Artículo IV (II). Cómo uno llega a ser piadoso y justo ante Dios.

1] En los artículos cuarto, quinto, sexto y luego en el vigésimo, los adversarios condenan nuestra confesión, en la que enseñamos que los creyentes obtienen el perdón de los pecados por medio de Cristo, sin mérito alguno, únicamente por la fe, y rechazan ambas cosas con mucha obstinación. Primero, que negamos que a los seres humanos se les perdonen los pecados por sus méritos. Segundo, que sostenemos, enseñamos y confesamos que nadie es reconciliado con Dios, nadie obtiene el perdón de los pecados, sino únicamente por la fe en Cristo.

2] Pero, dado que esta disputa es sobre el artículo más elevado y principal de toda la doctrina cristiana, de modo que mucho depende de este artículo, el cual sirve principalmente para una comprensión clara y correcta de toda la Sagrada Escritura y únicamente muestra el camino hacia el tesoro inefable y el verdadero conocimiento de Cristo, y también abre la única puerta a toda la Biblia, sin cuyo artículo ninguna conciencia pobre puede tener un consuelo verdadero, constante y seguro, ni reconocer las riquezas de la gracia de Cristo: por eso rogamos a Su Majestad Imperial que nos escuche benévolamente y según sea necesario sobre este asunto tan grande, serio y sumamente importante.

3] Pues, dado que los adversarios no entienden ni saben en absoluto qué se debe entender por estas palabras en la Escritura, qué es el perdón de los pecados, qué es la fe, qué es la gracia, qué es la justicia, han manchado lamentablemente este artículo noble, sumamente necesario y principal, sin el cual nadie conocería a Cristo, y han suprimido por completo el alto y precioso tesoro del conocimiento de Cristo, o qué es Cristo y su reino y gracia, y han robado lamentablemente a las conciencias pobres un tesoro tan noble, grande y un consuelo eterno, del cual todo depende.

4] Para que podamos fortalecer nuestra confesión y refutar lo que los adversarios han presentado, primero expondremos el fundamento y la causa de ambas doctrinas, para que cada parte sea más claramente comprendida.

5] Toda la Escritura, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, se divide en estas dos partes y enseña estas dos cosas, a saber, la Ley y las promesas divinas. Pues en algunos lugares nos presenta la Ley, en otros ofrece la gracia a través de las gloriosas promesas acerca de Cristo; como cuando en el Antiguo Testamento la Escritura promete al Cristo venidero y ofrece bendición eterna, bienaventuranza, salvación eterna, justicia y vida eterna a través de Él, o en el Nuevo Testamento, cuando Cristo, desde que vino a la tierra, promete en el Evangelio el perdón de los pecados, la justicia eterna y la vida eterna.

6] Aquí, en este lugar, llamamos Ley a los diez mandamientos de Dios, dondequiera que se lean en la Escritura. No hablaremos aquí de las ceremonias ni de las leyes judiciales.

7] De estas dos partes, los adversarios toman ahora la Ley. Pues, dado que la ley natural, que concuerda con la Ley de Moisés o [los] diez mandamientos, es innata y está escrita en el corazón de todos los hombres, y así la razón puede captar y entender hasta cierto punto los diez mandamientos, quiere imaginarse que tiene suficiente con la Ley, y que por la Ley se puede obtener el perdón de los pecados.

8] Pero los diez mandamientos no solo exigen una vida externamente honorable o buenas obras, que la razón es capaz de realizar hasta cierto punto, sino que exigen algo mucho más elevado, que está por encima de todas las fuerzas humanas, por encima de toda capacidad de la razón; a saber, la Ley quiere de nosotros que temamos y amemos a Dios con toda seriedad desde lo más profundo del corazón, que solo a Él invoquemos en todas las necesidades y que no pongamos ningún consuelo en ninguna otra cosa. Asimismo, la Ley quiere que no cedamos ni vacilemos, sino que concluyamos en el corazón con la mayor certeza que Dios está con nosotros, que escucha nuestra oración, y que nuestro gemido y súplica es un "Sí"; asimismo, que esperemos de Dios vida y todo consuelo en medio de la muerte, que nos entreguemos completamente a su voluntad en todas las tentaciones, que no huyamos de Él en la muerte y la tribulación, sino que le seamos obedientes, que soportemos y suframos gustosamente todo lo que nos suceda.

9] Aquí los escolásticos han seguido a los filósofos, y cuando quieren decir cómo uno se vuelve piadoso ante Dios, enseñan solo una justicia y piedad en la que una persona lleva una vida externamente honorable ante el mundo y hace buenas obras, y además inventan este sueño de que la razón humana, sin el Espíritu Santo, es capaz de amar a Dios sobre todas las cosas. Pues ciertamente es verdad que cuando un corazón humano está ocioso y no está en tentaciones (Anfechtungen), y mientras no siente la ira y el juicio de Dios, puede inventarse tal sueño, como si amara a Dios sobre todas las cosas e hiciera mucho bien, muchas obras por amor a Dios; pero es pura hipocresía. Y de esta manera, sin embargo, los adversarios han enseñado que los hombres merecen el perdón de los pecados si hacen todo lo que está en su poder, es decir, si la razón lamenta su pecado e inventa una voluntad de amar a Dios.

10] Y esta opinión y doctrina errónea, dado que la gente está naturalmente inclinada a pensar que sus méritos y obras podrían ser estimados ante Dios y merecer algo, ha causado e instituido innumerables cultos abusivos en la Iglesia, como son los votos monásticos, los abusos de la misa, ya que tales cosas son innumerables, siempre un culto inventado sobre otro a partir de este error.

11] Y para que tal confianza en nuestros méritos y obras se extendiera cada vez más, se han atrevido descaradamente a decir y concluir que Dios el Señor debe necesariamente dar gracia a aquellos que hacen tales buenas obras, no porque Él esté obligado, sino porque este es el orden que Dios no transgrede ni cambia.

12] Y en estos puntos, precisamente en esta doctrina, se contienen y ocultan muchos otros errores grandes, muy dañinos y terribles blasfemias contra Dios, que sería demasiado largo enumerar todos por nombre ahora. Solo esto, por amor de Dios, que todo lector cristiano considere: ¿Podemos volvernos piadosos y cristianos ante Dios mediante tales obras? Entonces me gustaría escuchar (y hagan todos su mejor esfuerzo para responder aquí), ¿qué diferencia habría entre la doctrina de los filósofos y la de Cristo? Si podemos obtener el perdón de los pecados mediante tales obras nuestras o actus elicitos [actos producidos por la voluntad], ¿de qué nos sirve entonces Cristo? Si podemos volvernos santos y piadosos ante Dios mediante la razón natural y nuestras propias buenas obras, ¿para qué necesitamos entonces la sangre y la muerte de Cristo, o nacer de nuevo por Él, como dice Pedro en 1 Pedro 1:18ss?

13] Y de este error peligroso (dado que se enseñaba públicamente en las escuelas y se promovía en los púlpitos), lamentablemente se ha llegado al punto de que incluso grandes teólogos en Lovaina, París, etc., no sabían de ninguna otra piedad o justicia cristiana (aunque todas las letras y sílabas en Pablo enseñan lo contrario) que la piedad que enseña la filosofía. Y así como debería parecernos extraño, y deberíamos reírnos de ellos con razón, ellos se ríen de nosotros, sí, se burlan del mismo Pablo.

14] Tan arraigado está este vergonzoso y horrible error. Yo mismo he oído a un gran predicador que no mencionaba a Cristo ni al Evangelio y predicaba la "Ética" de Aristóteles; ¿no es eso predicar de manera infantil y necia entre cristianos? Pero si la doctrina de los adversarios es verdadera, entonces la "Ética" es un libro de sermones valioso y una fina nueva Biblia.

