su inmoralidad blasfema y horrenda, como se conoce la conducta romana y clerical.
3] Y, clementísimo Señor Emperador, ante Vuestra Majestad Imperial, a quien en antiguos escritos se llama príncipe y rey casto (pues ciertamente este dicho se refiere a Vuestra Majestad Imperial: Pudicus facie regnabit ubique [Reinará en todas partes con rostro púdico]), sí, ante Vuestra Majestad y los loables Estados del Imperio, tales personas se atreven a buscar y exigir descaradamente que Vuestra Majestad (¡Dios no lo quiera!) ampare tal horrenda inmoralidad, que dirija su poder imperial, que el Todopoderoso hasta ahora ha concedido graciosamente a Vuestra Majestad Imperial usar victoriosa y felizmente, a proteger y defender una inmoralidad vergonzosa y vicios inauditos, que también entre los paganos se consideran horrendos. Y cómo están dispuestos en sus corazones sanguinarios y cegados, que querrían gustosamente, sin tener en cuenta todos los derechos divinos y naturales, sin tener en cuenta los concilios y sus propios cánones, desgarrar por la fuerza de una vez tal matrimonio sacerdotal, ejecutar tiránicamente con horca y espada a muchas personas pobres e inocentes sin otra causa que solo por causa del estado matrimonial, asesinar como grandes malhechores a los propios sacerdotes, a quienes incluso los paganos perdonaron en casos mayores, por causa del matrimonio, exiliar a tantas esposas e hijos piadosos e inocentes, convertirlos en viudas y huérfanos pobres y abandonados y vengar su odio diabólico en sangre inocente: a eso se atreven a exhortar a Vuestra Majestad Imperial.
4] Pero puesto que Dios Todopoderoso ha agraciado a Vuestra Majestad con singular bondad y disciplina innatas, de modo que Vuestra Majestad, por mente elevada, noble y cristiana, tiene reparo en amparar tan grande inmoralidad o emprender tan inaudita tiranía, y sin duda considera esta acción de manera mucho más principesca y cristiana que esas personas disolutas, esperamos que Vuestra Majestad se muestre en esto completamente imperial y graciosamente y considere que tenemos para esto buen fundamento y causa de la Sagrada Escritura, contra lo cual los adversarios presentan puras mentiras y errores.
5] Tampoco les es ciertamente serio defender tal celibato y estado célibe; pues saben bien cuán puras vírgenes son, cuán pocos entre ellos guardan la castidad. Solo que se quedan con su palabra de consuelo que encuentran en su escrito: Si non caste, tamen caute [Si no castamente, al menos cautelosamente]. Y saben que alabarse o llamarse casto y sin embargo no serlo, tiene una apariencia de castidad en el mundo, que también su reino papal y reino clerical y esencia clerical parecen por ello más santos ante el mundo. Pues el apóstol Pedro advirtió correctamente que tales falsos profetas engañarían a la gente con palabras fingidas (2 Pedro 2:3). Los adversarios no toman en serio el asunto de la religión, que es el asunto principal. Lo que escriben, dicen, hacen, son puras palabras ad hominem; no hay seriedad, ni fidelidad, ni corazón recto para el bien común, para ayudar a las pobres conciencias o iglesias. En el fondo, les importa el poder (Herrschaft), de eso se preocupan y lo fortalecen finamente con puras mentiras impías e hipócritas; así también permanecerá como mantequilla al sol.
6] No podemos aceptar la ley del estado célibe porque es contraria al derecho divino y natural, contraria a toda la Sagrada Escritura, contraria a los concilios y a los propios cánones. Además, es pura hipocresía y peligrosa y completamente perjudicial para la conciencia; también se siguen de ella innumerables escándalos, pecados y vergüenzas horrendos y terribles, y como se ve en las verdaderas ciudades clericales y residencias, como las llaman, la ruina de todo honor y disciplina seculares. Los otros artículos de nuestra Confesión, aunque ciertamente fundados, no son sin embargo tan claros que no puedan ser impugnados con alguna apariencia. Pero este artículo es tan claro que apenas necesita discurso por ambas partes; solo quien es honorable y temeroso de Dios puede aquí ser juez pronto. Y aunque tenemos ahora aquí la verdad pública a nuestro favor, sin embargo, los adversarios buscan subterfugios para impugnar un poco nuestros fundamentos.
