Artículo XVI. Del Gobierno Civil.

53] El artículo XVI lo aceptan los adversarios sin más preguntas, donde en la Confesión decimos y enseñamos que un cristiano puede estar en la autoridad con Dios y conciencia, gobernar tierras y gentes, pronunciar juicio y derecho según las leyes imperiales y otras leyes locales, castigar a los malhechores con la espada y de otro modo según la severidad, hacer guerras, comprar y vender, tener y conservar casa, patio y otros bienes propios, prestar juramentos impuestos en los tribunales; en resumen, donde enseñamos que la autoridad y el gobierno, ítem, su derecho y castigo y todo lo que pertenece a ello, son buenas criaturas de Dios y ordenanzas de Dios, de las cuales un cristiano puede usar [hacer uso] con buena conciencia. Este artículo les agrada mucho.

54] Este artículo sumamente importante y necesario sobre la diferencia entre el reino espiritual de Cristo y el reino secular, que es muy necesario saber, ha sido expuesto por los nuestros de manera muy específica, correcta y clara, para notable y gran consuelo de muchas conciencias. Pues hemos enseñado claramente que el reino de Cristo es espiritual, donde Él reina por medio de la Palabra y la predicación, obra por medio del Espíritu Santo e incrementa en nosotros la fe, el temor de Dios, el amor, la paciencia interiormente en el corazón, y comienza aquí en la tierra en nosotros el reino de Dios y la vida eterna. Pero mientras dure esta vida, nos permite sin embargo usar las leyes, las ordenanzas y los estados que existen en el mundo, según la vocación de cada uno, así como nos permite usar la medicina, ítem, la construcción y la siembra, el aire, el agua.

55] Y el Evangelio no trae nuevas leyes en el gobierno secular, sino que ordena y quiere que obedezcamos las leyes y la autoridad bajo la cual vivimos, sean paganos o cristianos, y que en tal obediencia mostremos nuestro amor. Pues Carlstadt fue completamente loco y necio en este caso, al enseñar que los regímenes urbanos y rurales debían ordenarse según la ley de Moisés.

56] Sobre este punto, los nuestros han escrito con mayor diligencia porque los monjes habían enseñado muchos y muy perjudiciales errores en la Iglesia. Pues llamaron a esto una vida evangélica: no poseer nada propio, no ejercer castigo ni venganza, no tener esposa ni hijos. Tales doctrinas suprimieron por completo la pura doctrina evangélica, de modo que no se entendía en absoluto qué era cristiano o el reino espiritual de Cristo, y mezclaron el reino secular y el espiritual, de lo cual resultaron muchos males y doctrinas sediciosas y perjudiciales, etc.

57] Pues el Evangelio no desgarra el gobierno secular, la economía doméstica, la compra, la venta y otras políticas seculares, sino que confirma la autoridad y el gobierno y ordena obedecerles como ordenanza de Dios, no solo por causa del castigo, sino también por causa de la conciencia (Romanos 13:5).

58] Juliano el Apóstata, Celso y algunos otros reprocharon a los cristianos que su Evangelio desgarraba y desbarataba los regímenes y políticas mundiales, puesto que prohibía vengarse y cosas similares. Y esas mismas cuestiones dieron mucho que hacer a Orígenes, Nazianceno y algunos otros, aunque se puede responder fácilmente a ellas si solo sabemos que la doctrina evangélica no crea nuevas leyes sobre los regímenes mundiales, sino que predica el perdón de los pecados, y que el reino espiritual y la vida eterna comienzan en los corazones de los creyentes. Pero el Evangelio no solo deja subsistir esas políticas externas, regímenes mundiales y ordenanzas, sino que también quiere que les obedezcamos, así como en esta vida temporal debemos y tenemos que ser obedientes y estar sometidos al curso común de la naturaleza como ordenanza de Dios (dejamos que sea invierno y verano, etc.); eso no impide en nada el reino espiritual. El Evangelio prohíbe solo la privatam vindictam (venganza privada), que nadie usurpe el oficio de la autoridad. Y Cristo lo indica tan a menudo para que los apóstoles no pensaran que debían convertirse en señores del mundo y quitar los reinos y la autoridad a aquellos que en ese tiempo estaban en el poder, como pensaban los judíos del reino del Mesías, sino que supieran que su oficio era predicar sobre el reino espiritual, no cambiar ningún régimen mundial. Por consiguiente, el mandamiento donde Cristo prohíbe vengarse a uno mismo no es solo un consejo, sino un mandato serio, Mateo 5:39 y Romanos 12:19. Pero la venganza y el castigo del mal, que ejerce la autoridad, no están prohibidos con ello, sino más bien mandados. Pues es: “obra de Dios”, como dice Pablo en Romanos 13:1 ss. Esta venganza ocurre cuando se castiga a los transgresores, se hace la guerra por la paz común, se usa la espada, los caballos y las armaduras, etc.

