Breve Exortación a la Confesión
1] En cuanto a la confesión, siempre hemos enseñado que debe ser voluntaria y purgada de la tiranía del Papa. Hemos sido liberados de su coacción y de la carga intolerable que impuso a la Iglesia cristiana. Hasta ahora, como todos sabemos por experiencia, no ha habido ley tan opresiva como la que obligaba a todos a confesarse bajo pena del pecado mortal más grave.
2] Además, agobiaba y torturaba tanto las conciencias con la enumeración de toda clase de pecados, que nadie era capaz de confesarse con suficiente pureza.
3] Lo peor de todo es que nadie enseñó ni comprendió lo que es la confesión y lo útil y reconfortante que es. Por el contrario, se convirtió en pura angustia y en una tortura infernal, ya que la gente tenía que confesarse aunque no hubiera nada más odioso para ellos.
4] Estas tres cosas han sido ahora eliminadas y convertidas en voluntarias, de modo que podemos confesarnos sin coacción ni miedo, y estamos liberados de la tortura de enumerar todos los pecados en detalle. Además, tenemos la ventaja de saber utilizar provechosamente la confesión para consuelo y fortalecimiento de nuestra conciencia.
5] Todo el mundo lo sabe. Por desgracia, los hombres lo han aprendido demasiado bien; hacen lo que les place y se aprovechan de su libertad, actuando como si nunca más necesitaran o desearan confesarse. Entendemos rápidamente todo lo que nos beneficia, y captamos con una facilidad poco común todo lo que en el Evangelio es suave y amable. Pero tales cerdos, como he dicho, son indignos de aparecer en presencia del Evangelio o de participar en él. Deberían permanecer bajo el papa y someterse a ser empujados y atormentados a confesar, ayunar, etc., más que nunca. Porque quien no crea en el Evangelio, no viva de acuerdo con él y no haga lo que un cristiano debe hacer, no disfrutará de ninguno de sus beneficios.
6] ¿Qué pasaría si desearan disfrutar de los beneficios del Evangelio pero no hicieran nada al respecto y no pagaran nada por ello? A tales personas no les proporcionaremos ninguna predicación, ni tendrán nuestro permiso para compartir y disfrutar de parte alguna de nuestra libertad, sino que dejaremos que el Papa o sus semejantes las sometan y coaccionen como el tirano que es. La chusma que no obedece al Evangelio merece justamente un carcelero como el diablo y verdugo de Dios.
7] A otros que la oyen con gusto, sin embargo, debemos predicarles, exhortándoles, animándoles y persuadiéndoles para que no pierdan este precioso y consolador tesoro que ofrece el Evangelio. Por eso debemos decir algo sobre la confesión para instruir y amonestar a la gente sencilla.
8] Para empezar, he dicho que, además de la confesión que estamos tratando aquí, hay otras dos clases, que tienen aún más derecho a ser llamadas la confesión común de los cristianos. Me refiero a la práctica de confesarse sólo con Dios o sólo con el prójimo, pidiendo perdón. Estas dos clases se expresan en el Padrenuestro cuando decimos: "Perdona nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores", etc.
9] En efecto, todo el Padrenuestro no es otra cosa que una confesión de este tipo. Porque, ¿qué es nuestra oración sino una confesión de que no tenemos ni hacemos lo que debemos y una súplica de gracia y de una conciencia feliz? Este tipo de confesión debería y debe tener lugar incesantemente mientras vivamos. Porque ésta es la esencia de una vida auténticamente cristiana: reconocerse pecador y pedir la gracia.
10] Del mismo modo, la segunda confesión, que cada cristiano hace hacia su prójimo, está incluida en la oración del Señor. Debemos confesar nuestras culpas unos ante otros y perdonarnos mutuamente antes de acudir a la presencia de Dios para implorar su perdón. Ahora bien, todos somos deudores unos de otros, por lo que debemos y podemos confesarnos públicamente en presencia de todos, sin que nadie tenga miedo de los demás.
11] Porque es verdad, como dice el proverbio: "Si un hombre es recto, todos lo son"; nadie hace a Dios o a su prójimo lo que debe. Sin embargo, además de nuestra culpa universal existe también una particular, cuando una persona ha provocado a otro a la ira y necesita pedirle perdón.
