Perícopa para el cuarto domingo de Cuaresma, Laetare.
Comparar con Mateo 14:13-23; Marcos 6:30-46; Lucas 9:10-17.
Armonía Evangélica, Capítulo LXXVI.
Los apóstoles, que no hacía mucho habían sido enviados por Cristo de dos en dos a predicar el Evangelio, regresaron a Cristo tras su exitoso viaje, se reunieron a su alrededor y le contaron cómo había ido esta misión. Y no cabe duda de que le contaron a Cristo detalladamente cómo habían presentado el mensaje evangélico aquí y allá, así como la acogida, el trato y la despedida que habían recibido de los oyentes, y finalmente cómo habían confirmado la doctrina de la fe con milagros. Lucas, de hecho, utiliza aquí una palabra que los teólogos griegos emplearían posteriormente cuando presentaban una exposición o narración más extensa de un asunto; y Marcos dice que le contaron todo lo que habían hecho y enseñado, para oír, a saber, si Cristo lo aprobaría. Los apóstoles enseñan a través de este ejemplo que los ministros de la Palabra, si son llamados y enviados legítimamente por Cristo al servicio de la Palabra, no deben divagar inciertamente, sino que deben predicar lo que Cristo les ha encomendado y confiado de tal manera que un día, como obreros irreprensibles, 2 Timoteo 2:15, puedan regresar a Él y dar cuenta sin temor de su ministerio ejercido. De esto testifica Pablo que, después de haber enseñado ya el Evangelio durante 14 años, subió a Jerusalén y se reunió con los demás apóstoles, para no correr en vano, Gálatas 2:2. Pues así como un ministro de la Palabra recibe su ministerio de Cristo, así también debe atribuirle a Él todo el fruto y el efecto de su predicación, tener solo Su gloria en mente y buscar de Él la aprobación de su doctrina y de sus obras. Pues los ministros de la Palabra deben recordar bien que hay que prestar atención a estos dos puntos y unirlos entre sí, tanto a lo que han hecho como a lo que han enseñado. Un día, cuando haya que rendir cuentas a Cristo, el justo Juez, no bastará con que uno haya enseñado correctamente, pero haya vivido mal, sino que a la doctrina correcta debe añadirse también una vida honorable. De lo contrario, el que ha enseñado correctamente, pero ha vivido mal, ha prefigurado a Cristo mismo a través de su doctrina correcta cómo debe castigar a los que viven mal. Dado que además todo debe atribuirse a Cristo, pecan gravemente aquellos que, ávidos de gloria propia, alaban orgullosamente ante la gente su formación, sus esfuerzos, sus obras, sus méritos, para obtener así algo de honor ante la gente. Tales pueden aprender de Pablo lo parco que fue en resaltar sus méritos por la Iglesia de Cristo, en cambio, cuán generoso en exaltar la gloria de Dios. Pues aunque había trabajado más que los demás apóstoles, no se atribuyó esto a sí mismo, sino a la gracia de Dios, 1 Corintios 15:10. Y cuando una vez se vio obligado por los falsos apóstoles a hablar de sus fatigas y esfuerzos que había soportado en su apostolado, pronto añadió, corrigiéndose a sí mismo, por así decirlo: "Me he vuelto necio al gloriarme; vosotros me obligasteis a ello", 2 Corintios 12:11. Pues a Cristo pertenece toda la gloria, pero nosotros debemos avergonzarnos, Daniel 9:7.
Pero este regreso de los apóstoles coincide precisamente con la época en que no hacía mucho Herodes había matado a Juan el Bautista, y sus discípulos también anunciaron este vergonzoso asesinato a Cristo, y también varios rumores de la gente sobre Jesús resonaban por todas partes y llegaban hasta el palacio real. Aunque no cabe duda de que la tiranía de Herodes había asustado no poco los corazones de muchos que tenían en alta estima la Palabra de Dios, sin embargo, a su vez, este feliz éxito del envío de los apóstoles podía animarles a esperar bien del Evangelio de Cristo y de su predicación; ya que en lugar de un confesor decapitado, entrarían en escena doce valientes predicadores. Y ciertamente tampoco debe contarse entre los menores milagros de Cristo que, aunque los fariseos, los sacerdotes y los ancianos del pueblo ya odiaban a Cristo, sus discípulos pudieran recorrer con seguridad toda aquella tierra y predicar en ella el Evangelio de Cristo o del Mesías ya presente; como también hoy en día el mismo Cristo lanza su Evangelio en Alemania contra los reyes y príncipes papistas y falsos católicos.
Pero como los apóstoles volvían a casa cansados del viaje y del esfuerzo de predicar, y Cristo no niega el descanso a los suyos, les dice: "Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco". Pues Dios tampoco quiere que los suyos se quiten la vida por un trabajo excesivo, sino que aprueba un descanso decente. Pues lo que carece de descanso alterno no dura mucho, y si el arco se tensa demasiado, se rompe fácilmente. Por eso también Dios, para que el cuerpo no se consuma por demasiado trabajo, instituyó el sábado, Éxodo 20:10, y quiere que en este día se dejen de lado los trabajos corporales y se reanime el alma a través del culto divino y la contemplación de las bondades de Dios. Contra este mandamiento se peca hoy en día por ambos lados, ya que unos, hechizados por la avaricia, se agotan a sí mismos y a los suyos con un trabajo excesivo, los otros abusan del descanso del sábado para los placeres y la libertad de la carne, y así por ambos lados no sirven en este día a Dios, sino al diablo. Pero así como Cristo invita aquí a los apóstoles al descanso, así debemos saber que Él también hoy en día lleva en su corazón paterno a los suyos, que no tienta a nadie por encima de sus fuerzas, sino que hace que la tentación tenga un final tal que podamos soportarla, 1 Corintios 10:13. Por eso permite que en las enfermedades, persecuciones y otras adversidades se produzca un cambio, y hace que a veces a lo turbio le siga lo sereno, para que no sucumbamos bajo el peso de la cruz, sino que podamos respirar de nuevo.
Cristo añade a este descanso de los apóstoles dos circunstancias; una de lugar: "id vosotros aparte a un lugar desierto", la otra de tiempo: "descansad un poco". No los llevó a bailes y banquetes, como algunos pastores infieles buscan su descanso en comilonas y juegos; sino que los invitó a un descanso tal que, libres del esfuerzo exterior de predicar, pudieran reanimarse con oraciones piadosas y una contemplación especial de las obras de Dios, y así refrescar el espíritu para nuevos esfuerzos. Tal soledad y tal descanso pueden buscarlo también con buena conciencia los ministros fieles de la Palabra, sobre todo los que están cargados de graves preocupaciones y fatigas, pero no en medio del bullicio, ni en los placeres de la carne, sino en lugares solitarios, donde puedan dedicarse a oraciones y contemplaciones piadosas. Pero ¡ay de nosotros!, ¿adónde vamos a parar? A esto parece referirse Pablo cuando no prohíbe totalmente cuidar del cuerpo, pero sí de tal manera que no se vuelva lascivo, Romanos 13:14. También hay que fijarse en el tiempo, para no entregarse demasiado al ocio y al descanso, sino, cuando el espíritu se ha refrescado de nuevo, volver pronto al trabajo habitual. Por eso dice Cristo: "un poco". Y en verdad fue solo un poco de descanso lo que les tocó a Cristo y a los apóstoles en este retiro. Pues, como testifica Marcos, eran tantos los que iban y venían que no tenían tiempo suficiente para comer; y pronto oiremos que el pueblo corría de todas partes, y no concedía a Cristo ni siquiera un descanso en el desierto. Así, a aquellos a quienes se les impone el cuidado de la comunidad, 2 Corintios 11:28, casi nunca se les concede un descanso en este mundo. Sea como fuere, después de la muerte no se puede impedir lo que dice el Espíritu en Apocalipsis 14:13: "descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen".
Si hemos dicho, sin embargo, que una de las causas de este retiro fue también que se le había comunicado a Jesús cómo Herodes había decapitado a Juan, y también deseaba ver a Jesús, así enseña Cristo con su ejemplo que los maestros de la Iglesia pueden retirarse de la ira de los impíos, si esto puede hacerse sin menoscabo de la gloria de Dios y de su vocación. Pues así ya antes había dado orden a los apóstoles, Mateo 10:23: "Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra". Y Pablo, cuando fue buscado en Damasco para ser matado, se hizo descolgar por la muralla en una canasta, reservándose para tiempos mejores, Hechos 9:25.
