(Art. III.) Del amor y el cumplimiento de la ley.

1] Aquí nuestros adversarios nos objetan este dicho: “Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19:17). También, Romanos 2:13: “porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados”; y muchos otros dichos semejantes sobre la ley y las obras. Ahora, antes de responder a esto, debemos hablar sobre el amor y lo que sostenemos acerca del cumplimiento de la ley.

2] Está escrito en el profeta: “Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón” (Jeremías 31:33). Y en Romanos 3:31 dice Pablo: “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley”. Igualmente, Cristo dice: “Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19:17). También, a los Corintios dice Pablo: “Y si… no tengo amor, nada soy” (1 Corintios 13:2). 3] Estos y otros dichos semejantes indican que debemos guardar la ley una vez que hemos sido justificados por la fe, y así crecer cada vez más en el Espíritu. No hablamos aquí de las ceremonias de Moisés, sino de los Diez Mandamientos, que exigen de nosotros que temamos y amemos a Dios rectamente desde el fondo del corazón. 4] Puesto que la fe trae consigo al Espíritu Santo y obra una nueva luz y vida en el corazón, es seguro y se sigue necesariamente que la fe renueva y cambia el corazón. Y qué tipo de renovación del corazón es esta, lo muestra el profeta cuando dice: “Daré mi ley en sus corazones”. Ahora bien, cuando hemos renacido por la fe y hemos reconocido que Dios quiere sernos propicio, quiere ser nuestro Padre y Ayudador, entonces comenzamos a temer a Dios, a amarlo, a darle gracias, a alabarlo, a pedirle y esperar de Él toda ayuda, y también a serle obedientes según su voluntad en las tribulaciones. Comenzamos entonces también a amar al prójimo; pues ahora hay interiormente, por el Espíritu de Cristo, un nuevo corazón, sentir y ánimo.

5] Todo esto no puede suceder antes de que seamos justificados por la fe, antes de que renazcamos por el Espíritu Santo. 6] Porque, en primer lugar, nadie puede guardar la ley sin el conocimiento de Cristo; tampoco nadie puede cumplir la ley sin el Espíritu Santo. Pero no podemos recibir el Espíritu Santo sino por la fe, como dice Pablo a los Gálatas 3:14, que “recibimos por la fe la promesa del Espíritu”. 7] Además, es imposible que un corazón humano ame a Dios solo por medio de la ley o de sus obras. Porque la ley solo muestra la ira y la severidad de Dios; la ley nos acusa y muestra cómo Él castigará terriblemente el pecado tanto con castigos temporales como eternos. Por eso, lo que los escolásticos dicen sobre el amor de Dios es un sueño, 8] y es imposible amar a Dios antes de que por la fe reconozcamos y comprendamos la misericordia. Pues solo entonces Dios se convierte en obiectum amabile, un objeto amable y bendito de contemplación.

9] Aunque la razón, hasta cierto punto, puede llevar una vida honorable y realizar obras externas de la ley sin Cristo, sin el Espíritu Santo, por la luz innata, es cierto, como se indicó anteriormente, que nadie puede cumplir las partes más elevadas de la ley divina, como volverse a Dios con todo el corazón, honrarlo grandemente con todo el corazón (lo cual se exige en la primera tabla y en el primer y más alto mandamiento), sin el Espíritu Santo. 10] Pero nuestros adversarios son teólogos buenos, pero rudos, perezosos e inexpertos. Solo miran la segunda tabla de Moisés y las obras de la misma. Pero la primera tabla, que contiene la teología más alta, donde reside todo lo importante, no la consideran en absoluto; sí, ese mandamiento supremo, santísimo, más grande y principal, que sobrepasa todo entendimiento humano y angélico, que concierne al culto más elevado a Dios, a la Deidad misma y al honor de la majestad eterna, donde Dios ordena que lo consideremos, temamos y amemos de corazón como nuestro Señor y Dios, lo consideran tan insignificante, tan pequeño, como si no perteneciera a la teología.

11] Pero Cristo nos ha sido presentado para que, por causa de Él, se nos perdonen los pecados y se nos conceda el Espíritu Santo, quien obra en nosotros una nueva luz y vida eterna, justicia eterna; para que nos muestre a Cristo en el corazón, como está escrito en Juan 16:15: “Él tomará de lo mío, y os lo hará saber”. Además, obra también otros dones: amor, gratitud, castidad, paciencia, etc. Por eso, nadie puede cumplir la ley sin el Espíritu Santo; por eso dice Pablo: “confirmamos la ley por la fe y no la invalidamos”; pues solo podemos cumplir y guardar la ley cuando se nos da el Espíritu Santo. 12] Y Pablo dice en 2 Corintios 3:15s, que el velo sobre el rostro de Moisés no puede ser quitado sino solo por la fe en el Señor Cristo, por quien se da el Espíritu Santo. Pues así dice: “Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.” 13] Pablo llama “velo” al pensamiento y la ilusión humana acerca de los Diez Mandamientos y las ceremonias, a saber, que los hipócritas se imaginan que la ley puede ser cumplida y guardada mediante obras externas, y como si los sacrificios, o cualquier tipo de culto divino, hicieran a alguien justo ante Dios ex opere operato (por la obra realizada). 14] Pero entonces el velo es quitado del corazón, es decir, el error y la ilusión son quitados, cuando Dios nos muestra en el corazón nuestra miseria y nos hace sentir la ira de Dios y nuestro pecado. Entonces notamos por primera vez cuán lejos y apartados estamos de la ley. Entonces reconocemos por primera vez cuán seguros y cegados andan todos los hombres, cómo no temen a Dios, en resumen, no creen que Dios haya creado el cielo, la tierra y todas las criaturas, que sostenga nuestro aliento y vida y toda la creación cada hora y nos guarde contra Satanás. Entonces experimentamos por primera vez que pura incredulidad, seguridad carnal y desprecio de Dios están tan profundamente escondidos en nosotros. Entonces experimentamos por primera vez que creemos tan débilmente o nada en absoluto que Dios perdona el pecado, que escucha la oración, etc. Cuando ahora escuchamos la Palabra y el Evangelio y por la fe conocemos a Cristo, recibimos el Espíritu Santo, para que entonces tengamos una correcta opinión de Dios, lo temamos, creamos en Él, etc. Con esto se ha indicado suficientemente que no podemos guardar la ley de Dios sin la fe, sin Cristo, sin el Espíritu Santo.

15] Por eso también decimos que se debe guardar la ley, y todo creyente comienza a guardarla, y crece cada vez más en el amor y el temor de Dios, lo cual es el cumplimiento correcto de los mandamientos de Dios. Y cuando hablamos de guardar la ley o de buenas obras, incluimos ambas cosas: el buen corazón interiormente y las obras exteriormente. Por lo tanto, los adversarios nos hacen una injusticia al acusarnos de no enseñar sobre las buenas obras; cuando no solo decimos que se deben hacer buenas obras, sino que también decimos específicamente cómo debe estar el corazón en ello, para que no sean obras hipócritas, vanas, sordas y frías. 16] La experiencia enseña que los hipócritas, aunque intenten guardar la ley con sus propias fuerzas, no pueden hacerlo, ni lo demuestran con hechos. ¡Pues qué libres están del odio, la envidia, la discordia, el rencor, la ira, la avaricia, el adulterio, etc.! De modo que en ninguna parte los vicios son mayores que en los monasterios y conventos. 17] Todas las fuerzas humanas son demasiado débiles frente al diablo para resistir su astucia y poder por capacidad propia; él mantiene cautivos a todos aquellos que no son redimidos por Cristo. 18] Debe ser el poder divino y la resurrección de Cristo lo que venza al diablo. Y sabiendo que nos hacemos partícipes de la fuerza de Cristo, de su victoria, por medio de la fe, podemos, basándonos en la promesa que tenemos, pedir a Dios que nos proteja y gobierne por la fuerza de su Espíritu, para que el diablo no nos haga caer o derribe; de lo contrario, caeríamos a cada hora en errores y vicios horrendos. Por eso Pablo dice, no de nosotros, sino de Cristo en Efesios 4:8: “Llevó cautiva la cautividad”. Porque Cristo ha vencido al diablo y por el Evangelio ha prometido el Espíritu Santo, para que con la ayuda de este también venzamos todo mal. Y en 1 Juan 3:8 está escrito: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.” 19] Por lo tanto, no solo enseñamos cómo guardar la ley, sino también cómo agrada a Dios todo lo que hacemos; a saber, no que podamos guardar la ley tan perfecta y puramente en esta vida, sino que estamos en Cristo, como diremos después. Así que es seguro que los nuestros también enseñan correctamente sobre las buenas obras. 20] Y añadimos además que es imposible que la fe verdadera, que consuela el corazón y recibe el perdón de los pecados, exista sin el amor de Dios. Porque por Cristo se llega al Padre, y cuando somos reconciliados con Dios por Cristo, entonces creemos y concluimos por primera vez con verdadera certeza en el corazón que existe un Dios verdadero, que tenemos un Padre en el cielo que siempre vela por nosotros, que debe ser temido, que debe ser amado por tan inefable beneficio, a quien debemos agradecer de corazón siempre, decirle alabanza y prez, quien escucha nuestra oración, incluso nuestro anhelo y gemido, como dice Juan en su primera epístola, 1 Juan 4:19: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.” A nosotros, a saber; porque dio a su Hijo por nosotros y nos perdonó el pecado. Ahí Juan indica suficientemente que la fe precede y el amor sigue después. 21] Igualmente, esta fe se encuentra en aquellos donde hay verdadero arrepentimiento, es decir, donde una conciencia aterrorizada siente la ira de Dios y su pecado, busca el perdón de los pecados y la gracia. Y en tal terror, en tales angustias y necesidades, se prueba por primera vez la fe y debe también ser probada así y crecer. 22] Por eso, la fe no puede existir en personas carnales y seguras de sí mismas, que viven según los deseos y la voluntad de la carne. Pues así dice Pablo en Romanos 8:1: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” Ítem, v. 12-13: “Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.” 23] Por consiguiente, la fe, que está solamente en los corazones y conciencias a quienes les duele sinceramente su pecado, no puede coexistir con un pecado mortal, como enseñan los adversarios. Tampoco puede estar en aquellos que viven carnalmente según el mundo, según la voluntad de Satanás y de la carne.

24] De estos frutos y obras de la fe, los adversarios seleccionan solo una parte, a saber, el amor, y enseñan que el amor justifica ante Dios; así no son otra cosa que predicadores de obras y maestros de la ley. No enseñan primero que obtenemos el perdón de los pecados por la fe. No enseñan nada sobre el Mediador Cristo, que por medio de Él obtenemos un Dios misericordioso, sino que hablan de nuestro amor y nuestras obras y, sin embargo, no dicen qué clase de amor es, ni pueden decirlo. 25] Se jactan de poder cumplir o guardar la ley, cuando ese honor no pertenece a nadie sino a Cristo, y así oponen su propia obra al juicio de Dios, diciendo que merecen de condigno (por mérito de justicia) la gracia y la vida eterna. Esta es, sin embargo, una confianza completamente vana e impía en las propias obras. Porque en esta vida, ni siquiera los cristianos y los propios santos pueden guardar perfectamente la ley de Dios; pues siempre permanecen en nosotros inclinaciones y deseos malos, aunque el Espíritu Santo se les oponga.