15] Porque difícilmente alguien escribirá mejor sobre la vida externamente honorable que Aristóteles. Vemos que algunos eruditos muy doctos han escrito libros en los que indican cómo las palabras de Cristo y las sentencias de Sócrates y Zenón concuerdan finamente, como si Cristo hubiera venido para dar buenas leyes y mandamientos, mediante los cuales deberíamos merecer el perdón de los pecados, y no mucho más bien para proclamar la gracia y la paz de Dios y repartir el Espíritu Santo por su mérito y sangre.

16] Por lo tanto, si aceptamos la doctrina de los adversarios de que podemos merecer el perdón de los pecados por la capacidad de la razón natural y [por] nuestras obras, entonces ya somos aristotélicos y no cristianos, y no hay diferencia entre una vida honorable pagana, entre la vida farisaica y la cristiana, entre la filosofía y el Evangelio.

17] Aunque los adversarios, para no callar por completo el nombre de Cristo como los paganos impíos y rudos, hablan de la fe diciendo que es un conocimiento de la historia de Cristo, y aunque dicen algo también de Cristo, a saber, que nos ha merecido un habitus o, como lo llaman, primam gratiam, la primera gracia, que consideran una inclinación por la cual podemos amar a Dios más fácilmente que de otra manera: sin embargo, es un efecto débil, insignificante, pequeño y pobre el que Cristo tendría así, o el que ocurriría a través de tal habitus. Porque, no obstante, dicen que las obras de nuestra razón y voluntad, antes de que exista ese habitus, y también después, cuando ese habitus existe, son eiusdem speciei, es decir, antes y después son de la misma clase y una misma cosa. Porque dicen que nuestra razón y voluntad humana son capaces por sí mismas de amar a Dios, solo que el habitus produce una inclinación para que la razón haga más gustosa y fácilmente lo que ya era capaz de hacer antes. Por eso también enseñan que ese mismo habitus debe ser merecido por nuestras obras precedentes, y que por las obras de la Ley merecemos el aumento de tal buena inclinación y la vida eterna.

18] Así, esta gente nos oculta a Cristo y lo sepulta de nuevo, para que no podamos reconocerlo como Mediador. Porque callan por completo que obtenemos el perdón de los pecados puramente por gracia, sin mérito, a través de Él, sino que presentan sus sueños, como si pudiéramos merecer el perdón de los pecados mediante buenas obras y las obras de la Ley, cuando toda la Escritura dice que no somos capaces de cumplir o guardar la Ley. Y si la razón no logra nada con la Ley, excepto hacer solo obras externas, pero en el corazón no teme a Dios, tampoco cree que Dios se preocupe por ella. Y aunque hablan así del habitus, es cierto que sin la fe en Cristo no puede haber verdadero amor a Dios en ningún corazón; tampoco nadie puede entender qué es el amor de Dios sin la fe.

19] Pero el que inventen una distinción entre el meritum congrui y el meritum condigni, entre el mérito de congruencia y el mérito de condignidad [mérito completo y verdadero], es solo jugar y disputar con palabras, para no dejarse identificar públicamente como pelagianos. Porque si Dios necesariamente debe dar la gracia por el mérito de congruencia, entonces no es mérito de congruencia, sino una verdadera obligación y mérito completo, aunque ellos mismos no saben lo que dicen. Porque inventan y sueñan que, cuando el habitus del amor a Dios (del que se habló arriba) está presente, entonces el hombre merece la gracia de Dios de congruencia o de condigno [con mérito completo], y sin embargo dicen que nadie puede estar tan seguro de si ese habitus está presente.

20] Ahora escuchen, queridos señores, ¿cómo saben ellos entonces, o cuándo saben si merecen la gracia de nuestro Señor Dios de congruencia o de condignidad, por completo o a medias? Pero, ¡oh, querido Señor Dios! ¡Estos son pensamientos y sueños puramente fríos de gente ociosa, impía e inexperta, que no aplican mucho la Biblia en la práctica, que no saben ni experimentan en absoluto cómo se siente un pecador en su corazón, qué son las tentaciones de la muerte o del diablo, que no saben en absoluto cuán puramente debemos olvidar todo mérito, todas las obras, cuando el corazón siente la ira de Dios, o la conciencia está en angustias! Estas personas seguras e inexpertas siempre siguen adelante en la ilusión de que merecen la gracia con sus obras de congruo. Porque es innato en nosotros naturalmente que nos gustaría pensar mucho de nosotros mismos y de nuestras obras. Pero cuando una conciencia siente verdaderamente su pecado y miseria, entonces toda broma, todos los pensamientos lúdicos se acaban, y todo es gran y verdadera seriedad; allí ningún corazón ni conciencia se calma ni se satisface, busca toda clase de obras y más obras, y quisiera tener certeza, quisiera sentir fundamento y descansar seguro sobre algo. Pero esas conciencias aterrorizadas sienten bien que no se puede merecer nada de condigno ni de congruo, pronto se hunden en el desaliento y la desesperación, si no se les predica otra palabra que la enseñanza de la Ley, a saber, el Evangelio de Cristo, que Él fue entregado por nosotros. De ahí se conocen algunas historias de que los monjes franciscanos, cuando en vano habían elogiado durante mucho tiempo su orden y buenas obras a algunas buenas conciencias en la hora de la muerte, finalmente tuvieron que callar sobre su orden y San Francisco y decir esta palabra: "¡Querido hombre, Cristo murió por ti!" Eso reanimó y refrescó en las angustias, dio paz y consuelo únicamente.

21] Así, los adversarios no enseñan nada más que una piedad externa de buenas obras externas, que Pablo llama la piedad de la Ley, y así ven, como los judíos, el rostro velado de Moisés, no hacen nada más que fortalecer la seguridad y la dureza en algunos hipócritas seguros, conducen a la gente a un fundamento arenoso, a sus propias obras, por lo cual Cristo y el Evangelio son despreciados, dan causa de desesperación a muchas conciencias miserables; porque hacen buenas obras sobre una ilusión incierta, nunca experimentan cuán grande y poderosa es la fe, y finalmente caen por completo en la desesperación.

22] Nosotros sostenemos y hablamos de la piedad externa de la siguiente manera: que Dios ciertamente exige y quiere tal vida externamente honorable, y por causa del mandamiento de Dios se deben hacer esas buenas obras que se mandan en [los] diez mandamientos. Porque la Ley es nuestro ayo y la Ley es dada a los injustos. Pues Dios el Señor quiere que los pecados groseros sean refrenados por una disciplina externa, y para mantener eso, da leyes, ordena autoridades, da personas doctas y sabias que sirvan al gobierno.

23] Y así, la razón es capaz hasta cierto punto, por sus propias fuerzas, de llevar una conducta y vida externamente honorable, aunque a menudo se ve impedida también por la debilidad innata y por la astucia del diablo.

24] Aunque ahora doy gustosamente a tal vida externa y a las buenas obras tanto elogio como le corresponde; porque en esta vida y en el ámbito secular no hay nada mejor que la honestidad y la virtud, como dice Aristóteles, que ni la estrella de la mañana ni la estrella de la tarde son más amables y hermosas que la honorabilidad y la justicia, y Dios también recompensa tal virtud con dones corporales: sin embargo, no se deben estimar tan altamente las buenas obras y tal conducta que redunden en deshonra para Cristo.

25] Porque así concluyo y estoy seguro de esto: es inventado y no es verdad que debamos merecer el perdón de los pecados por nuestras obras.

26] También es mentira y no es verdad que un hombre pueda volverse justo y piadoso ante Dios por sus obras y piedad externa.

27] También es infundado y no es verdad que la razón humana, por sus propias fuerzas, sea capaz de amar a Dios sobre todas las cosas, guardar su mandamiento, temerle, estar seguro de que Dios escucha la oración, agradecer a Dios y ser obediente en las tribulaciones y en otras cosas que la Ley de Dios ordena, como, no codiciar los bienes ajenos, etc. Porque la razón no es capaz de todo esto, aunque es capaz hasta cierto punto de una vida externamente honorable y de buenas obras.

28] También es inventado y no es verdad, y una blasfemia contra Cristo, que aquellos que solo guardan externamente los mandamientos de Dios sin espíritu y gracia en el corazón, estén sin pecado.