En cuanto al lugar al que se retiró Cristo, donde también hizo el milagro de los cinco panes, surgen dos dudas. Una, que Juan testifica que Cristo cruzó el mar de Galilea, pero Lucas cuenta que se retiró a un lugar desierto cerca de la ciudad llamada Betsaida. Pero Betsaida estaba situada a este lado del mar de Galilea, en la orilla occidental. Pero los Derter, que se describen como situados al otro lado del mar de Galilea, estaban situados frente al lago y al Jordán hacia el este. La otra duda es: si el lugar al que se retiró Cristo, donde también hizo el milagro, y al que solo pudo llegar en barco, estaba al otro lado del mar, ¿cómo pudo el pueblo adelantársele por tierra? Pues no se entiende al pueblo de la región a la que Cristo llegó por primera vez, sino al pueblo de la otra orilla, donde Cristo permanecía casi siempre.
Estas dudas, sin embargo, pueden resolverse fácilmente si alguien observa más de cerca a los evangelistas y sus descripciones y considera correctamente la situación de los lugares. Tiberias era una ciudad famosa, la mayor capital de Galilea, el punto fronterizo oriental de la Decápolis y de la baja Galilea junto al mar, de donde también ha recibido el nombre de Mar de Tiberias. Antiguamente se llamaba Cinerot, pero el tetrarca Herodes la embelleció con muchos edificios magníficos en honor del emperador Tiberio y la llamó Tiberias, y estaba situada en la llanura más fértil de Galilea. Por lo tanto, en ella estuvo sin duda el palacio real de Herodes, donde celebró su banquete de cumpleaños e hizo decapitar a Juan, y desde donde sus discípulos llevaron su cadáver a Sebaste, que estaba a dos jornadas de distancia. Pero Betsaida no estaba muy lejos de Tiberias, situada en la misma orilla del lago; y como se desprende de los evangelistas, a Cristo le gustaba quedarse allí, y no cabe duda de que allí reunió a sus discípulos después de la misión encomendada, allí también vinieron los discípulos de Juan y donde pudo enterarse de lo que tanto el rey como los cortesanos opinaban sobre Él desde la cercana capital.
Frente a la ciudad de Betsaida, en la otra orilla del lago, hay un desierto, que antiguamente estaba bajo el dominio de la ciudad de Betsaida, donde también había una aldea que Filipo, el tetrarca de Iturea y Traconite, rodeó con una muralla, levantó allí magníficos edificios, aumentó su riqueza y el número de sus habitantes, y la llamó Julias, con el nombre cambiado, en honor de Julia, la hija de Augusto. Cerca de esta pequeña ciudad estaba el desierto, que conservó su antiguo nombre, y que se llamaba el desierto de la ciudad de Betsaida. Así pues, Cristo se retiró con los apóstoles del dominio de Herodes a una región que estaba sometida a la tetrarquía de Filipo, como también había hecho antes, cuando Juan fue apresado, para apartarse así un poco de la ira del tirano. Pues Filipo fue siempre un hombre modesto, amante de la paz, que también permaneció siempre en su tierra, escuchó él mismo los asuntos de sus súbditos y condenó con justo juicio a los culpables, pero absolvió a los inocentes. Pero que Cristo, como oiremos, regresó tan pronto desde aquella región a Capernaúm, sucedió, como creemos, porque entonces se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos, cuando Herodes solía ir a Jerusalén a la fiesta, Lucas 23:7, por lo que Cristo sabía que en su ausencia estaría más seguro, y por eso regresó con confianza. No obstante, poco después de terminada la fiesta, cuando los fariseos y escribas vinieron de Jerusalén, se retiraría de nuevo a las fronteras de Tiro y Sidón, como oiremos a su debido tiempo, porque no se puede confiar en los tiranos, sobre todo si además les rondan los jesuitas aduladores.
En cuanto a la otra duda, se desprende de la contemplación de mapas geográficos que el pueblo podía rodear el lago de Genesaret y llegar a pie al mismo desierto de Betsaida, de tal manera que o bien cruzaban el Jordán por un puente o lo vadeaban, lo cual podía hacerse tanto arriba, antes de que desembocara en el lago Tiberias, como abajo, donde vuelve a salir. Pero esto es una muestra de un gran celo y anhelo, que no solo abandonan sus casas y siguen a Cristo, sino que también se apresuran tanto que se adelantan a Cristo y a los apóstoles y además por un camino tan largo. Pues, como relata Josefo en el libro 3 de la Guerra de los Judíos, capítulo 18, el lago de Genesaret tenía 40 estadios de ancho y 100 de largo. De dondequiera que Cristo partiera en barco, el pueblo tenía que caminar diez millas a pie. Esto, sin embargo, no es tan loable, porque la mayoría le había seguido no tanto por su doctrina y por la vida eterna, como "por las señales que hacía en los enfermos". Por lo que también oiremos que muchos de ellos volvieron a caer, los que se ofendieron por la predicación que Cristo hizo en Capernaúm. Estos son, pues, ejemplos de aquellos que también en nuestros tiempos parecen arder de amor por el Evangelio, mientras esperan tener grandes riquezas o puestos de honor destacados, o la libertad de hacer lo que quieren. Pero si tienen que abandonar esta esperanza, vuelven a caer miserablemente.
Sin embargo, esta diligencia del pueblo debe impulsar a los verdaderamente piadosos, porque tienen en Cristo la esperanza infalible de los bienes celestiales, a no rehuir con igual celo ninguna fatiga ni peligro, hasta que puedan participar de aquellos bienes prometidos. Y ciertamente este pueblo, ya que aún buscaba en Cristo más lo carnal que lo espiritual, habría merecido ser rechazado por Cristo. Sin embargo, como Isaías había profetizado de Él, capítulo 42:3, que no quebraría la caña cascada, así hace Él aquí, como toleró durante cuarenta años las costumbres de los antiguos judíos en el desierto, Hechos 13:18. Pues salió, ya fuera del barco en el que había cruzado el lago, o del lugar de descanso que había buscado con los apóstoles, y los recibió amigable y bondadosamente. Este es el signo de una amistad maravillosa, que no rechaza duramente a aquellos que perturban su descanso y el de los suyos. Además, se compadeció de ellos. Y el motivo de esta compasión se indica en las palabras: "porque eran como ovejas que no tienen pastor". Como la oveja, naturalmente tonta, si no tiene un pastor que la guíe y la proteja, se extravía fácilmente del redil y finalmente corre hacia las fauces de los lobos: así también el hombre natural no percibe lo que es del Espíritu de Dios, y se desvía directamente del camino de la salvación, y si no encuentra un maestro y guía fiel, cae en las trampas del diablo. Y ciertamente Dios había puesto sacerdotes a su pueblo, que vagaban con los escribas y fariseos por Judea. Pero estos, descuidando la sana doctrina y el culto divino más puro, se apacentaban a sí mismos y además dividían al pueblo en diferentes partidos.
Cristo se conmueve, pues, por la miseria del pueblo, que se veía obligado a dejar sus casas y buscar la Palabra de Dios en el desierto, cuando sin embargo había sinagogas aquí y allá y se acercaba la Pascua, donde debían haber sido instruidos sobre el verdadero cordero pascual por los sacerdotes en Jerusalén. Pero estos pregonaban tradiciones humanas, en cambio, en cuanto a la palabra salvadora de Dios, estaban más mudos que los peces. Por eso, Jesús subió ahora a un monte y se sentó allí con sus discípulos; pues antiguamente los maestros se sentaban por respeto. Pero a los apóstoles les hizo sentarse también con él, porque también a ellos los había enviado recientemente a enseñar. Y así empezó a enseñarles muchas cosas, y les habló del reino de Dios. Lo que dice Salomón, Proverbios 29:18: "Donde no hay visión, el pueblo se desenfrena", esto lo experimentó aquí Cristo. Para reunir de nuevo en cierto modo al rebaño disperso y disgregado, les habló del reino de Dios. Y para despertar en ellos un amor aún mayor por la Palabra de Dios, les curó a sus enfermos. Quería, a saber, llevarlos a través de estas bondades exteriores al anhelo y a la admiración de los bienes espirituales y eternos. Así enseña Cristo a todos los predicadores evangélicos:
1) que deben estar dispuestos, sin vacilación ni murmuración, a promover la causa del Evangelio, dondequiera que se presente una oportunidad.
2) que deben hacer esto con sincero motivo de corazón, como dice Pedro, 1 Pedro 5:2, no obligados, sino voluntariamente; no por ganancias deshonestas, sino de corazón.
3) Pero presenta al pueblo no los dichos de Platón o Aristóteles, ni las sutilezas de los tomistas, ni los decretos de los papas, ni las decisiones de los concilios, ni las bagatelas de otros hombres, sino la palabra del reino de Dios. Pues un ápice de la Palabra vale más que toda la sabiduría, y es preferible a mil decretos y decisiones conciliares. Así pues, si alguno habla, que hable como palabra de Dios, 1 Pedro 4:11.
