Artículo XII (V). Sobre la Penitencia
1] En el artículo duodécimo, los adversarios aprueban la primera parte, en la que decimos que todos aquellos que caen en pecado después del Bautismo obtienen el perdón de los pecados, en cualquier momento y cuantas veces se conviertan. La segunda parte, en cambio, la rechazan y condenan, en la que decimos que el arrepentimiento tiene dos partes: la contritionem y la fidem; es decir, que al arrepentimiento pertenecen estas dos cosas: un corazón contrito y humillado, y la fe, es decir, el creer que obtengo el perdón de los pecados por medio de Cristo. ¡Óigase, pues, a qué le dicen «no» los adversarios! Se atreven a negar descaradamente que la fe sea una parte del arrepentimiento.
2] ¿Qué haremos, pues, aquí, clementísimo Señor Emperador, contra esta gente? Ciertamente, es verdad que por la fe obtenemos el perdón de los pecados. Esta palabra no es nuestra palabra, sino la voz y palabra de Jesucristo, nuestro Salvador. Ahora bien, esta clara palabra de Cristo la condenan estos maestros de la Confutación; por eso, de ninguna manera podemos consentir en la Confutación. Queremos, si Dios quiere, no negar las claras palabras del Evangelio, la santa verdad divina y la palabra bienaventurada en la que reside todo consuelo y salvación. Porque negar así, que obtenemos el perdón de los pecados por la fe, ¿qué otra cosa sería sino blasfemar y deshonrar la sangre de Cristo y su muerte?
3] Por eso rogamos, clementísimo Señor Emperador, que Vuestra Majestad Imperial, en este asunto tan grande, supremo y de suma importancia, que concierne a nuestra propia alma y conciencia, que concierne también a toda la fe cristiana, a todo el Evangelio, al conocimiento de Cristo y a lo más alto y grande no solo en esta vida pasajera, sino también en la venidera, sí, a nuestra salvación o perdición eterna ante Dios, escuche y reconozca con gracia y diligencia. Todas las personas temerosas de Dios, piadosas y honorables no encontrarán sino que en este asunto hemos enseñado y mandado enseñar la verdad divina y una instrucción puramente saludable, sumamente necesaria y consoladora para las conciencias, en la cual reside lo más notable y grande, sí, toda la salvación y bienestar de todos los corazones piadosos de toda la Iglesia cristiana, sin cuya instrucción ningún ministerio de predicación, ninguna Iglesia cristiana puede existir ni permanecer. Todas las personas temerosas de Dios encontrarán que esta doctrina nuestra sobre el arrepentimiento ha sacado de nuevo a la luz el Evangelio y su puro entendimiento, y que por medio de ella se han eliminado muchos errores dañinos y horribles, ya que por los libros de los escolásticos y canonistas esta doctrina, sobre qué es o no es el verdadero arrepentimiento, estaba completamente suprimida.
4] Y antes de abordar el asunto, debemos señalar esto: todas las personas honorables, rectas y eruditas, de alto y bajo rango, también los teólogos mismos, tendrán que confesar, y sin duda también los enemigos serán convencidos por su propio corazón, que antes y hasta que el Doctor Lutero escribiera, solo existían escritos y libros oscuros y confusos sobre el arrepentimiento.
5] Como se ve en los Sentenciarios, hay innumerables cuestiones inútiles que ni siquiera los teólogos mismos han podido aclarar suficientemente. Mucho menos pudo el pueblo captar de sus sermones y libros confusos sobre el arrepentimiento una suma o notar qué pertenece principalmente al verdadero arrepentimiento, cómo o de qué manera un corazón y una conciencia debían buscar descanso y paz.
6] ¡Y desafío! Que se presente todavía alguno que, a partir de sus libros, instruya a una sola persona sobre cuándo ciertamente se perdonan los pecados. ¡Oh, buen Señor Dios, qué ceguera se ve allí! ¡Cómo no saben absolutamente nada de esto, cómo sus escritos son pura noche, pura oscuridad! Plantean preguntas sobre si el perdón de los pecados ocurre en la attritione o en la contritione, y si el pecado se perdona por causa del arrepentimiento o la contrición, ¿qué necesidad hay entonces de la absolución? Y si los pecados ya están perdonados, ¿qué necesidad hay entonces del poder de las llaves? Y allí se angustian y se rompen la cabeza y anulan por completo el poder de las llaves.
7] Algunos de ellos inventan y dicen que por el poder de las llaves no se perdona la culpa ante Dios, sino que la pena eterna se transforma en temporal; y así hacen de la absolución, del poder de las llaves, por el cual debemos esperar consuelo y vida, un poder tal por el cual solo se nos impone castigo. Otros quieren ser más astutos y dicen que por el poder de las llaves los pecados se perdonan ante la gente o ante la comunidad cristiana, pero no ante Dios. Esto también es un error muy perjudicial; pues si el poder de las llaves, que es dado por Dios, no nos consuela ante Dios, ¿por medio de qué llegará la conciencia a la tranquilidad?
8] Además de esto, enseñan y escriben cosas aún más torpes y confusas; enseñan que se puede merecer la gracia por el arrepentimiento, y cuando se les pregunta por qué entonces Saúl y Judas y otros similares no merecieron la gracia, en quienes hubo una contrición muy terrible; a esta pregunta deberían responder que a Judas y a Saúl les faltó el Evangelio y la fe, que Judas no se consoló por medio del Evangelio y no creyó; pues la fe distingue el arrepentimiento de Pedro y el de Judas. Pero los adversarios no piensan en absoluto en el Evangelio y la fe, sino en la Ley; dicen que Judas no amó a Dios, sino que temió el castigo. ¿Pero no es esto enseñar sobre el arrepentimiento de manera incierta y torpe?
9] Pues, ¿cuándo sabrá una conciencia aterrorizada, especialmente en las verdaderas grandes angustias que se describen en los Salmos y Profetas, si teme a Dios por amor como a su Dios, o si huye y odia su ira y condenación eterna? Es posible que aquellos no hayan experimentado mucho de estas grandes angustias, ya que juegan así con palabras y hacen distinciones según sus sueños. Pero en el corazón, y cuando se llega a la experiencia, las cosas son muy diferentes, y con las simples sílabas y palabras ninguna conciencia encuentra descanso, como sueñan los buenos, apacibles y ociosos sofistas.