60] Sobre estas cosas, algunos maestros enseñaron errores tan perjudiciales que casi todos los príncipes, señores, caballeros, siervos consideraron su estado legítimo como mundano, impío y condenado, etc. Y no se puede expresar bien con palabras qué peligro y daño inefables para las almas y las conciencias se causaron con ello. Pues se enseñó como si el Evangelio y la doctrina cristiana fueran pura vida monástica, y no vieron que el Evangelio enseña cómo uno es redimido ante Dios y en conciencia de los pecados, del infierno, del diablo, y deja al mundo su régimen externamente en las cosas exteriores.

61] Así también fue una pura mentira y engaño que enseñaran descaradamente que la perfección cristiana consiste en no poseer nada propio. Pues la perfección cristiana no consiste en que yo me muestre externamente piadoso y me separe del mundo, sino que la fe y el verdadero temor de Dios en el corazón son la perfección. Pues Abraham, David, Daniel estuvieron en estado real, en grandes consejos y oficios principescos, tuvieron también grandes riquezas y sin embargo fueron más santos y perfectos de lo que jamás llegó a ser ningún monje o cartujo en la tierra.

62] Pero los monjes, especialmente los descalzos, pusieron una apariencia ante los ojos de la gente; por ello nadie supo en qué consistía la verdadera santidad.

63] Pues ¡cuán evangélico, cuán gran santidad alabaron los monjes solo esto: que no se debía poseer nada propio, que se debía ser voluntariamente pobre! Pero esas son doctrinas muy perjudiciales, puesto que la Escritura no menciona nada de ello, sino que enseña directamente en contra. Los diez mandamientos de Dios dicen claramente: “No hurtarás.” (Éxodo 20:15). Ahí Dios ciertamente permite que cada uno tenga lo suyo. En este punto, Wiclef desvarió por completo, al insistir en que ningún obispo ni clérigo debía poseer bienes propios.

64] Así hay innumerables disputas confusas sobre contratos, donde las conciencias cristianas nunca pueden ser tranquilizadas, a menos que sean instruidas en este punto necesario: que un cristiano puede conducirse con buena conciencia según el derecho y la costumbre del país. Pues esta instrucción salva a muchas conciencias, al enseñar nosotros que los contratos son sin peligro ante Dios en la medida en que son aceptados en los derechos comunes y las costumbres locales (que tienen el mismo valor que los derechos).

65] Este artículo elevado y necesario, a saber, sobre la autoridad, sobre las leyes seculares, ha sido expuesto por los nuestros de manera muy clara y correcta, de modo que muchas personas grandes, elevadas y honorables, que por su estado deben ocuparse de regímenes y estar en grandes asuntos, confiesan que sus conciencias han recibido notable consuelo, las cuales antes sufrieron un tormento inefable por tales errores de los monjes y dudaban si sus estados también eran cristianos y si el Evangelio lo permitía. Hemos relatado esto para que también los extranjeros, enemigos y amigos, puedan entender que por esta doctrina la autoridad, el gobierno territorial, el derecho imperial y otros no son derribados, sino más bien exaltados y protegidos, que también esta doctrina da primero la instrucción correcta sobre cuán glorioso y gran oficio, lleno de obras cristianas y buenas, es el oficio de los regímenes, etc.; todo lo cual antes, por la hipócrita doctrina monástica, era considerado como estados, vidas y esencias pecaminosos y mundanos, para indecible peligro de la conciencia. Pues los monjes inventaron tal hipocresía, alabaron y estimaron su humildad y pobreza mucho más que el estado de príncipes y señores, de padre y madre, de padre de familia; cuando sin embargo estos estados tienen la Palabra y el mandato de Dios, pero la vida monástica no tiene ningún mandato de Dios.