Perícopa para el primer domingo de Cuaresma, Invocavit.

Mateo 4:1-11. Cf. Marcos 1:12-13, Lucas 4:1-13.

Armonía Evangélica, Capítulo XIX.

Después de la gloriosa revelación de la Santísima Trinidad y del sublime anuncio del Mesías en el Jordán, Cristo no se quedó allí con Juan, ni entre el pueblo, sino que fue inmediatamente llevado por el Espíritu desde el Jordán, lejos de la vista de Juan y de los demás que estaban allí. Sin embargo, no regresó a Galilea a su vida anterior, ni fue, acompañado por el pueblo, precedido por el Bautista y la paloma que descendía sobre Él, a Jerusalén, y entró como Señor en el Templo; sino que fue conducido por el Espíritu al desierto, donde no había hombres, sino animales salvajes, y precisamente para que “fuese tentado por el diablo”. Y esta observación del orden nos recuerda muchas cosas.

Porque la gloria celestial y la divina grandeza de la vocación o misión de Cristo habían sido públicamente proclamadas en el Jordán, de modo que se podría pensar que Cristo habría alcanzado una mayor autoridad si hubiera entrado con tal majestad en el Templo de Jerusalén y hubiera comenzado inmediatamente a enseñar. Pero como debía administrar y llevar a cabo su oficio en la mayor debilidad y humildad, se dejó llevar al desierto entre los animales salvajes y no regresó hasta después de cuarenta días, para que así el oficio y el servicio de Cristo se realizaran en el anonadamiento y, al mismo tiempo, se demostrara que con este servicio humilde había gloria, poder y fuerza divinos.

También nos recuerda aquella observación que, cuando Cristo fue enviado a predicar el Evangelio, Isaías 61:1, la primera prueba de su oficio no la realizó entre los hombres, mediante una presentación tranquila y pacífica de dichos verdaderos, sino que entabló la lucha con aquel que es el padre de la mentira y el autor de todas las falsedades en la doctrina, siendo un punto principal de un verdadero maestro en la iglesia el oponerse mediante la refutación a aquellos que falsifican la sana doctrina, y que no debe ocuparse solo de sus discípulos dóciles, sino también luchar con el príncipe de las tinieblas mismo, quien es el padre de las mentiras. Pero, sobre todo, es importante considerar que, como Cristo no solo fue ungido para el magisterio, sino para que cumpliera todo lo que pertenecía al oficio de Mesías, inmediatamente después de su unción se muestra en esta historia que ahora se cumple lo que está escrito en Génesis 3:15, que se pondría enemistad entre la descendencia de la mujer y la descendencia de la serpiente. Porque con aquel hombre fuerte armado, después de asumir su cargo, comenzó la lucha en primer lugar, a quien, después de haberlo atado y encadenado, vino a quitarle las armas y el botín y a aplastarle la cabeza, para así destruir sus obras. Lucas 11:22, Génesis 3:15, 1 Juan 3:8.

Pero existe una gran diferencia entre esta historia y la anterior. Allí la mayor majestad y gloria; aquí, sin embargo, se produce repentinamente tal anonadamiento que el Hijo de Dios queda expuesto a la tentación y al escarnio de Satanás. Sin embargo, la enseñanza de esta historia no es menos útil que la de la anterior. Sí, el Hijo de Dios nos habría aportado menos, como dice Ambrosio, si no se hubiera rebajado desde la más alta majestad a esta extrema humillación, casi bajo los pies de Satanás, en nuestro lugar y por nosotros. Y no es inapropiada la clasificación de las causas que Tomás ha recogido de los Padres, de por qué el Hijo de Dios fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado allí por el diablo; a saber, para que

1) como enseña Hilario, demostrara cómo nadie, por santo y agradable a Dios que quiera ser, debe estar seguro como si no estuviera expuesto en esta vida a las tentaciones de Satanás. Porque si la desfachatez y la audacia de Satanás llegan tan lejos como para atreverse a hacer esto con la Cabeza misma, de quien había oído resonar la voz del cielo: “Este es mi Hijo amado”, ¡¿qué no hará entonces con los miembros?! Y por eso Cristo no fue llevado al desierto cuando llevaba una vida privada en Galilea, sino inmediatamente después del bautismo y la unción con el Espíritu Santo, donde fue declarado públicamente Hijo de Dios, para que fuese tentado. Por eso dice Sirácides 2:1: “Hijo mío, si quieres servir a Dios, prepárate para la tentación”. Quien, por tanto, es arrastrado de aquí para allá por diversas tentaciones del diablo, no piense que por eso es menos agradable a Dios.