10] Aquí apelamos a la experiencia de todos los temerosos de Dios, a todas las personas rectas y sensatas que también desean conocer la verdad; ellos confesarán que los adversarios en todos sus libros no han enseñado nada correcto sobre el arrepentimiento, sino pura palabrería confusa e inútil; y sin embargo, este es un artículo principal de la doctrina cristiana, sobre el arrepentimiento, sobre el perdón de los pecados. Ahora bien, esta misma doctrina, llena de las cuestiones que se acaban de mencionar, está llena de grandes errores e hipocresía, por los cuales la verdadera doctrina de Cristo, de las llaves, de la fe, ha sido suprimida con un daño inefable para las conciencias.
11] Además, provocan aún más errores cuando se trata de la confesión; allí no enseñan nada más que hacer largas listas y enumerar pecados, y en su mayoría pecados contra mandamientos humanos, e impulsan a la gente a esto, como si tal enumeración fuera de iure divino, es decir, mandada por Dios; y esto no sería tan gravoso,
12] si tan solo hubieran enseñado correctamente sobre la absolución y la fe. Pero ahí pasan de largo nuevamente y dejan de lado el gran consuelo e inventan que la obra, confesar y arrepentirse, justifica ex opere operato, sin Cristo, sin fe. Esos son verdaderos judíos.
13] La tercera parte de este juego es la satisfactio o satisfacción por el pecado. Allí enseñan de manera aún más torpe y confusa, mezclando todo indiscriminadamente, de modo que una pobre conciencia no podría encontrar allí ni una gotita de consuelo bueno o necesario. Pues allí inventan ellos mismos que la pena eterna ante Dios se transforma en pena del purgatorio, y una parte de la pena se perdona y remite por medio de las llaves, pero por otra parte se debe satisfacer con obras.
14] Sobre esto dicen además y llaman a la satisfacción opera supererogationis, que para ellos son las obras pueriles y necias, como peregrinaciones, rosarios y cosas semejantes, de las cuales no hay mandamiento de Dios.
15] Y además, así como cancelan y redimen la pena del purgatorio con su satisfacción, así han ideado otra artimaña para redimir también esas satisfacciones por el purgatorio, lo cual se ha convertido en un negocio verdaderamente provechoso y rico, y en una gran feria. Pues han vendido descaradamente sus indulgencias y dicho que quien compra una indulgencia se redime a sí mismo de lo que de otro modo tendría que satisfacer; y este negocio, esta feria, la han practicado descaradamente, no solo vendiendo indulgencias a los vivos, sino que también se tuvieron que comprar indulgencias para los muertos.
16] Además de esto, también introdujeron el terrible abuso de la Misa, queriendo redimir a los muertos celebrando Misas, y bajo tales doctrinas diabólicas ha sido suprimida toda la doctrina cristiana de la fe, de Cristo, de cómo debemos ser consolados por medio de Él. Por lo tanto, que todas las personas honorables, rectas, amantes de la honra y sensatas, por no hablar de los cristianos, adviertan y entiendan aquí que fue sumamente necesario censurar tal doctrina impía de los sofistas y canonistas sobre el arrepentimiento. Pues esta doctrina suya es abiertamente falsa, incorrecta, contraria a las claras palabras de Cristo, contraria a toda la Escritura de los apóstoles, contraria a toda la Sagrada Escritura y a los Padres, y estos son sus errores:
17] I. Que Dios debe perdonarnos el pecado si hacemos buenas obras, incluso fuera de la gracia.
18] II. Que por la attritione o el arrepentimiento merecemos la gracia.
19] III. Que para borrar nuestro pecado es suficiente si odio y reprendo el pecado en mí mismo.
20] IV. Que por nuestro arrepentimiento, no por causa de la fe en Cristo, obtenemos el perdón de los pecados.
21] V. Que el poder de las llaves otorga el perdón de los pecados no ante Dios, sino ante la Iglesia o la gente.
22] VI. Que por el poder de las llaves no solo se perdonan los pecados, sino que este poder fue instituido para transformar la pena eterna en temporal, y para imponer a las conciencias algunas satisfacciones y establecer cultos y satisfactiones, a los cuales las conciencias están obligadas y atadas ante Dios.
23] VII. Que la enumeración y el cómputo exacto de todos los pecados es mandado por Dios.
24] VIII. Que las satisfactiones, que sin embargo son establecidas por hombres, son necesarias para pagar la pena o también la culpa; pues aunque en la escuela se imputan las satisfactiones solo a la pena, sin embargo, todo el mundo entiende que por ellas se merece el perdón de la culpa.
25] IX. Que por la recepción del sacramento de la penitencia, ex opere operato, aunque el corazón no esté presente, sin la fe en Cristo, obtenemos la gracia.
26] X. Que por el poder de las llaves, mediante la indulgencia, las almas son redimidas del purgatorio.
27] XI. Que en los casos reservados, no la pena de los cánones, sino la culpa de los pecados ante Dios puede ser reservada por el Papa en aquellos que verdaderamente se convierten a Dios.
28] Ahora bien, para ayudar a las conciencias a salir de las innumerables trampas y redes confusas de los sofistas, decimos que el arrepentimiento o la conversión tiene dos partes: la contritionem y la fidem. Si alguien quiere añadir una tercera parte, a saber, los frutos del arrepentimiento y la conversión, que son las buenas obras que deben y tienen que seguir, no discutiré mucho con él.
29] Pero cuando hablamos de contritione, es decir, del verdadero arrepentimiento, eliminamos las innumerables cuestiones inútiles, donde plantean preguntas sobre cuándo tenemos arrepentimiento por amor a Dios, ítem, cuándo por temor al castigo. Pues son solo meras palabras y palabrería vana de aquellos que no han experimentado cómo se siente una conciencia aterrorizada. Decimos que contritio o verdadero arrepentimiento es cuando la conciencia se aterroriza y comienza a sentir su pecado y la gran ira de Dios sobre el pecado, y le duele haber pecado. Y esta contritio ocurre así, cuando nuestro pecado es reprendido por la Palabra de Dios. Pues en estas dos partes reside la suma del Evangelio. Primero dice: ¡Arrepentíos! Y hace a todos pecadores. Segundo, ofrece el perdón de los pecados, la vida eterna, la salvación, toda la bienaventuranza y el Espíritu Santo por medio de Cristo, por quien somos renacidos.
