SEGUNDA PARTE
Hemos oído hasta ahora sólo la primera parte de la doctrina cristiana y ya vimos todo lo que Dios quiere que hagamos y dejemos. Sigue ahora, como debe ser, el Credo, que nos presenta todo lo que debemos esperar y recibir de Dios y, para decirlo brevemente, para que aprendamos a conocerlo enteramente. Dicho conocimiento nos ha de servir para poder hacer las mismas cosas que los mandamientos nos ordenan. Porque, como indicamos, los mandamientos son tan excelsos que el poder de todos los hombres resulta demasiado insignificante para cumplirlos. De aquí la imprescindible necesidad de aprender esta segunda parte de la doctrina cristiana tan bien como la primera, para saber cómo se llega a dicho cumplimiento y de dónde y por qué medios se recibe tal fuerza. Si pudiéramos cumplir los mandamientos por nuestras propias fuerzas, tal como hay que cumplirlos, de nada más necesitaríamos, ni del Credo, ni del Padrenuestro.
Antes de pasar a exponer la necesidad y beneficios tales del Credo, bastará en primer término que la gente sencilla aprenda a captar y comprender el Credo por lo que él mismo explica. En primer lugar hasta ahora se ha dividido el Credo en doce artículos. Sin embargo, si se debiese tomar uno a uno todos los puntos contenidos en la Escritura y que pertenecen al Credo, resultarían mucho más artículos y no todos podrían ser expresados claramente con tan pocas palabras. Pero a fin de que se pueda captar estas cosas de la manera más fácil y simple, cómo hay que enseñar a los niños, compendiaremos brevemente todo el Credo en tres artículos principales, las tres personas de la divinidad, a las cuales está dirigido todo cuanto creemos. De este modo, el primer artículo, referente a Dios Padre, explica la creación. El segundo artículo, referente al Hijo, explica la redención. Y el tercer artículo, referente al Espíritu Santo, explica la santificación. Es como si el Credo estuviese compendiado con suma brevedad en las siguientes palabras: "Creo en Dios Padre que me ha creado; creo en Dios Hijo que me ha redimido; creo en el Espíritu Santo que me santifica. Un Dios y un Credo, pero tres personas y, por lo tanto, tres artículos y tres confesiones. Tratemos brevemente estas palabras.
EL PRIMER ARTÍCULO
"Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra".
Con estas palabras quedan descriptos y expuestos lo que son el ser y la voluntad, la acción y la obra de Dios el Padre. Al indicar los Diez Mandamientos que únicamente se tendrá un solo Dios, cabría preguntar: ¿Y qué Dios es ése? ¿Qué hace? ¿Cómo puede ensalzársele, o de qué modo hemos de representárnoslo o describirlo, a fin de que pueda conocérselo? Esto es precisamente lo que nos enseñan éste y los demás artículos. Por lo tanto, el Credo no es más que una contestación y confesión del cristiano, basadas ambas en el primer mandamiento. Sería igual que si interrogásemos a un pequeñuelo: "Querido, ¿qué clase de Dios tienes? ¿Qué sabes tú de él?", y él pudiera decir: "Mi Dios es ante todo, el Padre, el que ha creado los cielos y la tierra. Y fuera de este único Dios, yo no considero nada como Dios, porque nadie, más que él podría crear los cielos y la tierra."