Sin embargo, lo que se añade, que Cristo no es entregado a la tentación por casualidad, o como si Dios le hubiera abandonado, sino que es conducido por el Espíritu Santo al desierto, para que sea tentado por el diablo, es digno de notarse con diligencia. Así, con la buena y bien considerada voluntad de Dios se nos envían las tentaciones. Y como se deja guiar por el Espíritu, aprendemos de ello que no debemos exponernos imprudentemente al peligro y buscar la tentación; sino que si en nuestra vocación hacemos aquello a lo que el Espíritu nos guía según la prescripción de la Palabra, y entonces nos encontramos en necesidad, peligro y persecución, debemos pensar que lo que aquí está escrito de Cristo como Cabeza, también se cumple en los miembros: “Fue llevado por el Espíritu al desierto, para que fuese tentado por el diablo”.

2) La segunda causa de la tentación de Cristo fue, como enseña Agustín, la siguiente: para que con su ejemplo mostrara cómo y con qué armas debe la fe resistir las tentaciones del diablo. Porque por eso se describen los tipos más importantes de las principales tentaciones del diablo, con las que tienta tanto a la cabeza como a los miembros, y se añade lo que el Hijo de Dios opuso a cada una de las tentaciones.

3) Según la declaración de León: para que en la tentación tengamos la esperanza de la victoria en Cristo Jesús, que se ha convertido en nuestro líder contra el hombre fuerte armado. Nuestra naturaleza, ciertamente, incluso cuando aún estaba intacta, sucumbió en la lucha con este tentador. Pero ahora la naturaleza humana en aquella descendencia de mujer ha obtenido de nuevo la victoria sobre las tentaciones de Satanás. Porque así como Cristo, muriendo, destruyó la muerte, no para sí mismo, sino para nosotros, así también, al ser tentado, venció al tentador y apagó sus dardos de fuego, no para sí mismo, sino para nosotros, para que sepamos que Él está con nosotros en la tentación, para que nosotros, revestidos con la armadura de Dios, fortalecidos en el Señor, por el poder de su fuerza, podamos resistir los ataques del diablo. Efesios 6:10-11.

4) Porque es cierto que el Hijo de Dios, como el más fuerte, puede aplastar a Satanás bajo nuestros pies. Para que ahora dudemos aún menos de su disposición y voluntad hacia nosotros en la tentación, la Epístola a los Hebreos, Hebreos 2:17 y 4:15, presenta esta causa, por la que Cristo fue tentado, con las palabras más amables: “Por cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.” “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.” Por lo tanto, debemos saber que el Hijo de Dios es nuestro Mediador, y que comprende los pensamientos, dolores y lamentos de los afligidos, y de tal manera que es conmovido y movido por la más cordial compasión, para apresurarse a ayudar a los afligidos con misericordia, gracia y auxilio. Porque por eso se sometió él mismo a la tentación, y de hecho en el grado más alto.

Podrían añadirse también otras causas, como, por ejemplo, que se demostrara a sí mismo como un verdadero hombre a través de la tentación, y que demostrara cómo aquel que se somete mejor al magisterio evangélico es aquel que ha sido probado previamente a través de diversas tentaciones.

Así pues, Jesús no fue arrastrado por el poder del diablo, ni expuesto a la tentación por casualidad; sino que “fue llevado por el Espíritu al desierto”. Y qué clase de Espíritu había sido ese, lo describe Lucas cuando dice: “Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán”. Pero en Cristo habitaba toda la plenitud de la divinidad desde el principio de la unión personal; sin embargo, hasta los treinta años no se había manifestado a través de ninguna obra divina. Pero ahora, después de la unción del Espíritu Santo en el bautismo, se ciñó con gran celo y bajo la guía manifiesta del Espíritu Santo para las obras pertenecientes al oficio de Mesías. Y por eso se dice: “lleno del Espíritu Santo”. Porque así también Esteban en Hechos 6:5, 8 es llamado lleno del Espíritu Santo, cuando los dones del mismo se manifestaron más visiblemente en él. Además, como Mateo dice que fue llevado y como arrebatado, podría parecer que fue un traslado como el que está escrito de Elías en 1 Reyes 18:12 y 2 Reyes 2:16 y de Ezequiel, Ezequiel 3:12, 11:1.