7] Primero, está escrito en Génesis 1:28 que el hombre y la mujer fueron creados así por Dios para que fueran fructíferos, engendraran hijos, etc., la mujer inclinada hacia el hombre, el hombre a su vez hacia la mujer. Y no hablamos aquí del ardor desordenado que siguió a la caída de Adán, sino de la inclinación natural entre hombre y mujer, que también habría existido en la naturaleza si hubiera permanecido pura. Y esa es la creación y ordenanza de Dios, que el hombre esté inclinado hacia la mujer, la mujer hacia el hombre. Puesto que ahora nadie puede ni debe cambiar la ordenanza divina y la naturaleza creada sino Dios mismo, se sigue que el estado matrimonial no puede ser abolido por ningún estatuto humano o voto.
8] Contra este fuerte fundamento, los adversarios juegan con palabras; dicen: al principio de la creación todavía tenía vigencia la palabra: “Creced y multiplicaos y llenad la tierra”; ahora, sin embargo, como la tierra está llena, el matrimonio no es mandado. ¡Ved, sin embargo, qué sabios son los adversarios! Por esta palabra divina: “Creced y multiplicaos”, que todavía sigue y no cesa, el hombre y la mujer fueron creados así para ser fructíferos, no solo en el tiempo del principio, sino mientras dure esta naturaleza. Pues así como por la palabra de Génesis 1:11, donde Dios dijo: “Produzca la tierra hierba verde” etc., la tierra fue creada así para que no solo produjera fruto al principio, sino que cada año produjera hierba, plantas y otras vegetaciones, mientras dure esta naturaleza: así también fueron creados el hombre y la mujer para ser fructíferos mientras dure esta naturaleza. Así como el mandato y la ley humanos no pueden cambiar que la tierra no reverdezca, etc., así tampoco ningún voto monástico, ningún mandato humano puede cambiar la naturaleza humana para que una mujer no desee a un hombre, un hombre a una mujer, sin una obra especial de Dios.
9] En segundo lugar, puesto que la creación divina y la ordenanza de Dios son derecho y ley naturales, los jurisconsultos dijeron correctamente que la unión y pertenencia mutua del hombre y la mujer es derecho natural. Puesto que ahora el derecho natural nadie lo puede cambiar, el matrimonio debe ciertamente ser libre para todos. Pues donde Dios no cambia la naturaleza, allí también debe permanecer la índole que Dios ha implantado en la naturaleza, y no puede ser cambiada por ley humana.
10] Por consiguiente, es completamente infantil que los adversarios digan que al principio, cuando el hombre fue creado, el matrimonio fue mandado, pero ahora no. Pues es igual que si dijeran: Antiguamente, en tiempos de Adán y los patriarcas, cuando nacía un hombre, tenía naturaleza de hombre; cuando nacía una mujer, tenía naturaleza de mujer; ahora, sin embargo, es diferente; antes un niño traía del vientre materno la naturaleza natural, ahora no.
11] Así pues, nos atenemos con razón al dicho, como dijeron sabia y correctamente los jurisconsultos, que el hombre y la mujer están juntos es derecho natural.
12] Si ahora es derecho natural, entonces es ordenanza de Dios, así plantada en la naturaleza, y es por tanto también derecho divino. Puesto que ahora el derecho divino y natural nadie tiene que cambiarlo sino solo Dios, el estado matrimonial debe ser libre para todos. Pues la inclinación natural innata de la mujer hacia el hombre, del hombre hacia la mujer, es creación y ordenanza de Dios. Por lo tanto, es correcto, y ningún ángel ni hombre tiene que cambiarlo. Dios el Señor no solo creó a Adán, sino también a Eva, no solo a un hombre, sino también a una mujer, y los bendijo para que fueran fructíferos.
13] Y hablamos, como he dicho, no del ardor desordenado que es pecaminoso, sino de la inclinación natural que también habría existido entre hombre y mujer si la naturaleza hubiera permanecido pura. La mala concupiscencia después de la caída ha hecho esa inclinación aún más fuerte, de modo que ahora necesitamos mucho más el estado matrimonial, no solo para engendrar hijos, sino también para prevenir el pecado. Este es un fundamento tan claro que nadie lo derribará, sino que el diablo y todo el mundo tendrán que dejarlo estar.
14] En tercer lugar, dice Pablo: “a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer.” (1 Corintios 7:2). Este es un mandato y precepto general y concierne a todos aquellos que no son capaces de permanecer sin matrimonio.
15] Los adversarios exigen que mostremos el mandato de Dios donde ordena que los sacerdotes tomen esposas, ¡como si los sacerdotes no fueran hombres! Lo que la Escritura dice en general de todo el género humano, ciertamente concierne también a los sacerdotes.