4) Ahora bien, aunque los dones de milagros y el don de curar han cesado después de que el Evangelio ha sido aceptado y creído, sin embargo, deben encomendar en oración a Dios la salvación y el bienestar de sus oyentes y al mismo tiempo confirmar la doctrina que les presentan con su propio ejemplo y con la irreprochabilidad de su vida. Pero deben tener un cuidado especial por el cuidado de los débiles y necesitados. Si han hecho esto, entonces Cristo, cuando vuelva a pedir cuentas a los suyos, los reconocerá como siervos piadosos y fieles. Pero si el que se hace pasar por vicario de Cristo en la tierra hace esto con sus criaturas, con su clero tonsurado y untado, y lo ha hecho durante algunos siglos, lo enseña y lo testifica el asunto mismo. Se apacientan a sí mismos, pero no cuidan del rebaño de Dios, como esto ha sido probado hasta la saciedad por los nuestros.
Por lo demás, en esta ocasión y en este retiro de Cristo ocurrió el gran milagro de los cinco panes, cuyas circunstancias todos los cuatro evangelistas han descrito diligentemente y nos han presentado para su consideración. Ciertamente, todo el mundo y sobre todo la Iglesia está lleno de muchos y grandes milagros diarios de Dios. Pero como estos, como dice Agustín con razón, parecen insignificantes, no por su facilidad, sino por su recurrencia constante, no se les presta atención. Por eso Dios se ha reservado algunos contra el curso y el orden habitual de la naturaleza, no como si fueran mayores, sino como si fueran más inusuales, para que, si ven aquellos a quienes los milagros diarios se les han vuelto insignificantes, se asombren. El gobierno de todo el mundo es, en verdad, un milagro mayor que la alimentación de los cinco mil con los cinco panes, sin embargo, nadie lo admira; este lo admira la gente; no porque sea un milagro mayor, sino porque es un milagro más raro. Como Cristo quería que este milagro saltara a la vista de todos, para que no solo los corazones del pueblo, sino también los de los discípulos se fortalecieran en esta persecución y aprendieran que a aquellos que buscan el reino de Dios, aunque estén despojados de toda ayuda terrenal, no les faltará lo necesario, por eso envía con diligencia muchas circunstancias por delante y las ordena, las cuales todas glorifican este milagro y nos lo presentan hoy en día, por así decirlo, para que lo veamos ante nuestros ojos. Pues si hubiera alimentado inesperadamente a estos cinco mil, este milagro no habría sido notado ni siquiera por los propios alimentados, y mucho menos por los que lo leyeran u oyeran.
Examinemos, por tanto, diligentemente las circunstancias individuales, y para que esto suceda en el orden correcto, dividiremos toda la descripción en tres partes y consideraremos: I. lo que precedió a este milagro; II. el milagro mismo; III. lo que siguió a este milagro.
I.
A lo que precedió a este milagro se puede contar todo lo que se ha dicho hasta ahora del retiro de Cristo y del pueblo que le siguió. Como Cristo había enseñado a la gente aún sobria durante todo el día, a los discípulos les pareció que el Maestro era como demasiado descuidado con respecto a las cosas corporales. Por eso, cuando el día ya declinaba hacia la tarde, le recuerdan que, como el lugar es desierto, y ya les ha curado suficientemente en alma y cuerpo, debía despedirlos, para que pudieran buscarse un alojamiento y provisiones en las aldeas, pueblos y castillos vecinos. Cristo responde: como estas personas se nos han unido en esta persecución, también es justo que les demos de comer. Pues así después se nos adherirán aún más firmemente. Los discípulos dicen: ¿así que debemos ir y comprar comida para todo este pueblo, ya que el lugar es desierto? Y ciertamente tenemos 200 denarios en reserva. ¿Pero debemos gastarlos y despilfarrarlos todos a la vez? Y aunque compremos pan, ¿cómo podremos traerlo? Tendremos que tener varios carros para traer provisiones para tanta gente. Lo que aquí se representa con denario y en el texto original se llama Denarius, es una moneda romana de plata, según nuestro dinero vale tres Groschen de Meissen, o la octava parte de un Joachimsthaler. 200 denarios son, pues, unos 25 Joachimsthaler o, según el cálculo de Buddäus, 20 Kronenthaler.
Pero si se entienden denarios comunes, como solemos llamar denarios a nuestras monedas de 10 Kreuzer o Engelgroschen, es decir, monedas de diez, entonces son unos 31 Gulden y 4 Zehner. Así pues, según el cálculo de los discípulos, todo su dinero debía gastarse para este pueblo. Pero pronto Cristo le dice a Felipe, que según Juan 1:43 fue uno de los primeros discípulos de Jesús: "¿Dónde compraremos pan para que coman estos?". Pues eran 5000 hombres, sin contar mujeres y niños. "Pero decía esto para probarle; porque él sabía lo que había de hacer". Felipe responde igual que sus compañeros discípulos. "Aunque compráramos pan por doscientos denarios, no les alcanzaría para que cada uno de ellos recibiera un poco". Pues incluso si se calculan los denarios al valor más alto, apenas alcanzaba para unos pocos Heller de pan por cabeza. Pero Cristo dice: "¿Cuántos panes tenéis? Id y ved". Algunos de los antiguos opinan que los apóstoles habían llevado consigo aquellos cinco panes y dos peces para ellos y para Cristo. Pero las circunstancias muestran que entonces no tenían pan para sí mismos, sino que, después de haber investigado entre toda la multitud de gente y haber preguntado diligentemente qué alimentos tenían consigo las personas, no se encontró nada, salvo que el único Andrés entre todo este pueblo se topó con un muchacho que tenía cinco panes de cebada y dos peces. Los judíos, y también las Sagradas Escrituras, distinguen dos tipos de cereales: trigo y cebada. Del trigo se preparaba el pan para la gente más delicada, la cebada se utilizaba para los más pobres.
Estos panes eran, pues, panes comunes, para gente pobre. Los peces son designados por Juan con una palabra que por lo demás significa verduras, o todo lo que se suele comer con pan. Pero, como se desprende del capítulo 21:9, Juan se refiere con ello a peces asados. En consecuencia, entre toda la multitud solo se encontraron cinco panes de cebada y dos peces asados, y esto le anuncia Andrés a Cristo. Entonces los apóstoles insisten ante el Señor y le ruegan de nuevo que despida a la gente. Pues con lengua elocuente repiten y dicen: "No tenemos más que cinco panes y dos peces, a menos que vayamos nosotros a comprar comida para tanta gente". Como si dijeran: ¿qué tienes pensado? ¿Quieres acaso que esta gente coma hierba verde, como el ganado? Pero Cristo no hace caso, sino que más bien ordena que le traigan estos cinco panes y los dos peces, y al mismo tiempo ordena a los apóstoles que hagan que la gente se recueste. Aunque los apóstoles piensen en su corazón que estos panes y peces no son en absoluto suficientes para saciar a la gente, ya no se resisten más al Señor, sino que animan a la gente a recostarse, por así decirlo, para la comida, aunque sabían que solo había cinco panes a mano y que el lugar era desierto. Y ciertamente así prescribe Cristo a los apóstoles la manera en que debían ordenar el acostarse de la gente. Como en los banquetes las sofás se colocaban alrededor de la mesa de tal manera que un cierto número de invitados se sentaba frente a un número igual y estas dos filas o capas se miraban a la cara, así debían recostarse, según el relato de Marcos, en mesas llenas.
También determina para cada mesa un cierto número de invitados, a saber, 50 y 50 cada una, de modo que dos filas se sentaban en cada mesa, cada una de las cuales contaba con 50 hombres. Si, pues, estos 5000 hombres debían recostarse de esta manera alrededor de las mesas, esto daba 100 filas o 50 mesas llenas. Podríamos llamar a esto 50 mesas largas, como a veces se colocan en los banquetes de los príncipes, donde 50 hombres se sientan a cada lado, y por lo tanto cada mesa llena cuenta con 100 hombres. Y esto es lo que dice Marcos, que "se recostaron por grupos, de cien en cien, de cincuenta en cincuenta". La multitud entera así ordenada de recostados ofrecía el aspecto de lechos de jardín, sobre los cuales se va a esparcir la semilla. Por eso también según Marcos el Señor utiliza una palabra para designar las capas, que en realidad significa lechos de jardín. Y no cabe duda de que Cristo haya utilizado esta palabra, en parte por el lugar, porque estaban sentados en la hierba, en parte porque los trozos de pan, como también dice Agustín, debían ser como una semilla, no la que se esparce en la tierra, sino la que se esparce en las manos tanto de los discípulos como de los invitados. Pues como la semilla esparcida en una tierra muy buena da fruto al céntuplo, Lucas 8:8, así sucedió también aquí, incluso más. Pues si dividimos cada pan individual en 10 trozos, cada trozo debe a su vez distribuirse entre 100 hombres, si todos deben ser considerados. Pero de esto más adelante. Esta disposición, sin embargo, Cristo la ha ordenado tan exactamente, para que, cuando cada uno viera al otro y los apóstoles fueran pasando en fila por medio de estas mesas, todo el milagro se hiciera tanto más evidente.