Pero Lucas explica aquella palabrita en Mateo con otro verbo, que se usa para un impulso interno especial del Espíritu, Romanos 8:14, Gálatas 5:18. Como también escribe Marcos: “El Espíritu le impulsó”, naturalmente no contra su voluntad o por la fuerza, sino como por una particular incitación y alegría son impulsados los obreros que el Señor envía a su cosecha, Mateo 9:38, Lucas 10:2, donde se usa el mismo verbo. Por lo tanto, no es necesario inventar que Cristo fue llevado por el Espíritu Santo por el aire al desierto. Sino para que sepamos que todo lo que Cristo enseñaría y haría después de esto no sucedió por espíritu humano, como en su vida privada hasta los treinta años, sino por la fuerza y la autoridad pública del Espíritu Santo; por eso dicen los evangelistas: “lleno del Espíritu Santo”; igualmente: “llevado por el Espíritu”.

En cuanto al desierto en el que Cristo fue tentado, la Historia Scholastica dice que se llama Cuarentena y que está a dos millas (romanas, también inglesas) de Jericó y a doce millas de Jerusalén; y a dos millas de allí se encuentra aquel alto monte al que fue llevado Jesús; también no lejos de allí fluye el agua que Eliseo sanó. Otros añaden además que allí también se muestra el lugar donde aquel hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó cayó en manos de los asesinos. Pero estas leyendas tienen poca base cierta. Mi opinión (es decir, de Chemnitz) la he expuesto en el prefacio introductorio, que me gustaría entender por desierto aquel que se llama el grande.

Y a ello me mueven los siguientes motivos:

1) Los demás desiertos se describen más precisamente mediante algún añadido, como el desierto de Judea, Zif, Maón, etc. Pero el gran desierto se llama simplemente, sin añadido, “el desierto”, como aquí en esta historia.

2) En los otros desiertos también hay aquí y allá algunas viviendas humanas, como hemos demostrado arriba con algunos ejemplos en la historia del Bautista, o al menos no están totalmente alejados del tráfico humano; pero en este desierto estuvo Cristo cuarenta días con los animales salvajes.

3) Lo que aquí se describe puede aplicarse adecuadamente al prototipo de los hijos de Israel en el desierto, como se ha dicho antes. Sin embargo, no quiero discutir sobre esto con nadie; cada uno es libre de su juicio, donde no se trata de artículos de fe, sino de circunstancias históricas conjeturales.

En aquel desierto, pues, “ayunó Jesús cuarenta días y cuarenta noches”; no para prescribir con este su ejemplo a la iglesia una nueva forma de ayuno, a saber, que mediante la invención de un derecho (como dicen los papistas) se digan las oraciones vespertinas al mediodía, y que luego, con solo cambiar la calidad de los alimentos, se imagine expresar adecuadamente este ayuno de cuarenta días de Cristo con un vientre repleto de pescado, como se burlan los papistas de Dios y de la iglesia con esta su invención de derecho. Sino que Cristo fue llevado al desierto, donde no había pan, sino piedras, no hombres, sino animales salvajes. Así pues, fue mantenido de forma maravillosa por la fuerza divina sin alimento, de modo que no sintió hambre en los cuarenta días y noches. Porque lo que Mateo llama “ayunó”, Lucas lo expresa así: “Y no comió nada en aquellos días; y cuando se cumplieron los cuarenta días”, entonces finalmente comenzó a sentir hambre.

Y Mateo menciona expresamente también las noches; para que no se piense que fue un ayuno como el que los judíos ayunaban de día, pero por la tarde y la noche tomaban alimento. El ayuno de cuarenta días de Cristo no fue, por tanto, una restricción de la calidad de los alimentos, o del horario habitual de comida a un período de tiempo que la naturaleza humana puede soportar, como se describen en la Escritura los ayunos que se presentan para la imitación, sino que fue mantenido de forma maravillosa sin el uso de alimentos, de modo que no sintió hambre en los cuarenta días. Y hay una diferencia evidente entre lo que Cristo hizo y también nos ha mandado hacer, y lo que ciertamente hizo, pero no nos ha prescrito imitar. Así escribe también Crisóstomo: No ha dicho que debamos imitar su ayuno, sino: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Y Basilio observa que Cristo no ayunó así anualmente, ni más a menudo en su vida; como tampoco Moisés ni Elías lo hicieron, de cuyo ayuno tampoco la iglesia en el Antiguo Testamento ha hecho ninguna imitación.