29] De esta conclusión mía tengo testimonio no solo de la Sagrada Escritura, sino también de los antiguos Padres. Agustín habla y trata esto abundantemente contra los pelagianos, que la gracia no se da por causa de nuestro mérito. Y en el libro De Natura et Gratia, es decir, Sobre la Naturaleza y la Gracia, dice así: "Si la capacidad de la naturaleza por el libre albedrío es suficiente, tanto para conocer cómo se debe vivir, como para vivir rectamente, entonces Cristo murió en vano. ¿Por qué no debería yo clamar y gritar aquí también con Pablo?

30] Con razón puedo gritar: 'De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído' [Gálatas 5:4]. Porque no conocéis la justicia que es válida ante Dios, y procuráis establecer vuestra propia justicia, y no estáis sujetos a la justicia que es válida ante Dios. Porque así como el fin de la ley es Cristo [Romanos 10:4], así también el Salvador de la naturaleza corrupta es Cristo.

31] Asimismo, Juan 8:36: «Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres». Por lo tanto, no podemos por la razón o nuestras buenas obras ser liberados de los pecados o merecer el perdón de los pecados. Asimismo, en Juan 3:5 está escrito: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios». Así que, si es necesario que nazcamos de nuevo por el Espíritu Santo, entonces nuestras buenas obras o méritos propios no nos justificarán ante Dios, ni podremos guardar o cumplir la Ley.

32] Asimismo, Romanos 3:23: «por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios», es decir, les falta la sabiduría y la justicia que valen ante Dios, por la cual deberían conocer, estimar y alabar correctamente a Dios. Asimismo, Romanos 8:7-8: «Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios».

33] Estas son citas tan claras y luminosas de la Escritura que no requieren una comprensión tan aguda, sino solo que se lean y se miren bien las palabras claras, como también dice Agustín sobre el asunto. Ahora bien, si la razón y los designios de la carne son enemistad contra Dios, entonces ningún hombre sin el Espíritu Santo puede amar a Dios de corazón. Asimismo, si los designios de la carne son contra Dios, entonces verdaderamente las mejores buenas obras que un hijo de Adán pueda hacer son impuras y pecados. Asimismo, si la carne no puede sujetarse a la Ley de Dios, entonces verdaderamente también un hombre peca, incluso cuando hace obras buenas nobles, hermosas y preciosas, que el mundo estima grandemente.

34] Los adversarios solo miran los mandamientos de la segunda tabla de Moisés, que también habla de la honorabilidad externa, la cual la razón comprende mejor, y quieren imaginar que con tales buenas obras externas guardan la Ley de Dios. Pero no miran la primera tabla, que ordena y quiere de nosotros que amemos a Dios de corazón, que no vacilemos ni dudemos en absoluto de que Dios se enoja por el pecado, que temamos a Dios de corazón, que confiemos con certeza en nuestros corazones que Dios no está lejos, que escucha nuestra oración, etc. Ahora bien, antes de nacer de nuevo por el Espíritu Santo, todos somos de la estirpe de Adán, de tal manera que nuestro corazón desprecia con seguridad la ira, el juicio y las amenazas de Dios, odia y es hostil a su juicio y castigo.

35] Así que, si todos los hijos de Adán nacen en pecados tan grandes que todos por naturaleza despreciamos a Dios, ponemos en duda su Palabra, su promesa y sus amenazas, entonces verdaderamente nuestras mejores buenas obras, las que hacemos antes de nacer de nuevo por el Espíritu Santo, deben ser obras pecaminosas y condenadas ante Dios, aunque sean hermosas ante el mundo; porque proceden de un corazón malo, impío e impuro, como dice Pablo en Romanos 14:23: «y todo lo que no proviene de fe, es pecado». Porque todos esos santos de las obras hacen obras sin fe, desprecian a Dios en el corazón y creen tan poco que Dios se preocupa por ellos, como creía Epicuro. El desprecio de Dios interiormente debe ciertamente hacer las obras sucias y pecaminosas, aunque sean hermosas ante la gente; porque Dios escudriña los corazones.

36] Finalmente, es también lo más necio e inepto que dicen los adversarios, que los hombres, que también son culpables de la ira eterna, obtienen el perdón de los pecados por el amor o actum elicitum dilectionis [acto producido de amor], cuando es imposible amar a Dios si el corazón no ha captado primero el perdón de los pecados por la fe. Porque ciertamente un corazón que está en angustias y siente verdaderamente la ira de Dios, no puede amar a Dios, a menos que Él dé alivio al corazón, lo consuele y se muestre nuevamente misericordioso. Porque mientras Él aterroriza y nos ataca así, como si quisiera arrojarnos de sí a la desgracia eterna, a la muerte eterna, entonces el corazón y el ánimo de la pobre y débil naturaleza deben desfallecer y deben ciertamente temblar ante tan gran ira, que aterroriza y castiga tan horriblemente, y ciertamente no puede entonces, antes de que Dios mismo consuele, sentir ninguna chispa de amor.

37] La gente ociosa e inexperta bien puede inventarse un sueño sobre el amor, por eso hablan también tan infantilmente de ello, que uno, aunque sea culpable de un pecado mortal, puede sin embargo amar a Dios sobre todas las cosas; porque todavía no saben realmente qué carga es el pecado, qué gran tormento es sentir la ira de Dios. Pero los corazones piadosos, que lo han experimentado en la verdadera lucha con Satanás y en las verdaderas angustias de la conciencia, saben bien que tales palabras y pensamientos son puras ideas, puros sueños. Pablo dice: «Pues la ley produce ira», Romanos 4:15.

38] No dice que por la Ley la gente merezca el perdón de los pecados. Porque la Ley siempre acusa a la conciencia y la aterroriza. Por lo tanto, la Ley no hace a nadie piadoso y justo ante Dios; porque una conciencia aterrorizada huye de Dios y de su juicio. Por lo tanto, yerran aquellos que quieren merecer el perdón de los pecados por sus obras o por la Ley.

39] Sea esto suficiente dicho sobre la justicia de los santos de las obras o de la razón, que enseñan los adversarios. Porque pronto, cuando hablemos de la piedad y la justicia que valen ante Dios, la que viene de la fe, el asunto mismo traerá consigo la introducción de más citas de la Escritura, las cuales todas servirán igualmente con fuerza para refutar los errores de los adversarios mencionados anteriormente.

40] Dado que ningún hombre es capaz por sus propias fuerzas de guardar la Ley de Dios, y todos están bajo el pecado, culpables de la ira y la muerte eternas, no podríamos por la Ley librarnos del pecado ni volvernos piadosos ante Dios, sino que se ha prometido el perdón de los pecados y la justicia por medio de Cristo, quien fue entregado por nosotros para pagar por los pecados del mundo, y es el único Mediador y Redentor.

41] Y esta promesa no dice así: Por Cristo tenéis gracia, salvación, etc., si lo merecéis, sino que puramente por gracia ofrece el perdón de los pecados, como dice Pablo: "Pero si es por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia" [Romanos 11:6]. Y en otro lugar: "Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios" [Romanos 3:21], es decir, gratuitamente se ofrece el perdón de los pecados. Y por eso no depende de nuestro mérito que seamos reconciliados con Dios.

42] Porque si dependiera de nuestro mérito, el perdón de los pecados y la reconciliación con Dios sería por la Ley, entonces estaría perdido y verdaderamente estaríamos mal unidos y reconciliados con Dios. Porque no guardamos la Ley ni somos capaces de guardarla; así seguiría que nunca alcanzaríamos tampoco la gracia y la reconciliación prometidas. Porque así concluye Pablo en Romanos 4:14: «Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa». Así que, si la promesa se fundara en nuestro mérito y en la Ley, seguiría, puesto que no podemos guardar la Ley, que la promesa sería vana.