16] Pablo ordena ahí que tomen esposas aquellos que no tienen el don de la virginidad; pues él mismo se explica pronto después, diciendo: “mejor es casarse que estarse quemando.” (1 Corintios 7:9). Y Cristo dice claramente: “No todos reciben esta palabra, sino aquellos a quienes es dado.” (Mateo 19:11). Puesto que ahora, después de la caída de Adán, en todos nosotros están juntas ambas cosas, la inclinación natural y la mala concupiscencia innata, la cual hace la inclinación natural aún más fuerte, de modo que el estado matrimonial es más necesario que cuando la naturaleza estaba incorrupta: por eso Pablo habla así del matrimonio, para que se ayude a nuestra debilidad, y para evitar tal ardor, ordena que aquellos que lo necesitan se casen. Y esta palabra: “mejor es casarse que estarse quemando”, no puede ser eliminada por ninguna ley humana, por ningún voto monástico. Pues ninguna ley puede hacer a la naturaleza diferente de como fue creada o formada.
17] Por lo tanto, tenemos libertad y poder para casarnos, todos los que sentimos el ardor; y todos los que no son capaces de permanecer correctamente puros y castos, están obligados a seguir este mandato y palabra de Pablo: “cada uno tenga su propia mujer, para evitar la fornicación.” (1 Corintios 7:2). En esto, cada uno tiene que examinar su propia conciencia.
18] Pues el que los adversarios digan que se debe pedir y rogar a Dios por la castidad, que se debe castigar el cuerpo con ayunos y trabajo, deberían con razón empezar ellos mismos tal castigo. Pero como he dicho arriba, los adversarios no toman este asunto en serio; juegan y bromean a su antojo.
19] Si la virginidad fuera posible para todos, no necesitaría de un don especial de Dios. Ahora bien, el Señor Cristo dice en Mateo 19:12 que es un don especial y elevado de Dios, y: “No todos reciben esta palabra.” (Mateo 19:11). A los demás, pues, Dios quiere que usen el estado matrimonial que Dios instituyó. Pues Dios no quiere que se desprecie su creación y ordenación; así quiere sin embargo que esos también sean castos, a saber, que usen el estado matrimonial, que Él instituyó para conservar la pureza y castidad conyugales; como también quiere que usemos el alimento y la bebida que nos ha creado para la conservación del cuerpo.
20] Y Gerson indica que hubo muchas personas piadosas y grandes que quisieron guardar la castidad mediante la mortificación corporal y sin embargo no lograron nada. Por eso dice también San Ambrosio correctamente: “Solo la virginidad es una cosa tal que se puede aconsejar y no mandar.”
21] Si alguien quisiera decir aquí que el Señor Cristo alaba a aquellos que se hacen eunucos por causa del reino de los cielos, responde Cristo mismo que habla de aquellos que tienen el don de la virginidad; pues por eso añade: “El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba.” (Mateo 19:12).
22] Pues al Señor Cristo no le agrada tal castidad impura como hay en colegiatas y monasterios. Nosotros también dejamos que la verdadera castidad sea un don fino y noble de Dios. Pero hablamos aquí de que tal ley y prohibición del matrimonio es injusta, y de aquellos que no tienen el don de Dios. Por lo tanto, debe ser libre, y no deben arrojarse tales lazos a las pobres conciencias.
23] En cuarto lugar, esa misma ley papal es también contraria a los Cánones y antiguos concilios. Pues los antiguos Cánones no prohíben el matrimonio, tampoco disuelven el estado matrimonial contraído por aquellos que después entraron en el estado clerical, sino que solo deponen de su oficio espiritual a aquellos que después se casaron. Eso fue en aquel tiempo, según la ocasión, más una gracia que un castigo. Pero los nuevos Cánones, que no fueron hechos en los Concilios, sino por los Papas, prohíben el matrimonio y disuelven los iam contracta matrimonia (matrimonios ya contraídos), etc. Así está ahora a la vista que esto es contrario a la Escritura, también contrario al mandato de Cristo, donde dice: “Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.” (Mateo 19:6).
24] Los adversarios claman mucho que el celibato o la castidad de los sacerdotes ha sido mandado en los Concilios. Nosotros no impugnamos los Concilios en esa parte, pues no prohíben el matrimonio; sino que impugnamos la nueva ley que los Papas han hecho contra los Concilios. ¡Así desprecian los propios Papas los Concilios, aunque a otros se atreven a ordenar, bajo pena de la ira de Dios y condenación eterna, que observen los concilios!
25] Por lo tanto, la ley por la cual se prohíbe el matrimonio de los sacerdotes es una verdadera ley papal de la tiranía romana. Pues el profeta Daniel describió así el reino anticristiano: que enseñaría a despreciar el estado matrimonial y a las esposas, sí, al género femenino.