Pero aún más absurdo es, ya que la imitación de este ayuno de Cristo nos es imposible, burlarse de Dios y de la iglesia con tal invención de derecho como la que inventan los papistas. Hay otros dichos y ejemplos en la Escritura en los que se enseña la forma correcta de ayunar en la iglesia, que no entra en nuestra intención traer aquí y explicar. Cristo, por tanto, no ayunó cuarenta días y noches para nuestra imitación; sino porque Dios había mantenido a Moisés allí en el desierto durante tantos días fuera del trato humano sin alimento, como días serían necesarios para que a través de su servicio se proclamara la Ley, Éxodo 24:18 y 34:28, como testimonio de que Moisés no había inventado la Ley por sí mismo, sino que la había recibido de Dios de manera celestial. Lo mismo sucedió también allí en el desierto con Elías, a través de cuyo servicio Dios quería establecer el magisterio profético, 1 Reyes 19:8. Para que ahora se mostrara que Cristo es aquel de quien la Ley y los profetas dan testimonio, Dios quiso que, tras un ayuno de cuarenta días, al comienzo de su oficio, saliera del desierto, exactamente de la misma manera que había sucedido con Moisés y Elías. Porque estos dos se le aparecieron en su transfiguración para mostrar que la Ley y los profetas concuerdan con Cristo, Mateo 17:3.

Pero lo que hizo durante aquellos cuarenta días, cuando no comió nada en el desierto, solo puede deducirse de la narración de los evangelistas. Marcos dice: “Estaba con las fieras”. Pero en Lucas, las palabras están dispuestas de tal manera que no dejan entender confusamente que las tentaciones del diablo no comenzaron hasta que se cumplieron aquellos cuarenta días. Porque dice: “Fue llevado por el Espíritu al desierto, y estuvo cuarenta días siendo tentado por el diablo; y no comió nada en aquellos días”. Pero qué tipo de tentaciones puso el diablo a Cristo en el camino durante los cuarenta días, no se dice; solo que surge esta diferencia: después de que se cumplieron los cuarenta días, se acercó a él el tentador y comenzó a hablar; así que antes no se había acercado a él de la misma manera que después, sino que solo le había opuesto motivos externos para la tentación, como la falta de las cosas necesarias y el deambular de los animales salvajes.

Porque lo que Vicente piensa para la gloria de la divinidad de Cristo, que los animales salvajes vinieron durante los cuarenta días y mostraron su obediencia a Cristo como su Creador con signos externos de sumisión, lo dice sin considerar el anonadamiento de Cristo, y no concuerda con lo que dice Lucas, que Cristo fue tentado durante cuarenta días en el desierto. Marcos describe la manera de la tentación cuando añade: “Estaba con las fieras”. Esto, por tanto, es lo único que podemos deducir de la descripción de los evangelistas sobre los cuarenta días.

“Pero cuando se cumplieron los cuarenta días, tuvo hambre”. Porque no quiso extender su ayuno más allá del tiempo de Moisés y Elías, para que no pareciera que había aparecido en forma de fantasma y no hubiera sido un verdadero hombre. Cuando Cristo sintió hambre, entonces se acercó a él el tentador. Hasta ahora había estado como indeciso, no se había atrevido a acercarse, a causa de la voz que había oído resonar desde el cielo, y porque el ayuno de cuarenta días parecía tener algo especial. Pero cuando oyó que Cristo padecía hambre, lo que no había sucedido ni con Moisés ni con Elías, entonces se acerca más audaz e insolentemente para tentarle. Ahora piénsese siempre en la aplicación, que en esta historia de Cristo se describe la lucha que tenemos que librar en nuestras tentaciones. Porque entonces es cuando se acerca el tentador, cuando el sentimiento de los sufrimientos comienza a oprimirnos de verdad. Pero es importante considerar el significado de la palabra “tentar”, que en general significa tanto como probar, experimentar e investigar.

Y cuando se dice de Dios que tienta, entonces designa la prueba por la cual Dios escudriña e investiga el corazón del hombre en las adversidades y en otras ocasiones, en parte para que se le recuerde al hombre su debilidad, para que no se engañe a sí mismo por vana imaginación, en parte para que lo oculto del corazón se revele y los hipócritas se manifiesten. Y el propósito final de esta tentación es que la fe con sus virtudes se ejercite bajo las luchas, que el hombre sea purificado de la hipocresía y se aferre a Dios con más firmeza. Pero cuando se dice del hombre que tienta a Dios, entonces significa: sin la palabra de Dios y sin vocación, pasando por alto los medios ordenados y concedidos por Dios, fuera de una necesidad, atreverse a algo o esperar ayuda en la confianza preconcebida en la ilimitada omnipotencia, sabiduría y bondad de Dios. Porque esto es tanto como poner a prueba el poder, la voluntad, la sabiduría y la verdad de Dios; no por la fe y según el mandato y la promesa de Dios, sino por capricho.