26] Pero alguien entre ellos podría preguntar: Si nosotros mismos confesamos que el amor es un fruto del Espíritu, y si el amor, sin embargo, se llama una obra santa y cumplimiento de la ley, ¿por qué entonces no enseñamos también que justifica ante Dios? Respuesta: En primer lugar, es cierto que no recibimos el perdón de los pecados ni por el amor ni por causa del amor, sino solamente por la fe, por causa de Cristo. 27] Pues solo la fe en el corazón se apoya en la promesa de Dios; y solo la fe es la certeza sobre la cual el corazón descansa seguro, de que Dios es misericordioso, de que Cristo no murió en vano, etc. Y esa misma fe vence sola el terror de la muerte y del pecado. 28] Porque quien todavía vacila o duda si sus pecados le son perdonados, no confía en Dios y desespera de Cristo; pues considera su pecado más grande y fuerte que la muerte y la sangre de Cristo, aunque Pablo dice a los Romanos 5:20, “mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia”, es decir, más poderosa, rica y fuerte. 29] Así pues, si alguien piensa que obtendrá el perdón de los pecados porque tiene amor, blasfema y deshonra a Cristo y al final, cuando tenga que comparecer ante el juicio de Dios, encontrará que tal confianza es vana. Por lo tanto, es cierto que solo la fe justifica. 30] Y así como no obtenemos el perdón de los pecados por otras buenas obras y virtudes, como por la paciencia, por la castidad, por la obediencia a la autoridad, aunque las virtudes siguen donde hay fe; 31] así tampoco recibimos el perdón de los pecados por causa del amor a Dios, aunque este no falta donde está esta fe. Pero lo que Cristo dice en Lucas 7:47: “sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho”, Cristo mismo interpreta su palabra cuando dice en el v. 50: “Tu fe te ha salvado”. Y Cristo no quiere decir que la mujer haya merecido el perdón de los pecados por la obra del amor; por eso dice claramente: “Tu fe te ha salvado”.

32] Ahora bien, esta es la fe que se apoya en la misericordia y la palabra de Dios, no en las propias obras. Y si alguien piensa que la fe puede apoyarse al mismo tiempo en Dios y en las propias obras, ciertamente no entiende qué es la fe. Porque la conciencia aterrorizada no se satisface con las propias obras, sino que debe clamar por misericordia y solo se deja consolar y levantar por la palabra de Dios. 33] Y la historia misma en ese lugar muestra bien lo que Cristo llama amor. La mujer se acerca a Cristo con la confianza de que obtendrá el perdón de los pecados en Él; esto es reconocer y honrar correctamente a Cristo; pues no se puede rendir mayor honor a Cristo. Porque esto significa reconocer verdaderamente al Mesías o a Cristo, buscar en Él el perdón de los pecados. Sostener esto acerca de Cristo, reconocer y aceptar así a Cristo, eso es creer correctamente en Cristo. Pero Cristo usó esta palabra, cuando dijo: “amó mucho”, no cuando hablaba con la mujer, sino cuando hablaba con el fariseo. Porque el Señor Cristo contrapone todo el honor que el fariseo le había rendido con la ofrenda y las obras que la mujer le había mostrado. Reprende al fariseo por no haberlo reconocido como Cristo, aunque exteriormente lo honró como un huésped y un hombre piadoso y santo. Pero el culto de la mujer, que reconoce su pecado y busca el perdón de los pecados en Cristo, este servicio lo alaba Cristo. Y es un gran ejemplo, que motivó con razón a Cristo a reprender al fariseo, como un hombre sabio y honorable que, sin embargo, no creía en Él. Le reprocha la incredulidad y lo amonesta a través del ejemplo, como si dijera: Con razón deberías avergonzarte, tú, fariseo, de ser tan ciego y no reconocerme como Cristo y Mesías, siendo tú un maestro de la ley, mientras que esta mujer, que es una mujer indocta y pobre, me reconoce. 34] Por lo tanto, no alaba allí solo el amor, sino todo el cultum o servicio divino, la fe con sus frutos, y sin embargo, ante el fariseo menciona el fruto. Porque la fe en el corazón no se puede mostrar e indicar a otros sino por los frutos, que prueban ante los hombres la fe en el corazón. Por eso Cristo no quiere que el amor y las obras sean el tesoro por el cual se pagan los pecados, que es la sangre de Cristo. 35] Por consiguiente, esta disputa trata sobre un asunto elevado e importante, del cual depende el consuelo supremo, más seguro y eterno para los corazones y conciencias piadosas, a saber, acerca de Cristo: si debemos confiar en el mérito de Cristo o en nuestras obras. 36] Porque si confiamos en nuestras obras, se le quita a Cristo su honor, entonces Cristo no es el Reconciliador ni el Mediador, y sin embargo, al final experimentaremos que tal confianza es vana, y que las conciencias solo caen en desesperación por ello. 37] Porque la ley no justifica a nadie ante Dios mientras nos acuse. Ahora bien, nadie puede jactarse de haber satisfecho la ley. Por lo tanto, debemos buscar consuelo en otra parte, a saber, en Cristo.

38] Ahora queremos responder a las preguntas que indicamos anteriormente: por qué el amor o dilectio no justifica a nadie ante Dios. Los adversarios piensan así: el amor es el cumplimiento de la ley, por lo tanto, sería verdad que el amor nos justifica si guardáramos la ley. Pero, ¿quién se atreve a decir o jactarse con verdad de que guarda la ley y ama a Dios como la ley ordena? Hemos indicado anteriormente que Dios hizo la promesa de la gracia porque no podemos guardar la ley. Por eso Pablo dice en todas partes que no podemos ser justificados ante Dios por la ley. Los adversarios deben estar muy equivocados y errar en la cuestión principal, porque en este asunto solo consideran la ley. Pues toda razón y sabiduría humana no puede juzgar de otra manera sino que uno debe volverse piadoso por medio de las leyes, y quien guarda externamente la ley, ese es santo y piadoso. Pero el Evangelio nos da la vuelta y nos aparta de la ley hacia las promesas divinas y enseña que no somos justificados por la ley (porque nadie puede guardarla), sino porque se nos concede la reconciliación por causa de Cristo, y la recibimos solo por la fe. Porque antes de que cumplamos una tilde de la ley, primero debe existir la fe en Cristo, por la cual somos reconciliados con Dios y obtenemos primero el perdón de los pecados. ¡Amado Señor Dios! ¿Cómo se atreven las personas a llamarse cristianos o decir que alguna vez han mirado o leído los libros del Evangelio, si todavía disputan esto, que obtenemos el perdón de los pecados por la fe en Cristo? Es algo terrible de oír para un cristiano.

39] En segundo lugar, es cierto que incluso aquellos que han renacido por la fe y el Espíritu Santo, sin embargo, mientras dure esta vida, no son completamente puros, ni guardan perfectamente la ley. Porque aunque reciben las primicias del Espíritu, y aunque en ellos ha comenzado la vida nueva, sí, la vida eterna, todavía queda algo del pecado y del mal deseo, y la ley todavía encuentra mucho de qué acusarnos. Por lo tanto, aunque el amor de Dios y las buenas obras deben y tienen que estar en los cristianos, no son justos ante Dios por causa de tales obras suyas, sino por causa de Cristo, mediante la fe. 40] Y la confianza en el propio cumplimiento de la ley es pura idolatría y blasfemia contra Cristo, y al final fracasa y hace que las conciencias desesperen. Por consiguiente, este fundamento debe permanecer firme: que somos agradables a Dios y justos por causa de Cristo mediante la fe, no por nuestro amor u obras. Esto lo haremos tan claro y seguro que se pueda palpar. Mientras el corazón no tenga paz ante Dios, no puede ser justo; porque huye de la ira de Dios y desespera, y desearía que Dios no juzgara. Por lo tanto, el corazón no puede ser justo y agradable a Dios mientras no tenga paz con Dios. Ahora bien, solo la fe hace que el corazón se satisfaga, y obtiene descanso y vida, Romanos 5:1, cuando confía segura y libremente en la promesa de Dios por causa de Cristo. Pero nuestras obras no satisfacen el corazón, porque siempre encontramos que no son puras. Por lo tanto, debe seguirse que solo por la fe somos agradables a Dios y justos, cuando concluimos en el corazón que Dios quiere sernos misericordioso, no por causa de nuestras obras y cumplimiento de la ley, sino por pura gracia, por causa de Cristo. ¿Qué pueden oponer los adversarios contra este fundamento? ¿Qué pueden inventar o idear contra la verdad pública? Porque esto es ciertamente seguro, y la experiencia enseña con suficiente fuerza que, cuando sentimos correctamente el juicio y la ira de Dios o caemos en tentación, nuestras obras o cultos divinos no pueden tranquilizar la conciencia. Y esto lo indica la Escritura con suficiente frecuencia, como en el Salmo 143:2: “Y no entres en juicio con tu siervo; porque no se justificará delante de ti ningún ser humano.” Allí muestra claramente que todos los santos, todos los hijos piadosos de Dios, que tienen el Espíritu Santo, si Dios no les perdonara sus pecados por gracia, todavía tienen pecado remanente en la carne. Porque lo que David dice en otro lugar, Salmo 7:8: “Júzgame, oh Jehová, conforme a mi justicia”, allí habla de su causa y no de su propia justicia, sino que pide que Dios proteja su causa y su palabra; como también dice: “Defiende mi causa.” Nuevamente, Salmo 130:3 dice claramente que nadie, ni siquiera los más altos santos, puede soportar el juicio de Dios si Él quiere tomar nota de la iniquidad, como dice: “Jehová, si mirares a los pecados, ¿quién, oh Señor, podrá mantenerse?” Y así dice Job en 9:28, 30, 31: “Me espanto de todas mis obras”; ítem: “Aunque me lave con aguas de nieve, Y limpie mis manos con la limpieza misma, Aun me hundirás en el hoyo”. Y en Proverbios 20:9: “¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, Limpio estoy de mi pecado?” Y 1 Juan 1:8: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.” Ítem, en el Padrenuestro también los santos piden: “Perdónanos nuestras deudas”. Por lo tanto, también los santos tienen deudas y pecados. Ítem, en Números 14:18: “que de ningún modo tendrá por inocente al culpable”. Y el profeta Zacarías dice en el capítulo 2, v. 13: “Calle toda carne delante de Jehová”. Y Isaías dice 40:6: “Toda carne es hierba”, es decir, la carne y toda justicia que podamos lograr, no pueden soportar el juicio de Dios. Y Jonás dice en el capítulo 2, v. 8 (RV60 v.9): “Los que siguen vanidades ilusorias, su misericordia abandonan.” Por consiguiente, nos sostiene la pura misericordia; nuestras propias obras, méritos y capacidades no pueden ayudarnos. Estos dichos y otros semejantes en la Escritura indican que nuestras obras son impuras, y que necesitamos gracia y misericordia. Por lo tanto, las obras no satisfacen las conciencias, sino solo la misericordia, que aprehendemos por la fe.

41] En tercer lugar, Cristo sigue siendo, no obstante, antes como después, el único Mediador y Reconciliador, cuando hemos renacido así en Él. Por lo tanto, yerran aquellos que inventan que Cristo solo nos merece la prima gratia o la primera gracia, y que después debemos merecer la vida eterna por nuestras propias obras y méritos. 42] Porque Él sigue siendo el único Mediador, y debemos estar seguros de que solo por causa de Él tenemos un Dios misericordioso; aunque seamos indignos, como dice Pablo en Romanos 5:2: “por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia”. Porque nuestras mejores obras, incluso después de haber recibido la gracia del Evangelio (como he dicho), son todavía débiles y no completamente puras; pues el pecado y la caída de Adán no son algo tan trivial como la razón piensa o imagina, y está más allá de todo entendimiento y pensamiento humano qué terrible ira de Dios hemos heredado por la desobediencia. Y ha ocurrido una corrupción verdaderamente horrenda en toda la naturaleza humana, que ninguna obra humana, sino solo Dios mismo, puede restaurar. Por eso dice el Salmo [32:1]: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada”. 43] Por lo tanto, necesitamos gracia y la bondad misericordiosa de Dios y el perdón de los pecados, incluso si hemos hecho muchas buenas obras. Pero esa gracia solo se puede aferrar por la fe. 44] Así, Cristo sigue siendo el único Sumo Sacerdote y Mediador, y lo bueno que ahora hacemos, o lo que guardamos de la ley, no agrada a Dios por sí mismo, sino porque nos aferramos a Cristo y sabemos que tenemos un Dios misericordioso no por causa de la ley, sino por causa de Cristo.