Todo esto pertenece ahora a lo que precedió al milagro, donde percibimos tanto una gran presunción como también una fe débil por parte de los apóstoles. Una presunción, porque creen que Cristo necesita un amonestador, ya que se atreven a prescribirle lo que debe hacer con el pueblo. Pero una fe débil, porque piensan que este pueblo no puede ser alimentado y provisto de comida de otra manera, a menos que o bien vaya él mismo a los pueblos de los alrededores o que los apóstoles hagan traer provisiones. Ese es el viejo estribillo de los judíos incrédulos, Salmos 78:19: "¿Podrá Dios preparar mesa en el desierto?". Tan vergonzosamente han olvidado que precisamente hacía poco Cristo les había enviado a ellos mismos a toda la región sin provisiones, sin bolsa ni dinero, Mateo 10:9, y sin embargo nunca habían padecido ninguna carencia, Lucas 22:35. Tales debilidades y carencias debe percibir cada uno en sí mismo. Por parte de Cristo oímos que prueba a Felipe, es decir, que le ha puesto ante los ojos la poca fe de la que padecía junto con sus compañeros discípulos, para que en el futuro pudieran ser más fuertes en la fe. Pues como dice Santiago, capítulo 1:13, Dios no tienta a nadie para el mal. Pero para el bien tienta, para que nuestra fe sea hallada genuina y mucho más preciosa que el oro perecedero..., para alabanza, gloria y honra, cuando se manifieste Jesucristo, 1 Pedro 1:7. Por lo tanto, hay que saber que hay una cuádruple tentación, una del diablo, otra de nuestra propia carne, la tercera del mundo, la cuarta de Dios, cuando pone a los suyos a prueba de fe, esperanza o amor.
El diablo se llama propiamente el tentador, Mateo 4:3, 1 Tesalonicenses 3:5, ya que excita a los hombres al deseo de pecar, y no solo a los impíos, como tentó a Saúl, 1 Samuel 19:9, para que matara a David con la lanza; a Judas, Juan 13:2, para que traicionara a Cristo; a Ananías, Hechos 5:3, para que sustrajera algo del dinero del campo, sino también a los piadosos, como tentó a David, 1 Crónicas 22:1, para que contara al pueblo; a los apóstoles, Lucas 22:24, para que disputaran por el primer puesto; a Agustín, para que pospusiera su penitencia. Sí, es un espíritu tan descarado que se ha atrevido a tentar al propio Cristo de tres maneras en el desierto, Mateo 4:3. Para ello a veces se sirve de medios externos, como tentó a Eva a través de la serpiente, Génesis 3:4, a Job a través de su mujer, Job 2:9, a Josafat y Acab a través de falsos profetas, 1 Reyes 22:21, a Cristo a través de Pedro, Mateo 16:22; a veces lo hace a través de sus perversas insinuaciones, por las que induce a los hombres, unos a la fornicación, otros a la bebida, otros más a la avaricia, otros al orgullo, otros a la ludopatía. Por eso se le llama en Efesios 2:2 el espíritu que obra en los hijos de la desobediencia. Y Dios permite tales cosas en los piadosos, en parte para que, conscientes de su debilidad, se ejerciten en la humildad y huyan del orgullo, como Pablo 2 Corintios 12:7 confiesa que fue abofeteado por un ángel de Satanás, para que no se envaneciera; en parte para que su fe e integridad sean testificadas a otros, como la castidad de Susana, Historia de Susana, versículo 60, en parte para que nuestras almas sean preparadas para la última batalla. A este tentador, el diablo, debemos resistirnos firmemente en la fe, 1 Pedro 5:9, entonces huirá de nosotros, Santiago 4:7.
Pero también nos tienta nuestra propia carne, como dice Santiago de ello en el capítulo 1:14: "sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte". Y no hay ningún vicio, ya sea de envidia, o de embriaguez, o de avaricia y codicia, o de lujuria, o de cualquier otra maldad, al que nuestra propia carne no pudiera incitarnos, si no somos guardados por la gracia del Espíritu Santo. Pues aunque hemos renacido de agua y Espíritu, sin embargo, por el hecho de que nuestro primer origen es terrenal, mientras estemos en la carne y andemos sobre la tierra, anhelamos lo terrenal y pensamos en ello, hasta que volvamos a la tierra. A esta tentación debemos resistirnos con oraciones piadosas, y con la lectura de la palabra divina y con la consideración de los castigos en los que se han precipitado aquellos que han sucumbido a tal tentación.
También el mundo tienta a los piadosos, tanto con palabras como con obras, para que los induzca a la ira y la contienda o a la impaciencia y la venganza. Esto lo han experimentado: Noé, el predicador de la justicia, que fue para el primer mundo, y Lot, que anunció la destrucción a los sodomitas, ambos considerados por sus contemporáneos como viejos tontos, 2 Pedro 2:5, Génesis 19:14, Elías fue considerado por Acab como el perturbador de Israel, 1 Reyes 18:17, Eliseo fue llamado calvo por los niños en Betel en tono de burla, 2 Reyes 2:23, Jeremías es el hombre contra quien todos contienden y disputan en toda la tierra, Jeremías 15:10. También Ezequiel debe ser para sus oyentes la cancioncilla que les gusta cantar y tocar, Ezequiel 33:32. ¿Y qué maravilla? ¿Ya que a Jesucristo, el Hijo de Dios, el padre de familia mismo, lo han llamado Beelzebú según Lucas 11:15, samaritano según Juan 8:48? Pues como escribe Jerónimo en su carta a Turias, a los impíos les alegra insultar a los piadosos, ya que creen que por la multitud de pecadores se disminuye la culpa de los pecados. Lo mismo le sucede también a una autoridad piadosa. Cuán a menudo los israelitas pusieron a prueba la paciencia de Moisés, Éxodo 5:21, 16:2, Números 16:3. Véanse los ejemplos de David en las injurias de Absalón, 2 Samuel 15:3, y de Simei, 2 Samuel 16:7. Ni siquiera siempre permanecen intactos por parte de sus familiares. Así Moisés fue para su Séfora un esposo de sangre, Éxodo 4:25, David para Mical un hombre lascivo, 2 Samuel 6:20. Con tal tentación oral, por llamarla así, los impíos en el mundo no se conforman en absoluto, sino que también proceden a acciones o a obras mismas. Pues como los judíos en su disputa con Cristo, Juan 8:59, y con Esteban, Hechos 7:58, pasaron de las palabras a las piedras y los golpes, así los creyentes siempre son no solo injuriados por los incrédulos y falsos cristianos, sino que también corren peligro de su vida y de sus bienes entre ellos. Contra esta tentación aprendamos el dicho de Epicteto: "Sufre y abstente". Pues aunque está permitido defenderse contra las injurias, como los apóstoles se defendieron en Hechos 2:15 contra la acusación de embriaguez, y Pablo se defiende en la segunda carta a los Corintios contra las injurias de los falsos apóstoles, sin embargo hay que tener cuidado de no devolver palabra injuriosa por palabra injuriosa. Pues el responder a los insultos está prohibido a los cristianos, 1 Pedro 2:23. Más bien debemos encomendar nuestro asunto a Dios, que dice en Deuteronomio 32:35: "Mía es la venganza", y a la autoridad; así no pecaremos.