Pero como los tentadores suelen investigar un asunto de tal manera y por eso, que no solo quieren saber algo, sino también lograr algo con ello, como, por ejemplo, poner a prueba la castidad, significa querer seducir a la impureza: así también se dice del diablo que tienta, porque incita a los hombres al mal contra la palabra de Dios mediante todo tipo de ocasiones, insinuaciones, seducciones y ataques, y por eso este espíritu indigno lleva el nombre de “Tentador”, como aquí en este lugar y 1 Tesalonicenses 3:5. Además, en esta historia también se le llama Satanás y Diablo, siendo lo primero hebreo, y por eso se le llama así, porque en enemistad y odio se opone y resiste a nosotros; palabra que parece que Pablo ha traducido en 2 Tesalonicenses 2:4, cuando llama al Anticristo un Adversario.

Pero como Satanás también designa a alguien que busca persuadir a alguien para algo malo o para llevarlo a la desgracia, 2 Samuel 19:22; así la Septuaginta siempre traduce Satanás como Diablo, y ambas denominaciones son comunes en el Nuevo Testamento. El significado de la palabra Diablo, sin embargo, se encuentra en Apocalipsis 12:9-10: “El acusador de nuestros hermanos, el que los acusa delante de nuestro Dios día y noche”. En 1 Pedro 5:8 se le llama adversario, porque el diablo se opone y resiste a la causa de nuestra salvación, y por eso lucha contra nosotros. Y en esta historia el nombre de Diablo encaja bien; pues como un acusador astuto tuerce la ley, así el diablo tuerce la palabra de Dios, y se esfuerza por, mediante sus calumnias, apartar a los hombres de la palabra de Dios y llevarlos mediante todo tipo de señuelos y engaños a hacer algo contra ella.

“Y se acercó a él el tentador, y dijo”, etc. Este acercamiento del tentador a Cristo, después de los cuarenta días, no debe entenderse en el sentido de que de forma invisible e interior, a través de sus engaños, haya conjurado fantasías ante el alma de Cristo, y haya traído tales pensamientos contra el Espíritu, como los que aquí se describen, al corazón de Cristo, como está escrito de Judas. Porque por grande que fuera la humillación de Cristo, lo considero más sencillo y menos discutible si se adopta aquella opinión de los antiguos de que todas estas tentaciones sucedieron externamente, y que el diablo apareció a Cristo en una forma visible y corporal. Porque esto parecen querer decir las palabras de los evangelistas: “Y se acercó a él el tentador”; “entonces el diablo le llevó consigo”; igualmente: “apártate de mí, Satanás”. Y esto también concuerda con la primera tentación en el Paraíso, donde el diablo tentó a Eva en forma corporal y obtuvo la victoria sobre todo el género humano. Y es agradable la comparación de cómo la tentación de Génesis 3 concuerda con esta historia aquí. Porque precisamente en los mismos puntos principales de la tentación, en los que Satanás había derribado al género humano en el Paraíso, ahora es vencido en el desierto por el hombre Cristo.

Pero en la explicación de estas tentaciones hay que considerar dos puntos: 1) que se exponga cómo tanto las tentaciones como las respuestas concuerdan con la historia de la persona de Cristo; 2) que se observe y se relacione con nosotros, en cierto modo, aquel prototipo; a saber, cuáles son las principales tentaciones con las que el diablo ataca nuestro bienestar de la manera más peligrosa, y con qué armas debe armarse la fe y afrontar las tentaciones si no quiere sucumbir. Porque Agustín ha dicho con razón y hermosura: “Cristo se dejó tentar por el diablo, para que fuera el mediador para la superación de sus tentaciones, no solo con su ayuda, sino también con su ejemplo”. Pero el diablo siempre retoma y toca en todas estas tentaciones la palabra del Padre: “Tú eres mi Hijo”; y de hecho principalmente por estas causas:

1) Porque temía por su cabeza, que debía ser aplastada por el Mesías, el Hijo de Dios. Por eso quería investigar mediante la tentación si este Jesús, como declaró la voz del Padre en el Jordán, era realmente el Mesías, el Hijo de Dios, para poder cuidarse de él.

2) Pero como no veía en Cristo, incluso después de haber sido dado a conocer por la voz del Padre, tal gloria externa como parecía corresponder al Hijo de Dios y también corresponder a las declaraciones de los profetas, comenzó a burlarse de su declaración por el revuelo de aquella voz.