26] En quinto lugar, aunque no defienden la ley impía por causa de la santidad, o por ignorancia (pues saben bien que no guardan la castidad), sin embargo dan causa a innumerables hipocresías, puesto que pretenden una apariencia de santidad. Dicen que por eso los sacerdotes deben guardar la castidad, porque deben ser santos y puros; ¡como si el estado matrimonial fuera una impureza, como si uno se volviera más santo y justo ante Dios por el celibato que por el estado matrimonial!
27] Y para ello citan a los sacerdotes en la ley de Moisés. Pues dicen que cuando los sacerdotes servían en el templo, debían abstenerse de sus esposas: por lo tanto, como en el Nuevo Testamento los sacerdotes deben orar siempre, deben también mantenerse siempre castos. Tal comparación torpe y necia la presentan como un fundamento completamente claro y cierto, por el cual ya estaría demostrado que los sacerdotes están obligados a guardar castidad eterna, ¡cuando sin embargo, aunque la comparación aquí sirviera o concordara, no probarían con ella nada más que los sacerdotes debieran abstenerse de sus esposas solo por un tiempo, a saber, cuando tuvieran servicio eclesiástico! Tampoco es lo mismo orar que ejercer el oficio sacerdotal en la iglesia. Pues muchos santos bien oraron aunque no sirvieran en el templo, y la cohabitación conyugal no los impidió en ello.
28] Queremos, sin embargo, responder ordenadamente uno tras otro a tales sueños. En primer lugar, los adversarios deben ciertamente confesar y no pueden negarlo, que el estado matrimonial en los creyentes en Cristo es un estado puro y santo; pues ciertamente está santificado por la Palabra de Dios. Porque fue instituido por Dios, confirmado por la Palabra de Dios, como la Escritura testifica abundantemente.
29] Pues Cristo dice: “Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.” (Mateo 19:6). Ahí dice Cristo que Dios une a los cónyuges y el estado matrimonial; por tanto, es una obra de Dios pura, santa, noble y loable.
30] Y Pablo dice del matrimonio, de los alimentos y cosas similares, que: “por la palabra de Dios y por la oración es santificado” (1 Timoteo 4:5). Primero, por la Palabra divina, por la cual el corazón se asegura de que el estado matrimonial agrada al Señor Dios. Segundo, por la oración, es decir, por la acción de gracias, que se hace en fe, donde usamos el estado matrimonial, el alimento, la bebida con acción de gracias.
31] 1 Corintios 7:14: “Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer”. Es decir, el estado matrimonial es puro, bueno, cristiano y santo por causa de la fe en Cristo, del cual podemos usar con acción de gracias, como usamos el alimento y la bebida, etc.
32] Ítem, 1 Timoteo 2:15: “Pero [la mujer] se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe” etc. ¡Si los adversarios pudieran presentar un dicho tal sobre su castidad clerical, cómo triunfarían! Pablo dice que la mujer se salva engendrando hijos. ¿Qué podría haber dicho el santo apóstol de manera más excelente contra la vergonzosa hipocresía de la inmunda y mentirosa castidad, que decir que se salvan por las obras conyugales, por engendrar, por amamantar y criar hijos, por administrar el hogar, etc.? Sí, ¿qué quiere decir Pablo con eso? Añade con palabras claras: “si permaneciere en fe” etc. Pues las obras y el trabajo en el estado matrimonial por sí mismos sin la fe no se alaban aquí solos. Así quiere ahora, ante todo, que tengan la Palabra de Dios y sean creyentes, por cuya fe (como dice en todas partes) reciben el perdón de los pecados y son reconciliados con Dios. Después menciona la obra de su oficio y vocación femeninos. Así como en todos los cristianos deben seguir buenas obras de la fe, que cada uno haga algo según su vocación, para ser útil a su prójimo; y como esas buenas obras agradan a Dios, así también agradan a Dios tales obras que una mujer creyente hace según su vocación; y tal mujer se salva, la que así, según su vocación en el estado matrimonial, cumple su oficio femenino.
33] Estos dichos indican que el estado matrimonial es una cosa santa y cristiana. Puesto que ahora pureza también significa lo que es santo y agradable ante Dios, entonces el estado matrimonial es santo y agradable, porque está confirmado por la Palabra de Dios.
34] Y como dice Pablo: “Todas las cosas son puras para los puros” (Tito 1:15), es decir, para aquellos que creen en Cristo. Por consiguiente, así como la virginidad en los impíos es impura, así el estado matrimonial es santo en los creyentes por causa de la Palabra divina y de la fe.