43] Pero si nos volvemos piadosos y justos ante Dios únicamente por pura gracia y misericordia, prometida en Cristo, se sigue que no nos volvemos piadosos por nuestras obras. Pues, ¿de qué servirían entonces las gloriosas promesas divinas, y por qué necesitaría Pablo exaltar y alabar tanto la gracia? Por lo tanto, el Evangelio enseña, alaba, predica y exalta la justicia que viene de la fe en Cristo, la cual no es una justicia de la Ley.

44] Así tampoco la Ley enseña nada de esto, y es una justicia mucho más elevada que la justicia de la Ley. Porque la Ley exige de nosotros nuestras obras y quiere que seamos interiormente, en el corazón, temerosos de Dios y completamente rectos. Pero la promesa divina nos ofrece, a nosotros que estamos dominados por el pecado y la muerte, ayuda, gracia y reconciliación por causa de Cristo, gracia que nadie puede captar con obras, sino únicamente por la fe en Cristo.

45] Esta fe no trae ni regala a Dios el Señor ninguna obra, ningún mérito propio, sino que se basa puramente en la gracia y no sabe consolarse ni apoyarse en nada más que únicamente en la misericordia prometida en Cristo. Esta fe, pues, por la cual cada uno cree por sí mismo que Cristo fue entregado por él, es la única que obtiene el perdón de los pecados por causa de Cristo y nos hace piadosos y justos ante Dios. Y dado que esta fe se da en el arrepentimiento genuino, y levanta de nuevo nuestros corazones en el terror del pecado y de la muerte, somos renacidos por ella, y por la fe viene el Espíritu Santo a nuestro corazón, el cual renueva nuestros corazones para que podamos guardar la Ley de Dios, amar a Dios rectamente, temerle con certeza, no vacilar ni dudar de que Cristo nos fue dado, que escucha nuestro clamor y súplica, y que podemos entregarnos gozosamente a la voluntad de Dios incluso en medio de la muerte.

46] Así, esta fe, que recibe y obtiene gratuitamente el perdón del pecado por gracia, es la fe recta, que no opone a la ira de Dios su mérito u obra, lo cual sería una pluma contra un vendaval, sino que presenta a Cristo como Mediador; y esta fe es un verdadero conocimiento de Cristo. Quien cree así, reconoce el gran beneficio de Cristo y se convierte en una nueva criatura; y antes de que tal fe esté en el corazón, nadie puede cumplir la Ley.

47] De esta fe y conocimiento de Cristo no hay ni una sílaba, ni una tilde en todos los libros de los adversarios. Por eso también reprendemos a los adversarios, porque enseñan únicamente la Ley acerca de nuestras obras y no el Evangelio, que enseña que uno es justificado cuando cree en Cristo.

Qué es la fe que hace piadoso y justo ante Dios.

48] Los adversarios quieren imaginar que la fe es esto: que yo conozca o haya oído la historia de Cristo; por eso enseñan que puedo creer aunque esté en pecados mortales. Por lo tanto, de la verdadera fe cristiana, de la que Pablo habla tan a menudo en todos los lugares, que por la fe nos volvemos piadosos ante Dios, no saben ni hablan absolutamente nada. Porque aquellos que son considerados santos y justos ante Dios, ciertamente no están en pecados mortales. Por lo tanto, la fe que hace piadoso y justo ante Dios no es solamente esto: que yo conozca la historia de cómo Cristo nació, padeció, etc. (eso también lo saben los demonios), sino que es la certeza o la confianza segura y fuerte en el corazón, por la cual considero con todo mi corazón la promesa de Dios como cierta y verdadera, por la cual se me ofrece, sin mérito mío, el perdón de los pecados, la gracia y toda salvación por medio de Cristo el Mediador. Y para que nadie piense que es solo un mero conocimiento de la historia, añado esto: la fe es que todo mi corazón se apropia de ese tesoro, y no es mi hacer, ni mi regalar o dar, ni mi obra o preparación; sino que un corazón se consuela con esto y confía enteramente en que Dios nos regala, nos da, y no nosotros a Él, que Él nos colma con todo el tesoro de la gracia en Cristo.

49] De esto es fácil notar la diferencia entre la fe y la piedad que viene por la Ley. Porque la fe es un culto divino y latria [adoración] en el que dejo que se me regale y se me dé. Pero la justicia de la Ley es un culto divino que ofrece a Dios nuestras obras. Así pues, Dios quiere ser honrado por la fe de esta manera: que recibamos de Él lo que Él promete y ofrece.

50] Pero que la fe no es solo conocer la historia, sino aquella que se aferra a las promesas divinas, lo muestra Pablo suficientemente cuando dice a los Romanos en 4:16: «Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme». Allí Pablo une y conecta las dos cosas de tal manera que, donde hay promesa, también debe haber fe, etc.; y viceversa, correlativamente, donde hay promesa, Dios también exige fe.

51] Aunque se puede mostrar aún más clara y sencillamente qué es la fe que justifica, si consideramos nuestro propio Credo y fe. Porque en el Símbolo [Credo Apostólico] ciertamente está este artículo: el perdón de los pecados. Por lo tanto, no es suficiente que yo sepa o crea que Cristo nació, padeció, resucitó, si no creemos también este artículo, por el cual finalmente todo eso sucedió, a saber: Creo que mis pecados me son perdonados. A este artículo debe referirse todo lo demás, a saber, que por causa de Cristo, no por mi mérito, nos son perdonados los pecados.

52] Porque, ¿qué necesidad habría de que Dios diera a Cristo por nuestros pecados, si nuestro mérito pudiera satisfacer por nuestros pecados?

53] Por lo tanto, siempre que hablamos de la fe que justifica, o fide iustificante, siempre están juntas estas tres partes u objetos: primero, la promesa divina; segundo, que esta ofrece gracia gratuitamente, sin mérito; tercero, que la sangre y el mérito de Cristo son el tesoro por el cual se paga el pecado. La promesa es recibida por la fe; pero el hecho de que ofrezca gracia sin mérito, anula y derriba toda nuestra dignidad y mérito, y se alaba la gracia y la gran misericordia. Pero el mérito de Cristo es el tesoro; porque ciertamente debe haber un tesoro y una prenda noble por la cual se pagan los pecados de todo el mundo.

54] Toda la Escritura, Antiguo y Nuevo Testamento, cuando habla de Dios y de la fe, usa mucho estas palabras: bondad, misericordia, misericordia. Y los santos Padres en todos sus libros dicen todos que somos salvos por gracia, por bondad, por perdón.

55] Así que, siempre que encontramos la palabra misericordia en la Escritura o en los Padres, debemos saber que allí se enseña acerca de la fe, que capta la promesa de tal misericordia. A su vez, siempre que la Escritura habla de fe, se refiere a la fe que se basa puramente en la gracia;

56] porque la fe no hace piadoso y justo ante Dios porque sea en sí misma nuestra obra y nuestra, sino únicamente porque recibe la gracia prometida y ofrecida, regalada sin mérito de un tesoro abundante.

57] Y tal fe y confianza en la misericordia de Dios es alabada como el culto divino más grande y santo, especialmente en los profetas y salmos. Porque aunque la Ley no predica principalmente la gracia y el perdón de los pecados como el Evangelio, sin embargo, las promesas del Cristo venidero fueron heredadas de un patriarca a otro, y [ellos] supieron, y también creyeron, que Dios quería dar bendición, gracia, salvación y consuelo a través de la simiente bendita, a través de Cristo. Por lo tanto, como entendieron que Cristo sería el tesoro por el cual se pagarían nuestros pecados, supieron que nuestras obras no podrían pagar una deuda tan grande. Por eso recibieron el perdón de los pecados, la gracia y la salvación sin mérito alguno y fueron salvados por la fe en la promesa divina, en el Evangelio de Cristo, tan bien como nosotros o los santos en el Nuevo Testamento.

