La Segunda Petición

49] "Venga a nosotros tu reino".

50] En la primera petición pedimos a Dios que impida que el mundo utilice su gloria y su nombre para encubrir sus mentiras y su maldad, sino que mantenga sagrado y santo el nombre de Dios, tanto en la doctrina como en la vida, para que sea alabado y exaltado en nosotros. Aquí pedimos que venga su reino. Así como el nombre de Dios es santo en sí mismo y, sin embargo, pedimos que sea santo entre nosotros, así también su reino viene por sí mismo sin nuestra oración y, sin embargo, pedimos que venga a nosotros. Es decir, pedimos que prevalezca entre nosotros y con nosotros, para que formemos parte de aquellos entre los que su nombre es santificado y su reino florece.

51] ¿Qué es el Reino de Dios? La respuesta: Sencillamente lo que aprendimos en el Credo, a saber, que Dios envió a su Hijo, Cristo nuestro Señor, al mundo para redimirnos y librarnos del poder del diablo y para traernos a sí y gobernarnos como rey de justicia, vida y salvación contra el pecado, la muerte y la mala conciencia. Para ello nos dio también su Espíritu Santo, para que nos enseñara esto por medio de su santa Palabra y nos iluminara y fortaleciera en la fe con su poder.

52] Pedimos aquí de entrada que todo esto se realice en nosotros y que el nombre de Dios sea alabado a través de su santa Palabra y de nuestra vida cristiana. Esto pedimos, tanto para que los que la hemos aceptado permanezcamos fieles y crezcamos cada día en ella, como para que gane reconocimiento y adeptos entre los demás pueblos y avance con poder por todo el mundo. Pedimos, pues, que, guiados por el Espíritu Santo, muchos entren en el reino de la gracia y lleguen a ser partícipes de la salvación, para que todos permanezcamos juntos eternamente en este reino que ahora ha hecho su aparición entre nosotros.

53] El reino de Dios viene a nosotros de dos maneras: primero, viene aquí, en el tiempo, a través de la Palabra y la fe, y segundo, en la eternidad, viene a través de la revelación final. Rezamos por ambas cosas, para que llegue a los que aún no están en él, y para que llegue mediante el crecimiento diario aquí y en la vida eterna después de ella a los que lo hemos alcanzado.

54] Todo esto es simplemente decir: "Querido Padre, te rogamos que nos des tu Palabra, para que el Evangelio sea predicado sinceramente en todo el mundo y para que sea recibido por la fe y pueda obrar y vivir en nosotros. Te rogamos también que tu reino prevalezca entre nosotros por medio de la Palabra y del poder del Espíritu Santo, que el reino del diablo sea derrocado y que no tenga ningún derecho ni poder sobre nosotros, hasta que finalmente el reino del diablo sea totalmente destruido y el pecado, la muerte y el infierno exterminados, y que podamos vivir para siempre en perfecta justicia y bienaventuranza."

55] Ya veis que aquí no rezamos por un mendrugo de pan o por una bendición temporal y perecedera, sino por un tesoro eterno e inestimable y por todo lo que Dios mismo posee. Sería demasiado grande para que cualquier corazón humano se atreviera a desearlo, si Dios mismo no nos hubiera ordenado pedirlo.

56] Pero, por ser Dios, se arroga el honor de dar mucho más abundante y liberalmente de lo que nadie puede comprender, como una fuente eterna e inagotable que, cuanto más brota y se desborda, tanto más sigue dando. Nada desea más ardientemente de nosotros que le pidamos muchas y grandes cosas; y, por el contrario, se enfada si no pedimos y exigimos con confianza.

57] Imaginemos a un emperador muy rico y poderoso que ordena a un pobre mendigo que le pida lo que desee y está dispuesto a hacerle grandes y principescos regalos, y el tonto sólo le pide un plato de caldo de mendigo. Con razón se le consideraría un bribón y un canalla que se había burlado del mandato de su majestad imperial y era indigno de acudir a su presencia. Del mismo modo, es un gran reproche y una deshonra para Dios que nosotros, a quienes Él ofrece y promete tantas bendiciones inefables, las despreciemos o no tengamos confianza en que las recibiremos y apenas nos atrevamos a pedir un bocado de pan.

58] La culpa reside enteramente en esa vergonzosa incredulidad que no mira a Dios ni siquiera por lo suficiente para satisfacer el vientre, y mucho menos espera, sin dudarlo, bendiciones eternas de Dios. Por lo tanto, debemos fortalecernos contra la incredulidad y dejar que el reino de Dios sea lo primero por lo que oremos. Entonces, seguramente, tendremos todas las demás cosas en abundancia, como enseña Cristo: "Buscad primero el reino de Dios, y todas estas cosas serán también vuestras." Porque, ¿cómo podría Dios permitir que sufriéramos carencia en las cosas temporales, cuando nos promete lo que es eterno e imperecedero?