35] Puesto que ahora los adversarios llaman pureza a aquello donde no hay inmoralidad, entonces pureza significa pureza de corazón, donde la mala concupiscencia está muerta. Pues la ley de Dios no prohíbe el matrimonio, sino la inmoralidad, el adulterio, la fornicación. Por lo tanto, estar externamente sin mujer no es la verdadera pureza, sino que puede haber una mayor pureza de corazón en un hombre casado (como en Abraham y Jacob) que en muchos que, incluso según la pureza corporal, guardan correctamente su castidad.
36] Finalmente, si llaman pureza a la castidad porque por ella se debería ser justificado ante Dios antes que por el estado matrimonial, entonces es un error. Pues sin mérito, solo por causa de Cristo, obtenemos el perdón de los pecados, cuando creemos que por la sangre y muerte de Cristo tenemos un Dios misericordioso.
37] Aquí, sin embargo, los adversarios gritarán que nosotros, como Joviniano, igualamos el estado matrimonial a la virginidad. Pero por su griterío no negaremos la verdad divina y la doctrina de Cristo, de la justicia de la fe, que hemos expuesto arriba.
38] Sin embargo, dejamos a la virginidad su valor y alabanza y decimos también que un don es más elevado que otros. Pues así como la sabiduría para gobernar es un don más elevado que otras artes, así la virginidad o castidad es un don más elevado que el estado matrimonial.
39] Y sin embargo, a su vez, así como el gobernante no es más justo ante Dios por causa de su don y prudencia que otro por causa de su arte, así el casto no es más justo ante Dios por causa de sus dones que los casados por causa de su estado, sino que cada uno debe servir fielmente con su don y saber al mismo tiempo que por causa de Cristo, por la fe, tiene el perdón de los pecados y es considerado justo ante Dios.
40] El Señor Cristo y Pablo también alaban la virginidad no porque justifique ante Dios, sino porque aquellos que están solteros, sin esposa o sin esposo, pueden leer, orar, escribir, servir con más libertad, sin impedimentos de hogar, crianza de hijos, etc. Por eso dice Pablo a los Corintios: “Por esta causa se alaba la virginidad, porque en ese estado se tiene más espacio para aprender la Palabra de Dios y enseñar a otros.” (cf. 1 Corintios 7:32-35). Así también Cristo no alaba simplemente a aquellos que se hicieron eunucos, sino que añade: “por causa del reino de los cielos” (Mateo 19:12), es decir, para que puedan aprender y enseñar el Evangelio con más facilidad. No dice que la virginidad merezca el perdón de los pecados.
41] Al ejemplo de los sacerdotes levíticos hemos respondido que con ello no se prueba en absoluto que los sacerdotes deban estar sin matrimonio. Tampoco nos concierne a los cristianos la ley de Moisés con las ceremonias de pureza o impureza. En la ley de Moisés, si un hombre tocaba a su esposa, se volvía impuro por un tiempo; ahora un esposo cristiano no es impuro. Pues el Nuevo Testamento dice: “Todas las cosas son puras para los puros.” (Tito 1:15). Porque por el Evangelio somos liberados de todas las ceremonias de Moisés, no solo de las leyes de impureza.
42] Pero si alguien quisiera defender el celibato basándose en que quisiera obligar las conciencias a tales purezas levíticas, tendríamos que resistirle con la misma vehemencia con que los apóstoles resistieron a los judíos, Hechos 15:10 ss., que querían obligar a los cristianos a la ley de Moisés y a la circuncisión.
43] Aquí, sin embargo, los cónyuges cristianos y temerosos de Dios sabrán bien guardar medida en el deber conyugal. Pues aquellos que están en regímenes o en oficios eclesiásticos y tienen quehaceres, tendrán también que ser castos en el estado matrimonial. Porque estar cargado con grandes asuntos y negocios, de los que dependen tierras y gentes, regímenes e iglesias, es un buen remedio para que el viejo Adán no se vuelva lascivo. Así también saben los temerosos de Dios que Pablo dice en 1 Tesalonicenses 4:4: “que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santificación y honor; no en pasión de concupiscencia”.
44] Por el contrario, sin embargo, ¿qué castidad puede haber en tantos miles de monjes y clérigos que viven ociosos y llenos sin preocupación en todo placer, además no tienen la Palabra de Dios, no la aprenden y no la estiman? Ahí tiene que seguir toda inmoralidad. Tales personas no pueden guardar ni la castidad levítica ni la eterna.