12] Así, tenemos en el Padrenuestro una doble absolución: nuestras deudas tanto con Dios como con el prójimo son perdonadas cuando perdonamos a nuestro prójimo y nos reconciliamos con él.
13] Además de esta confesión pública, diaria y necesaria, existe también la confesión secreta que tiene lugar en privado ante un solo hermano. Cuando algún problema o disputa nos enfrenta y no podemos resolverlo, y sin embargo no nos encontramos suficientemente fuertes en la fe, podemos en cualquier momento y cuantas veces queramos presentar nuestra queja ante un hermano, buscando su consejo, consuelo y fortaleza.
14] Este tipo de confesión no está incluido en el mandamiento como los otros dos, sino que se deja al uso de cada uno cuando lo necesite. Así, por ordenanza divina, Cristo mismo ha confiado la absolución a su Iglesia cristiana y nos ha mandado absolvernos mutuamente de los pecados. De modo que si hay un corazón que siente su pecado y desea consuelo, tiene aquí un refugio seguro al oír en la Palabra de Dios que por medio de un hombre Dios lo libera y absuelve de sus pecados.
15] Observen, pues, como he dicho a menudo, que la confesión consta de dos partes. La primera es obra y acto mío, cuando lamento mi pecado y deseo consuelo y restauración para mi alma. La segunda es una obra que Dios hace, cuando me absuelve de mis pecados por medio de una palabra puesta en la boca de un hombre. Esta es la cosa sobremanera grandiosa y noble que hace que la confesión sea tan maravillosa y consoladora.
16] En el pasado poníamos todo el énfasis sólo en nuestra obra, y sólo nos preocupaba si nos habíamos confesado con pureza suficiente. No nos fijábamos ni predicábamos la muy necesaria segunda parte; era como si nuestra confesión fuera simplemente una buena obra con la que podíamos satisfacer a Dios. Cuando la confesión no era perfecta y detallada, se nos decía que la absolución no era válida y que el pecado no estaba perdonado.
17] De este modo se llevó al pueblo hasta el punto de que todos desesperaban inevitablemente de confesarse tan puramente (lo cual era imposible), y nadie podía sentir su conciencia en paz ni tener confianza en su absolución. De este modo, la preciosa confesión no sólo se nos hizo inútil, sino que se convirtió en gravosa y amarga, con manifiesto daño y destrucción de las almas.
18] Por lo tanto, debemos tener cuidado de mantener las dos partes claramente separadas. Debemos dar poco valor a nuestro trabajo, pero exaltar y magnificar la Palabra de Dios. No debemos actuar como si quisiéramos realizar una obra magnífica para presentársela, sino simplemente para aceptar y recibir algo de él. No te atrevas a venir y decir lo bueno o lo malo que eres.
19] Si eres cristiano, de todos modos lo sé bastante bien; si no lo eres, lo sé todavía mejor. Pero lo que debes hacer es lamentar tu necesidad y dejarte ayudar para que alcances un corazón y una conciencia felices.
20] Además, nadie se atreva a oprimirle con exigencias. Más bien, quienquiera que sea cristiano, o quiera serlo, tiene aquí el fiel consejo de ir y obtener este precioso tesoro. Si no eres cristiano, y no deseas tal consuelo, te dejaremos al poder de otro.
21] De este modo abolimos la tiranía, los mandamientos y la coerción del Papa, ya que no tenemos necesidad de ellos. Pues nuestra enseñanza, como he dicho, es ésta: Si alguien no se confiesa de buena gana y por el bien de la absolución, que se olvide de ello. Sí, y si alguien va por ahí confiando en la pureza de su confesión, que simplemente se aleje de ella.
22] Os exhortamos, sin embargo, a confesaros y expresar vuestras necesidades, no con el fin de realizar una obra, sino para escuchar lo que Dios desea deciros. La Palabra o absolución, digo, es en lo que debéis concentraros, magnificándola y atesorándola como un gran y maravilloso tesoro que hay que aceptar con toda alabanza y gratitud.