58] De ahí viene que estas palabras: misericordia, bondad, fe, se repitan tan a menudo en los salmos y profetas. Como en el Salmo 130, v. 3 ss.: «JAH, si mirares a los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse?». Allí David confiesa su pecado, no se jacta de mucho mérito, y dice además: «Pero en ti hay perdón, Para que seas reverenciado». Allí siente de nuevo consuelo y confía en la gracia y la misericordia, confía en la promesa divina y dice: «Mi alma espera a Jehová, Y en su palabra he esperado». Y otra vez: «Mi alma espera a Jehová». Es decir, puesto que has prometido el perdón de los pecados, me aferro a la promesa, así confío y me arriesgo en la promesa misericordiosa.

59] Por lo tanto, los santos patriarcas se vuelven piadosos y santos ante Dios no por la Ley, sino por la promesa de Dios y la fe. Y verdaderamente todos deberían asombrarse mucho de por qué los adversarios enseñan tan poco o nada en absoluto sobre la fe, cuando ven en casi todas las sílabas de la Biblia que la fe es alabada y exaltada como el culto divino más elevado, noble, santo, grande, agradable y mejor. Así dice en el Salmo 50, v. 15: «E invócame en el día de la angustia; Te libraré, y tú me honrarás».

60] Así pues, y de esta manera, Dios quiere ser conocido por nosotros. Así quiere ser honrado, que recibamos y aceptemos de Él gracia, salvación, todo bien, y precisamente por gracia, no por causa de nuestro mérito. Este conocimiento es un conocimiento muy noble y un consuelo todopoderoso en todas las tentaciones, corporales y espirituales, ya sea para morir o para vivir, como saben los corazones piadosos; y ese consuelo noble, precioso y seguro, los adversarios lo roban y quitan a las conciencias pobres, cuando hablan de la fe tan fríamente, tan despectivamente y enseñan, y en cambio tratan con Dios, la alta Majestad, a través de nuestra obra y mérito miserables y mendicantes.

Que la fe en Cristo justifica.

61] En primer lugar, para que nadie piense que hablamos de un simple conocimiento o reconocimiento de la historia de Cristo, debemos decir primero cómo sucede que un corazón comienza a creer y cómo llega a la fe. Después mostraremos que esta fe hace piadoso ante Dios, y cómo debe entenderse eso, y refutaremos los argumentos de los adversarios de manera precisa, clara y segura.

62] Cristo ordena en Lucas, al final, predicar "el arrepentimiento y el perdón de pecados" [Lucas 24:47]. El Evangelio también acusa a todos los hombres de haber nacido en pecado, y de ser todos culpables de la ira y la muerte eternas, y les ofrece el perdón de los pecados y la justicia por medio de Cristo. Y este perdón, reconciliación y justicia se reciben por la fe. Porque la predicación del arrepentimiento o esta voz del Evangelio: "Arrepentíos", cuando penetra verdaderamente en los corazones, aterroriza las conciencias y no es una broma, sino un gran terror, donde la conciencia siente su miseria y pecado y la ira de Dios. En ese terror, los corazones deben buscar consuelo de nuevo. Esto sucede cuando creen en la promesa de Cristo, que por Él tenemos el perdón de los pecados. La fe, que en tal temor y terror levanta y consuela de nuevo los corazones, recibe y experimenta el perdón de los pecados, justifica y trae vida; porque ese fuerte consuelo es un nuevo nacimiento y una nueva vida.

63] Esto ciertamente se dice de manera sencilla y clara; así saben los corazones piadosos que es así; así están presentes en la Iglesia los ejemplos de que así ha sucedido con todos los santos desde el principio, como se ve en la conversión de Pablo y Agustín. Los adversarios no tienen nada seguro, no pueden decir nada correctamente ni hablar inteligiblemente sobre cómo se da el Espíritu Santo. Se inventan sus propios sueños, que mediante la simple recepción y uso corporal de los sacramentos, ex opere operato [por la obra realizada], la gente obtiene la gracia y recibe el Espíritu Santo, aunque el corazón no esté en ello en absoluto; como si la luz del Espíritu Santo fuera algo tan simple, débil e insignificante.

64] Pero cuando hablamos de tal fe, que no es un pensamiento ocioso, sino una nueva luz, vida y poder en el corazón, que renueva el corazón, la mente y el ánimo, nos convierte en un hombre diferente y una nueva criatura, a saber, una nueva luz y obra del Espíritu Santo: entonces todos entienden ciertamente que no hablamos de tal fe en la que hay pecado mortal, como hablan los adversarios de la fe. Porque, ¿cómo pueden estar juntas la luz y las tinieblas? Porque la fe, donde está, y mientras está allí, produce buenos frutos, como diremos después.

65] Esto ciertamente se dice con palabras claras, distintas y sencillas, cómo sucede cuando un pecador se convierte verdaderamente, qué es o no es el nuevo nacimiento. ¡Desafío ahora a todos los Sentenciarios [comentaristas de Pedro Lombardo], a ver si entre los innumerables comentarios, glosas y escritores sobre las Sentencias [de Pedro Lombardo] pueden presentar uno que diga correctamente una palabra, una tilde, sobre cómo sucede cuando un pecador se convierte!

66] Cuando hablan del amor, o cuando hablan de su habitus dilectionis [hábito de amor], ciertamente presentan sus sueños, que la gente merece ese habitus por sus obras, pero no dicen nada de la promesa o Palabra de Dios, como también enseñan los anabaptistas en este tiempo.

67] Ahora bien, ciertamente no se puede tratar con Dios, ni se puede conocer, buscar o captar a Dios sino únicamente en la Palabra y por la Palabra, como dice Pablo: "Porque [el evangelio] es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree" [Romanos 1:16]. Asimismo, en Romanos 10:17: "Así que la fe es por el oír". Y solo por esto debería ser suficientemente claro que únicamente por la fe nos volvemos piadosos ante Dios. Porque si solo llegamos a Dios y somos justificados por la Palabra de Dios, y nadie puede captar la Palabra sino por la fe, se sigue que la fe justifica.

68] Sin embargo, hay otras razones que encajan mejor en este asunto. He dicho esto hasta ahora para mostrar cómo sucede que nacemos de nuevo, y para que se pueda entender qué es o no es la fe de la que hablamos.

69] Ahora mostraremos que esta fe, y nada más, nos justifica ante Dios. Y primero quiero advertir al lector sobre esto: así como esta afirmación debe y permanecerá firme, y nadie puede derribarla: Cristo es nuestro único Mediador, así tampoco nadie puede derribar esta afirmación: Por la fe somos justificados, sin obras. Porque, ¿cómo será y permanecerá Cristo el Mediador, si no nos aferramos a Él por la fe como al Mediador y así somos reconciliados con Dios, si no sostenemos con certeza en el corazón que somos estimados justos ante Dios por causa de Él? Esto significa creer: confiar así, consolarse así en el mérito de Cristo, que por causa de Él Dios ciertamente quiere sernos misericordioso.

70] Asimismo, como esto es claro en la Escritura, que además de la Ley es necesaria para la salvación la promesa de Cristo, así también es claro que la fe justifica; porque la Ley no predica el perdón de los pecados por gracia. Asimismo, no podemos cumplir ni guardar la Ley antes de recibir el Espíritu Santo. Por lo tanto, debe sostenerse que para la salvación es necesaria la promesa de Cristo. Nadie puede ahora captar o recibir esa promesa sino únicamente por la fe. Por lo tanto, aquellos que enseñan que no nos volvemos justos y piadosos ante Dios por la fe, ¿qué hacen sino suprimir a Cristo y el Evangelio y enseñar la Ley?

71] Pero algunos, cuando se dice que la fe justifica ante Dios, quizás entiendan esto del principio, a saber, que la fe es solo el comienzo o una preparación para la justificación, de modo que no se debe considerar la fe misma como aquello por lo cual agradamos y somos aceptables a Dios, sino que somos aceptables a Dios por causa del amor y las obras que siguen, no por causa de la fe. Y tales piensan que la fe es alabada en la Escritura únicamente porque es el comienzo de las buenas obras, ya que siempre mucho depende del comienzo.