De estas tres clases de tentaciones no se trata aquí, sino solo de la divina. Pues como un padre prueba a un hijo instruido en alguna ciencia con preguntas en lo que ha aprendido, no porque dude de sus conocimientos, sino para que estos también se hagan saber a otros: así Dios Padre prueba a sus hijos en la fe, en la esperanza, en el amor, no como si Él no supiera lo que hay en ellos, sino para que se lo muestre a ellos mismos y a otros. Pero Dios prueba a los suyos no solo con la falta de lo necesario y otras tribulaciones, como fue el caso aquí, sino también con señales y milagros de falsos profetas, Deuteronomio 13:3, así como también con mandamientos difíciles, como a Abraham, Génesis 22:2, cuando le ordenó sacrificar a su propio hijo; a Gedeón, Jueces 7:8, que debía atacar con 300 hombres a los madianitas, que en número incontable asaltaban a los israelitas; a Naamán, 2 Reyes 5:10, que debía lavarse siete veces en el Jordán; - finalmente con el aplazamiento de su ayuda, como la mujer cananea, Mateo 15:23, que es casi la más difícil de todas las tentaciones. De esto se lamenta David, Salmos 13:2: "¿Hasta cuándo, oh Señor? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?". Contra esto ruega Jeremías, cuando era perseguido por la gente, capítulo 17:17, y dice: "No me seas tú por espanto en el día malo, tú que eres mi esperanza". En tal tentación debemos esforzarnos, sí, en aferrarnos con fe firme a la palabra de Dios revelada y hecha saber a nosotros, y en esperar con ánimo inamovible la ayuda divina. Por eso se dice en Salmos 27:14: "Espera en el Señor; esfuérzate, y aliéntese tu corazón; sí, espera tú en el Señor"; y Habacuc 2:3: "Aunque la visión tardare aún por un tiempo, mas al fin hablará, y no mentirá; aunque se tardare, espéralo, que sin duda vendrá, no tardará". Quien hace esto, de él se dice en Santiago 1:12: "Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman". Hasta aquí sobre la tentación.
También preguntan algunos de los padres por qué el Señor probó precisamente a Felipe antes que a los demás y puso a prueba su fe. Y ciertamente Crisóstomo y Cirilo dan esta razón: porque le gustaba aprender y a menudo preguntaba al Señor antes que los demás, aunque también era más simple, de modo que no entendía fácilmente lo más profundo. Para que Cristo animara y ejercitara ahora también al no instruido a captar lo más elevado, por eso Cristo le ha preguntado a él de nuevo más que a nadie. Así hay que animar a los más simples a la fe: ellos mismos deben, en cambio, ser ávidos de aprender, así también serán enseñados.
También es digno de recomendación e imitación la obediencia del pueblo, que sin dilación se recostó a la orden de Cristo y de los apóstoles, aunque no veía cómo se les podría preparar allí una comida. Y esta es, según el juicio de Bernardo, la verdadera obediencia, que no mira lo que se ordena, sino que se contenta únicamente con que sea ordenado por Dios. En el estado de inocencia, la suma de nuestra salvación consistía únicamente en la obediencia, ya que Dios había prohibido a nuestros padres comer del fruto de un cierto árbol, no como si fuera perjudicial, sino para que supieran que tenían un Señor, a quien debían honrar por la obediencia a sus mandamientos. Pero ¡ay!, casi todos somos rebeldes, porque rara vez obedecemos lo que Dios ha mandado, sino que la mayoría de las veces solo hacemos lo que nos parece bien. Pero como la obediencia es un fruto de la fe, tomemos cautiva toda nuestra inteligencia bajo la obediencia a Cristo, según la prescripción de Pablo, ya que Cristo también está dispuesto a vengar toda desobediencia, cuando la obediencia de los cristianos sea completa, 2 Corintios 10:5. - Además, al dividir Cristo a estos sus invitados tan exactamente en compañías de mesa determinadas, no solo da a conocer que Él es un Dios de orden y no de desorden, 1 Corintios 14:33, sino que también muestra que el orden mantenido es un medio por el cual Dios quiere bendecir nuestro trabajo y procurarnos alimento y un sustento fácil. Y esto también lo testifica la experiencia, que cuando la autoridad da buenas leyes y prescribe un cierto orden, según el cual los individuos deben comportarse en comida y vestidos, cuando también los padres de familia en el cuidado de la casa hacen todo ordenadamente en el tiempo justo y de la manera correcta, entonces también un pequeño patrimonio crece y todos pueden tener la parte que les corresponde, mientras que en cambio allí donde todo sucede desordenadamente en confusión y con tumulto, incluso grandes riquezas se dilapidan y desaparecen.
II.
El milagro mismo es descrito por los evangelistas de la siguiente manera. Después de que el pueblo se hubo recostado, Cristo
1) tomó en presencia del mismo y ante los ojos de todos los invitados aquellos panes y peces, de los que sabían que eran los únicos que había, en sus manos. Pues estas son las manos benditas, en las que el Padre ha puesto todas las cosas, Juan 3:35, y de cuya plenitud todos tomamos lo nuestro. Son las manos de las que David dice en Salmos 145:16: "Abres tu mano, y sacias de bendición a todo ser viviente".
2) Alzó los ojos al cielo, para que con este gesto exhortara al pueblo a la percepción del milagro y al mismo tiempo indicara de dónde tenía el poder de hacer este milagro.
3) Dio gracias por ello, no de la manera habitual, como también nosotros solemos bendecir la mesa con oraciones, de lo que Pablo 1 Timoteo 4:4 dice: "Porque todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desechar, si se toma con acción de gracias; porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado". Sino que esta fue una bendición propiamente dicha, que ha producido aquella maravillosa multiplicación tanto de los panes como de los peces. Pues qué clase de multiplicación haya sido que Cristo haya alimentado con cinco panes a cerca de 5000 hombres, se puede ver por el hecho de que 2 Reyes 4:42 se considera un gran milagro que Eliseo alimentara con 20 panes de cebada a 100 hombres. Como la bendición en la Cena del Señor fue algo especial, por lo que Cristo obró que en el Sacramento el pan fuera su cuerpo, y como la primera bendición, cuando Dios habló al hombre que debía multiplicarse y llenar la tierra, todavía hoy es eficaz, ya que la naturaleza es capaz de engendrar: así la bendición de Cristo fue la causa eficiente de aquella maravillosa multiplicación, de la que pronto oiremos. -
4) Dio gracias tanto por aquellos panes y peces, que habían sido preparados para comer y ahora se consumían aquí, como también por el poder obtenido para hacer este milagro. Juan 11:41 dice: "Padre, gracias te doy por haberme oído; yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado". - 5) Empezó a partirlos, y dio los trozos a los discípulos, que, como se puede deducir de lo que se relata hacia el final de la historia, los recibieron en cestas, fueron pasando individualmente por las diferentes mesas y así los distribuyeron al pueblo hasta que todos quedaron saciados. Pues como a la palabra de Elías la harina en la tinaja de la sareptana no se consumió y a la vasija de aceite no le faltó nada, hasta el día en que el Señor hizo llover sobre la tierra, 1 Reyes 17:14; y como el aceite de la otra viuda en la vasija no se detuvo mientras hubo vasijas donde se pudiera verter, 2 Reyes 4:6, así también aquí, mientras se encontraban hambrientos y comensales, había trozos para distribuir. Pues como dice acertadamente Hilario: trozos siguen a trozos y los continuamente partidos engañan a los que parten. El mismo Hilario disputa si la multiplicación se produjo en las manos de Cristo que partía o de los discípulos que distribuían, o del pueblo que recibía. Probablemente se produjo en las manos de los tres. Cristo ha multiplicado los trozos a través de su partir de tal manera que tanto los apóstoles como el pueblo en sus manos pudieron ver el poder de Dios y después pudieron agarrarlos con sus manos. Por eso Cristo lo atribuye a sí mismo en Marcos 8:19, cuando dice a los apóstoles: ¿No os acordáis cuando partí los cinco panes entre cinco mil? Y la manera parece indicar Marcos, cuando dice: "y repartió también los dos peces entre todos", como si dijera: de los dos peces se han hecho tantos trozos que han bastado para todos. Pero de los apóstoles que distribuían dice Juan que distribuyeron cuanto querían, de modo que el sentido puede ser que también los apóstoles pudieron distribuir del primer trozo que recibieron de Cristo a tantos invitados y tanto a cada uno como quisieran. Así pues, los apóstoles fueron pasando por las cincuenta mesas y distribuyendo a los individuos cuanto querían. Pero Lutero ha utilizado el singular: "cuanto Él quiso", como si Cristo hubiera distribuido según su beneplácito, cuanto Él quiso. Y de ahí algunos toman la doctrina de que Él ha querido recordar cómo debemos estar contentos con sus dones, de la forma que sean. Pues es una gran ganancia quien es piadoso y se deja contentar, 1 Timoteo 6:6.