45] En cuarto lugar, si sostuviéramos que, una vez que hemos llegado al Evangelio y hemos renacido, debemos merecer después por nuestras obras que Dios nos sea propicio en adelante, y no por la fe, entonces la conciencia nunca llegaría al reposo, sino que tendría que desesperar; 46] porque la ley nos acusa sin cesar, ya que no podemos guardarla perfectamente, etc. Como toda la santa Iglesia cristiana, todos los santos siempre han confesado y todavía confiesan. 47] Pues así dice Pablo a los Romanos 7:19: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago”, etc. Ítem: “Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado”, etc. Porque no hay nadie que tema y ame a Dios el Señor con todo el corazón como debería; nadie que soporte la cruz y la tribulación en completa obediencia a Dios; nadie que por debilidad no dude a menudo si Dios se ocupa de nosotros, si nos considera, si escucha nuestra oración. Por eso, a menudo murmuramos por impaciencia contra Dios porque a los impíos les va bien y a los piadosos mal. Ítem, ¿quién cumple su vocación suficientemente bien, quién no se enoja contra Dios en las tentaciones, cuando Dios se esconde? ¿Quién ama a su prójimo como a sí mismo? ¿Quién está libre de toda clase de malos deseos? De todos los pecadores dice el Salmo [32:6]: “Por esto orará a ti todo santo en el tiempo en que puedas ser hallado”. 48] Ahí dice que todos los santos deben pedir perdón por los pecados. Por consiguiente, son completamente ciegos aquellos que no consideran pecado los malos deseos en la carne, de los cuales Pablo dice [Gálatas 5:17]: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne”. 49] Porque la carne no confía en Dios, se apoya en este mundo y en los bienes temporales, busca en las tribulaciones consuelo y ayuda humana, incluso contra la voluntad de Dios, duda de la gracia y ayuda de Dios, murmura contra Dios en la cruz y las tentaciones, todo lo cual es contra el mandamiento de Dios. Contra el pecado de Adán lucha y se esfuerza el Espíritu Santo en los corazones de los santos, para barrer y matar ese veneno del viejo Adán, esa mala naturaleza desesperada, y traer al corazón otro sentir y ánimo.

51] Y Agustín también dice: “Guardamos todos los mandamientos de Dios entonces, cuando se nos perdona todo lo que no guardamos.” Por lo tanto, Agustín quiere que incluso las buenas obras, que el Espíritu Santo obra en nosotros, no agraden a Dios de otra manera sino creyendo que somos agradables a Dios por causa de Cristo, no que deban agradar a Dios en sí mismas. 52] Y Jerónimo dice contra Pelagio: “Entonces somos justos, cuando nos reconocemos pecadores; y nuestra justicia no consiste en nuestro mérito, sino en la misericordia de Dios.” Por lo tanto, aunque seamos muy ricos en verdaderas buenas obras y así hayamos comenzado a guardar la ley de Dios, como Pablo cuando predicó fielmente, etc., sin embargo, debe estar presente la fe, por la cual confiamos que Dios nos es propicio y está reconciliado con nosotros por causa de Cristo y no por causa de nuestras obras. Porque la misericordia no se puede aferrar sino solo por la fe. Por lo tanto, aquellos que enseñan que nos volvemos agradables a Dios por causa de las obras, no por causa de Cristo, llevan las conciencias a la desesperación.

61] De todo esto queda suficientemente claro que solo la fe nos justifica ante Dios, es decir, obtiene el perdón de los pecados y la gracia por causa de Cristo y nos lleva a un nuevo nacimiento. Ítem, es suficientemente claro que solo por la fe recibimos el Espíritu Santo; ítem, que nuestras obras, y cuando comenzamos a guardar la ley, no agradan a Dios en sí mismas. Entonces, si yo, aunque esté lleno de buenas obras, como lo estuvieron Pablo y Pedro, debo buscar mi justicia en otra parte, a saber, en la promesa de la gracia de Cristo; ítem, si solo la fe tranquiliza la conciencia, entonces debe ser ciertamente seguro que solo la fe justifica ante Dios. Porque debemos mantenernos siempre firmes en esto, si queremos enseñar correctamente: que somos agradables a Dios no por causa de la ley, no por causa de las obras, sino por causa de Cristo. Porque el honor que corresponde a Cristo no debe darse a la ley ni a nuestras miserables obras.

Respuesta a los argumentos de los adversarios.

62] Habiendo expuesto los fundamentos correctos de este asunto, a saber, la diferencia entre la promesa divina y la ley, se puede refutar fácilmente lo que los adversarios presentan en contra. Porque ellos introducen dichos sobre la ley y las buenas obras. Pero omiten los dichos que hablan de la promesa divina. 63] Sin embargo, se puede responder brevemente a todos los dichos que introducen sobre la ley, a saber, que nadie puede guardar la ley sin Cristo, y aunque se realicen buenas obras externamente sin Cristo, Dios no se complace en la persona por ello. Por lo tanto, cuando se quiere enseñar o predicar sobre las buenas obras, siempre se debe añadir que primero debe haber fe, y que solo por causa de la fe en Cristo son agradables a Dios, y que son frutos y testimonios de la fe. Esta nuestra doctrina es ciertamente clara, también se puede ver bien a la luz y compararla con la Sagrada Escritura, y también se expone aquí clara y correctamente, para quien quiera dejarse decir y no negar la verdad a sabiendas. Porque para reconocer correctamente el beneficio de Cristo y el gran tesoro del Evangelio (que Pablo exalta tanto), debemos separar la promesa de Dios y la gracia ofrecida por un lado, y la ley por otro, tan lejos como el cielo de la tierra. En asuntos defectuosos se necesitan muchas glosas; pero en asuntos buenos siempre hay una solutio o dos que lo atraviesan todo y resuelven todo lo que se pretenda oponer. 64] Así aquí en este asunto: esta única solutio resuelve todos los dichos que se citan contra nosotros, a saber, que no se puede cumplir correctamente la ley sin Cristo, y aunque se realicen obras externas, Dios no se complace en la persona fuera de Cristo. 65] Porque confesamos que la Escritura presenta estas dos doctrinas: la ley y la promesa de la gracia. Pero los adversarios pisotean simplemente todo el Evangelio y todas las promesas de la gracia en Cristo; así enseñan que obtenemos el perdón de los pecados por nuestro amor y nuestras obras, y no por la fe. 66] Pues si la gracia y la ayuda de Dios hacia nosotros se basan en nuestras obras, entonces es completamente incierta. Porque nunca podemos estar seguros de cuándo hacemos suficientes obras, o si las obras son suficientemente santas o puras. Así también el perdón de los pecados se vuelve incierto, y la promesa de Dios se anula, como dice Pablo en Romanos 4:14 "...vana resulta la fe, y anulada la promesa").

67] Por eso enseñamos a los corazones y conciencias que se consuelen con esa misma promesa de Dios, que es firme y ofrece gracia y perdón de los pecados por causa de Cristo, no por causa de nuestras obras. Después enseñamos también sobre las buenas obras y sobre la ley, no que merezcamos el perdón de los pecados por la ley, o que seamos agradables a Dios por causa de la ley, sino que Dios quiere buenas obras. Porque, como dice Pablo, hay que trazar bien y dividir correctamente la palabra de Dios [2 Timoteo 2:15], la ley en un lugar, la promesa de Dios en otro. Hay que ver cómo la Escritura habla de la promesa, cómo habla de la ley. Porque la Escritura ordena y alaba así las buenas obras, que sin embargo coloca la promesa de Dios y el verdadero tesoro, Cristo, muchas miles de veces más alto.

68] Porque las buenas obras se deben y tienen que hacer, pues Dios las quiere; además son frutos de la fe, como dice Pablo a los Efesios 2:10: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras.” Por lo tanto, las buenas obras deben seguir a la fe como acciones de gracias a Dios; ítem, para que la fe sea ejercitada por ellas, crezca y aumente, y para que por nuestra confesión y buena conducta otros también sean amonestados.

80] Así dice Pablo que Abraham recibió la circuncisión, no para ser justificado por causa de la obra, sino para tener en su cuerpo una señal por la cual fuera recordado y creciera siempre en la fe; ítem, para confesar su fe ante otros y por su testimonio incitar a otros también a creer. 81] Así Abel, por la fe, ofreció a Dios un sacrificio agradable [Hebreos 11:4]. Porque el sacrificio no agradó a Dios ex opere operato, sino que Abel tenía por cierto que tenía un Dios misericordioso; pero hizo la obra para ejercitar su fe e incitar a otros a creer por su ejemplo y confesión.

82] Puesto que las buenas obras deberían seguir a la fe de esta manera y no de otra, aquellos que tienen una opinión muy diferente hacen sus obras, los que no creen que los pecados les son perdonados sin mérito por causa de Cristo. Porque cuando estos ven buenas obras en los santos, juzgan humanamente de los santos, queriendo imaginar que los santos han obtenido el perdón de los pecados con sus obras o se han vuelto justos ante Dios por las obras. Por eso los imitan y piensan que también obtendrán así el perdón de los pecados y aplacarán la ira de Dios. Condenamos tal error público y falsa doctrina sobre las obras. Primero, porque con ello se quita el honor a Cristo, el verdadero Mediador, y se da a las miserables obras, cuando en lugar de Cristo queremos presentar nuestras obras como un tesoro y reconciliación de la ira divina y del pecado. Porque el honor pertenece solo a Cristo, no a nuestras miserables obras. En segundo lugar, las conciencias tampoco encuentran paz en tales obras. Porque aunque hagan muchas obras y se esfuercen por hacerlas, no se encuentra ninguna obra que sea suficientemente pura, que sea suficientemente valiosa y preciosa para hacer a Dios propicio, para obtener con certeza la vida eterna, en resumen, para hacer la conciencia tranquila y pacífica. En tercer lugar, los que se apoyan en las obras nunca llegan a conocer correctamente a Dios ni su voluntad. Porque una conciencia que duda de la gracia de Dios no puede creer que sea escuchada. Y como no puede invocar a Dios, tampoco percibe la ayuda divina, y así no puede llegar a conocer a Dios. Pero cuando la fe está presente, a saber, que por Cristo tenemos un Dios misericordioso, entonces se puede invocar a Dios con alegría, se aprende a conocer a Dios y su voluntad.

85] Pero el error sobre las obras se adhiere muy fuertemente al mundo. Los paganos también tienen sacrificios, que provienen originalmente de los patriarcas; imitaron esos sacrificios y obras de los padres. De la fe no sabían nada, sostenían que esas obras les hacían un Dios propicio. 86] Los israelitas también se inventaron obras y sacrificios con la intención de hacer así un Dios propicio mediante su opus operatum, es decir, mediante la mera obra, que se hacía sin fe. Vemos allí cuán vehementemente los profetas claman y gritan en contra, como en el Salmo 50, v. 8: “No te reprenderé por tus sacrificios” etc. Ítem, Jeremías [7:22] dice: “Porque no hablé yo con vuestros padres… acerca de holocaustos”. Allí los profetas no condenan los sacrificios en sí mismos, pues Dios los había ordenado como ejercicios externos en ese pueblo suyo, sino que atacan principalmente su corazón impío, ya que hacían los sacrificios con la intención de que pensaban que por ellos Dios sería reconciliado ex opere operato; con ello se suprimía la fe. 87] Y puesto que ninguna obra satisface correctamente la conciencia, los hipócritas suelen inventar, a ciegas y al azar, una obra tras otra, un sacrificio tras otro, y todo sin la palabra y el mandato de Dios, con mala conciencia, como hemos visto en el papado. Y se dejan mover principalmente por los ejemplos de los santos. Porque cuando los siguen así, piensan que obtendrán el perdón de los pecados, como los santos lo obtuvieron, etc. Pero los santos creyeron. El pueblo de Israel había visto que los profetas sacrificaban en los lugares altos y en las arboledas; imitaron esa obra para aplacar la ira de Dios mediante la obra. Pero los profetas habían hecho sacrificios allí, no para merecer el perdón de los pecados mediante las obras, sino para predicar y enseñar en esos lugares. Por eso hicieron los sacrificios como testimonio de su fe. 88] Ítem, el pueblo había oído que Abraham había ofrecido a su hijo; para que ellos también hicieran obras que les resultaran difíciles y arduas, ofrecieron también a sus hijos. Pero Abraham no tenía la intención de ofrecer a su hijo para que eso fuera una reconciliación por la cual él se volviera justo ante Dios, etc. 89] Así, en la Iglesia, la promesa de Cristo del perdón de los pecados se ofrece para que seamos recordados, para que por la señal externa nuestra fe sea fortalecida, para que por ella también confesemos nuestra fe ante la gente y alabemos y prediquemos el beneficio de Cristo, como dice Pablo [1 Corintios 11:26]: “Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis” etc. Pero los adversarios pretenden que la misa es una obra tal que nos justifica ante Dios ex opere operato y libera de pena y culpa a aquellos por quienes se celebra.