23] Si todo esto se explicara claramente, y entretanto se indicaran con claridad las necesidades que deben movernos e inducirnos a la confesión, no habría necesidad de coacción ni de fuerza. La propia conciencia del hombre le impulsaría y le pondría tan ansioso que se alegraría y actuaría como un pobre mendigo miserable que se entera de que se va a repartir un rico regalo, de dinero o de ropa, en un lugar determinado; no necesitaría que ningún alguacil le condujera y le golpeara, sino que correría hacia allí lo más deprisa que pudiera para no perderse el regalo.
24] Supongamos, ahora, que la invitación se transformara en una orden para que todos los mendigos acudieran corriendo al lugar, sin que se diera ninguna razón ni se mencionara lo que debían buscar o recibir. ¿De qué otra manera iría el mendigo sino con repugnancia, sin esperar recibir nada sino simplemente dejando que todos vean lo pobre y miserable que es? De esto no saldría mucha alegría ni consuelo, sino sólo una mayor hostilidad al mandamiento.
25] Del mismo modo, los predicadores del Papa han guardado silencio en el pasado acerca de esta maravillosa y rica limosna y de este tesoro indescriptible; simplemente han hecho que los hombres se juntaran en hordas sólo para mostrar lo impuros e inmundos que eran. ¿Quién podría así confesarse de buen grado?
26] Nosotros, por el contrario, no decimos que los hombres se fijen en lo llenos de inmundicia que estáis, haciendo de vosotros un espejo para contemplarse. Más bien aconsejamos: Si eres pobre y miserable, entonces ve y haz uso de la medicina curativa.
27] El que siente su miseria y necesidad desarrollará tal deseo de confesión que correrá hacia ella con alegría. Pero a los que la ignoran y no vienen por su propia voluntad, los dejamos seguir su camino. Sin embargo, deben saber que no los consideramos cristianos.
28] Así enseñamos lo maravillosa, preciosa y consoladora que es la confesión, y exhortamos a que no se desprecie tan preciosa bendición, especialmente cuando consideramos nuestra gran necesidad. Si eres cristiano, no necesitas mi compulsión ni el mandato del Papa en ningún momento, sino que tú mismo te obligarás y me suplicarás el privilegio de participar en ella.
29] Sin embargo, si lo desprecias y orgullosamente te mantienes alejado de la confesión, entonces debemos llegar a la conclusión de que no eres cristiano y que no debes recibir el sacramento. Porque desprecias lo que ningún cristiano debe despreciar, y con ello demuestras que no puedes tener perdón de los pecados. Y esta es una señal segura de que también desprecias el Evangelio.
30] En resumen, no aprobamos la coacción. Sin embargo, si alguien se niega a escuchar y prestar atención a la advertencia de nuestra predicación, no tendremos nada que ver con él, ni podrá tener participación alguna en el Evangelio. Si es cristiano, debería estar contento de correr más de cien millas para confesarse, no bajo coacción, sino viniendo y obligándonos a ofrecerla.
31] Porque aquí la compulsión debe invertirse; nosotros debemos entrar en el mandato y vosotros en la libertad. No obligamos a nadie, sino que nos dejamos obligar, del mismo modo que estamos obligados a predicar y administrar el sacramento.
32] Por eso, cuando te exhorto a confesarte, simplemente te estoy exhortando a ser cristiano. Si te llevo a este punto, también te he llevado a la confesión. Los que realmente quieren ser buenos cristianos, libres de sus pecados y felices en su conciencia, ya tienen la verdadera hambre y sed. Arrebatan el pan igual que un ciervo cazado, ardiendo de calor y de sed,
33] Como dice el Salmo 42:1: "Como el ciervo anhela los arroyos que fluyen, así te anhela mi alma, oh Dios". Es decir, como el ciervo tiembla de ansia por un manantial fresco, así yo anhelo y tiemblo por la Palabra de Dios, la absolución, el sacramento, etc.
34] De este modo, como veis, se enseñaría rectamente la confesión, y se despertaría tal deseo y amor por ella, que la gente vendría corriendo tras nosotros para conseguirla, más de lo que quisiéramos. Dejaremos que los papistas se atormenten y torturen a sí mismos y a otras personas que ignoran semejante tesoro y se excluyen de él.
35] En cuanto a nosotros, sin embargo, levantemos nuestras manos en alabanza y agradecimiento a Dios por haber alcanzado este bendito conocimiento de la confesión.