3) Para, como hizo en Génesis 3:4, acusar de falsedad o nulidad aquella voz de Dios.

4) Para arrebatarle a Cristo la fe en la palabra del Padre y la confianza derivada de ella.

5) Para tentar así a Cristo al pecado de la desconfianza o la presunción, la jactancia o la apostasía.

Para la primera tentación, pues, el diablo tomó la siguiente ocasión: el Mesías, como Hijo de Dios, debía ser heredero y Señor sobre todo, Hebreos 1:2; todo debía ser puesto bajo sus pies, Salmos 8:8. ¿Cómo podía entonces estar desprovisto incluso de lo que es necesario para el sustento del cuerpo, que sin embargo es suficiente para otras personas? Igualmente: el Mesías, como Hijo de Dios, debía estar adornado con el don de los milagros. “Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan”. Así pues, el diablo ataca en la primera tentación aquella voz del Padre: “Tú eres mi Hijo amado”, y busca, como aquí con Cristo, así también con nosotros, arrancar la fe de ella mediante esta blasfemia: “El éxito y la experiencia no corresponden a las magníficas palabras de la promesa; porque si eres Hijo de Dios, ¿por qué pasas hambre? ¿Cuando otros, a quienes no ha resonado aquella voz del Padre, tienen abundancia? Tampoco debes pensar tan excelentemente del poder de Dios; porque ya ves que Dios no sacia tu hambre con un milagro, como sin embargo podría hacerlo tan fácilmente. O inténtalo una vez y di que estas piedras se conviertan en pan”. Porque según la descripción de Mateo, Satanás le propuso esto a Cristo primero, que convirtiera todas o muchas piedras en aquel lugar en pan. Según la descripción de Lucas, sin embargo, es de suponer que poco después añadió: “O, si eso es demasiado para ti, di a esta única piedra que se convierta en pan”. El diablo tenía una doble intención con ello: primero, investigar si Jesús era realmente Hijo de Dios, pensando así: si convirtiera las piedras en pan con su mero mandato o palabra, entonces ciertamente sería el Hijo de Dios. Por eso no dice: “pide”, sino: “di”; pero si ahora, donde le apremiaba el hambre y la gran necesidad, no hiciera eso, entonces tampoco sería el Hijo de Dios. Entonces, sin embargo, el Satanás pensaba despreciarle y burlarse de él: En vano, por tanto, has confiado en aquella voz celestial; en vano crees tú mismo o esperas que otros crean que tú eres el Hijo de Dios. –

En segundo lugar, el diablo buscaba al mismo tiempo arrojar a Cristo a algún pecado, ya sea a la desconfianza contra la declaración divina, o a la vana jactancia y gloria vana, si hiciera un milagro por instigación del diablo. Se dice comúnmente que esta primera fue una tentación del paladar o del vientre. Y Teofilacto busca interpretarlo como si Satanás hablara de lo superfluo: “que las piedras se conviertan en pan”; pero Lucas dice: “que esta piedra se convierta en pan”. Por lo tanto, lo más sencillo es decir que es una tentación a la desconfianza, porque Satanás en las dificultades y adversidades busca apartar nuestra fe de la promesa del pacto bautismal, para que dudemos de ella o incluso desesperemos, apostatemos de Dios, y nos aconsejemos y ayudemos de otra manera que la que permite la palabra de Dios. Y a través de esta tentación, Satanás hace caer la fe de mucha gente. Pero el Hijo de Dios nos muestra con su ejemplo el arte de cómo podemos rechazar y vencer esta tentación. Siempre, también en las otras tentaciones, opone y mantiene ante el diablo la Escritura, lo cual es digno de notar.

En consecuencia, Pablo describe a un guerrero cristiano, cuando le arma contra las astutas artimañas y los dardos de fuego del diablo, de la manera más hermosa según la antigua armadura, Efesios 6:13; y muestra que esta fuerza de la Escritura no consiste en las letras y sílabas, sino en el verdadero uso y la correcta aplicación de la palabra de Dios. La coraza, pues, que cubre las partes desde el pecho hasta el ombligo, es la justicia libre y gratuita, que se aprehende y apropia por la fe en la promesa. El cinturón se llama la cobertura desde el ombligo hasta las rodillas, y es la verdad, de la que convencidos mantenemos firme lo que la fe recibe de la promesa, y por lo tanto espera, y no dudamos de ello.