90] San Antonio, Bernardo, Domingo y otros santos se apartaron de la gente mediante una vida particular, para poder leer más fácilmente la Sagrada Escritura, o por causa de otros ejercicios. No obstante, mantenían para sí que eran justos ante Dios por la fe en Cristo, que solo por Cristo obtenían un Dios misericordioso. Pero la gran multitud después se precipitó, abandonó la fe en Cristo, miró solo los ejemplos sin fe y se esforzó por obtener el perdón de los pecados mediante esas obras monásticas. Así, la razón siempre coloca las buenas obras demasiado alto y en un lugar incorrecto. El Evangelio ahora combate este error y enseña que somos justificados ante Dios no por causa de la ley o de nuestras obras, sino solo por causa de Cristo. Pero a Cristo no se le puede aferrar sino solo por la fe. Por lo tanto, también somos justificados ante Dios solo por la fe.

97] En contra de esto, los adversarios citan el dicho de Pablo a los Corintios en 13:2: “Y si tuviese toda la fe… y no tengo amor, nada soy.” Aquí los adversarios claman con gran triunfo y se jactan de estar seguros por este dicho de que no solo la fe nos justifica ante Dios, sino también el amor. 98] Pero es muy fácil responder, después de haber indicado anteriormente lo que sostenemos sobre el amor y las obras. Pablo quiere en ese dicho que en los cristianos haya amor hacia el prójimo; eso también lo decimos nosotros. Porque ya hemos dicho arriba: Cuando renacemos, comenzamos a guardar la ley y a ser obedientes a la ley de Dios. Por lo tanto, si alguien descuida el amor cristiano, aunque haya tenido una fe grande y fuerte, se ha enfriado y ahora es de nuevo carnal, sin Espíritu y sin fe. 99] Porque el Espíritu Santo no está donde no hay amor cristiano y otros buenos frutos. Pero de esto no se sigue que el amor nos justifique ante Dios, es decir, que por el amor obtengamos el perdón de los pecados, que el amor venza los terrores del pecado y de la muerte, que el amor deba ser considerado en lugar de Cristo frente a la ira y el juicio de Dios, que el amor cumpla la ley, que por el amor seamos reconciliados y agradables a Dios y no por causa de Cristo. De todo esto, Pablo no dice nada, y los adversarios, sin embargo, lo inventan de su propia cosecha. Porque si por nuestro amor vencemos la ira de Dios, si por nuestro cumplimiento de la ley somos agradables a Dios, los adversarios también pueden decir que la promesa divina, todo el Evangelio, no es nada. Porque este enseña que tenemos acceso a Dios solo por Cristo, que somos agradables a Dios no por nuestras obras de la ley, sino por causa de Cristo, como por el único Mediador y Reconciliador. Los adversarios interpretan muchos dichos según su opinión, aunque no digan eso; pero les añaden cosas, como aquí. Porque este dicho es suficientemente claro, si tan solo los adversarios no le añadieran sus propios sueños ajenos a la Escritura; ellos, sin embargo, no entienden qué es la fe, qué es Cristo, o cómo sucede cuando una persona es justificada ante Dios. Los Corintios y algunos de ellos también habían oído el Evangelio y recibido muchos dones excelentes, y como suele suceder en tales asuntos, al principio eran fervientes y activos en todas las cosas, luego surgieron divisiones y sectas entre ellos, como indica Pablo, y comenzaron a despreciar a los verdaderos apóstoles. Por eso Pablo los reprende, los exhorta de nuevo a la unidad y al amor cristiano. Y Pablo no habla en ese lugar del perdón de los pecados, o de cómo uno se vuelve piadoso y justo ante Dios, o de cómo sucede cuando un pecador se convierte a Cristo, sino que habla de los frutos de la fe, y tampoco habla del amor a Dios, sino del amor al prójimo. Ahora bien, es bastante necio que el amor al prójimo, por el cual tratamos aquí en la tierra con la gente, nos justifique ante Dios, cuando para la justicia que vale ante Dios se requiere que obtengamos algo por lo cual la ira de Dios sea aplacada y la conciencia llegue a la paz con Dios en el cielo. Ninguna de estas cosas sucede por el amor, sino solo por la fe, por la cual se aferra a Cristo y a la promesa de Dios. Pero es verdad: quien pierde el amor, pierde también el Espíritu y la fe. Y así dice Pablo: “si no tengo amor, nada soy.” Pero no añade la affirmativa, que el amor justifique ante Dios.

104] Pero aquí también dicen que el amor es preferido a la fe y a la esperanza. Porque Pablo dice en 1 Corintios 13:13: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.” Ahora bien, hay que considerar que la virtud que Pablo llama la mayor, nos hace justos y santos ante Dios. 105] Aunque Pablo habla allí específicamente del amor al prójimo, y cuando dice: “el mayor de ellos es el amor”, lo dice porque el amor se extiende ampliamente y produce muchos frutos en la tierra. Porque la fe y la esperanza tratan solo con Dios. Pero el amor se mueve en la tierra entre la gente y hace mucho bien consolando, enseñando, instruyendo, ayudando, aconsejando, en secreto y públicamente. Sin embargo, admitimos que amar a Dios y al prójimo es la virtud más alta. Porque este es el mandamiento más alto: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón” [Mateo 22:37]. De esto no se sigue ahora que el amor nos justifique. 106] Sí, dicen ellos, la virtud más alta debería, con razón, justificar. Respuesta: Sería verdad si tuviéramos un Dios misericordioso por causa de nuestra virtud. Ahora bien, arriba se ha demostrado que somos agradables y justos por causa de Cristo, no por causa de nuestra virtud; porque nuestras virtudes son impuras. Sí, así como esta ley es la más alta: “Amarás a Dios”, así esta virtud, amar a Dios, es la que menos puede justificar. Porque cuanto más alta es la ley y la virtud, menos podemos cumplirla, por eso no somos justos por causa del amor. Pero la fe justifica, no por causa de nuestra acción, sino solamente porque busca y recibe misericordia y no quiere apoyarse en ninguna acción propia; es decir, que enseñamos: la ley no justifica, sino el Evangelio, que significa creer que tenemos un Dios misericordioso por causa de Cristo, no por causa de nuestra acción.

108] Pero los adversarios enseñan así sobre el amor, que nos reconcilia con Dios, porque no saben nada del Evangelio, sino que solo miran la ley, y quieren con ella, por causa de su propia santidad, tener un Dios misericordioso, no por misericordia, por causa de Cristo. Así son solamente maestros de la ley y no maestros del Evangelio.

110] También los adversarios citan contra nosotros el dicho a los Colosenses [3:14]: “Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.” De ahí concluyen que el amor justifica ante Dios, porque nos hace perfectos. Aunque aquí podríamos responder de diversas maneras sobre la perfección, queremos tratar aquí el dicho de Pablo de manera sencilla. Es cierto que Pablo habla del amor al prójimo; tampoco se debe pensar que la intención de Pablo sea que seamos justificados ante Dios más bien por las obras de la segunda tabla que por las obras de la primera tabla. Ítem, si el amor es una perfección o cumplimiento perfecto de la ley, entonces el Mediador Cristo no es necesario. Pero Pablo, que enseña en todos los lugares que somos agradables a Dios por causa de Cristo, no por causa de nuestro amor o nuestras obras o la ley. Porque ningún santo (como se dijo arriba) cumple la ley perfectamente. Por lo tanto, si él escribe y enseña en todos los otros lugares que en esta vida no hay perfección en nuestras obras, no se debe pensar que en Colosenses hable de la perfección de la persona, sino que habla de la unidad de la Iglesia, y la palabra que ellos interpretan como perfección no significa otra cosa que estar indiviso, es decir, estar unido. 111] Que él diga ahora: “el amor es el vínculo perfecto (de la unidad)”, significa que ata, une y mantiene juntos a los muchos miembros de la Iglesia entre sí (porque así como en una ciudad o en una casa se mantiene la unidad porque uno tolera al otro, y no puede permanecer la paz ni la tranquilidad si uno no pasa por alto muchas cosas al otro, si no nos soportamos unos a otros), así quiere Pablo exhortar allí al amor cristiano, para que uno soporte y tolere las faltas y debilidades del otro, para que se perdonen mutuamente, a fin de que se conserve la unidad en la Iglesia, para que la grey cristiana no sea rasgada, dividida y se separe en toda clase de facciones y sectas, de donde luego podrían seguir grandes males, odio y envidia, toda clase de amargura y veneno maligno, y finalmente herejía pública.

112] Porque la unidad no puede permanecer si los obispos imponen cargas demasiado pesadas al pueblo sin causa alguna. También surgen fácilmente divisiones de ello, cuando el pueblo quiere criticar y señalar con suma [vehemencia] todo en la conducta y vida de los obispos o predicadores, o cuando se cansan enseguida de los predicadores, quizás por una pequeña falta; de ahí se sigue mucho gran mal. Entonces, a partir de esa amargura, pronto se buscan otros maestros y otros predicadores. 113] A su vez, se mantiene la perfección y la unidad, es decir, la Iglesia permanece indivisa y entera, cuando los fuertes toleran y soportan a los débiles, cuando el pueblo también tiene paciencia con sus predicadores, cuando los obispos y predicadores, a su vez, saben tolerar toda clase de debilidades y defectos del pueblo según la ocasión. 114] Sobre el camino y la manera de mantener la unidad, también se ha escrito mucho en todas partes en los libros de los filósofos y sabios del mundo. Porque debemos perdonarnos mucho unos a otros y tolerarnos por causa de la unidad. Y de esto habla Pablo en más de un lugar. Por lo tanto, los adversarios no concluyen correctamente que el amor deba justificar ante Dios. Porque Pablo no habla allí de la perfección o santidad de las personas, como ellos se imaginan, sino que dice: “El amor produce una convivencia tranquila en la Iglesia.” Y así también interpreta Ambrosio el dicho: “Así como un edificio está completo cuando todas las partes están unidas” etc. 115] Pero los adversarios también deberían avergonzarse de escribir y predicar tan excelentemente sobre el amor, y escribir y clamar amor, amor en todos sus libros, y no mostrar amor alguno. ¡Pues qué hermoso amor cristiano es este, que por su inaudita tiranía dividen y desgarran la unidad de la Iglesia, mientras no hacen más que emitir decretos sangrientos y mandatos tiránicos, queriendo con gusto inculcar lo peor al muy loable Emperador! Estrangulan a los sacerdotes y a muchas otras personas piadosas y honestas sin otra causa que la de atacar solamente abusos públicos y vergonzosos. Querrían con gusto que todos estuvieran muertos, los que murmuran una palabra contra su doctrina impía. Todo esto concuerda muy mal con la gran jactancia sobre el amor, sobre la caritas, etc. Porque si hubiera en los adversarios una gotita de amor, se podría bien hacer la paz y la unidad en la Iglesia, si no defendieran sus estatutos humanos, que de nada sirven para la doctrina o la vida cristiana, con tanta amargura vengativa y envidia farisaica contra la verdad reconocida, especialmente cuando ellos mismos no cumplen sus estatutos.