45] Muchos herejes, que no entendieron la ley de Moisés o cómo usarla, hablan injuriosamente del estado matrimonial, los cuales sin embargo, por tal apariencia hipócrita, son considerados santos. Y Epifanio se queja vehementemente de que los Encratitas ganaron prestigio entre los inexpertos con la apariencia hipócrita, especialmente de la castidad. No bebían vino, ni siquiera en la Cena del Señor, y se abstenían por completo de comer tanto pescado como carne, ¡eran aún más santos que los monjes que comen pescado! También se abstenían del estado matrimonial; eso tenía primero una gran apariencia, y así sostenían que por estas obras y santidad inventada reconciliaban a Dios, como enseñan nuestros adversarios.
46] Contra tal hipocresía y santidad angélica lucha Pablo vehementemente a los Colosenses. Pues por medio de ello Cristo es completamente suprimido, cuando la gente cae en tal error de esperar ser pura y santa ante Dios por medio de tal hipocresía. Tampoco tales hipócritas conocen el don ni los mandamientos de Dios;
47] pues Dios quiere que usemos sus dones con acción de gracias. Y bien sabría presentar ejemplos de cuántos corazones piadosos y pobres conciencias fueron afligidos y puestos en peligro por ello, al no estar instruidos en que el estado matrimonial, el deber conyugal y lo que pertenece al matrimonio era santo y cristiano. La gran miseria resultó de la predicación torpe de los monjes, que alabaron sin medida el celibato, la castidad, y denigraron el estado matrimonial como una vida impura, diciendo que era muy perjudicial para la salvación y lleno de pecados.
50] Pero nuestros adversarios no se aferran tanto al estado célibe por la apariencia de santidad; pues saben que en Roma, también en todas sus colegiatas, hay pura inmoralidad sin hipocresía, sin apariencia. Tampoco les es serio vivir castamente, sino que conscientemente hacen la hipocresía ante la gente. Por consiguiente, ellos son peores y su hipocresía es más fea que la de los herejes Encratitas; para estos, sin embargo, era más serio, pero para estos epicúreos no es serio, sino que se burlan de Dios y del mundo y solo presentan esta apariencia para mantener su vida libre.
51] En sexto lugar, puesto que tenemos tantas causas por las que no podemos aceptar la ley del Papa sobre el celibato, hay sin embargo además innumerables peligros para las conciencias, indecibles escándalos. Por lo tanto, aunque tal ley papal no fuera injusta, con razón debería disuadir a todas las personas honorables tal agobio de las conciencias, que tantas innumerables almas se pierdan por ello.
52] Hace mucho tiempo, muchas personas honorables también entre ellos, sus propios obispos, canónigos, etc., se quejaron de la gran y pesada carga del celibato y encontraron que ellos mismos y otras personas corrían gran peligro en sus conciencias por ello; pero nadie atendió a la queja. Además, está a la vista cómo en muchos lugares donde hay colegiatas clericales, la disciplina común se corrompe por ello, qué horrenda inmoralidad, pecado y vergüenza, qué grandes vicios inauditos se causan por ello. Existen los escritos y sátiras de los poetas; en ellos puede Roma reflejarse.
53] Así venga Dios Todopoderoso el desprecio de su don y de sus mandamientos en aquellos que prohíben el estado matrimonial. Puesto que ahora a menudo se han cambiado algunas leyes necesarias por alguna causa, cuando el bien común lo requería, ¿por qué no debería cambiarse entonces esta ley, donde hay tantas causas excelentes, tantos innumerables agobios de las conciencias, por los cuales con razón debería ser cambiada? Vemos que estos son los últimos tiempos, y como un anciano es más débil que un joven, así también todo el mundo y toda la naturaleza están en su última edad y en declive. Los pecados y vicios no disminuyen, sino que aumentan diariamente. Por consiguiente, se debería recurrir tanto más pronto contra la inmoralidad y los vicios a la ayuda que Dios ha dado, como el estado matrimonial.
54] Vemos en el primer libro de Moisés que tales vicios de fornicación también habían proliferado antes del diluvio. Ítem, en Sodoma, en Síbaris, en Roma y otras ciudades se infiltró una horrenda inmoralidad antes de que fueran destruidas. En estos ejemplos está pintado cómo serán los últimos tiempos, poco antes del fin del mundo.