30] Así también resume Cristo la suma del Evangelio, como dice al final de Lucas: “que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lucas 24:47).
31] Y del terror y la angustia de la conciencia habla la Escritura en el Salmo 38, v. 4, 8: “Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza; como carga pesada se han agravado sobre mí.” Y en el Salmo 6, v. 2, 3: “Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque estoy enfermo; sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen. Mi alma también está muy turbada; y tú, Jehová, ¿hasta cuándo?” Y Isaías 38, 10, 13, 14: “Yo dije: A la mitad de mis días iré a las puertas del Seol; privado soy del resto de mis años… Me quejaba hasta la mañana. Como un león molió todos mis huesos…” Ítem: “Mis ojos desfallecían mirando arriba; oh Jehová, violencia padezco…” etc.
32] En esas mismas angustias, la conciencia siente la ira y la severidad de Dios contra el pecado, lo cual es algo completamente desconocido para personas ociosas y carnales como los sofistas y sus semejantes. Pues ahí es donde la conciencia se da cuenta por primera vez de qué gran desobediencia a Dios es el pecado, ahí es donde la terrible ira de Dios oprime verdaderamente la conciencia, y es imposible para la naturaleza humana soportarla si no fuera sostenida por la Palabra de Dios.
33] Así dice Pablo: “Porque yo por la ley soy muerto para la ley” (Gálatas 2:19).
34] Pues la ley solo acusa las conciencias, ordena lo que se debe hacer y las aterroriza. Y aquí los adversarios no dicen ni una palabra sobre la fe, no enseñan así ni una palabra del Evangelio ni de Cristo, sino pura doctrina de la ley, y dicen que la gente merece la gracia con tal dolor, arrepentimiento y pesar, con tales angustias, pero si tienen arrepentimiento por amor a Dios o aman a Dios. ¡Oh, buen Señor Dios, qué clase de predicación es esta para las conciencias que necesitan consuelo! ¿Cómo podemos amar a Dios cuando estamos en tan altas, grandes angustias y lucha indecible, cuando sentimos tan grande y terrible severidad e ira de Dios, que se siente allí más fuerte de lo que ningún hombre en la tierra puede expresar o decir? ¿Qué enseñan tales predicadores y doctores sino pura desesperación, que en tan grandes angustias predican a una pobre conciencia ningún Evangelio, ningún consuelo, solo la ley?
35] Nosotros, en cambio, añadimos la segunda parte del arrepentimiento, a saber, la fe en Cristo, y decimos que en tal terror se debe presentar a las conciencias el Evangelio de Cristo, en el cual se promete el perdón de los pecados por gracia por medio de Cristo. Y tales conciencias deben creer que por causa de Cristo les son perdonados los pecados. Esta fe levanta de nuevo, consuela y vuelve a vivificar y alegrar tales corazones quebrantados; como dice Pablo a los Romanos 5, 1-2: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios”.
36] Esta fe muestra correctamente la diferencia entre el arrepentimiento de Judas y el de Pedro, el de Saúl y el de David. Y por eso el arrepentimiento de Judas y Saúl no fue útil; porque no hubo fe que se aferrara a la promesa de Dios por medio de Cristo. En cambio, el arrepentimiento de David y San Pedro fue genuino; porque hubo fe, la cual abrazó la promesa de Dios, que ofrece el perdón de los pecados por medio de Cristo. Pues propiamente no hay amor alguno a Dios en ningún corazón, a menos que primero seamos reconciliados con Dios por medio de Cristo.
37] Porque nadie puede cumplir o guardar la ley de Dios o el primer mandamiento sin Cristo; como dice Pablo a los Efesios, 2, 18; 3, 12: “porque por medio de él… tenemos entrada… al Padre.” Y la fe lucha toda la vida contra el pecado y es probada a través de diversas tentaciones y crece. Donde ahora está la fe, allí sigue entonces primero el amor de Dios, como hemos dicho más arriba.
38] Y esto se llama enseñar correctamente qué es el timor filialis, a saber, un temor y espanto ante Dios tal, donde sin embargo la fe en Cristo nos consuela de nuevo. Servilis timor autem, temor servil, es temor sin fe, donde solo hay ira y desesperación.
39] El poder de las llaves, pues, nos anuncia el Evangelio por medio de la absolución. Pues la palabra de la absolución me anuncia la paz y es el Evangelio mismo. Por eso, cuando hablamos de fe, queremos incluir la absolución. Pues la fe viene por el oír (Romanos 10:17), y cuando oigo la absolución, es decir, la promesa de la gracia divina o el Evangelio, entonces mi corazón y mi conciencia son consolados.
40] Y puesto que Dios verdaderamente da nueva vida y consuelo al corazón por medio de la Palabra, así también por el poder de las llaves se desatan verdaderamente los pecados aquí en la tierra, de modo que están desatados ante Dios en el cielo, como dice el dicho: “El que a vosotros oye, a mí me oye” (Lucas 10:16). Por lo tanto, no debemos estimar ni creer menos la palabra de la absolución que si oyéramos la clara voz de Dios desde el cielo,
41] y la absolución, esa palabra bienaventurada y consoladora, debería llamarse con razón el sacramento del arrepentimiento, como también hablan de ello algunos escolásticos que fueron más eruditos que los otros.
42] Y esta fe en la Palabra debe fortalecerse continuamente escuchando la predicación, leyendo, usando los sacramentos. Pues estos son los sellos y señales del pacto y de la gracia en el Nuevo Testamento; son señales de la reconciliación y del perdón de los pecados. Pues ofrecen el perdón de los pecados, como testifican claramente las palabras en la Cena del Señor: “Este es mi cuerpo, que por vosotros es dado” etc. “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre” etc. (Lucas 22:19-20; 1 Corintios 11:24-25). Así también la fe se fortalece por la palabra de la absolución, por los predicadores del Evangelio, por la recepción del sacramento, para que no perezca en tales terrores y angustias de la conciencia.
43] Esta es una doctrina clara, cierta y correcta sobre el arrepentimiento; por medio de ella se puede entender y saber qué son o no son las llaves, para qué sirven los sacramentos, cuál es el beneficio de Cristo, por qué y cómo Cristo es nuestro Mediador.