117] Del apóstol Pedro también citan el dicho donde dice [1 Pedro 4:8]: “Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados.” Ahora bien, es cierto que Pedro también habla allí del amor hacia el prójimo. Porque habla allí del mandamiento del amor, donde se ordena que nos amemos unos a otros. Tampoco le vino nunca a la mente a ningún apóstol que el amor debiera vencer la muerte o el pecado, que el amor debiera ser una reconciliación sin el Mediador Cristo, que el amor debiera ser nuestra justicia sin el Reconciliador Cristo. Porque el amor, aunque lo tengamos, no es más que una justicia de la ley; ciertamente no es Cristo, por quien únicamente somos justificados, cuando creemos que por causa del Mediador el Padre nos es propicio, que su mérito se nos concede. 118] Por eso, poco antes Pedro exhorta a que nos aferremos a Cristo, a que seamos edificados sobre Él como la piedra angular. Porque dice [1 Pedro 2:6]: “el que creyere en él, no será avergonzado.” Con nuestras obras y vida ciertamente compareceremos con vergüenza ante el juicio y la presencia de Dios. Pero la fe, por la cual Cristo se hace nuestro, nos libra de tales terrores de la muerte. Porque por la promesa estamos verdaderamente seguros de que por Cristo el pecado nos es perdonado.

119] Y la palabra de 1 Pedro 4: “el amor cubrirá multitud de pecados” etc., está tomada de los Proverbios de Salomón, donde dice [Proverbios 10:12]: “El odio despierta rencillas; pero el amor cubrirá todas las faltas.” 120] Allí el texto mismo indica claramente que habla del amor hacia el prójimo y no del amor hacia Dios. Y quiere decir exactamente lo mismo que el dicho cercano de Pablo a los Colosenses, a saber, que debemos esforzarnos por vivir fraternal y amistosamente, de modo que uno tolere mucho al otro, que se eviten el disgusto y la discordia, como si dijera: La discordia surge del odio; como vemos que a menudo de pequeñas chispas se enciende un gran fuego. No fueron asuntos tan grandes por los que C. César y Pompeyo se enemistaron al principio, y si uno hubiera cedido al otro, no habría resultado de ello la gran guerra siguiente, tanto derramamiento de sangre, tanta gran desgracia y desorden. Pero como cada uno quiso salirse con la suya, se produjo el gran e inefable daño, la ruina de todo el gobierno romano de la época. 121] Y muchas herejías surgieron de que los predicadores se amargaron unos contra otros. Así pues, el dicho de Pedro debe entenderse así: “el amor cubrirá multitud de pecados”, es decir, el amor cubre el pecado del prójimo. Es decir, aunque surja disgusto entre cristianos, el amor lo soporta todo, pasa por alto gustosamente, cede al prójimo, tolera y soporta fraternalmente sus defectos y no busca examinar todo con el máximo rigor. Así que Pedro no quiere en absoluto que el amor merezca ante Dios el perdón de los pecados, que el amor nos reconcilie con Dios sin el Mediador Cristo, que por el amor seamos agradables a Dios sin el Mediador Cristo, sino que Pedro quiere que aquel en quien hay amor cristiano no sea obstinado, ni duro ni hostil, sino que fácilmente tolere los defectos y faltas del prójimo, perdone fraternalmente al prójimo, calme, se controle a sí mismo y ceda por causa de la paz, como también enseña el dicho: Amici vitia noris, non oderis, es decir, debo conocer las maneras de mi amigo, pero no odiarlo por ello (aunque no todo sea perfecto). 122] Y los apóstoles no exhortan sin causa a tal amor, que los filósofos llamaron ἐπιείκεια (equidad, clemencia). Porque si las personas han de estar o permanecer juntas en unidad, ya sea en la Iglesia o también en el gobierno secular, no deben calcular todas las faltas unas contra otras en la balanza de oro, deben dejar pasar muchas cosas como agua bajo el puente y siempre tolerar, tanto como sea posible, tener paciencia fraternal unos con otros.

123] También citan el dicho del apóstol Santiago y dicen [Santiago 2:24]: “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe.” Y quieren imaginar que el dicho es firme y fuerte contra nuestra doctrina. Pero si los adversarios simplemente dejaran de lado sus sueños y no añadieran lo que quieren, la respuesta es fácil. Porque el dicho del apóstol Santiago tiene ciertamente su sentido sencillo, pero los adversarios inventan además que merecemos el perdón de los pecados por nuestras obras; ítem, que las buenas obras son una reconciliación por la cual Dios se nos vuelve propicio; ítem, que por las buenas obras podemos vencer el gran poder del diablo, de la muerte y del pecado; ítem, que nuestras buenas obras en sí mismas son consideradas tan agradables y grandes ante Dios que no necesitamos del Mediador Cristo. Nada de esto le pasó por la mente al apóstol Santiago, aunque todo esto los adversarios intentan sostener mediante el dicho de Santiago.

124] Así que primero debemos notar esto, que este dicho está más en contra de los adversarios que a favor de ellos. Porque los adversarios enseñan que el hombre se vuelve piadoso y justo ante Dios por el amor y las obras. De la fe, por la cual nos aferramos al Mediador Cristo, no dicen nada. Y lo que es más, no quieren oír ni ver nada de la fe, e intentan erradicar esta doctrina de la fe con la espada y el fuego. Santiago, sin embargo, actúa de otra manera; no deja fuera la fe, sino que habla de la fe, con lo cual deja que Cristo siga siendo el tesoro y el Mediador, por quien somos justificados ante Dios, como también Pablo, cuando establece la suma de la fe cristiana, junta fe y amor, 1 Timoteo 1:5: “Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida.”

125] En segundo lugar, el asunto mismo indica que habla de obras que siguen a la fe; porque indica que la fe no debe ser muerta, sino viva, poderosa, activa y operante en el corazón. Por lo tanto, la intención de Santiago no fue que merezcamos la gracia o el perdón de los pecados por las obras. Porque habla de las obras de aquellos que ya han sido justificados por Cristo, que ya están reconciliados con Dios y han obtenido el perdón de los pecados por Cristo. Por lo tanto, los adversarios yerran mucho si quieren concluir de este dicho que merecemos la gracia y el perdón de los pecados por las buenas obras, o que Santiago quiera esto, que tengamos acceso a Dios por nuestras obras sin el Mediador y Reconciliador Cristo.

126] En tercer lugar, Santiago había dicho antes sobre el renacimiento espiritual, que ocurre por medio del Evangelio. Pues así dice en el capítulo 1 [v. 18]: “Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.” Puesto que dice que hemos renacido por el Evangelio, quiere decir que hemos sido justificados ante Dios por la fe. Porque la promesa de Cristo se aferra solo por la fe, cuando somos consolados por ella contra los terrores de la muerte, del pecado, etc. Por lo tanto, su intención no es que renazcamos por nuestras obras.

127] De todo esto queda suficientemente claro que el dicho de Santiago no está en contra nuestra. Porque reprende allí a algunos cristianos perezosos, que se habían vuelto demasiado seguros, se imaginaban que tenían fe, cuando en realidad estaban sin fe. Por eso distingue entre fe viva y fe muerta. 128] Llama fe muerta a aquella donde no siguen toda clase de buenas obras y frutos del Espíritu: obediencia, paciencia, castidad, amor, etc. Llama fe viva a aquella a la que siguen buenos frutos. Ahora bien, hemos dicho muy a menudo lo que llamamos fe. Porque no llamamos fe al simple conocimiento de la historia de Cristo, que también tienen los demonios, sino a la nueva luz y el poder que el Espíritu Santo obra en los corazones, por los cuales vencemos los terrores de la muerte, del pecado, etc. A eso llamamos fe. 129] Tal fe cristiana verdadera no es algo tan fácil y simple como los adversarios quieren imaginar. Como dicen: ¡Fe, fe, qué pronto puedo creer! etc. Tampoco es un pensamiento humano que yo pueda fabricarme, sino que es un poder divino en el corazón, por el cual renacemos, por el cual vencemos el gran poder del diablo y de la muerte, como dice Pablo a los Colosenses [2:12]: “en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios” etc. Esa misma fe, puesto que es una nueva luz y vida divina en el corazón, por la cual adquirimos otro sentir y ánimo, es viva, activa y rica en buenas obras. Por lo tanto, está correctamente dicho que la fe no es correcta si está sin obras. 130] Y aunque dijera que somos justificados por la fe y las obras, no dice, sin embargo, que renazcamos por las obras; tampoco dice que Cristo sea mitad el Reconciliador y mitad nuestras obras, sino que habla de los cristianos, cómo deben ser, después de haber renacido por el Evangelio. Porque habla de obras que deben seguir a la fe; ahí está correctamente dicho: Quien tiene fe y buenas obras, es justo. Sí, no por causa de las obras, sino por causa de Cristo, mediante la fe. Y como un buen árbol debe dar buenos frutos, y sin embargo los frutos no hacen bueno al árbol, así deben seguir buenas obras después del nuevo nacimiento, aunque no hagan al hombre agradable a Dios; sino que, como el árbol debe ser bueno primero, así el hombre debe ser primero agradable a Dios por la fe, por causa de Cristo. Las obras son demasiado insignificantes para que Dios nos sea propicio por causa de ellas, si no nos fuera propicio por causa de Cristo. Así, Santiago no se opone a San Pablo, tampoco dice que merezcamos el perdón de los pecados por las obras; no dice que nuestras obras venzan el poder del diablo, la muerte, el pecado, los terrores del infierno y sean iguales a la muerte de Cristo; no dice que nos volvamos agradables a Dios por las obras; no dice que nuestras obras tranquilicen los corazones y venzan la ira de Dios, o que no necesitemos misericordia si tenemos obras: nada de esto dice Santiago, aunque los adversarios añaden todo esto a las palabras de Santiago.

133] También citan aún más dichos contra nosotros, como este: Daniel 4:27 (Vulgata 4:24) dice el texto: “redime tus pecados con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias para con los pobres.” E Isaías 58:7, 9: “que partas tu pan con el hambriento.” Ítem, Lucas 6:37: “perdonad, y seréis perdonados.” Y Mateo 5:3, 7: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.” A estos dichos y otros semejantes sobre las obras respondemos primero esto, a saber, que (como dijimos arriba) nadie puede guardar la ley sin fe, y nadie puede agradar a Dios sin fe en Cristo, como Él dice [Juan 15:5]: “separados de mí nada podéis hacer”; ítem, como dice Pablo [Romanos 5:2]: “por medio de [Cristo] tenemos entrada por la fe a esta gracia”. Por lo tanto, siempre que la Escritura menciona las obras, quiere incluir en todas partes el Evangelio de Cristo y la fe. En segundo lugar, los dichos de Daniel y otros (recién citados) son casi todas predicaciones sobre el arrepentimiento. Primero predican la ley, señalan el pecado y exhortan a la enmienda y a las buenas obras. En segundo lugar, junto a esto hay una promesa de que Dios será misericordioso. Ahora bien, es cierto que para un verdadero arrepentimiento no basta solo predicar la ley, porque solo aterroriza las conciencias; sino que debe añadirse también el Evangelio, a saber, que los pecados son perdonados sin mérito por causa de Cristo, que por la fe obtenemos el perdón de los pecados. Esto es tan cierto y tan claro que, si los adversarios lo disputan y separan a Cristo y la fe del arrepentimiento, deben ser considerados con razón como blasfemos del Evangelio y de Cristo.