Para los doctos, sin embargo, y para los que tienen cierta instrucción, se pueden tratar en detalle estos artículos, dividiéndolos en tantas partes como palabras contienen. Empero, ahora, tratándose de alumnos jóvenes, bastará que indiquemos lo imprescindible, esto es, como se ha dicho, que este artículo atañe a la creación, basándonos en las palabras: "...Creador de los cielos y de la tierra". ¿Qué significa ahora o qué quieres decir con estas palabras: "Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador, etc....?" Respuesta: Digo y creo que soy criatura de Dios. Esto es, que Dios me ha donado y me conserva sin cesar mi cuerpo y alma y vida, mis miembros grandes y pequeños, todos mis sentidos, mi razón, mi inteligencia, etc., la comida y la bebida, vestidos y alimentos, mujer e hijos, servidumbre, hogar, hacienda, etc. Añádase a esto que Dios pone todo lo creado para servir al provecho y las necesidades de nuestra vida: el sol, la luna y las estrellas en el cielo, el día y la noche, el aire, el fuego y el agua, la tierra y todo cuanto ella lleva y puede producir: las aves, los peces, toda clase de animales, los cereales y toda clase de plantas y también los que son más bien haberes corporales y temporales, un buen gobierno, paz y seguridad. De tal manera se aprende, pues, por este artículo que ninguno de nosotros es capaz de poseer o conservar por sí mismo su vida y todo lo que acabamos de enumerar, y que podríamos seguir enumerando, aunque fuera lo más insignificante; porque todo está comprendido en la palabra CREADOR.
Confesamos, además, que no sólo nos ha concedido el Dios Padre todo lo que poseemos y tenemos ante la vista, sino que asimismo nos guarda y protege a diario de todo mal y desgracia —apartando de nosotros todo género de peligros y accidentes— y todo esto por puro amor y bondad y sin que nos lo merezcamos; como un padre amante que se preocupa de que ningún daño nos ocurra. Pero, decir más, forma parte de las otras dos partes del artículo donde se dice: "Padre Todopoderoso..."
Se deduce de lo dicho como conclusión que, al otorgarnos, conservarnos y protegernos Dios diariamente todo cuanto tenemos, amén de lo que en los cielos y la tierra existe, estaremos obligados a amarlo siempre, a alabarle y a agradecerle y, en fin, a servirle enteramente según él lo exige y ordena en los Diez Mandamientos. Habría mucho que decir, si se tuviera que exponer esto en detalle, cuan pocos son los que creen en este artículo. Porque todos pasamos por encima de él; lo oímos y lo recitamos, pero ni vemos, ni reflexionamos sobre lo que estas palabras nos enseñan. Porque, si lo creyésemos de corazón, obraríamos conforme a ello y no andaríamos orgullosos, tercos y engreídos, como si la vida, la riqueza, el poder y el honor, etc., procedieran de nosotros mismos. Hacemos, al fin como si hubiera de temérsenos y servírsenos; que así lo exige este mundo perdido y trastornado, que está sumido en su ceguedad, un mundo que abusa de todos los bienes y dones de Dios únicamente para su altanería, para su codicia, para su deleite y bienestar, sin parar mientes siquiera en Dios para agradecerle o reconocerle como Señor y Creador. De aquí que este artículo debiera humillarnos y horrorizarnos si lo creyéramos. Porque pecamos a diario con los ojos y los oídos, con las manos y con el cuerpo, con el alma, con el dinero y los bienes y, con todo cuanto tenemos. Así hacen especialmente quienes, además, luchan contra la palabra de Dios. La ventaja que los cristianos tienen sobre los demás hombres es que pueden reconocerse culpables y que, así, se sienten impulsados a servir y obedecer a Dios.
Por la misma razón será preciso que nos ejercitemos diariamente en la práctica de este artículo. Lo grabaremos en nuestra mente y lo recordaremos en todo cuanto se presente a nuestros ojos, así también como en las bondades que experimentemos. Y si nos viésemos librados de angustias y peligros, siendo Dios quien da y hace todas estas cosas por nosotros debemos ver y sentir su paternal corazón y su amor superabundante frente a nosotros. Esto calentaría y encendería nuestro corazón con el deseo de ser agradecidos y de usar todos estos bienes para honor y alabanza de Dios. Éste sería, brevemente expuesto, el sentido del primer artículo, tal como es necesario que lo aprendan primeramente las almas sencillas: lo que recibimos y tenemos de Dios y también a lo que estamos obligados por ello. Tal conocimiento es grande y excelente pero, además, un tesoro mayor aún. Porque ahí vemos cómo se nos ha entregado el Padre juntamente con todas las cosas creadas y cómo nos provee en suma abundancia en esta vida, amén también de colmarnos de bienes inefables y eternos por medio de su Hijo y del Espíritu Santo, como en seguida veremos.