Las botas cubren los pies y a esta parte Pablo atribuye el evangelio de la paz, que nos prepara para que no nos neguemos a entrar en la lucha, o para que en la lucha nuestras rodillas no vacilen y cedan. La cabeza está vestida con el casco de la salvación; la derecha sostiene la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; la izquierda lleva el escudo de la fe, con el que recoge y rechaza todas las flechas. Este cuadro, que según el ejemplo del Hijo de Dios en esta historia ha sido diseñado por Pablo y dispuesto para nuestro uso, debe traerse aquí y considerarse con diligencia.

Pero Cristo no quiso mostrar al diablo el poder de su divinidad, sino que le opuso la humillación y debilidad de su naturaleza humana asumida, de la que los antiguos han dicho que había sido como el cebo, bajo el cual el poder divino, oculto como un anzuelo, había atrapado y vencido a Satanás. Así pues, empuña la armadura de la Sagrada Escritura para nuestro ejemplo. Pero Cristo le opone el dicho de Deuteronomio 8:3: “No solo de pan vivirá el hombre”, y precisamente por esta razón: a saber, los hijos de Israel sucumbieron precisamente a esta tentación en el desierto, como es sabido por la historia. Pero Moisés dice que Dios, al dar el maná, mostró cómo debe mantenerse erguido el corazón en tal tentación. Pero el sentido del dicho mosaico y de la respuesta de Cristo, que también nosotros debemos aprender a oponer a tal tentación según su ejemplo, es el siguiente:

1) Las promesas de la gracia y el amor de Dios no deben medirse ni valorarse según la plenitud, o la carencia, o el éxito de las cosas corporales, porque son espirituales y celestiales.

2) Si nos falta la buena fortuna, y no se nos concede ayuda y salvación inmediatamente por un milagro y de la manera que nosotros pensamos, no debemos por eso apostatar de la fe en la promesa, ni emprender nada contra la palabra de Dios. Porque “no solo de pan vivirá el hombre”; es decir, Dios, que quiere ayudarnos, no está ligado a la buena fortuna; sino “de todo dicho”, es decir: si tenemos la palabra “que sale de la boca de Dios”, ya sea en nuestra vocación, ya sea en la promesa de gracia, entonces también sale de la boca del Señor la palabra de ayuda; es decir: el poder de la palabra puede ayudarnos también sin, sin, incluso contra el curso habitual de la buena fortuna, si Dios quiere y nos es saludable, como muestra el maná en el desierto. Pero si no le place a Dios, no debemos desviarnos de la palabra de Dios, como aquellos tres hombres en Daniel 3:18 responden.

Así pues, Cristo responde ahora con aquel dicho de Moisés, para mostrar que no es necesario ni convertir las piedras en pan, ni por eso desechar la confianza en Dios; porque Dios puede muy bien mantener a los suyos también de otra manera sin pan. Ambrosio explica el dicho de Moisés de tal manera que lo adapta a la respuesta de Cristo: el hombre no solo tiene vida corporal, que debe ser nutrida con pan, sino también una vida espiritual, que es lo principal y debe ser mantenida con el alimento de la palabra celestial. Por lo tanto, el hambre corporal no debe ser tenida en cuenta y hay que pensar en el alimento espiritual de la palabra. Pero la respuesta de Cristo simplemente quiere decir tanto como: Dios bien puede mantener la vida corporal también sin pan, como muestra el maná. Además, en hebreo no está “palabra”, sino: “todo lo que sale de la boca del Señor”; es decir: todo lo que Dios quiere, ordena y dispone, aunque no sea precisamente pan, puede mantener al hombre. Esta es la explicación más sencilla de este dicho, que al mismo tiempo nos muestra también el uso y la aplicación.

“Entonces el diablo le llevó consigo a la santa ciudad”. Por qué el diablo llevó a Cristo en la segunda tentación a la ciudad de Jerusalén, que fue llamada santa por la palabra de Dios y el servicio divino allí depositados, y por qué le llevó al templo, puede deducirse de esto: se había profetizado que el Mesías vendría como gobernante a su templo, Malaquías 3:1, y que el cetro del Mesías saldría de Sion, Salmos 110:2; y la palabra de Jerusalén, Isaías 2:3. Por eso ahora le pone sobre el templo y dice: si te dejas caer desde aquí, todo Israel te reconocerá y aceptará como el Mesías. Algunos opinan que el diablo llevó a Cristo real y corporalmente por el aire hasta la cima del templo.