Por eso aprendamos con Pablo a contentarnos con lo que somos, sea que tengamos hambre o estemos saciados, que tengamos abundancia o padezcamos necesidad, Filipenses 4:11. Pues también los profetas tuvieron que contentarse una vez con pan y agua bajo Acab, 1 Reyes 18:13. Pero nuestras ediciones griegas no tienen "quiso", sino "quisieron". Y esto puede entenderse no solo de los apóstoles que distribuían, sino también de la gente que recibía, para que tanto más resalte la generosidad de Cristo que alimenta a los suyos, ya que les dejó dar cuanto quisieran. Además, Juan dice que se habían recostado cerca de 5000 hombres, pero Mateo añade: sin mujeres y niños. Las mujeres y los niños, pues, que eran menores de 20 años (pues de Números 1:3 se desprende que en el pueblo de Dios solo se contaban entre los hombres los que habían superado los veinte años), que ciertamente tampoco habrían sido un número pequeño, estaban junto a los hombres y cada uno daba también a los suyos de su trozo, de modo que se puede concluir que los panes habían crecido y se habían multiplicado en consecuencia en las manos de Cristo, de los apóstoles y de los invitados. Pero la historia relata: todos comieron y todos quedaron saciados, lo cual sirve para confirmar la verdad del milagro. Pues si muchos hubieran permanecido sobrios y no hubieran comido nada, el milagro no sería tan grande. Pero del ayuno de todo el día todos estaban hambrientos, todos pues comieron y todos quedaron saciados. Y para que aquí no haya duda alguna, se utilizan dos expresiones diferentes: "fueron saciados" y "estaban saciados". Así pues, hasta la saciedad fueron alimentados con estos cinco panes, que fueron partidos entre 5000 hombres. Si divides cada pan individual en mil trocitos, te ruego, ¡qué pequeño trocito le toca a cada uno! Pero a este Señor nada le es imposible.
Pero Cristo quería dar a conocer con este milagro a todo el mundo quién es el Señor que alimenta y nutre anualmente al género humano, a saber, el Hijo de Dios mismo, que bendice la semilla esparcida en la tierra, humedece los surcos de la tierra y multiplica sus brotes, para que así nos dé alimento y corone el año con su bondad, como David habla de ello con mucho gozo en Salmos 65:10. La mano generosa y bondadosa de este Señor tan benigno debemos reconocerla y alabarla sin subterfugios. Ciertamente no es un milagro menor, sino con mucho mayor, que Dios alimente y nutra diariamente a todo el mundo, hombres y bestias, que el que Cristo haya alimentado aquí a 5000 hombres con cinco panes. Pero, como dice Agustín: los milagros diarios de Dios parecen insignificantes a causa de su constante recurrencia. Por eso el Hijo de Dios se ha reservado algunos contra el curso y el orden habitual de la naturaleza, para que aquellos a quienes los diarios se les han vuelto insignificantes, se asombren cuando vean no mayores, sino más inusuales. Las historias relatan del emperador Federico III, que en la Dieta Imperial de Colonia, donde se había reunido una multitud incontable de personas de todas las naciones, de modo que dudaba si todos podrían ser alimentados, ordenó contar tanto a las personas como a los panes horneados en la ciudad, y como encontró que el número de personas era mucho mayor que el de los panes, temió que muchos murieran de hambre; pero pronto al día siguiente se comprobó que no solo nadie había muerto de hambre, sino que no solo todos habían sido alimentados y saciados, sino que además había quedado una cantidad bastante grande de pan. Esto sucede todos los días en todo el mundo.
Hay personas eruditas y sensatas que creen que viven más personas en el globo terráqueo que gavillas crecen y se cuentan anualmente en los campos. Y esto no es nada improbable, sobre todo si se miran las ciudades costeras, que sobre todo son las más pobladas y sin embargo no poseen lo más mínimo de campos de los que pudieran obtener cereales. ¿De dónde se alimenta entonces esta gente, que comen y sobra, según la palabra del Señor 2 Reyes 4:44? De esta bendición del Hijo de Dios, por la que obra que no solo la semilla en el campo, sino también el grano en los graneros y en los suelos, sí, la harina en la cuba, el pan en el horno, en la mesa, en la boca y en el estómago de los comensales crezca y se multiplique maravillosa e invisiblemente. En cambio, cuando Él quita su bendición - la Escritura la llama en el texto original el bastón o la fuerza ("vorrath" en Lutero) del pan, Levítico 26:26, Ezequiel 4:16 y 5:16 - entonces surge el hambre y la necesidad, entonces los hombres comen y sin embargo no se sacian, hasta que finalmente se marchitan. Y ciertamente así suele castigar Dios a los hombres, cuando o bien por maldad o desconfianza tientan a Dios, como si Él no pudiera alimentar a tantos miles de personas en el mundo, como hicieron los israelitas, Éxodo 16:3, cuando deseaban haber muerto en Egipto, porque Dios no podía dar pan en el desierto ni preparar una mesa, Salmos 78:20; y aquel caballero del rey Acab, que respondió a Eliseo, que era imposible que se produjera tal baratura de alimentos como la que el profeta había predicho, y aunque Dios abriera las ventanas de los cielos e hiciera llover grano, 2 Reyes 7:2. Por eso confiemos en la omnipotencia y bondad de este Señor, que nunca abandona al justo y no permite que su descendencia mendigue pan, Salmos 37:25, y puede hacer abundantemente más de todo lo que pedimos o entendemos, Efesios 3:20.
Al mismo tiempo, Cristo también muestra a través de qué medios debemos obtener la bendición de Dios, a saber, a través de la oración y la acción de gracias. Pues estos sirven para que, como reconocemos a Dios como el dador de nuestros bienes y a nosotros como sus invitados, así tampoco abusemos de sus dones para la disipación ni para la glotonería. Esto también lo observaron antaño los piadosos con tal diligencia, que no comenzaban banquetes festivos a menos que un sacerdote u otro hombre de dignidad preeminente pronunciara la bendición, como se desprende de la historia de Samuel, 1 Samuel 9:13. También Cristo no se retiró de la última Cena hasta que no hubo pronunciado con los apóstoles el himno de alabanza, Mateo 26:30. Igualmente, Tertuliano escribe muy piadosamente y de los cristianos de su tiempo: No se sienta uno a la mesa hasta que antes se haya orado al Señor, con esto se sirve la comida, y así también una oración concluye la comida. Por lo tanto, son dignos de justa censura aquellos que, poco conscientes de la bondad divina, corren a la mesa como cerdos, y no consagran ni el inicio de sus comidas con la invocación del nombre divino, ni el final con la acción de gracias. Por lo cual también el medio resuena con discursos impuros, palabras injuriosas, cantos lascivos, o con el ruido insensato de timbales, cítaras, trompetas y otros instrumentos semejantes.
Por lo tanto, los cristianos deben aprender a pedir a Dios su sustento, a ganárselo con trabajo honesto, a usar sobria y moderadamente de lo ganado, y finalmente a dar gracias por las bondades recibidas. Pues si el Hijo de Dios mismo da gracias a su Padre celestial por los panes de cebada, cuánto más nos conviene a nosotros dar gracias a Dios por nuestros exquisitos manjares y nuestra abundancia. Finalmente, la distribución nos recuerda la beneficencia y el amor cristiano, Hebreos 13:16, según el cual aquellos a quienes les ha tocado una suerte más brillante, deben también comunicar algo de sus bienes a los más pobres. "Parte tu pan con el hambriento", dice Isaías capítulo 58:7. Y en el Antiguo Testamento Dios quería que en las fiestas sacrificiales los ricos enviaran regalos a los pobres en sus puertas, Deuteronomio 12:18, 14:27, 15:11, 16:11. Y también en el Nuevo Testamento Cristo compara, Lucas 12:42 y 16:1, a los ricos con los administradores, a quienes ordena administrar los bienes que se les han confiado de tal manera que un día puedan dar cuenta de su administración.
III. También debemos considerar lo que siguió al milagro. De ello lo primero es 1) la recogida de los trozos sobrantes. Pues después de que los invitados estuvieron saciados, Cristo ordenó a los apóstoles que volvieran a pasar por las mesas individuales para recoger lo que cada uno había dejado de pan o de pescado, lo que los saciados no habían podido comerse. Así recogieron los trozos que habían sobrado, doce cestas llenas. Y esto lo hizo Él, para que nadie creyera que esta alimentación había sido una brujería, sino que las sobras también pudieran testimoniar a los ausentes la verdad del milagro.
Pero a nosotros Cristo nos recuerda con esta recogida y conservación de los trozos la moderación, a saber, que no debemos dilapidar en un santiamén los bienes concedidos por Dios mediante la glotonería y el despilfarro, sino recoger concienzudamente lo que haya sobrado, guardarlo y conservarlo para la necesidad futura. Pues la frugalidad es el mejor ingreso. Así también los padres deben cuidar de sus hijos y descendientes, que les junten tesoros, 2 Corintios 12:14. Un ejemplo de tal frugalidad tenemos en José, Génesis 41:33. Sí, incluso el ejemplo de las hormigas, Proverbios 6:6, debe recordárnoslo. Pecan, pues, aquellos que empiezan a recoger antes de que estén saciados aquellos a quienes la bondad divina manda alimentar; pero también aquellos que, no contentos con haber comido y bebido, lo despilfarran todo, y como los toros hartos todo lo pisotean con los pies, y así son causa de que muchos tengan que pasar hambre, cuya necesidad su abundancia habría podido remediar.