140] Por lo tanto, las palabras del gran y elevado profeta Daniel no deben interpretarse y aplicarse solo a la mera obra, a la limosna, sino que también debe considerarse la fe. No se deben considerar las palabras de los profetas, que estaban llenos de fe y Espíritu, de manera tan pagana como las de Aristóteles o algún otro pagano. Aristóteles también exhortó a Alejandro a que no usara su poder para su propio capricho, sino para la mejora de tierras y gentes. Eso está bien y correctamente escrito; tampoco se puede predicar o escribir algo mejor sobre el oficio real. Pero Daniel no habla a su rey solo de su oficio real, sino de la reconciliación con Dios y de los asuntos elevados, grandes y espirituales, que superan con creces todos los pensamientos y obras humanas. Por lo tanto, sus palabras no deben entenderse solo de obras y limosnas, que también un hipócrita puede hacer, sino principalmente de la fe. Pero que se debe entender aquí la fe, de la que hablamos, es decir, creer que Dios perdona el pecado por misericordia, no por nuestro mérito, lo demuestra el propio texto. Primero, porque hay dos partes en la predicación de Daniel. Una es la predicación de la ley y el castigo. 141] La otra es la promesa o absolución. Donde hay promesa, debe haber fe. Porque la promesa no puede recibirse de otra manera sino que el corazón confíe en tal palabra de Dios y no mire a la propia dignidad o indignidad. Por lo tanto, Daniel también exige fe; pues así suena la promesa: “Quizá habrá perdón para tus pecados”. Esta palabra es una predicación verdaderamente profética y evangélica. Porque Daniel sabe que por la simiente venidera, Cristo, se prometió el perdón de los pecados, la gracia y la vida eterna no solo a los judíos, sino también a los gentiles, de lo contrario no habría podido consolar así al rey. Porque no es obra humana prometer con certeza el perdón de los pecados a una conciencia aterrorizada y consolarla diciéndole que Dios ya no se enojará; para eso se debe tener testimonio de la voluntad de Dios a partir de la Palabra de Dios, como Daniel conocía y entendía las altas promesas sobre la simiente venidera. Puesto que establece una promesa, es claro y manifiesto que exige la fe de la que hablamos. Pero que diga: “redime tus pecados con justicia, y tus iniquidades con obras de misericordia para con los pobres”, es un resumen de toda una predicación y significa tanto como: ¡Enmiéndate! Y es verdad, si nos enmendamos, nos liberamos de los pecados. 142] Por eso dice correctamente: “redime tus pecados.” Pero de esto no se sigue que seamos liberados de los pecados por causa de nuestras obras, o que nuestras obras sean el pago por el pecado. Tampoco Daniel establece solo las obras, sino que dice: “redime tus pecados con justicia.” Ahora bien, todo el mundo sabe que justicia en la Escritura no significa solo obras externas, sino que abarca la fe, como dice Pablo [Hebreos 10:38]: Iustus ex fide vivet, “Mas el justo vivirá por fe”. Por lo tanto, Daniel exige primero la fe, cuando la llama justicia, y dice: “redime tus pecados con justicia”, es decir, con fe hacia Dios, por la cual te vuelves justo. A esto añade también buenas obras, a saber, atiende tu oficio; no seas un tirano, sino mira que tu gobierno sea útil a las tierras y a la gente, mantén la paz y protege a los pobres contra la violencia injusta. Estas son limosnas principescas. 143] Así queda claro que este dicho no se opone a la doctrina de la fe. Pero nuestros adversarios, esos burros groseros, añaden sus añadiduras a todos esos dichos, a saber, que los pecados nos son perdonados por causa de nuestras obras, y enseñan a confiar en las obras, aunque los dichos no hablan así, sino que exigen buenas obras, como es verdad que debe haber en nosotros otra y mejor vida. Pero, sin embargo, esas obras no deben quitarle a Cristo su honor.

Así también hay que responder al dicho del Evangelio: “perdonad, y seréis perdonados.” Porque es igualmente una doctrina sobre el arrepentimiento. La primera parte de este dicho exige enmienda y buenas obras, la segunda parte añade la promesa, y no se debe concluir de ello que nuestro perdonar nos merezca el perdón de los pecados ex opere operato. Porque Cristo no dice eso, sino que, como en otros sacramentos Cristo une la promesa a la señal externa, así también une aquí la promesa del perdón de los pecados a las buenas obras externas. Y como en la Cena del Señor no obtenemos el perdón de los pecados sin la fe, ex opere operato, tampoco en esta obra y nuestro perdonar; porque nuestro perdonar tampoco es una buena obra, a menos que sea hecha por aquellos a quienes Dios ya les ha perdonado previamente los pecados en Cristo. Por lo tanto, nuestro perdonar, si ha de agradar a Dios, debe seguir después del perdón con que Dios nos perdona. Porque Cristo suele unir así las dos cosas, la ley y el Evangelio, tanto la fe como también las buenas obras, para indicar que no hay fe si no siguen buenas obras; ítem, para que tengamos señales externas que nos recuerden el Evangelio y el perdón de los pecados, por las cuales seamos consolados, para que así nuestra fe sea ejercitada de múltiples maneras. Así deben entenderse tales dichos, porque de lo contrario sería directamente contrario a todo el Evangelio, y nuestra obra miserable sería puesta en lugar de Cristo, quien únicamente debe ser la reconciliación, quien ciertamente no debe ser despreciado. Ítem, si debieran entenderse de las obras, el perdón de los pecados sería completamente incierto; porque se apoyaría en un fundamento flojo, en nuestras miserables obras.

156] También citan un dicho de Tobías [Tobías 4:10, 12:9, textos deuterocanónicos]: “La limosna libra del pecado y de la muerte.” No queremos decir que aquí haya una hipérbole, aunque podríamos decirlo, para preservar el honor de Cristo; porque este es únicamente el oficio de Cristo, librar del pecado, de la muerte, etc. Pero queremos atenernos a nuestra antigua regla, a saber, que la ley o las obras fuera de Cristo no justifican a nadie ante Dios. 157] Así pues, las limosnas (que siguen a la fe) agradan a Dios solo entonces, cuando estoy reconciliado por Cristo, no las que preceden. Por lo tanto, no libran de la muerte ex opere operato, sino que, como dije brevemente antes sobre el arrepentimiento, que se debe comprender la fe junto con los frutos, así también hay que decir de las limosnas, que agradan a Dios porque se hacen en los creyentes. Porque Tobías no habla solo de limosnas, sino también de la fe. Pues dice [Tobías 4:5-6, 19]: “Bendice al Señor tu Dios en todo tiempo, y pídele que dirija tus caminos” etc. Allí habla propiamente de la fe de la que hablamos, la que cree que tiene un Dios misericordioso, a quien debe alabar por pura gran bondad y gracia, de quien también espera ayuda diariamente, y le pide que lo guíe y gobierne en la vida y en la muerte. De esta manera podemos conceder que las limosnas no son sin mérito ante Dios, pero no que puedan vencer la muerte, el infierno, el diablo, el pecado, tranquilizar las conciencias (porque eso debe suceder solo por la fe en Cristo), sino que merecen que Dios nos proteja de males y peligros futuros del cuerpo y del alma. Este es el sentido sencillo, que también concuerda con otros dichos de la Escritura. Porque donde se alaban las buenas obras en la Escritura, siempre debe entenderse según la regla de Pablo, que no se debe elevar la ley y las obras por encima de Cristo, que Cristo y la fe están tan por encima de todas las obras como el cielo sobre la tierra.

160] También citan el dicho de Cristo [Lucas 11:41]: “Dad limosna… y todo os será limpio.” Los adversarios son sordos y tienen oídos gruesos, por eso debemos repetirles a menudo la regla: que la ley sin Cristo no hace a nadie piadoso ante Dios, y que todas las obras son agradables solo por causa de Cristo. Pero los adversarios excluyen a Cristo en todas partes, actúan como si Cristo no fuera nada, y enseñan descaradamente que obtenemos el perdón de los pecados mediante buenas obras, etc. 161] Pero si miramos el dicho completo, sin mutilarlo, veremos que también habla de la fe. Cristo reprende a los fariseos porque se imaginaban que se volverían santos y puros ante Dios mediante toda clase de baptismata carnis, es decir, mediante toda clase de baños, lavados y purificaciones corporales, en vasijas, en ropas, como también un papa incluyó en sus Cánones una pieza papal necesaria sobre el agua bendita, que, cuando se rocía con sal consagrada, santifica y purifica al pueblo de los pecados. Y la Glosa dice que purifica de los pecados cotidianos. Así también los fariseos tenían errores entre ellos, que Cristo reprende y opone a las purificaciones inventadas dos tipos de pureza, una interior, la otra exterior, y exhorta a que sean puros interiormente; lo cual sucede, como dice Pedro en Hechos de los Apóstoles 15:9, “purificando por la fe sus corazones”. Y añade sobre la pureza exterior: “Dad limosna de lo que tenéis (lit. de lo que está dentro, implicando lo que poseéis), y entonces todo os será limpio.” 162] Los adversarios no introducen correctamente la palabra: “todo”. Porque Cristo aplica la conclusión a ambas partes, a la pureza interior y exterior, y dice: “todo os será limpio.” Es decir, si no solo os bañáis corporalmente, sino que creéis en Dios y así sois puros interiormente y exteriormente dais limosna, entonces todo os será limpio. E indica que la verdadera pureza exterior también reside en las obras que Dios ha mandado, y no en estatutos humanos, como eran aquellas traditiones Pharisaeorum etc., y como en nuestro tiempo es el rociar y asperjar el agua bendita, los hábitos monacales blancos como la nieve, las distinciones de alimentos y cosas semejantes. Pero los adversarios aplican sofísticamente este signum universale, a saber, la palabra “todo”, solo a una parte y dicen: Todo os será limpio si dais limosna, etc. Como si uno dijera: Andrés está aquí, por lo tanto, todos los apóstoles están aquí. Por lo tanto, en el antecedente o parte precedente de este dicho deben permanecer juntas ambas cosas: Creed y: Dad limosna. Porque a eso apunta toda la misión, todo el ministerio de Cristo, para eso está Él, para que crean. Cuando ahora se comprenden juntas ambas partes: creer y dar limosnas, entonces se sigue correctamente que todo es limpio, el corazón por la fe, la conducta externa por las buenas obras. Así debe entenderse toda la predicación y no tergiversar e interpretar una parte, que el corazón se limpia de pecados por nuestras limosnas. También hay algunos que piensan que Cristo lo dijo irónicamente o burlonamente contra los fariseos, como si dijera: ¡Sí, queridos señores, roben y hurten y luego vayan, den limosna, y pronto serán limpios! Que así Cristo pinchara algo áspera y burlonamente su hipocresía farisaica. Porque aunque estaban llenos de incredulidad, llenos de avaricia y toda maldad, sin embargo mantenían su purificación, daban limosnas y pensaban que eran santos muy puros y delicados. Esa interpretación no se opone al texto allí.

Cómo responder ahora a otros dichos semejantes es fácil de deducir de lo que hemos explicado. Porque la regla interpreta todos los dichos sobre buenas obras: que fuera de Cristo no valen nada ante Dios, sino que el corazón debe tener primero a Cristo y creer que agrada a Dios por causa de Cristo, no por causa de las propias obras. Los adversarios también presentan algunos argumentos escolares, a los que es fácil responder si se sabe qué es la fe. Los cristianos experimentados hablan de la fe de manera muy diferente a los sofistas, como hemos indicado arriba, que creer significa confiar en la misericordia de Dios, que quiere ser propicio por causa de Cristo, sin nuestro mérito, y eso significa creer el artículo: el perdón de los pecados. Esta fe no es solo conocer la historia, que también los demonios conocen. Por lo tanto, el argumento escolar se resuelve fácilmente, cuando dicen: los demonios también creen, por lo tanto, la fe no justifica. Sí, los demonios conocen la historia, pero no creen en el perdón de los pecados. Ítem, que dicen: ser justo significa obediencia; ahora bien, hacer obras es una obediencia, por lo tanto, las obras deben justificar. A esto se debe responder así: Ser justo significa una obediencia tal que Dios la acepta como tal. Ahora bien, Dios no quiere aceptar nuestra obediencia en obras como justicia; porque no es una obediencia de corazón, ya que nadie guarda correctamente la ley. Por lo tanto, ha ordenado otra obediencia, que quiere aceptar como justicia, a saber, que reconozcamos nuestra desobediencia y confiemos en que agradamos a Dios por causa de Cristo, no por causa de nuestra obediencia. Por consiguiente, ser justo aquí significa ahora ser agradable a Dios, no por causa de la propia obediencia, sino por misericordia, por causa de Cristo. Ítem. Pecado es odiar a Dios, por lo tanto, justicia debe ser amar a Dios. Es verdad, amar a Dios es justicia de la ley; pero nadie cumple esta ley. Por lo tanto, el Evangelio enseña una nueva justicia: que agradamos a Dios por causa de Cristo, aunque no cumplamos la ley, y sin embargo debemos comenzar a cumplir la ley. Ítem, ¿cuál es la diferencia entre fe y esperanza? Respuesta: La esperanza espera bienes futuros y liberación de la tribulación; la fe recibe la reconciliación presente y concluye en el corazón que Dios ha perdonado los pecados, y que ahora me es propicio. Y este es un alto servicio a Dios, que le sirve honrándole y considerando tan ciertas la misericordia y la promesa, que puede recibir y esperar toda clase de bienes de Él sin mérito. Y en este servicio a Dios el corazón debe ser ejercitado y crecer; de esto los locos sofistas no saben nada.