44] Pero puesto que los adversarios condenan que hayamos establecido las dos partes del arrepentimiento, debemos mostrar que no somos nosotros, sino la Escritura la que expresa así estas dos partes del arrepentimiento o la conversión. Cristo dice en Mateo 11, 28: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” Aquí hay dos partes: la carga o el peso, de la que habla Cristo, es decir, la miseria, el gran terror ante la ira de Dios en el corazón; segundo, el venir a Cristo, pues el venir no es otra cosa que creer que por causa de Cristo nos son perdonados los pecados, y que por el Espíritu Santo somos renacidos y vivificados.
45] Por lo tanto, estas dos deben ser las partes principales en el arrepentimiento: la contrición y la fe. Y en Marcos 1, 15, dice Cristo: “Arrepentíos, y creed en el evangelio.” Primero nos hace pecadores y nos aterroriza. Segundo, nos consuela y anuncia el perdón de los pecados. Pues creer en el Evangelio no significa solo creer las historias del Evangelio, fe que también tienen los demonios, sino que significa propiamente creer que por medio de Cristo nos son perdonados los pecados; pues esta fe nos predica el Evangelio. Ahí veis también las dos partes: la contrición o el terror de la conciencia, cuando dice: “¡Arrepentíos!”; y la fe, cuando dice: “¡Creed en el evangelio!” Si alguien quisiera decir que Cristo incluye también los frutos del arrepentimiento, toda la vida nueva, no lo discutimos mucho. Nos basta aquí que la Escritura exprese principalmente estas dos partes: contrición y fe.
46] Pablo en todas las epístolas, cada vez que trata cómo somos convertidos, reúne estas dos partes: la muerte del viejo hombre, es decir, la contrición, el terror ante la ira y el juicio de Dios, y por otro lado, la renovación por medio de la fe. Pues por la fe somos consolados y devueltos a la vida y salvados de la muerte y el infierno. De estas dos partes habla claramente en Romanos 6, 2, 4, 11: “nosotros que hemos muerto al pecado” (v. 2), esto sucede por la contrición y el terror; “y de nuevo debemos resucitar con Cristo” (cf. v. 4), esto sucede cuando por la fe obtenemos de nuevo consuelo y vida. Y puesto que la fe debe traer consuelo y paz a la conciencia según el dicho de Romanos 5, 1: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz”, se sigue que antes hay terror y angustia en la conciencia. Así, la contrición y la fe van juntas.
49] Aunque, ¿qué necesidad hay de introducir muchos dichos o testimonios de la Escritura, si toda la Escritura está llena de ellos? Como en el Salmo 118: “Me castigó gravemente JAH, mas no me entregó a la muerte.” (v. 18). Y en el Salmo 119: “Se deshace mi alma de ansiedad; susténtame según tu palabra.” (v. 28). Primero habla del terror o de la contrición.
50] En la segunda parte del versículo indica claramente cómo una conciencia pobre y arrepentida es consolada de nuevo, a saber, por la Palabra de Dios, que ofrece gracia y vivifica de nuevo. Ítem, 1 Samuel 2: “Jehová mata, y él da vida; él hace descender al Seol, y hace subir.” (v. 6). Aquí también se tocan las dos partes: contrición y fe.
51] Ítem, Isaías 28: “Porque Jehová se levantará… para hacer su obra, su extraña obra, y para hacer su operación, su extraña operación.” (v. 21). Dice: Dios aterrorizará, aunque esa no sea la obra de Dios; pues la obra propia de Dios es vivificar. Otras obras, como aterrorizar, matar, no son obras propias de Dios. Pues Dios solo vivifica, y cuando aterroriza, lo hace para que su bienaventurado consuelo nos sea tanto más agradable y dulce; pues los corazones seguros y carnales, que no sienten la ira de Dios ni su pecado, no estiman ningún consuelo.
52] De esta manera suele la Sagrada Escritura poner juntas las dos partes, primero el terror, después el consuelo, para indicar que estas dos partes pertenecen a un verdadero arrepentimiento o conversión: primero, contrición sincera, después, fe que levanta de nuevo la conciencia. Y ciertamente es así, que no es posible hablar de la cosa más clara o correctamente. Así sabemos con certeza que Dios obra así en sus cristianos, en la Iglesia.
53] Estas son, pues, las dos obras principales por las cuales Dios obra en los suyos. De estas dos partes habla toda la Escritura: primero, que aterroriza nuestros corazones y nos muestra el pecado; segundo, que de nuevo nos consuela, levanta y vivifica. Por eso, toda la Escritura también presenta esta doble doctrina: una es la Ley, que nos muestra nuestra miseria, castiga el pecado. La otra doctrina es el Evangelio; pues la promesa de Dios, donde promete gracia por medio de Cristo, y la promesa de la gracia se repite siempre desde Adán a través de toda la Escritura. Pues primero se prometió la promesa de la gracia o el primer Evangelio a Adán: “Y pondré enemistad…” etc. (Génesis 3:15). Después se hicieron promesas a Abraham y a otros patriarcas sobre ese mismo Cristo, las cuales luego predicaron los profetas; y finalmente, esa misma promesa de la gracia fue predicada por Cristo mismo, cuando ya había venido, entre los judíos y finalmente extendida por los apóstoles entre los gentiles por todo el mundo.
54] Pues por la fe en el Evangelio o en la promesa acerca de Cristo, todos los patriarcas, todos los santos desde el principio del mundo, han sido hechos justos ante Dios, y no por causa de su arrepentimiento o dolor o cualquier tipo de obras.
55] Y los ejemplos de cómo los santos llegaron a ser justos también muestran las dos partes mencionadas anteriormente, a saber, la Ley y el Evangelio. Pues Adán, cuando cayó, primero es castigado, de modo que su conciencia se aterroriza y entra en grandes angustias; eso es la verdadera contrición o contritio. Después, Dios le promete gracia y salvación por medio de la simiente bendita, es decir, Cristo, por quien la muerte, el pecado y el reino del diablo debían ser destruidos; allí le ofrece de nuevo gracia y perdón de los pecados. Estas son las dos partes. Pues aunque Dios después impone un castigo a Adán, él no merece el perdón de los pecados por medio del castigo. Y de ese castigo impuesto hablaremos después.
56] Así David es duramente reprendido y aterrorizado por el profeta Natán, de modo que dice y confiesa: “Pequé contra Jehová.” (2 Samuel 12:13). Esto es ahora la contrición. Después oye el Evangelio y la absolución: “También Jehová ha remitido tu pecado; no morirás.” (2 Samuel 12:13). Cuando David cree esta palabra, su corazón recibe de nuevo consuelo, luz y vida.