Otra consecuencia de este milagro es que los judíos así saciados deducen de ello que Jesús es el profeta prometido por Dios a través de Moisés, Deuteronomio 18:18, es decir, deducen que Él es el Mesías del mundo. Pues que esta profecía de Moisés se entendía entonces comúnmente del Mesías, se puede ver por las palabras de Felipe, Juan 1:45, por la predicación de Pedro, Hechos 3:22, por el discurso de Esteban, el primer mártir, Hechos 7:27. Y en esto ni yerran ni pecan. Pues Cristo es realmente aquel profeta que debía venir al mundo. No como si en Cristo no hubiera nada más elevado y preeminente que un profeta, sino porque Dios ha querido indicar que debemos percibir ante todo la doctrina de Cristo, en la que revelaría los misterios del reino de Dios, según la obra de la redención. Pues así le ha placido a Dios que cada uno de los dos testamentos, tanto el nuevo como el antiguo, tuviera su profeta especial, a cuya doctrina como piedra de toque pudiera probarse la doctrina de todos los demás. En el Antiguo Testamento fue Moisés aquel gran profeta, que además de la creación del mundo y las primeras promesas que habían sido dadas a los patriarcas, también anunció el Gesey de Dios revelado a través de su ministerio de la propia boca de Dios y lo inculcó al pueblo para su observancia. Los demás profetas han seguido sus huellas y no han enseñado nada que no pudiera reducirse a los puntos principales de la doctrina transmitida por Moisés. Y que esta doctrina ha perdurado hasta Juan, lo testifica el propio Cristo Mateo 11:13. Pero en el Nuevo Testamento fue aquel gran profeta Jesucristo, el Hijo de Dios manifestado en carne, de quien el Padre mismo ha dicho desde el cielo Mateo 17:5: "a él oíd". Este ha salido del seno oculto del Padre celestial y nos ha revelado a través de su Evangelio el misterio que ha estado oculto desde el mundo, en el que ha enseñado que a través de la obediencia de la fe, Romanos 16:25, en su nombre se anuncie el perdón de los pecados y la justificación de todo aquello por lo que no podíamos ser justificados en la ley de Moisés. Así pues, Jesucristo es realmente aquel profeta, al que Moisés ciertamente es semejante según el modelo, pero al mismo tiempo mucho más elevado y glorioso que él, según la persona y el oficio, ya que Él es el Señor del cielo mismo, que en verdad ha realizado aquello que Moisés solo había prefigurado en sombras, como explica extensamente la carta a los Hebreos. Contentémonos con estos dos profetas, y no solo no aceptemos a aquel tercer profeta, del que se jactan los turcos, Mahoma, sino tampoco a los profetas de los monjes, de quienes han recibido sus nuevas reglas de vida.
Aunque hacían bien en reconocerle como el Mesías a partir de este milagro, sin embargo, erraban en que pronto, engañados por la falsa instrucción de los fariseos, remendaban sus sueños de un reino terrenal. Ciertamente, Cristo es así el profeta de la Iglesia, que al mismo tiempo es su rey y sumo sacerdote, sí, salvador de todo el mundo, como Moisés y los profetas lo han profetizado tan a menudo de Él. Pero Él no es un rey terrenal, como esperaban los judíos, que debía liberarlos del poder de los romanos, sino un rey de la verdad, que debía liberar espiritualmente a su pueblo del reino del diablo, de la muerte y del pecado, como del reino de la mentira y de la perdición eterna. Que, pues, estos 5000 hombres quisieran apoderarse de Jesús, para hacerlo rey, es decir, que quisieran proclamarle rey por la fuerza contra su voluntad, para tener de Él sustento y vestido sin esfuerzo, este es aquel falso celo, que sin duda la impaciencia ha azuzado, que desde hace tiempo se ha adueñado de sus corazones bajo el pesado yugo de la tiranía romana. Pero como este era un celo insensato, Cristo busca, antes de que lo emprendan, caminos y medios para despedirlos de sí. Pues no quiere dejar que su doctrina lleve la marca de la rebelión, también quiere evitar toda mala apariencia, 1 Tesalonicenses 5:22. De ello, sin embargo, se pueden juzgar y deducir los pensamientos del pueblo común sobre la religión, a saber, que su primera y principal preocupación es cuidar de su vientre. Como Pablo ha dicho con demasiada verdad, que el vientre es su dios, Filipenses 3:19. Cristo había hecho hasta ahora muchos milagros magníficos y grandes, con los que confirmó su doctrina. Ninguno, sin embargo, les pareció lo suficientemente elevado como para que le reconocieran como el Mesías y le rindieran honores reales. Ahora, sin embargo, que les ha alimentado gratis, lo alaban con gran celo y conciben, no sin el peligro más apremiante para sí mismos y para los suyos, planes de proclamarle rey. Pero ¡oh ceguera! No piensan en Pilato, en Herodes, que habrían vengado esta audacia del pueblo con una gran matanza, como esto les sucedió no solo según el testimonio de Lucas, Hechos 5:36, sino también según Josefo de bello Jud. a Teudas y a Judas de Galilea junto con sus cómplices. Esta es la manera de la plebe, si no se le instruye correcta y fundamentalmente, que en gran parte cuida de la religión por el vientre, como se puede ver en los israelitas, que tantas veces murmuraron contra Moisés, tantas veces como notaron que algo faltaba a su vientre. Este sentido pervertido de la plebe también lo castiga el profeta Miqueas, cuando dice en el capítulo 2:11: "Si anduviera yo con el espíritu de falsedad, y mintiera diciendo: Yo te profetizaré de vino y de sidra; él tal sería el profeta de este pueblo".
Pero no solo la plebe padece esta enfermedad del alma, sino que también los príncipes buscan a menudo en Cristo más la gloria que la piedad, o aceptan la doctrina evangélica con la intención de poder enriquecerse con el robo de los bienes de la Iglesia o de obtener la exención del diezmo. En resumen, es verdad lo que dice Agustín: apenas se busca a Jesús por Jesús mismo, sino por otra cosa. Pero que Cristo no apruebe en lo más mínimo el plan subversivo del pueblo, para no hacer sospechosa su doctrina, con ello da la regla general, no solo para los ministros de su Palabra, sino también para todos los que confiesan su nombre, que no se mezclen en asuntos subversivos de los impíos, ni den de ninguna manera motivo para que la confesión sea blasfemada. Y aquí no es demasiado el celo, ya que, sin embargo, nadie puede evitar todas las blasfemias. Pues por mucho que Cristo huya aquí de la honra real, sin embargo no pudo evitar que no fuera acusado calumniosamente ante Pilato, Lucas 23:2, como si Él mismo hubiera dicho que era rey. A esto pertenece también la regla de oro de Salomón, Proverbios 24:21: "Teme a Jehová, hijo mío, y al rey; no te entremetas con los veleidosos; porque de repente vendrá su quebrantamiento, y el quebrantamiento de ambos, ¿quién lo conoce?". También se desprende de esta acción de Cristo que de ninguna manera son sus seguidores aquellos que bajo el pretexto de la religión se apoderan de los reinos de este mundo, lo que, como es tan conocido que no necesita prueba, han hecho los papas y obispos de la Iglesia romana. Pero a todos estos Cristo les ha dicho en Lucas 22:25: "Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros". Por eso dice con razón Cirilo: Aquellos que quieren alcanzar la gloria de Dios deben huir de la honra y la fama del mundo.
Cristo, pues, de ninguna manera abusó de la sencillez de este pueblo para levantar algún reino terrenal, como a ningún justo le conviene hacer, sino que despidió al pueblo, e impulsó a los discípulos a que entraran en la barca. Sabía, a saber, que también los propios discípulos, contagiados por la opinión de los fariseos, albergaban pensamientos carnales de un reino mesiánico terrenal. Para que, pues, no reforzaran en algo al pueblo en sus planes o los promovieran, les impulsó a que se adelantaran en barco a la otra orilla, donde estaba Betsaida. A los discípulos ciertamente no les gustó ser separados de su Maestro, ya que la noche se echaba encima, y el Maestro quería quedarse en un lugar desierto lejos a este lado del lago. Por lo tanto, estaban preocupados por Él. Pero Cristo les inculca con una orden seria que debían adelantarse a Betsaida. Pues quería acostumbrarlos a obedecer sencillamente donde tuvieran una orden de Dios, y a no seguir sus opiniones contrarias; como también en esta historia tenemos un ejemplo de obediencia en el pueblo, que se recostó en la hierba verde a la orden de Cristo, aunque aún no sabía con qué iba a calmar su estómago rugiente. Tal obediencia quizás ni siquiera el propio Pedro le habría prestado a Cristo, sino que habría objetado contra su orden lo que su razón le hubiera sugerido. Aprendamos pues también nosotros a obedecer sencillamente los mandamientos de Dios, y no a cavilar sobre ellos con nuestra razón.