72] Pero esta no es nuestra opinión, sino que enseñamos así acerca de la fe: que por la fe misma somos agradables ante Dios. Y puesto que la palabra iustificari [ser justificado] se usa de dos maneras, a saber, para ser convertido o renacido, y también para ser estimado justo, mostraremos primero que únicamente por la fe somos convertidos de la impiedad, renacidos y justificados.

73] Algunos combaten fuertemente la palabra SOLA [sola/únicamente], aunque Pablo dice claramente en Romanos 3:28: «Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley»; asimismo, en Efesios 2:8-9: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe»; asimismo, en Romanos 3:24 algo similar. Así que, si esta palabra y esta exclusiva SOLA es tan contraria y desagrada tanto a algunos, bien pueden también raspar en tantos lugares de las epístolas de Pablo estas otras palabras: «por gracia»; asimismo: «no por obras»; asimismo: «don de Dios», etc.; asimismo: «para que nadie se gloríe» y similares; pues son exclusivas muy fuertes. La palabra «por gracia» excluye el mérito y todas las obras, comoquiera que se llamen. Y con la palabra SOLA, cuando decimos: «Solo la fe hace piadoso», no excluimos el Evangelio y los Sacramentos, como si la Palabra y [los] Sacramentos fueran vanos porque la fe lo hace todo sola, como los adversarios nos interpretan todo peligrosamente; sino que excluimos nuestro mérito en ello. Porque hemos dicho suficientemente arriba que la fe viene por la Palabra: así que alabamos el ministerio de la predicación y la Palabra más y más que los adversarios;

74] también decimos que el amor y las obras deben seguir a la fe. Por lo tanto, no excluimos las obras con la palabra SOLA de tal manera que no deban seguir, sino que excluimos la confianza en el mérito, en las obras, y decimos que no merecen el perdón de los pecados. Y esto lo mostraremos aún más correcta, clara y luminosamente.

Que obtenemos el perdón de los pecados (únicamente) por la fe en Cristo.

75] Sostenemos que los adversarios deben confesar que, ante todo, para la justificación es necesario el perdón de los pecados. Porque todos hemos nacido bajo el pecado. Por lo tanto, concluimos ahora así:

76] Obtener y tener el perdón de los pecados, eso significa volverse justo y piadoso ante Dios, como dice el Salmo 32, v. 1: «Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada».

77] Pero únicamente por la fe en Cristo, no por el amor, no por causa del amor o de las obras, obtenemos el perdón de los pecados, aunque el amor sigue donde está la fe. Por lo tanto, debe seguirse,

78] que somos justificados únicamente por la fe. Porque ser justificado ciertamente significa, de pecador volverse piadoso y renacer por el Espíritu Santo.

79] Pero que obtenemos el perdón de los pecados únicamente por la fe, como dice la [proposición] menor, no por el amor, lo aclararemos ahora. Los adversarios hablan infantilmente de estas cosas elevadas; preguntan si el perdón de los pecados y la infusión de la gracia son una misma transformación, o si son dos. Esta gente ociosa e inexperta no puede hablar en absoluto de estas cosas. Porque sentir verdaderamente el pecado y la ira de Dios no es algo tan simple y somnoliento. A su vez, captar el perdón de los pecados no es un consuelo tan débil. Porque así dice Pablo en 1 Corintios 15:56s.: «ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo». Es decir, el pecado aterroriza la conciencia, esto sucede por la Ley, que nos muestra la seriedad y la ira de Dios contra el pecado; pero vencemos por Cristo. ¿Cómo sucede esto? Cuando creemos, cuando nuestros corazones son levantados de nuevo y se aferran a la promesa de la gracia por medio de Cristo.

80] Así probamos ahora esto, que obtenemos el perdón de los pecados por la fe en Cristo y no por obras. A saber, la ira de Dios no puede ser reconciliada ni aplacada por nuestras obras, sino que solo Cristo es el Mediador y Reconciliador, y únicamente por causa de Él el Padre nos es misericordioso. Ahora bien, nadie puede captar a Cristo como Mediador por obras, sino únicamente creyendo la Palabra que lo predica como Mediador. Por lo tanto, obtenemos el perdón de los pecados únicamente por la fe, cuando nuestro corazón es consolado y levantado por la promesa divina que se nos ofrece por causa de Cristo.

81] Asimismo, Pablo en Romanos 5:2: «por quien también tenemos entrada»; y añade claramente: «por la fe». Así pues, somos reconciliados con el Padre de esta manera y no de otra, así obtenemos el perdón de los pecados, cuando somos levantados para aferrarnos a la promesa donde se nos promete gracia y misericordia por medio de Cristo. Los adversarios entienden esto del Mediador y Reconciliador Cristo de tal manera que Cristo nos merece el amor o el habitus dilectionis, y no dicen que debemos usarlo como único Mediador, sino que vuelven a meter a Cristo en la tumba, inventan otra cosa, como si tuviéramos acceso por nuestras obras, asimismo, como si mereciéramos el habitus por obras y pudiéramos después llegar a Dios por el amor. Esto ciertamente significa volver a meter a Cristo en la tumba y quitar toda la doctrina de la fe. En cambio, Pablo enseña claramente que tenemos acceso, es decir, reconciliación con Dios, por medio de Cristo. Y para mostrar cómo sucede eso, añade: «Por la fe tenemos la entrada, por la fe recibimos el perdón de los pecados por el mérito de Cristo», y no podemos aplacar la ira de Dios sino por Cristo. Así es fácil entender que no merecemos el perdón por nuestras obras o amor.

82] En segundo lugar, es cierto que los pecados son perdonados por causa de Cristo el Reconciliador, Romanos 3:25: «a quien Dios puso como propiciación» o como reconciliador, y añade claramente: «por medio de la fe». Así pues, el Reconciliador nos es útil de esta manera, cuando por la fe captamos la Palabra por la cual se promete misericordia, y la mantenemos contra la ira y el juicio de Dios. Y algo similar está escrito en Hebreos 4:14, 16: «teniendo un gran sumo sacerdote..., Jesús... Acerquémonos, pues, confiadamente». Nos llama a acercarnos a Dios, no confiando en nuestras obras, sino confiando en el Sumo Sacerdote Cristo; por lo tanto, exige claramente la fe.

83] En tercer lugar, Pedro en Hechos de los Apóstoles 10:43 dice: «De éste [Jesús] dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre». ¿Cómo podría Pedro haber hablado más claramente? Dice: «recibimos perdón de pecados por su nombre», es decir, por Él lo obtenemos, no por nuestro mérito, no por nuestra contrición o atrición, no por nuestro amor, no por nuestro propio culto, no por nuestras propias ordenanzas humanas u obras, y añade: «si creemos en Él». Por lo tanto, quiere que haya fe en el corazón, por eso dice: todos los profetas testifican unánimemente acerca de Cristo. Esto, creo yo, se llama alegar correctamente a la Iglesia cristiana o católica. Porque si todos los santos profetas testifican, eso es ciertamente un decreto y testimonio glorioso, grande, excelente y fuerte. Pero hablaremos más sobre esta cita más abajo.

84] En cuarto lugar, el perdón de los pecados se promete por causa de Cristo. Por lo tanto, nadie puede obtenerlo sino únicamente por la fe. Porque la promesa no se puede captar ni participar de ella sino únicamente por la fe. Romanos 4:16: «Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme». Es como si dijera: si nuestra salvación y justicia dependieran de nuestro mérito, entonces la promesa de Dios sería siempre incierta y nos sería inútil; porque nunca podemos estar seguros de cuándo hemos merecido lo suficiente. Y esto lo entienden muy bien los corazones piadosos y las conciencias cristianas, no aceptarían mil mundos a cambio de que nuestra salvación dependiera de nosotros. Con esto concuerda Pablo en Gálatas [3:22]: «Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes». Allí Pablo derriba todo nuestro mérito; porque dice que todos somos culpables de muerte y encerrados bajo el pecado; y menciona la promesa divina, por la cual únicamente obtenemos el perdón de los pecados, y añade además cómo participamos de la promesa, a saber, por la fe. Y este fundamento, este argumento, donde Pablo concluye a partir de la naturaleza y esencia de la promesa divina, a saber, así: Si la promesa de Dios debe ser cierta y firme, como no puede fallar, entonces el perdón de los pecados no debe ser por nuestro mérito, de lo contrario sería incierto, y no sabríamos cuándo hemos merecido lo suficiente: sí, este argumento, digo, y el fundamento es una verdadera roca y casi lo más fuerte en todo Pablo y se repite y cita muy a menudo en todas las epístolas. Tampoco jamás un hombre en la tierra buscará, inventará o ideará algo por lo cual este único fundamento, aunque no hubiera nada más, pueda ser derribado.