57] Y aunque también se le impone el castigo, no merece el perdón de los pecados por medio del castigo. Y hay también ejemplos donde tales castigos especiales no se añaden, pero estas dos partes pertenecen siempre principalmente a un verdadero arrepentimiento: primero, que nuestra conciencia reconozca el pecado y se aterrorice; segundo, que creamos la promesa divina. Como en Lucas 7, 37-38, la pobre mujer pecadora viene a Cristo y llora amargamente. El llanto indica la contrición. Después oye el Evangelio: “Tus pecados te son perdonados; tu fe te ha salvado; vé en paz.” (Lucas 7:48, 50). Esto es ahora la segunda y principal parte del arrepentimiento, a saber, la fe, que la consuela de nuevo.
58] De esto pueden notar aquí todos los lectores cristianos que no introducimos disputas innecesarias, sino que establecemos clara, correcta y propiamente las partes del arrepentimiento, sin las cuales los pecados no pueden ser perdonados, sin las cuales nadie llega a ser justo, santo o renacido ante Dios. Pero los frutos y las buenas obras, ítem, la paciencia, que suframos con gusto la cruz y el castigo que Dios impone al viejo Adán, todo eso sigue cuando primero el pecado es perdonado así por la fe y somos renacidos. Y hemos establecido claramente estas dos partes para que la fe en Cristo, de la cual todos los sofistas y canonistas han guardado silencio, también sea enseñada alguna vez, para que se pueda ver aún más claramente qué es o no es la fe, cuando se la contrapone así al gran terror y angustia.
59] Puesto que los adversarios condenan este artículo claro, cierto y excelentísimo sin ningún reparo ni vergüenza, donde decimos que los hombres obtienen el perdón de los pecados por medio de la fe en Cristo, presentaremos algunas razones y pruebas de ello, a partir de las cuales se entienda que no obtenemos el perdón de los pecados ex opere operato o por la obra realizada, por el arrepentimiento o el dolor, etc., sino solo por medio de la fe, por la cual cada uno cree por sí mismo que sus pecados le son perdonados. Pues este artículo es el principal y más necesario por el cual contendemos con los adversarios; el cual también es el más necesario de saber para todos los cristianos. Pero como ya hemos dicho suficiente sobre esto arriba en el artículo De iustificatione (Sobre la Justificación), lo trataremos aquí más brevemente.
60] Los adversarios, cuando hablan de la fe, dicen que la fe debe preceder al arrepentimiento, y no entienden la fe que justifica ante Dios, sino la fe por la cual in genere, es decir, en general, se cree que hay un Dios, que hay un infierno, etc. Nosotros, en cambio, hablamos además de una fe por la cual creo con certeza para mí mismo que mis pecados me son perdonados por causa de Cristo. Sobre esta fe contendemos, la cual debe y tiene que seguir después del terror, y consolar la conciencia y volver a satisfacer el corazón en la dura lucha y angustia. Y esto lo defenderemos, si Dios quiere, eternamente y lo mantendremos contra todas las puertas del infierno: que esta fe debe estar presente para que a alguien le sean perdonados los pecados. Por eso, también incluimos esta parte en el arrepentimiento. Tampoco la Iglesia cristiana puede sostener otra cosa sino que los pecados son perdonados por medio de tal fe, aunque los adversarios ladren en contra como perros rabiosos.
61] En primer lugar, pregunto aquí a los adversarios si oír o recibir la absolución es también una parte del arrepentimiento. Pues si separan la absolución de la confesión, como quieren ser sutiles en distinguir, entonces nadie sabrá o podrá decir para qué sirve la confesión sin la absolución. Pero si no separan la absolución de la confesión, entonces deben decir que la fe en la palabra de Cristo es una parte del arrepentimiento, ya que no se puede recibir la absolución sino solo por medio de la fe. Pero que no se puede recibir la palabra de la absolución sino solo por medio de la fe, se puede probar por Pablo, Romanos 4, 16, donde dice que nadie puede asir la promesa de Dios sino solo por medio de la fe. Pero la absolución no es otra cosa que el Evangelio, una promesa divina de la gracia y el favor de Dios, etc.
62] Por lo tanto, no se puede tener ni obtener sino solo por medio de la fe. Pues, ¿cómo puede ser útil la palabra de la absolución a aquellos que no la creen? Pero no creer la absolución, ¿qué es eso sino hacer a Dios mentiroso? Puesto que el corazón vacila, duda, considera incierto lo que Dios promete allí. Por eso está escrito en 1 Juan 5, 10: “El que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo.”
63] En segundo lugar, los adversarios deben ciertamente confesar que el perdón de los pecados es una parte o, para hablar a su manera, es finis, el fin, o terminus ad quem de todo el arrepentimiento. Pues, ¿de qué serviría el arrepentimiento si no se obtuviera el perdón de los pecados? Por lo tanto, aquello por lo cual se obtiene el perdón de los pecados debe y tiene que ser ciertamente una parte principal del arrepentimiento. Pero propiamente es verdad, claro y cierto, aunque todos los demonios, todas las puertas del infierno griten en contra, que nadie puede asir la palabra del perdón de los pecados sino solo por medio de la fe. Romanos 3, 25: “a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre” etc. Ítem, Romanos 5, 2: “por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia” etc.
64] Pues una conciencia aterrorizada, que siente su pecado, pronto se da cuenta de que la ira de Dios no se puede reconciliar con nuestras miserables obras, sino que una conciencia llega verdaderamente a la paz cuando se aferra al Mediador Cristo y cree las promesas divinas. Pues aquellos no entienden qué es el perdón de los pecados, o cómo se obtiene, que imaginan que los corazones y las conciencias pueden ser tranquilizados sin la fe en Cristo.
65] El apóstol Pedro cita el dicho de Isaías 28, 16 [citado en 1 Pedro 2:6]: “El que creyere en él, no será avergonzado.” Por consiguiente, los hipócritas deben ser avergonzados ante Dios, los que piensan que quieren obtener el perdón de los pecados por medio de sus obras, no por causa de Cristo. Y Pedro en los Hechos de los Apóstoles 10, 43 dice: “De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre.” No podría haber hablado más claramente que diciendo: “por su nombre”, y añade: “todos los que en él creyeren”. Por lo tanto, obtenemos el perdón de los pecados por el nombre de Cristo, es decir, por causa de Cristo, no por causa de nuestro mérito u obras, y esto sucede así, cuando creemos que nuestros pecados nos son perdonados por causa de Cristo.