Así obedeció Abraham, el padre de todos los creyentes, cuando le fue ordenado salir de su tierra natal, aunque aún no sabía adónde iba a ir, Génesis 12:1; así también obedeció al mandato de sacrificar a su hijo Isaac, Génesis 22:1. A Gedeón se le ordenó luchar con 300 hombres contra el ejército innumerable de los madianitas; obedeció y venció, Jueces 7:20. A los sirvientes en las bodas de Caná se les ordenó sacar agua, para remediar la falta de vino para los invitados; no disputaron mucho, sino que obedecieron y encomendaron el resultado a Cristo, que regaló vino noble al novio. A Naamán se le dio la orden de sumergirse siete veces en el agua del Jordán, para recuperar su salud; poco faltó para que lo omitiera por impaciencia, pero esto habría sucedido con la pérdida de su salud, que recuperó por la obediencia, 2 Reyes 5:10. Cuando a Moisés y Aarón se les ordenó golpear la roca para hacer brotar agua para el pueblo, obedecieron vacilando y lentamente. Pero por ello fueron castigados por Dios de tal manera que a ninguno de ellos se le concedió entrar en la tierra de Canaán, Números 20:12. Obedezcamos, pues, los mandamientos de Dios, aunque tampoco veamos el motivo de ello. Basta con que Él lo sepa; a nosotros nos recomienda la obediencia, que es mejor a los ojos de Dios que los sacrificios, 1 Samuel 15:22.
Cuando hubo despedido a los apóstoles, sin embargo, el pueblo aún no se había ido. A este despidió entonces Cristo amablemente y con palabras suaves, contento de haber rechazado por ahora su intento ilícito. Marcos utiliza aquí una palabra que se emplea para aquellos que se despiden de alguien diciéndole adiós, cuando lo despiden de sí, ya sea con un simple saludo o con un encargo añadido. Pero sea como fuere que Cristo despidió al pueblo, Él se quedó también después de la partida de los apóstoles y permaneció en la orilla de este lado del lago, como se desprende de lo siguiente.
Para que Cristo no diera ocasión alguna con su presencia a que aquel plan se repitiera, ya que aquel celo de la gente aún no se había disipado, se retiró de nuevo al monte, Él solo, "para orar". Que subió de nuevo al monte, en el que había enseñado, prueba que después de terminada la predicación había bajado del monte a la llanura, donde había hecho el milagro y había alimentado al pueblo. Hacia la noche, sin embargo, subió al monte solo, "pues los discípulos ya se habían ido, para orar". Se retiró, para mostrar que los medios por los que el espíritu se dispone a la oración no deben ser descuidados. Cristo no padeció para sí el defecto como nosotros de que su oración fuera impedida o debilitada por cosas perturbadoras, y sin embargo Él, para darnos ejemplo, buscó la soledad; no como si de ello hubiera que hacer ahora una ley, pues Pablo quiere 1 Timoteo 2:8, que los hombres oren en todo lugar, con tal de que alcen manos limpias. Y aquí y allá se nos recomiendan las oraciones públicas, que ciertamente no se hacen en soledad. Sí, si alguien elige un lugar especial para orar, como si este hiciera agradable la oración, yerra. Sin embargo, Cristo nos manda entrar en la cámara, Mateo 6:6, para que podamos orar con tanto más fervor, y no parezcamos querer presumir ante la gente. Así se retiró Cristo al monte, donde pasó una gran parte de la noche en oración. - ¡Ah, me gustaría saber el contenido de sus oraciones! ¿Quién nos lo dice? Pablo escribe 1 Corintios 2:10: "Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios".
Indaguemos, pues, también estas oraciones del Hijo de Dios, cuya suma puede deducirse fácilmente de las circunstancias. Él, como Mesías y Sumo Sacerdote, se sitúa en medio entre Dios y los hombres. Y ciertamente entre los hombres, el ojo de Cristo se fija
1) en Herodes, sus cortesanos y semejantes, que luchan contra su reino. Matan a su precursor; Él mismo se ve obligado a huir con sus apóstoles ante ellos. Allí ruega Cristo que el Padre proteja a su pequeño rebaño y no permita que sea oprimido por la tiranía del mundo y la maldad del diablo;
2) ve a los apóstoles, que ciertamente le han seguido y aman el Evangelio del reino, pero que aún padecen muchas imperfecciones. Por lo tanto, los representa ante su Padre y ruega que ellos, fortalecidos por su Espíritu, puedan aumentar diariamente;
3) ve al pueblo, que ciertamente tiene celo, pero con falta de entendimiento. Por eso ruega que el Padre también los ilumine a estos con su Espíritu, frene sus planes inoportunos, cambie su corazón y les conceda en el futuro no buscar lo que es de la carne, sino lo que redunda en honra de Dios y en la salvación eterna de las almas;
4) también prevé la tormenta que se avecina, ciertamente no se anticipa a ella con su omnipotencia, sino que se dirige a la intercesión por los suyos, para que no perezcan en el mar tormentoso y su fe, que debía ser probada en esta tormenta, no cese. Así vemos que a Cristo no le ha faltado materia para orar, como tampoco le falta hoy, ya que está a la diestra del Padre e intercede por nosotros, Romanos 8:34, ya que Él es nuestro abogado, 1 Juan 2:1. Entre tanto, dejémonos también conmover por este ejemplo de Cristo, para enviar nuestras miradas desde los círculos estrechos que nos rodean por todas partes como una muralla, para buscar ocasión y tomar materia para hablar con Dios en oraciones piadosas.
También algunos suelen extraer alegorías de este milagro. Para que a aquellos que se complacen en ello no se les escape nada, queremos tocar brevemente algunas. Los ministros de la Palabra, que deben alimentar al pueblo con el alimento de la predicación evangélica, que reconozcan, aunque estén muy instruidos por mucha lectura y estudio de la Escritura, cuán pequeña es su provisión y que también lo que tienen, sea mucho o poco, lo deben únicamente a Cristo. A Él, pues, deben ofrecérselo humildemente, para que, multiplicado por su bendición y partición, sea presentado al pueblo no como alimento suyo, sino como alimento del Señor. Los cinco panes sean, pues, los cinco libros de Moisés, junto con los escritos de los profetas, que todo lo suyo han sacado de Moisés y lo han referido a él. Los dos peces sean los escritos de los pescadores, los Evangelios y las Epístolas. Todos estos escritos presentan a Cristo, dan testimonio de Cristo, que es el pan de vida, Juan 5:39. Este pan se parte y se distribuye, cuando la Escritura es expuesta, y se hace útil mediante la doctrina, la exhortación, el consuelo y el castigo. Pero esto no debe suceder sin oración y acción de gracias, porque sin la obra del Espíritu Santo nada se consigue con nuestro esfuerzo y diligencia, 1 Corintios 3:7.
También aquellos que son alimentados con este pan celestial, deben recibir a Cristo con el corazón alzado al cielo en la verdadera fe. Pues este, cuando es recibido en la fe, sacia las almas, es decir, las asegura de su salvación y obra que fuera de Cristo no anhelen ni tengan sed de nada más. Esta es la comida evangélica, donde siempre unos tras otros son saciados y sin embargo después de la saciedad de todos los panes no faltan. Pues Cristo nunca falta, sino que es el mismo ayer y hoy y por los siglos de los siglos, Hebreos 13:8, y es suficiente para la salvación de todos. Pero los trozos deben recogerse y guardarse, es decir, los misterios que la casa no entiende ni alcanza, deben ser recogidos por los maestros y confiados a hombres fieles y discípulos hábiles. O bien: los piadosos, los siervos de Cristo, deben preocuparse de que los trozos de la doctrina también se guarden para los descendientes, para que estos no carezcan un día del conocimiento de Cristo por nuestra negligencia. Y a esto pertenece el cuidado por las escuelas, pues las artes y las ciencias son como las cestas en las que el pan de vida puede ser llevado más cómodamente y presentado más bellamente al pueblo. El cuidado por esto debería preocupar tanto más al corazón de la autoridad y de las personas de alto rango, ya que por lo demás son como la hierba y toda su gloria como la flor de la hierba, Isaías 40:6, la hierba se seca y la flor se cae, es decir, ellos junto con su gloria perecen. Pero la fama que alcanzan en los escritos por la conservación del estudio de las ciencias, y la recompensa que por ello reciben por causa de Cristo aprehendido en la fe, permanece eternamente. Hasta aquí sea suficiente lo dicho sobre el milagro de los cinco panes.