195] De todo esto es fácil entender lo que se debe sostener sobre el merito condigni (mérito de estricta justicia), donde los adversarios inventan que somos justos ante Dios por el amor y nuestras obras. Ahí ni siquiera piensan en la fe y en lugar del Mediador Cristo ponen nuestras obras, nuestro cumplimiento de la ley; eso no se puede tolerar de ninguna manera. 196] Porque aunque dijimos arriba que donde hay nuevo nacimiento por el Espíritu y la gracia, ciertamente sigue también el amor, sin embargo, no se debe dar el honor de Cristo a nuestras obras; sino que es cierto que antes y después, cuando llegamos al Evangelio, somos estimados justos por causa de Cristo, y Cristo sigue siendo el Mediador y Reconciliador antes como después, después como antes, y por Cristo tenemos acceso a Dios, no porque hayamos guardado la ley y hecho mucho bien, sino porque confiamos tan alegre y seguramente en la gracia y nos apoyamos con tanta certeza en que por gracia, por causa de Cristo, somos estimados justos ante Dios. Y esto lo enseña, predica y confiesa la santa Iglesia católica cristiana: que somos salvos por misericordia, como hemos citado arriba de Jerónimo. 197] Nuestra justicia no se basa en el propio mérito, sino en la misericordia de Dios, y esa misericordia se aferra por la fe.

Aquí, sin embargo, todos los entendidos verán lo que se seguiría de la doctrina de los adversarios. Porque si sostuviéramos que Cristo solo nos habría merecido la prima gratia, es decir, la primera gracia (como ellos la llaman), y que después tendríamos que merecer la vida eterna por nuestras obras, entonces los corazones o conciencias ni en la hora de la muerte ni en ningún otro momento estarían jamás satisfechos, nunca podrían construir sobre un fundamento seguro, nunca estarían seguros de si Dios nos sería propicio. Así, su doctrina lleva a las conciencias sin cesar a pura angustia de corazón y finalmente a la desesperación. Porque la ley de Dios no es una broma; acusa a las conciencias fuera de Cristo sin cesar, como dice Pablo en Romanos 4:15: “Pues la ley produce ira”. Así entonces, cuando las conciencias sienten el juicio de Dios y no tienen consuelo seguro, caen en la desesperación.

Pablo dice en Romanos 14:23: “y todo lo que no proviene de fe, es pecado.” Pero aquellos no pueden hacer nada por fe, que deben obtener un Dios misericordioso solo cuando hayan cumplido la ley con sus obras. Porque siempre vacilarán y dudarán si han hecho suficientes obras, si se ha cumplido suficientemente la ley. Sí, sentirán y experimentarán fuertemente que todavía son deudores a la ley; por eso nunca estarán seguros en sí mismos de tener un Dios misericordioso, o de que su oración sea escuchada. Por consiguiente, nunca pueden amar correctamente a Dios, ni esperar nada bueno de Dios, ni servir correctamente a Dios. Porque, ¿qué son tales corazones y conciencias sino el infierno mismo, si no hay nada en tales corazones sino pura duda, pura desesperación, pura murmuración, disgusto y odio contra Dios? Y en ese odio, sin embargo, invocan hipócritamente a Dios, como hizo el impío rey Saúl.

Aquí podemos apelar a todas las conciencias cristianas y a todos aquellos que han sido probados por tentaciones; deben confesar y decir que tal gran incertidumbre, tal inquietud, tal tormento y angustia, tal terrible temor y desesperación se sigue de tal doctrina de los adversarios, donde enseñan o se imaginan que nos volvemos justos ante Dios por nuestras obras o cumplimiento de la ley que hacemos, y nos señalan el camino equivocado, de confiar no en las ricas y benditas promesas de la gracia, que se nos ofrecen por el Mediador Cristo, sino en nuestras miserables obras.

Por lo tanto, esta conclusión permanece firme como un muro, sí, como una roca: que aunque hayamos comenzado a cumplir la ley, sin embargo, no por causa de tales obras, sino por causa de Cristo mediante la fe, somos agradables a Dios y tenemos paz con Dios, y Dios no nos debe la vida eterna por esas obras, sino que así como el perdón de los pecados y la justicia nos son imputados por causa de Cristo, no por causa de nuestras obras o de la ley, así también la vida eterna nos es ofrecida no por causa de nuestras obras ni por causa de la ley, sino por causa de Cristo, junto con la justicia, como dice Cristo en Juan 6:40: “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna”; ítem v. 47: “El que cree en mí (en el Hijo), tiene vida eterna.”

Ahora bien, aquí hay que preguntar a los adversarios qué consejo dan a las pobres conciencias en la hora de la muerte; ¿si consuelan a las conciencias diciéndoles que les irá bien, serán salvas, tendrán un Dios misericordioso por causa de su propio mérito o por la gracia y misericordia de Dios por causa de Cristo? Porque San Pedro, San Pablo y santos semejantes no pueden jactarse de que Dios les deba la vida eterna por su martirio, tampoco confiaron en sus obras, sino en la misericordia prometida en Cristo.

Y tampoco sería posible que un santo, por grande y elevado que sea, pudiera permanecer o subsistir contra la acusación de la ley divina, contra el gran poder del diablo, contra los terrores de la muerte y finalmente contra la desesperación y la angustia del infierno, si no se aferrara a la promesa divina, al Evangelio, como a un árbol o una rama en el gran diluvio, en la corriente fuerte y poderosa, entre las olas y las ondas de la angustia de la muerte, si no se aferrara por la fe a la Palabra que proclama la gracia, y así, sin todas las obras, sin la ley, por pura gracia, obtuviera la vida eterna. Porque esta doctrina sola sostiene las conciencias cristianas en las tentaciones y angustias de muerte, de las cuales los adversarios no saben nada y hablan de ellas como el ciego de los colores.

Aquí dirán ellos: Si hemos de ser salvos por pura misericordia, ¿cuál es entonces la diferencia entre los que se salvan y los que no se salvan? Si ningún mérito vale, entonces no hay diferencia entre malos y buenos y se sigue que se salvan juntos. Este argumento movió a los escolásticos a inventar el meritum condigni; porque debe haber una diferencia entre los que se salvan y los que se condenan.

Pero en primer lugar decimos que la vida eterna pertenece a aquellos a quienes Dios considera justos, y cuando son considerados justos, se han convertido así en hijos de Dios y coherederos de Cristo, como dice Pablo a los Romanos 8:30: “y a los que justificó, a éstos también glorificó.” Por lo tanto, nadie se salva sino solo los que creen en el Evangelio. Pero así como nuestra reconciliación con Dios sería incierta si tuviera que basarse en nuestras obras y no en la promesa misericordiosa de Dios, que no puede fallar, así también sería incierto todo lo que esperamos por la esperanza si tuviera que construirse sobre nuestro mérito y obras. Porque la ley de Dios acusa a la conciencia sin cesar, y no sentimos en el corazón nada más que esta voz desde la nube y la llama de fuego, Deuteronomio 5:6ss: “Yo soy Jehová tu Dios; esto harás, esto debes, esto quiero”, etc. Y ninguna conciencia puede tener reposo un instante si la ley y Moisés presionan en el corazón, antes de que se aferre a Cristo por la fe. Tampoco puede esperar correctamente la vida eterna, a menos que primero haya llegado al reposo. Porque una conciencia que duda, huye de Dios y desespera, y no puede esperar. Ahora bien, la esperanza de la vida eterna debe ser cierta. Para que no vacile, sino que sea cierta, debemos creer que tenemos la vida eterna no por nuestras obras o méritos, sino por pura gracia, mediante la fe en Cristo.

En los asuntos mundanos y en los tribunales seculares, gracia y derecho son dos cosas diferentes. El derecho es cierto por las leyes y el juicio, la gracia es incierta. Aquí ante Dios es algo diferente; porque la gracia y la misericordia están prometidas por una palabra cierta, y el Evangelio es la palabra que nos ordena creer que Dios nos es propicio y quiere salvarnos por causa de Cristo, como dice el texto, Juan 3:17: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado.”

Así que, siempre que se habla de misericordia, debe entenderse así: que se exige fe, y esa misma fe es la que hace la diferencia entre los que se salvan y los que se condenan, entre dignos e indignos. Porque la vida eterna no está prometida a nadie sino a los reconciliados en Cristo. Pero la fe reconcilia y nos hace justos ante Dios, cuando y en cualquier momento que nos aferramos a la promesa por la fe. Y durante toda la vida debemos pedir a Dios y esforzarnos por obtener la fe y crecer en la fe. Porque, como se dijo arriba, la fe existe donde hay arrepentimiento, y no está en aquellos que andan según la carne. Esa misma fe también debe crecer y aumentar a través de diversas tentaciones durante toda la vida. Y quienes obtienen la fe, renacen, de modo que también llevan una vida nueva y hacen buenas obras.

Así como decimos que el verdadero arrepentimiento debe durar toda la vida, así también decimos que las buenas obras y los frutos de la fe deben realizarse durante toda la vida; aunque nuestras obras nunca lleguen a ser tan valiosas como para ser iguales al tesoro de Cristo o merecer la vida eterna. Como también dice Cristo en Lucas 17:10: “Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos”. Y San Bernardo dice correctamente: “Es necesario, y debes creer primero, que no puedes tener el perdón de los pecados sino solo por la gracia de Dios, y después, que tampoco puedes tener y hacer ninguna buena obra después, si eso mismo no te es dado también sin mérito.” Y poco después: “Nadie se engañe a sí mismo; porque si quisieras considerar correctamente el asunto, sin duda encontrarías que ni con diez mil puedes salir al encuentro del que viene contra ti con veinte mil” etc. Estos son ciertamente dichos fuertes de San Bernardo; bien podrían creerle a él, si no quisieran creernos a nosotros. [Las palabras originales de Bernardo, también incluidas en la edición octava de la Apología de 1531, son: “Necesse est primo credere, quod remissionem peccatorum habere non possis nisi per indulgentiam Dei. Deinde, quod nihil prorsus habere queas operis boni, nisi et hoc dederit ipse. Postremo, quod aeternam vitam nullis possis operibus promereri, nisi gratis detur et illa. Nemo itaque se seducat, quia, si bene cogitare voluerit, inveniet procul dubio, quod nec cum decem millibus possit occurrere ei, qui cum viginti millibus venit ad se.”]

Por lo tanto, para que los corazones puedan tener un consuelo y una esperanza correctos y seguros, los dirigimos, como hace Pablo, a la promesa divina de la gracia en Cristo y enseñamos que se debe creer que Dios nos da la vida eterna no por nuestras obras, no por el cumplimiento de la ley, sino por causa de Cristo; como dice el apóstol Juan en su epístola, 1 Juan 5:12: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.”