55] Por consiguiente, puesto que también la experiencia muestra que ahora en estos últimos tiempos la inmoralidad lamentablemente se ha infiltrado más fuerte que nunca, los obispos y autoridades fieles deberían mucho más hacer leyes y mandatos para ordenar el matrimonio que para prohibirlo, también exhortar a la gente al estado matrimonial con palabras, obras y ejemplos; ese sería el oficio de las autoridades; pues estas deben tener diligencia para que se conserven el honor y la disciplina. Ahora bien, Dios ha cegado al mundo de tal manera que el adulterio y la fornicación se toleran casi sin castigo, mientras que se castiga por causa del estado matrimonial. ¿No es esto terrible de oír? Al mismo tiempo, los predicadores deberían instruir en ambos sentidos: exhortar a aquellos que tienen el don de la castidad a que no lo desprecien, sino que lo usen para la gloria de Dios, y exhortar también a los otros, para quienes el estado matrimonial es necesario.
56] El Papa dispensa por lo demás diariamente muchas leyes necesarias, en las que mucho depende del bien común, donde con razón debería ser firme. Solo en esta ley del celibato se muestra tan duro como piedra y hierro, aunque se sabe que no es nada más que una ley humana.
57] Han asesinado furiosa y tiránicamente a muchas personas piadosas, rectas y temerosas de Dios, que no hicieron daño a nadie, solo por causa del estado matrimonial, porque por necesidad de sus conciencias se casaron. Por consiguiente, es de temer que la sangre de Abel clame tan fuerte al cielo que nunca lo superarán, sino que tendrán que temblar como Caín.
58] Y ese mismo asesinato cainita de la sangre inocente indica que esta doctrina del celibato es doctrina de demonios. Pues el Señor Cristo llama al diablo asesino (Juan 8:44), quien también querría defender gustosamente tal ley tiránica con pura sangre y asesinato.
59] Sabemos muy bien que algunos gritan mucho que hacemos cismas. Pero nuestras conciencias están completamente seguras, puesto que hemos buscado la paz y la unidad con toda fiel diligencia, y los adversarios no quieren conformarse a menos que neguemos (¡Dios no lo quiera!) la verdad divina pública, a menos que consintamos con ellos en aceptar la horrible ley papal, en separar a cónyuges piadosos e inocentes, en asesinar a los sacerdotes casados, en exiliar a esposas e hijos inocentes, en derramar sangre inocente sin causa alguna. Pues puesto que es cierto que tal cosa no agrada a Dios, debemos alegrarnos de no tener unidad ni comunión, ni tampoco culpa en tanta sangre inocente con los adversarios.
60] Hemos indicado las causas por las que no podemos estar de acuerdo con buena conciencia con los adversarios que defienden el celibato. Pues es contrario a todos los derechos divinos y naturales, contrario a los propios Cánones, además es pura hipocresía y peligro. Porque no se aferran a esa castidad inventada por causa de la santidad, o porque no lo entiendan de otra manera; saben bien que todo el mundo conoce la esencia de las altas colegiatas, que bien sabríamos nombrar, sino solo para mantener su tiranía y poder. Y ninguna persona honorable podrá presentar nada en contra de los fuertes y claros fundamentos indicados arriba.
61] El Evangelio deja libre el estado matrimonial a todos los jóvenes para quienes es necesario; tampoco obliga al estado matrimonial a aquellos que tienen el don de la castidad, si es solo verdadera castidad y no hipocresía. Sostenemos que esta libertad debe concederse también a los sacerdotes, y no queremos forzar a nadie con violencia al celibato, tampoco queremos separar o disolver el matrimonio de cónyuges piadosos.
62] Hemos presentado ahora brevemente algunos de nuestros fundamentos por esta vez; también hemos mencionado cómo los adversarios presentan en contra tan torpes subterfugios y sueños. Ahora queremos indicar con qué fuertes fundamentos defienden su ley papal.
63] Primero dicen que tal ley fue revelada por Dios. Ahí se ve cuán completamente descaradas son las personas impías. Se atreven a decir que su prohibición del matrimonio fue revelada por Dios, ¡cuando sin embargo es públicamente contraria a la Escritura, contraria a Pablo donde dice: “a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer.”! Ítem, puesto que la Escritura y los Cánones prohíben fuertemente que el matrimonio ya consumado se disuelva de ninguna manera, ¿cómo se atreven los bribones a decir y a abusar tan audaz y descaradamente del alto y santísimo nombre de la Majestad divina? El apóstol Pablo dice correctamente quién es el dios que introdujo primero tal ley, a saber, el maldito Satanás; pues la llama: “doctrina de demonios” (1 Timoteo 4:1). Y verdaderamente, el fruto nos enseña a conocer el árbol, al ver que tantos vicios terribles y horrendos se causan por ella, como se ve en Roma; ítem, que también sobre esta ley de asesinatos y derramamiento de sangre el diablo no pone fin.