85] Tampoco los corazones piadosos y las conciencias cristianas se dejarán desviar de ninguna manera de esto, a saber, que únicamente por la fe, por causa del mérito de Cristo, tenemos el perdón de los pecados. Porque allí tienen un consuelo cierto, fuerte y eterno contra el pecado, el diablo, la muerte, el infierno. Todo lo demás es un fundamento arenoso y no resiste en las tentaciones.

86] Así pues, si obtenemos el perdón de los pecados y el Espíritu Santo únicamente por la fe, entonces solo la fe hace piadoso ante Dios. Porque aquellos que están reconciliados con Dios, son piadosos ante Dios e hijos de Dios, no por causa de su pureza, sino por causa de la misericordia de Dios, si la captan y la agarran por la fe. Por eso la Escritura testifica que nos volvemos piadosos ante Dios por la fe. Así que ahora citaremos pasajes que claramente informan que la fe hace piadoso y justo, no porque nuestra fe sea una obra tan preciosa y pura, sino únicamente porque por [la] fe y por ninguna otra cosa recibimos la misericordia ofrecida.

87] Pablo en la Epístola a los Romanos trata principalmente este punto, cómo un hombre se vuelve piadoso ante Dios, y concluye que todos los que creen que tienen un Dios misericordioso por medio de Cristo, se vuelven piadosos ante Dios sin mérito, por la fe. Y esta poderosa conclusión, esta proposición, en la que se resume el tema principal de toda la epístola, sí, de toda la Escritura, la establece en el capítulo tercero con palabras concisas y claras así: «Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley», Romanos 3:28. Aquí los adversarios quieren decir que Pablo excluyó únicamente las ceremonias judías, no otras obras virtuosas. Pero Pablo no habla solo de ceremonias, sino que ciertamente habla específicamente también de todas las demás obras y de toda la Ley o diez mandamientos. Porque en el capítulo 7, v. 7 después, cita el dicho de los diez mandamientos: «No codiciarás» [Romanos 7:7]. Y si pudiéramos obtener el perdón de los pecados por otras obras, que no fueran ceremonias judías, y así merecer la justicia, ¿qué necesidad habría entonces de Cristo y su promesa? Allí ya yacería por tierra todo lo que Pablo dice sobre la promesa en tantos lugares. Así también Pablo escribiría incorrectamente a los Efesios, cuando dice en Efesios 2:8: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras». Asimismo, Pablo cita en la Epístola a los Romanos a Abraham y David. Ellos tenían una orden y mandamiento de Dios sobre la circuncisión. Así que, si alguna obra hiciera piadoso ante Dios, entonces ciertamente las obras que en ese tiempo tenían el mandato de Dios también debieron haber hecho justas y piadosas. Pero Agustín enseña claramente que Pablo habla de toda la Ley, como lo discute extensamente en De Spiritu et Litera, "Sobre el Espíritu y la Letra", donde finalmente dice: "Así pues, habiendo considerado y tratado este punto según la capacidad que Dios nos ha concedido, concluimos que ningún hombre se vuelve piadoso por los mandamientos de una buena vida, sino por la fe de Jesucristo".

88] Y para que nadie piense que a Pablo se le escapó esta palabra ("el hombre es justificado solo por la fe"), lo desarrolla extensamente en el capítulo 4 de Romanos y lo repite en todas sus epístolas.

89] Porque así dice en el capítulo 4: «Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia» [Romanos 4:4-5]. Así que, de las palabras queda claro que la fe es la cosa y la esencia que él llama justicia de Dios, y añade que se le cuenta por gracia, y dice que no podría contársenos por gracia si hubiera obras o mérito. Por lo tanto, excluye ciertamente todo mérito y todas las obras, no solo de las ceremonias judías, sino también de todas las demás buenas obras. Porque si por esas obras nos volviéramos piadosos ante Dios, entonces la fe no nos sería contada por justicia sin todas las obras, como sin embargo Pablo dice claramente.

90] Y después dice: «decimos que a Abraham le fue contada la fe por justicia» [Romanos 4:9].

91] Asimismo, cap. 5, 1: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo», es decir, tenemos conciencias alegres y tranquilas ante Dios.

92] Romanos 10:10: «porque con el corazón se cree para justicia». Allí llama a la fe la justicia del corazón.

93] En Gálatas 2:16: «nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley». Efesios 2:8: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe».

94] Juan 1:12: «Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios».

95] Juan 3:14-15: «Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda».

96] Ítem v. 17: «Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado».

97] Hechos 13:38-39: «Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados, y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree». ¿Cómo podría haber hablado más claramente del reino de Cristo y de la justificación? Dice que la Ley no pudo justificar a nadie, y dice que por eso fue dado Cristo, para que creamos que somos justificados por Él. Con palabras claras dice: La Ley no puede justificar a nadie. Por lo tanto, la justicia nos es contada por medio de Cristo, cuando creemos que Dios nos es misericordioso por Él.

98] Hechos 4:11-12: «Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos». Pero no puedo creer en el nombre de Cristo de otra manera que oyendo predicar el mérito de Cristo y captándolo. Por lo tanto, por la fe en el nombre de Cristo y no por la confianza en nuestras obras somos salvos. Porque la palabra "nombre" en ese lugar significa la causa por la cual y por la que viene la salvación. Por lo tanto, alabar o confesar el nombre de Cristo es tanto como confiar en Aquel que es y se llama únicamente Cristo, que Él es la causa [causa] de mi salvación y el tesoro por el cual soy redimido.

99] Hechos 15:9: «purificando por la fe sus corazones». Por lo tanto, la fe de la que hablan los apóstoles no es un simple conocimiento de la historia, sino una obra fuerte y poderosa del Espíritu Santo, que cambia los corazones.

100] Habacuc 2:4: «mas el justo por su fe vivirá». Allí dice primero que el justo se vuelve justo por la fe, cuando cree que Dios es misericordioso por Cristo. En segundo lugar, dice que la fe vivifica. Porque la fe sola trae paz y alegría a los corazones y conciencias, y la vida eterna, que comienza aquí en esta vida.

101] Isaías 53:11: «por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos». Pero, ¿qué es el conocimiento de Cristo, sino conocer sus beneficios y sus promesas, que Él ha predicado y hecho predicar en el mundo? Y conocer los beneficios, eso significa creer verdaderamente en Cristo, a saber, creer lo que Dios ha prometido por Cristo, que Él ciertamente lo dará.

102] Pero la Escritura está llena de tales pasajes y testimonios. Porque la Escritura trata estas dos cosas: la Ley de Dios y la Promesa de Dios. Ahora bien, las promesas hablan del perdón de los pecados y la reconciliación de Dios por medio de Cristo.

103] Y entre los Padres también se encuentran muchos de estos pasajes. Porque también Ambrosio escribe a Ireneo: "Pero el mundo entero está por eso sujeto a Dios, sometido por la Ley; porque por el mandamiento de la Ley todos somos acusados, pero por las obras de la Ley nadie es justificado. Porque por la Ley se conoce el pecado, pero la culpa se disuelve por la fe; y parece ciertamente como si la Ley hubiera hecho daño, porque a todos los hizo pecadores; pero el Señor Cristo vino y nos perdonó el pecado, que nadie podía evitar, y borró el acta de los decretos [la cédula] mediante el derramamiento de su sangre. Y esto es lo que Pablo dice en Romanos 5:20: 'la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia'. Porque, puesto que el mundo entero se hizo culpable, Él quitó el pecado del mundo entero, como testifica Juan: 'He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo' [Juan 1:29]. Y por eso nadie debe jactarse de sus obras; porque por su propio hacer nadie es justificado; pero quien es justo, le es dado en el bautismo en Cristo, donde fue justificado. Porque es la fe la que nos libera por la sangre de Cristo, y bienaventurado aquel a quien se le perdona el pecado y le sobreviene la gracia".