66] Los adversarios bien gritan que ellos son la Iglesia cristiana, y que sostienen lo que la catholica, la iglesia universal, sostiene. Pero el apóstol Pedro, aquí en nuestro asunto y nuestro artículo supremo, también alaba a una iglesia catholica, universal, cuando dice: “De éste dan testimonio todos los profetas, que recibimos perdón de pecados por su nombre.” Yo creo ciertamente que si todos los santos profetas concuerdan unánimemente (después de que Dios también considera a un solo profeta como un tesoro mundial), debe ser también un decreto, una voz y una decisión unánime y fuerte de la iglesia universal, católica, cristiana, santa, y ser considerado justamente como tal. No concederemos ni al Papa, ni al obispo, ni a la iglesia el poder de sostener o decidir algo en contra de la voz unánime de todos los profetas.
67] Sin embargo, el Papa León X se atrevió a condenar este artículo como erróneo. Y los adversarios también condenan esto. Por lo tanto, está bastante claro qué clase de fina iglesia cristiana es esta, que no solo se atreve a condenar por decretos y mandatos públicos y escritos este artículo, a saber, que obtenemos el perdón de los pecados sin obras, por la fe en Cristo, sino que también se atreve a condenar y asesinar sangre inocente por la confesión de este artículo. Se atreven a emitir mandatos para que se expulse a personas piadosas y rectas que enseñan así, y los persiguen por su cuerpo y vida mediante toda clase de tiranía, como perros de caza.
68] Pero quizás dirán que también tienen maestros a su favor, Escoto, Gabriel y otros similares, que también tienen grandes nombres, además de los dichos de los Padres, que se citan mutilados en el Decreto. Sí, es verdad, todos se llaman maestros y escritores, pero por el canto se puede reconocer qué pájaros son. Esos escritores no han enseñado nada más que filosofía y no sabían nada de Cristo y de la obra de Dios; sus libros lo demuestran claramente.
69] Por lo tanto, no nos dejemos confundir, sino que sabemos con certeza que podemos sostener alegremente la palabra del santo apóstol Pedro, como de un gran doctor, contra todos los Sentenciarios juntos, aunque fueran muchos miles.
70] Pues Pedro dice claramente que es una voz unánime de todos los profetas, y esa gloriosa predicación del alto y gran apóstol la confirmó Dios poderosamente en aquel momento mediante la distribución del Espíritu Santo.
71] Pues así dice el texto: “Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso.” (Hechos 10:44).
72] Por lo tanto, las conciencias cristianas deben notar bien que esta es la palabra y el mandamiento de Dios, que sin mérito nuestros pecados son perdonados por medio de Cristo, no por causa de nuestras obras, y tal palabra y mandamiento de Dios es un consuelo verdadero, fuerte, cierto e imperecedero contra todo terror del pecado, de la muerte, contra toda tentación y desesperación, tormento y angustia de la conciencia.
73] De esto poco saben los ociosos sofistas, y la bienaventurada predicación, el Evangelio, que predica el perdón de los pecados por medio de la simiente bendita, es decir, Cristo, ha sido desde el principio del mundo el mayor tesoro y consuelo de todos los patriarcas, todos los reyes piadosos, todos los profetas, todos los creyentes; pues ellos creyeron en ese mismo Cristo en quien nosotros creemos. Porque desde el principio del mundo ningún santo se ha salvado de otra manera que por la fe de ese mismo Evangelio. Por eso dice también Pedro que es una voz unánime de todos los profetas (y los apóstoles también predican unánimemente lo mismo), e indica que los profetas hablaron como por una sola boca. Además están los testimonios de los santos Padres. Pues Bernardo dice con palabras claras así: “Por lo tanto, es necesario saber ante todo que no podemos tener el perdón de los pecados de otra manera que por la gracia de Dios; pero debes añadir esto, que creas esto, que también a ti, no solo a otros, te son perdonados los pecados por medio de Cristo. Este es el testimonio del Espíritu Santo dentro de tu corazón, a ti mismo te son perdonados tus pecados. Pues así lo llama el apóstol, que el hombre es justificado sin mérito, por medio de la fe.”
74] Estas palabras de San Bernardo realzan verdaderamente esta doctrina nuestra y la ponen correctamente a la luz. Pues dice que no solo debemos creer en general que nuestros pecados nos son perdonados, sino que dice que se debe añadir esto, que yo crea para mí mismo que mis pecados me han sido perdonados. Y enseña además de manera más específica y clara cómo nos aseguramos interiormente en el corazón de la gracia, del perdón de nuestros pecados, a saber, cuando los corazones son consolados y tranquilizados interiormente por este consuelo. ¿Y ahora qué, adversarios? ¿Es San Bernardo también un hereje? ¿Qué más queréis? ¿Queréis negar todavía que obtenemos el perdón de los pecados por medio de la fe?
75] En tercer lugar, dicen los adversarios que el pecado se perdona así, quia attritus vel contritus elicit actum dilectionis Dei; cuando nos proponemos por la razón amar a Dios, por esa obra, dicen ellos, obtenemos el perdón de los pecados. Esto no es otra cosa que abolir el Evangelio y las promesas divinas y enseñar pura ley; pues hablan solo de la ley y de nuestras obras; porque la ley exige amor. Por lo tanto, enseñan a confiar en que obtenemos el perdón de los pecados por medio de tal arrepentimiento y nuestro amor. ¿Qué es esto sino confiar en nuestras obras, no en la promesa de Cristo? Si ahora la ley es suficiente para obtener el perdón de los pecados, ¿qué necesidad hay de Cristo, qué necesidad hay del Evangelio?
76] Nosotros, en cambio, apartamos las conciencias de la ley, de sus obras, hacia el Evangelio y la promesa de la gracia. Pues el Evangelio ofrece a Cristo y pura gracia, y nos manda confiar en la promesa de que por causa de Cristo somos reconciliados con el Padre, no por causa de nuestro arrepentimiento o amor; pues no hay otro Mediador o Reconciliador que Cristo. Así, no podemos cumplir la ley si no somos reconciliados primero por medio de Cristo; y aunque hiciéramos algo bueno, debemos considerarlo, sin embargo, que no obtenemos el perdón de los pecados por causa de las obras, sino por causa de Cristo.