64] El segundo fundamento de los adversarios es que los sacerdotes deben ser puros, como dice la Escritura: “Sed limpios los que lleváis los utensilios de Jehová.” (Isaías 52:11). Este argumento lo hemos refutado arriba; pues hemos indicado suficientemente que la castidad sin fe no es pureza ante Dios, y el estado matrimonial es santidad y pureza por causa de la fe, como dice Pablo: “Todas las cosas son puras para los puros.” (Tito 1:15). Así hemos dicho con suficiente claridad que las ceremonias de Moisés sobre pureza e impureza no deben aplicarse aquí. Pues el Evangelio quiere pureza de corazón. Y no hay duda de que los corazones de Abraham, Isaac, Jacob, los patriarcas, que sin embargo tuvieron muchas esposas, fueron más puros que los de muchas vírgenes que, incluso según la pureza del cuerpo, fueron verdaderas y puras vírgenes.
65] Pero que Isaías diga: “Sed limpios los que lleváis los utensilios de Jehová”, eso debe entenderse de toda la santidad cristiana y no de la virginidad, y precisamente este dicho ordena a los sacerdotes impuros y célibes que se conviertan en sacerdotes puros y casados.
66] Pues como se dijo antes, el matrimonio es pureza entre los cristianos.
67] Lo tercero es primero un argumento terrible: que el matrimonio de los sacerdotes sea herejía. ¡Tened piedad de nuestra pobre alma, queridos señores; proceded con calma! Esto es completamente nuevo, que el santo estado matrimonial, que Dios creó en el Paraíso, se haya convertido en herejía. De esa manera, todo el mundo serían puros hijos de herejes. Es una mentira grande y descarada que el matrimonio sacerdotal sea la herejía de Joviniano, o que tal matrimonio sacerdotal haya sido condenado por la Iglesia en aquel tiempo. Pues en tiempos de Joviniano, la Iglesia todavía no sabía de esta ley papal por la cual se prohíbe completamente el matrimonio a los sacerdotes. Y esto lo saben bien nuestros adversarios.
68] Pero citan a menudo antiguas herejías y ajustan nuestra doctrina a ellas contra su propia conciencia, solo para dar a entender a los indoctos que nuestra doctrina fue condenada antiguamente por la Iglesia, y así mover a todo el mundo contra nosotros. Con tales artimañas proceden; y por eso no quisieron entregar la Confutación. Temieron que se pudieran responder sus mentiras públicas, lo cual será una vergüenza eterna para ellos ante toda la posteridad. Pero en lo que respecta a la doctrina de Joviniano, hemos dicho arriba lo que sostenemos sobre la castidad y lo que sostenemos sobre el estado matrimonial.
69] Pues no decimos que el estado matrimonial sea igual a la virginidad, aunque ni la virginidad ni el matrimonio justifican ante Dios.
70] Con tales fundamentos débiles y endebles protegen y defienden la ley del Papa sobre el celibato, que ha dado causa a tan grandes vicios e inmoralidad. Los príncipes y obispos que creen a estos maestros bien verán si tales fundamentos resisten la prueba cuando llegue la hora de la muerte, cuando se deba rendir cuentas ante Dios por qué han disuelto el matrimonio de personas piadosas, por qué han encarcelado y torturado a estos, por qué han asesinado a tantos sacerdotes y derramado sangre inocente por encima de todas las quejas, lamentos y llantos de tantas viudas y huérfanos. Pues no deben atreverse a pensar esto: las lágrimas de las pobres viudas, la sangre de los inocentes no se olvidan en el cielo, clamarán a su hora tan fuerte como la sangre del santo e inocente Abel contra ellos en el alto cielo y pedirán ante Dios, el Juez justo. Cuando ahora Dios juzgue tal tiranía, experimentarán que sus argumentos son paja y heno y Dios “un fuego consumidor” (Hebreos 12:29), ante el cual nada puede permanecer excepto la Palabra divina, 1 Pedro 1:24-25.
71] Nuestros príncipes y señores, suceda lo que suceda, tienen de qué consolarse: que han actuado con buena conciencia. Pues quiero suponer que el matrimonio de los sacerdotes fuera algo impugnable, como no lo es, sin embargo, es directamente contrario a la Palabra y voluntad de Dios que los adversarios disuelvan así los matrimonios consumados, destierren y asesinen a personas pobres e inocentes. Nuestros príncipes y señores ciertamente no tienen gusto por la novedad y la discordia, sin embargo, están obligados a que la Palabra y la verdad divinas en un asunto tan justo y cierto valgan más que todos los demás asuntos. ¡Que Dios conceda gracia para ello! Amén.