104] Estas son palabras claras de Ambrosio, que ciertamente concuerdan abiertamente también con nuestra doctrina. Dice que las obras no justifican, y dice que la fe nos redime por la sangre de Cristo.

105] Si se fundieran juntos a todos los Sentenciarios en un montón, que sin embargo llevan grandes títulos, pues a algunos los llaman angélicos, angelicos, a otros sutiles, subtiles, a otros irrefragables, irrefragabiles, es decir, Doctores que no pueden errar, y si se leyeran todos, todos juntos no serían tan útiles para entender a Pablo como esa única cita de Ambrosio. [Tomás de Aquino fue llamado Doctor angelicus; Duns Escoto Doctor subtilis; Alejandro de Hales Doctor irrefragabilis; Buenaventura Doctor seraphicus. Los comentaristas de Pedro Lombardo eran llamados Sentenciarios.]

106] En este sentido, también Agustín escribió mucho contra los pelagianos, y en De Spiritu et Litera dice así: "Por lo tanto, se nos presenta la Ley y su justicia, para que quien la cumpla, viva por ella, y para que cada uno, reconociendo su debilidad, acuda a Dios, que es el único que justifica, no por sus propias fuerzas ni por la letra de la Ley, que no podemos cumplir, sino por la fe. Nadie puede hacer una obra verdaderamente buena, a menos que primero sea él mismo justo, piadoso y bueno; pero la justicia la obtenemos únicamente por la fe". Allí dice claramente que Dios, que es el único que salva y santifica, es reconciliado por la fe, y que la fe nos hace piadosos y justos ante Dios. Y poco después: "Por la Ley tememos a Dios, por la fe esperamos y confiamos en Dios. Pero a aquellos que temen el castigo, se les oculta la gracia, bajo cuyo temor, cuando un hombre está en angustia, etc., debe huir por la fe a la misericordia de Dios, para que Él conceda aquello, otorgue la gracia para aquello, que Él ordena en la Ley". Allí enseña que por la Ley los corazones son aterrorizados y por la fe reciben consuelo de nuevo.

107] Es verdaderamente asombroso que los adversarios puedan ser tan ciegos y no ver tantos pasajes claros que claramente informan que somos justificados por la fe y no por las obras. ¿En qué piensan pues estas pobres gentes?

108] ¿Piensan que la Escritura repite sin causa lo mismo tan a menudo con palabras claras? ¿Piensan que el Espíritu Santo no establece su palabra con certeza y consideración, o no sabe lo que dice?

109] Además de esto, esta gente impía ha inventado una glosa sofística y dice que los pasajes de la Escritura, cuando hablan de la fe, deben entenderse de la fide formata [fe formada por el amor]. Es decir, dicen: La fe no hace a nadie piadoso o justo sino por causa del amor o las obras. Y en resumen, según su opinión, la fe no justifica a nadie, sino solo el amor. Porque dicen que la fe puede coexistir con un pecado mortal.

110] ¿Qué es esto sino derribar toda promesa de Dios y la promesa de la gracia, y predicar la Ley y las obras? Si la fe obtiene el perdón de los pecados y la gracia por causa del amor, entonces el perdón de los pecados siempre será incierto. Porque nunca amamos a Dios tan perfectamente como deberíamos. Sí, no podemos amar a Dios a menos que el corazón esté primero seguro de que sus pecados le son perdonados. Así, cuando los adversarios enseñan a confiar en [el] amor a Dios, del cual somos capaces, y en las propias obras, derriban por completo el Evangelio, que predica el perdón de los pecados, aunque nadie puede tener o entender correctamente el amor, a menos que crea que obtenemos el perdón de los pecados por gracia, gratuitamente, por medio de Cristo.

111] Nosotros también decimos que el amor debe seguir a la fe, como dice Pablo: «porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor» [Gálatas 5:6].

112] Pero no se debe por eso confiar ni basarse en el amor, como si obtuviéramos por causa del amor o por el amor el perdón de los pecados y la reconciliación con Dios, así como no obtenemos el perdón de los pecados por causa de otras obras que siguen, sino únicamente por la fe. Porque nadie puede captar la promesa de Dios por obras, sino únicamente con la fe.

113] Y la fe propiamente dicha o fides proprie dicta es cuando mi corazón y el Espíritu Santo en el corazón me dicen que la promesa de Dios es verdadera y sí;

114] de esa fe habla la Escritura. Y puesto que la fe, antes de que hagamos o realicemos algo, solo deja que se le regale y se le dé, y recibe, la fe nos es contada por justicia como a Abraham, antes de que amemos, antes de que cumplamos la Ley o hagamos alguna obra.

115] Aunque es verdad que los frutos y las obras no faltan, y la fe no es un mero y simple conocimiento de la historia, sino una nueva luz en el corazón y una obra poderosa del Espíritu Santo, por la cual somos renacidos, por la cual las conciencias aterrorizadas son levantadas [de nuevo] y obtienen vida.

116] Y puesto que la fe sola obtiene el perdón de los pecados y nos hace agradables a Dios, trae consigo al Espíritu Santo y debería llamarse con más propiedad gratia gratum faciens, es decir, la gracia que hace agradable, que el amor, que sigue.

117] Hasta aquí hemos mostrado abundantemente, a partir de pasajes de los Padres y de la Escritura, para que este asunto quede bien claro, que obtenemos el perdón de los pecados únicamente por la fe por causa de Cristo, y que somos justificados únicamente por la fe, es decir, de injustos nos volvemos piadosos, santos y renacidos.

118] Pero los corazones piadosos ven aquí y notan cuán sumamente necesaria es esta doctrina de la fe; porque solo a través de ella se aprende a conocer a Cristo y sus beneficios, y a través de [esta] doctrina los corazones y las conciencias encuentran únicamente descanso y consuelo verdaderos y seguros.

119] Porque si ha de haber una Iglesia cristiana, si ha de haber una fe cristiana, entonces ciertamente debe haber en ella una predicación y doctrina por la cual las conciencias no se construyan sobre ninguna ilusión ni fundamento arenoso, sino sobre la cual puedan apoyarse y confiar con certeza. Por lo tanto, los adversarios son verdaderamente obispos infieles, predicadores y doctores infieles, han aconsejado mal a las conciencias hasta ahora y todavía les aconsejan mal, al sostener tal doctrina en la que dejan a la gente en la duda, flotando y pendientes en la incertidumbre, sobre si obtienen el perdón de los pecados o no. Porque, ¿cómo es posible que aquellos en las angustias de la muerte y en las últimas agonías y ansiedades puedan resistir, si no han oído o no conocen esta necesaria doctrina de Cristo, si todavía vacilan y están en duda sobre si tienen el perdón de los pecados o no?

120] Asimismo, si ha de haber una Iglesia cristiana, entonces ciertamente debe permanecer en la Iglesia el Evangelio de Cristo, a saber, esta promesa divina de que se nos perdonan los pecados sin mérito por causa de Cristo. Ese santo Evangelio lo suprimen por completo aquellos que no enseñan nada sobre la fe de la que hablamos.

121] Ahora bien, los escolásticos no enseñan ni escriben una palabra, ni una tilde sobre la fe, lo cual es terrible de oír. A ellos les siguen nuestros adversarios y rechazan esta suprema doctrina de la fe, y están tan endurecidos y ciegos que no ven que con ello pisotean todo el Evangelio, la promesa divina del perdón de los pecados y a todo Cristo.