77] Por lo tanto, se llama injuriar a Cristo y abolir el Evangelio si alguien quisiera sostener que obtenemos el perdón de los pecados por medio de la ley o de otra manera que por medio de la fe en Cristo. Y esto también lo hemos tratado arriba De iustificatione, donde dijimos por qué enseñamos que somos justificados por la fe y no por el amor de Dios o por nuestro amor a Dios.
78] Por lo tanto, cuando los adversarios enseñan que obtenemos el perdón de los pecados por el arrepentimiento y el amor y confiamos en ello, no es otra cosa que enseñar la ley, la cual, sin embargo, no entienden qué clase de amor a Dios exige, sino que miran, como los judíos, solo el rostro velado de Moisés. Pues quiero suponer que las obras y el amor estén ahí; sin embargo, ni las obras ni el amor pueden reconciliar a Dios, o valer tanto como Cristo, como dice el Salmo: “Y no entres en juicio con tu siervo…” etc. (Salmo 143:2). Por lo tanto, no debemos dar la gloria de Cristo a nuestras obras.
79] Por esta causa, Pablo argumenta que no somos justificados por la ley, y contrapone a la ley la promesa de Dios, la promesa de la gracia, que nos es dada por causa de Cristo. Ahí Pablo nos da la vuelta y nos aparta de la ley hacia la promesa divina; ahí quiere que miremos a Dios y su promesa y consideremos al Señor Cristo como nuestro tesoro; pues esa promesa será vana si somos justificados ante Dios por las obras de la ley, si merecemos el perdón de los pecados por nuestra justicia.
80] Ahora bien, es cierto que Dios hace la promesa por esto, y que Cristo también vino por esto, porque no podemos guardar ni cumplir la ley. Por lo tanto, debemos ser reconciliados primero por la promesa antes de cumplir la ley; pero la promesa no se puede asir sino solo por medio de la fe. Por lo tanto, todos aquellos que tienen verdadero arrepentimiento, abrazan la promesa de la gracia por medio de la fe y creen ciertamente que somos reconciliados con el Padre por medio de Cristo.
81] Esta es también la opinión de Pablo a los Romanos en 4, 16: “Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme”. Y a los Gálatas en 3, 22: “Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes”, es decir, todos los hombres están bajo pecado y no pueden ser redimidos a menos que abracen el perdón de los pecados por medio de la fe.
82] Por lo tanto, debemos obtener primero el perdón de los pecados por medio de la fe antes de cumplir la ley. Aunque, como hemos dicho arriba, del amor sigue ciertamente la fe, pues aquellos que creen, reciben el Espíritu Santo. Por lo tanto, comienzan a amar la ley y a obedecerla.
83] Quisiéramos introducir aquí más dichos, pero la Escritura está llena de ellos por todas partes. También quisiera no alargarlo demasiado, para que este asunto sea tanto más claro.
84] Pues no hay ninguna duda de que esta es la opinión de Pablo, que obtenemos el perdón de los pecados por causa de Cristo por medio de la fe, que también debemos poner al Mediador frente a la ira de Dios, no nuestras obras. Tampoco deben las conciencias piadosas y cristianas confundirse por esto, si los adversarios interpretan falsamente y tuercen los claros dichos de Pablo. Pues nada se puede decir o escribir tan simple, tan cierto y puro, tan claro, que no se le pueda dar otra cara con palabras. Pero estamos seguros de esto y lo sabemos con certeza, que la opinión que hemos expuesto es la correcta opinión de Pablo. Tampoco hay duda de que esta doctrina es el único consuelo verdadero y cierto para tranquilizar y consolar los corazones y las conciencias en la verdadera lucha y en la agonía de la muerte y la tentación, como lo demuestra la experiencia.
85] Por lo tanto, ¡lejos, muy lejos de nosotros las doctrinas farisaicas de los adversarios, donde dicen que no obtenemos el perdón de los pecados por la fe, sino que debemos merecerlo con nuestras obras y con nuestro amor a Dios; ítem, que con nuestras obras y amor debemos reconciliar la ira de Dios! Pues es una doctrina verdaderamente farisaica, una doctrina de la ley, no del Evangelio, donde enseñan que el hombre es justificado primero por la ley antes de ser reconciliado con Dios por medio de Cristo, cuando sin embargo Cristo dice: “separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5); ítem: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos” (Juan 15:5).
86] Los adversarios, en cambio, hablan de ello como si no fuéramos pámpanos de Cristo, sino de Moisés. Pues quieren llegar a ser justos y rectos ante Dios primero por la ley y ofrecer primero nuestras obras y dilectio (amor) a Dios, antes de ser pámpanos en la vid de Cristo. Pero Pablo, que ciertamente es un doctor mucho más elevado que los adversarios, habla claramente y argumenta en contra de esto precisamente, que nadie puede cumplir la ley sin Cristo. Por lo tanto, aquellos que sienten o han experimentado correctamente el pecado y la angustia de la conciencia, deben aferrarse a la promesa de la gracia, para que por la fe sean reconciliados primero con Dios por causa de Cristo, antes de cumplir la ley.
87] Todo esto es suficientemente público y claro para las conciencias temerosas de Dios. Y de aquí entenderán bien los cristianos por qué hemos dicho arriba que somos justificados ante Dios solo por la fe, no por nuestras obras o dilectio, etc. Pues toda nuestra capacidad, todo hacer y obra son demasiado débiles para quitar y aplacar la ira de Dios; por eso debemos presentar a Cristo, el Mediador.
88] Finalmente, sin embargo, los adversarios deberían considerar: ¿cuándo llegará a la paz y se tranquilizará una pobre conciencia, si obtenemos la gracia y el perdón de los pecados porque amamos a Dios, o porque cumplimos la ley? La ley siempre nos acusará; pues ningún hombre cumple la ley, como dice Pablo: “Pues la ley produce ira” (Romanos 4:15). Crisóstomo pregunta, y también preguntan los Sentenciarios, cómo se asegura uno de que sus pecados le han sido perdonados. Ciertamente vale la pena preguntar. ¡Bienaventurado el que da la respuesta correcta! A esta pregunta sumamente necesaria no es posible responder, tampoco es posible consolar o tranquilizar correctamente la conciencia en la tentación, a menos que se responda de esta manera. Es la decisión de Dios, el mandato de Dios desde el principio del mundo, que por la fe en la simiente bendita, es decir, por la fe, por causa de Cristo, sin mérito, nos sean perdonados los pecados. Si alguien vacila o duda de esto, hace a Dios mentiroso en su promesa, como dice Juan. Decimos ahora, pues, que un cristiano debe sostener esto con certeza como mandato de Dios, y si lo sostiene así, entonces está seguro y siente paz y consuelo. Los adversarios, cuando predican y enseñan largamente fuera de esta doctrina, dejan a las pobres conciencias atrapadas en la duda.