213] Aquí los adversarios han demostrado admirablemente su gran arte y han tergiversado el dicho de Cristo [Lucas 17:10]: “cuando hayáis hecho todo..., decid: Siervos inútiles somos.” Lo aplican de las obras a la fe, diciendo más bien: si creemos todo, somos siervos inútiles. 214] Estos son ciertamente sofistas vergonzosos, que tergiversan de tal manera la consoladora doctrina de la fe. Decid, burros, si alguien yace moribundo y siente que no tiene obra alguna que sea suficiente ante el juicio de Dios, y no puede confiar en ninguna obra, ¿qué le aconsejaríais? ¿Le diríais también: aunque creas, eres sin embargo un siervo inútil, y de nada te sirve? Ahí la pobre conciencia debe caer en desesperación, si no sabe que el Evangelio exige la fe precisamente porque somos siervos incapaces y no tenemos mérito. Por eso hay que guardarse de los sofistas que tergiversan tan blasfemamente las palabras de Cristo. 218] Porque no se sigue: Las obras no ayudan, por lo tanto la fe tampoco ayuda. Debemos dar a los burros groseros un ejemplo grosero. No se sigue: El centavo no ayuda, por lo tanto el florín tampoco ayuda. Así, como el florín es mucho más alto y fuerte que el centavo, debe entenderse que la fe es mucho más alta y fuerte que las obras. No que la fe ayude por causa de su dignidad, sino porque confía en la promesa y la misericordia de Dios. La fe es fuerte, no por causa de su dignidad, sino por causa de la promesa divina. Y por eso no prohíbe la confianza en la promesa de Dios. Sí, exige esa misma confianza en la promesa de Dios precisamente porque somos siervos incapaces y las obras no pueden ayudar. Por consiguiente, los malvados aplican incorrectamente las palabras de Cristo de la confianza en la propia dignidad a la confianza en la promesa divina. Con esto su sofistería queda claramente refutada y disuelta. ¡Que el Señor Cristo avergüence pronto a los sofistas que desgarran así su santa Palabra! Amén.

235] Pero los adversarios quieren probar que merecemos la vida eterna con obras de condigno (por mérito de estricta justicia), por el hecho de que la vida eterna se llama una recompensa (Lohn). Queremos responder a esto breve y correctamente. Pablo llama a la vida eterna un don y un regalo [Romanos 6:23]; porque cuando somos justificados por la fe, nos convertimos en hijos de Dios y coherederos de Cristo [Romanos 8:17]. Pero en otro lugar está escrito [Mateo 5:12]: “vuestro galardón es grande en los cielos.” 236] Si ahora a los adversarios les parece que esto es contradictorio, que lo arreglen ellos. Hacen como acostumbran: omiten la palabra donum (don) y omiten en todas partes el punto principal, cómo somos justificados ante Dios; ítem, que Cristo sigue siendo siempre el Mediador, y luego extraen la palabra merces o: “recompensa” (Lohn) y la interpretan a su antojo de la peor manera, no solo contra la Escritura, sino también contra el uso común del habla, y concluyen así: Ahí dice en la Escritura: “Vuestro galardón” etc.; por lo tanto, nuestras obras son tan dignas que merecemos la vida eterna por ellas. 237] Esa es una dialéctica completamente nueva, donde encontramos la única palabra: “recompensa”; por lo tanto, nuestras obras cumplen perfectamente la ley, por lo tanto, somos agradables a Dios por nuestras obras, no necesitamos gracia ni Mediador Cristo. Nuestras buenas obras son el tesoro por el cual se compra y obtiene la vida eterna. Por lo tanto, podemos guardar el primer y más alto mandamiento de Dios y toda la ley por nuestras buenas obras. Además, también podemos hacer opera supererogationis, es decir, obras sobrantes y más de lo que la ley exige. 240] Por lo tanto, los monjes, como hacen más de lo que deben, tienen mérito sobrante, superfluo, que pueden regalar a otros o comunicar por dinero, y pueden instituir un nuevo sacramento de este regalo, como nuevos dioses, para testificar que han vendido y comunicado sus méritos a aquellos; como hicieron descaradamente los monjes franciscanos y otras órdenes, que vistieron con hábitos de la orden a los cuerpos muertos. Estos son argumentos finos y fuertes, que todos pueden hilar a partir de la única sílaba “recompensa”, para oscurecer a Cristo y la fe.

241] Nosotros, sin embargo, no disputamos por la palabra: “recompensa”, sino por estos asuntos grandes, elevados y sumamente importantes, a saber, dónde deben buscar los corazones cristianos un consuelo correcto y seguro; ítem, si nuestras obras pueden llevar las conciencias al reposo o a la paz; ítem, si debemos sostener que nuestras obras son dignas de la vida eterna, o si se da por causa de Cristo. Estas son las preguntas correctas en estos asuntos; si las conciencias no están correctamente instruidas al respecto, no pueden tener consuelo seguro. Pero nosotros hemos dicho con suficiente claridad que las buenas obras no cumplen la ley, que necesitamos la misericordia de Dios, y que nos volvemos agradables a Dios por la fe, y que las buenas obras, por preciosas que sean, aunque fueran las propias obras de San Pablo, no pueden tranquilizar ninguna conciencia. De todo esto se sigue que debemos creer que obtenemos la vida eterna por Cristo, por gracia, no por causa de las obras o de la ley. ¿Qué decimos entonces de la recompensa (Lohn), que menciona la Escritura? En primer lugar, si dijéramos que la vida eterna se llama recompensa porque pertenece a los creyentes de Cristo por la promesa divina, habríamos dicho correctamente. Pero la Escritura llama a la vida eterna una recompensa, no porque Dios esté obligado a dar la vida eterna por las obras, sino porque, aunque la vida eterna se da por otras causas, sin embargo, con ella se recompensan nuestras obras y tribulaciones, aunque el tesoro es tan grande que Dios no nos lo debería por las obras. Así como la herencia o todos los bienes de un padre se dan al hijo y son una rica compensación y recompensa por su obediencia; pero, sin embargo, no recibe la herencia por su mérito, sino porque el padre se la concede como padre, etc. Por lo tanto, es suficiente que la vida eterna se llame recompensa porque con ella se recompensan las tribulaciones que sufrimos y las obras de amor que hacemos, aunque no se merezca con ellas. Porque hay dos tipos de recompensa: una que se debe, la otra que no se debe. Como cuando el emperador da un principado a un siervo, con eso se recompensa el trabajo del siervo, y sin embargo el trabajo no es digno del principado, sino que el siervo confiesa que es un feudo de gracia. Así también Dios no nos debe la vida eterna por las obras; pero, sin embargo, cuando la da por causa de Cristo a los creyentes, con ello se recompensan nuestro sufrimiento y nuestras obras. Además, decimos que las buenas obras son verdaderamente meritorias. No que deban merecernos el perdón de los pecados o justificarnos ante Dios. Porque no agradan a Dios a menos que sean hechas por aquellos a quienes ya se les han perdonado los pecados. Tampoco son dignas de la vida eterna, sino que son meritorias para otros dones, que se dan en esta vida y después de esta vida. Porque Dios pospone muchos dones hasta la vida venidera, donde después de esta vida Dios honrará a los santos. Porque aquí en esta vida quiere crucificar y matar al viejo Adán con toda clase de tentaciones y tribulaciones. Y a esto pertenece el dicho de Pablo [1 Corintios 3:8]: “cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor.” Porque los bienaventurados tendrán recompensa, uno más alta que otro. Tal diferencia la hace el mérito, según agrada ahora a Dios, y es mérito porque aquellos hacen tales buenas obras, a quienes Dios ha adoptado como hijos y herederos. Así tienen mérito propio y particular, como un hijo frente a otro.

249] Los adversarios también citan otros dichos para probar que las obras merecen la vida eterna. Como estos: Pablo dice [Romanos 2:6]: “el cual pagará a cada uno conforme a sus obras.” Ítem Juan 5:29: “los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida.” Ítem Mateo 25 [v. 35]: “porque tuve hambre, y me disteis de comer.” 250] Respuesta: Todos estos dichos que alaban las obras debemos entenderlos según la regla que establecí arriba, a saber, que las obras fuera de Cristo no agradan a Dios, y que de ninguna manera se debe excluir al Mediador Cristo. Por lo tanto, cuando el texto dice que la vida eterna se da a aquellos “que hicieron lo bueno”, indica que se da a aquellos que por la fe en Cristo han sido justificados previamente. Porque a Dios no le agradan ningunas buenas obras, a menos que esté presente la fe, por la cual creen que son agradables a Dios por causa de Cristo; y aquellos que así han sido justificados por la fe, ciertamente producen buenas obras y buenos frutos; como dice el texto: “tuve hambre, y me disteis de comer” etc. Aquí ciertamente hay que confesar que Cristo no entiende solo la obra, sino que quiere el corazón que tiene una opinión correcta de Dios y cree que agrada a Dios por misericordia. Así enseña Cristo que la vida eterna se da a los justos, como dice Cristo en Mateo 25:46: “Y irán éstos… y los justos a la vida eterna”, y sin embargo menciona arriba los frutos, para que aprendamos que la justicia y la fe no son una hipocresía, sino una vida nueva a la que deben seguir buenas obras.

No buscamos aquí una sutileza innecesaria, sino que hay una gran razón por la cual se debe tener una instrucción segura en estas cuestiones. Porque tan pronto como se concede a los adversarios que las obras merecen la vida eterna, pronto hilan de ello esta doctrina inepta: que somos capaces de guardar la ley de Dios, que no necesitamos misericordia, que somos justos ante Dios, es decir, agradables a Dios, por nuestras obras, no por causa de Cristo, que también podemos hacer opera supererogationis y más de lo que la ley requiere. Así, toda la doctrina de la fe queda completamente suprimida. Pero si ha de haber y permanecer una Iglesia cristiana, ciertamente debe conservarse la doctrina pura de Cristo, de la justicia de la fe. Por lo tanto, debemos combatir tales grandes errores farisaicos, para rescatar el nombre de Cristo y el honor del Evangelio y de Cristo, y conservar para los corazones cristianos un consuelo correcto, constante y seguro. Porque, ¿cómo es posible que un corazón o conciencia pueda llegar al reposo o esperar la salvación, cuando en las tentaciones y angustias de muerte, ante el juicio y los ojos de Dios, nuestras obras se convierten en polvo, si no se asegura por la fe de que somos salvos por gracia, por causa de Cristo, no por nuestras obras, por nuestro cumplimiento de la ley? Y ciertamente San Lorenzo, cuando yacía en la parrilla y era martirizado por causa de Cristo, no pensaba que esa obra suya cumpliera perfecta y puramente la ley de Dios, que estuviera sin pecado, que no necesitara del Mediador Cristo o de la gracia. Ciertamente se atuvo a la palabra del profeta David, Salmo 143:2: “Y no entres en juicio, Señor, con tu siervo” etc. San Bernardo tampoco se jactó de que sus obras fueran dignas de la vida eterna, cuando dice: “Perdite vixi”, he vivido perdidamente, etc. Sin embargo, se levanta de nuevo con confianza, se aferra a la promesa de la gracia y cree que tiene perdón de los pecados y la vida eterna por causa de Cristo, como dice el Salmo 32:1: “Bienaventurado aquel cuyas transgresiones son perdonadas”, y Pablo a los Romanos 4:6: “Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras.” Así pues, Pablo dice que es bienaventurado aquel a quien se le imputa la justicia por la fe en Cristo, aunque no haya hecho ninguna buena obra. Este es el consuelo correcto y constante, que subsiste en las tentaciones, con el cual los corazones y conciencias pueden ser fortalecidos y consolados, a saber, que por causa de Cristo, mediante la fe, se nos da el perdón de los pecados, la justicia y la vida eterna. Cuando ahora los dichos que hablan de obras se entienden de tal manera que incluyen la fe, no están en absoluto en contra de esta doctrina. Y siempre se debe incluir la fe, para no excluir al Mediador Cristo. Pero a la fe sigue el cumplimiento de la ley; porque el Espíritu Santo está presente, Él crea una vida nueva. Esto sea suficiente sobre este artículo.