89] Allí no es posible que haya descanso, una conciencia tranquila o pacífica, si dudan de si Dios es misericordioso. Pues si dudan de si tienen un Dios misericordioso, si hacen lo correcto, si tienen el perdón de los pecados, ¿cómo pueden entonces invocar a Dios en esa duda, cómo pueden estar seguros de que Dios presta atención y escucha su oración? Así, toda su vida es sin fe, y no pueden servir a Dios correctamente. Esto es lo que Pablo dice a los Romanos: “todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Romanos 14:23). Y puesto que permanecen siempre y eternamente atrapados en esa duda, nunca experimentan qué es Dios, qué es Cristo, qué es la fe. Además, al final sucede que mueren en desesperación, sin Dios, sin todo conocimiento de Dios. Tal doctrina perjudicial propagan los adversarios, a saber, una doctrina tal por la cual todo el Evangelio es eliminado, Cristo es suprimido, la gente es llevada al dolor de corazón y al tormento de las conciencias, y finalmente, cuando vienen las tentaciones, a la desesperación. Que Su Majestad Imperial considere esto con gracia y preste mucha atención; no concierne al oro o la plata, sino a las almas y las conciencias. También que todas las personas honorables y sensatas presten aquí mucha atención a qué es o no es este asunto.
90] Aquí podemos permitir que todas las personas honorables juzguen qué parte ha enseñado lo más útil para las conciencias cristianas, nosotros o los adversarios. Pues verdaderamente debemos considerar que la disputa y la discordia no nos benefician. Y si no hubiera las razones más grandes y sumamente importantes, concernientes a la conciencia, la salvación y el alma de todos nosotros, por las cuales debemos contender tan vehementemente con los adversarios, bien guardaríamos silencio. Pero puesto que condenan el santo Evangelio, toda la clara Escritura de los apóstoles, la verdad divina, no podemos, ante Dios y la conciencia, negar esta bienaventurada doctrina y verdad divina, en la cual esperamos finalmente, cuando esta pobre vida temporal termine y toda ayuda de las criaturas cese, el único, eterno y supremo consuelo; tampoco podemos apartarnos de ninguna manera de este asunto, que no es solo nuestro, sino de toda la cristiandad, y concierne al tesoro supremo, Jesucristo.
91] Hemos mostrado ahora por qué razones hemos establecido las dos partes del arrepentimiento, a saber, la contrición y la fe. Y lo hemos hecho también por esto, porque se encuentran toda clase de dichos aquí y allá en los libros de los adversarios sobre el arrepentimiento, que introducen fragmentariamente, mutilados, de Agustín y otros Padres antiguos, los cuales han interpretado y extendido por todas partes para suprimir por completo la doctrina de la fe. Como este dicho han puesto: “El arrepentimiento es un dolor por el cual se castiga el pecado.” Ítem: “El arrepentimiento es que yo llore los pecados pasados y no vuelva a cometer los pecados lamentados.” En estos dichos no se menciona en absoluto la fe, y tampoco en sus escuelas, donde tratan precisamente tales dichos extensamente, mencionan en absoluto la fe.
92] Por lo tanto, para que la doctrina de la fe se hiciera más conocida, hemos puesto la fe como una parte del arrepentimiento. Pues los dichos que enseñan nuestro arrepentimiento y nuestras buenas obras y no mencionan en absoluto la fe, son muy peligrosos, como lo demuestra la experiencia.
93] Por lo tanto, si hubieran considerado el gran peligro de las almas y las conciencias, los Sentenciarios y Canonistas deberían haber escrito con más prudencia sobre su Decreto. Pues si los Padres también hablan de la otra parte del arrepentimiento, no solo de una parte, sino de ambas, de la contrición y de la fe, entonces deberían haberlas puesto juntas.
94] Pues Tertuliano también habla de manera muy consoladora sobre la fe, y especialmente alaba el juramento divino, del cual habla el profeta: “Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva.” (Ezequiel 33:11). Puesto que Dios jura, dice él, que no quiere la muerte del pecador, exige ciertamente la fe, que creamos su juramento, que quiere perdonarnos los pecados. Las promesas de Dios deben ser, de todos modos, sumamente consideradas y estimadas por nosotros. Ahora bien, la promesa está confirmada con un juramento. Por lo tanto, si alguien sostiene que sus pecados no le son perdonados, hace a Dios mentiroso, lo cual es la mayor blasfemia contra Dios. Pues así dice Tertuliano: Invitat praemio ad salutem, iurans etiam, etc.; es decir: “Dios nos atrae a nuestra propia salvación con su propio juramento, para que le creamos. ¡Oh, bienaventurados aquellos por quienes Dios jura! ¡Oh, ay de nosotros, miserables, si ni siquiera creemos el juramento divino!”
95] Y aquí debemos saber que la fe debe sostener con certeza que Dios nos perdona los pecados por gracia, por causa de Cristo, no por causa de nuestras obras, por confesión o satisfacción. Pues tan pronto como nos fundamentamos en las obras, nos volvemos inciertos. Porque una conciencia aterrorizada pronto se da cuenta de que sus mejores obras no valen nada ante Dios.
96] Por eso, Ambrosio dice una fina palabra sobre el arrepentimiento: “Debemos arrepentirnos y también creer que se nos concede gracia, pero de tal manera que esperemos la gracia por la fe; pues la fe espera y obtiene la gracia, como de un documento firmado.” Ítem: “La fe es precisamente aquello por lo cual los pecados son cubiertos.”
97] Por lo tanto, hay dichos claros en los libros de los Padres no solo sobre las obras, sino también sobre la fe. Pero los adversarios, como no entienden la verdadera naturaleza del arrepentimiento, tampoco entienden los dichos de los Padres, extraen algunos mutilados de una parte del arrepentimiento, a saber, de la contrición y de las obras; y lo que se dice sobre la fe, lo pasan por alto.