Otros afirman que el diablo le engañó a Cristo con tal espejismo que él creyó que era llevado de un lado a otro y se atrevió a subir a la cima del templo, mientras que en realidad estaba y permanecía en el desierto y en un lugar llano. Y ciertamente, grande fue la humillación del Hijo de Dios; pero no sé si se puede decir adecuadamente que el diablo pudo apoderarse de tal manera del entendimiento y el ánimo de Cristo que él no supiera dónde estaba, y que así hubiera sido engañado en sus propios pensamientos. Otros dicen que esto sucedió en una visión, como les sucedió a los profetas, por ejemplo, a Jeremías 13:4 el viaje al Éufrates, y a Ezequiel 4:5 el sueño de un lado durante trescientos noventa días. Pero como eran tentaciones reales, no tentaciones aparentes, Hebreos 2:18 y 4:15, no se errará si se toman las palabras de los evangelistas simplemente tal como suenan.

Mateo tiene a saber la palabra “llevar”, Lucas la palabra “conducir”; y ambos usan la palabra “poner”. También se plantea la cuestión sobre la cima del templo, de qué clase era. Algunos entienden por ello la aguja del hastial del edificio, ya que tanto la palabra hebrea como la griega designan las esquinas que sobresalen en los edificios. Los techos en Palestina eran planos en la parte superior, de modo que se podía caminar sobre ellos. Pero en las esquinas, sobre todo si sobresalían, nadie podía colocarse sin peligro de muerte. Y que en el templo se encontraban tales esquinas o balcones tallados, lo atestigua Salmos 144:12. El diablo quería decir ahora: si te colocas en esta cima del templo y te dejas caer desde allí ante la multitud congregada, todos te reconocerán y aceptarán inmediatamente como el Mesías. Y de pasada se observe que el diablo, aunque lleva a Cristo de un lado a otro y le coloca en un lugar sumamente peligroso, a saber, en la cima del templo, sin embargo no puede arrojarle desde allí, sino que dice: “¡Déjate caer!”. Tan poco poder tiene el diablo mismo en la tentación sin el permiso y la autorización de Dios.

Después de haber explicado esto hasta ahora, debemos considerar ahora también la aplicación de la enseñanza para nuestro beneficio, que la secuencia de las tentaciones nos dará. En la primera tentación, a saber, Satanás se había atrevido a apartar la fe de Cristo de la palabra y la promesa. Pero como había percibido que no podía arrancar su fe de la palabra mediante ninguna adversidad, entonces ataca a Cristo por otro lado. Toma algo de la Escritura, lo mutila y lo tuerce para cualquier sentido que le plazca. Sin embargo, dice: “así está escrito”. Porque ese es precisamente el truco del diablo, si no puede infundir en nuestros corazones un desprecio epicúreo por toda la Escritura, que entonces distorsiona la Escritura mediante todo tipo de falsificaciones, para así traernos de esta manera ya sea aversión, asco y desprecio por la Escritura, a causa de las muchas herejías que se levantan de ella; o si no puede arrebatarle la Escritura a nuestra fe en su totalidad, falsifica el entendimiento verdadero y correcto de la misma, y así también cierra el camino a la salvación a aquellos que conservan la Escritura.

Pero mira, el Hijo de Dios no desecha la Escritura ni la maneja como una nariz de cera, como muchos hacen por eso, porque el diablo la falsifica e interpreta de muchas maneras; sino que nos muestra cómo debemos refutar las falsificaciones y captar y mantener el verdadero sentido de la Escritura. Pero no se aparta de la Escritura hacia las tradiciones, cuando se trata del sentido de la misma, como hacen los papistas; sino que de la Escritura misma toma la refutación de la cita errónea de la Escritura. 1) Que las palabras se citan abreviadas y mutiladas, en un sentido diferente al que suenan consideradas en sí mismas sin abreviar. Porque mientras el salmo dice: “en tus caminos te guardarán”; es decir, si en tu vocación haces lo que la palabra de Dios te prescribe, y también te sobrevienen peligros y adversidades, confía en Dios, porque Él dará órdenes a sus ángeles sobre ti”, etc.; el diablo omite aquella palabra “en tus caminos”, y de ahí extrae un sentido diferente al que suenan las palabras completas, a saber: incluso si fuera de tu vocación y sin el mandato de Dios, sin necesidad, por presunción emprendes algo, Dios ha ordenado a sus ángeles que te guarden. 2) Cristo muestra que aquel sentido extraño también contradice otros dichos claros de la Escritura. Porque aquí no hay discusión, como si aquel dicho del salmo fuera oscuro y figurativo, de modo que su explicación deba buscarse en otros pasajes más claros de la Escritura.

Así pues, Cristo nos muestra en su ejemplo la regla de la verdadera interpretación de la Escritura, que a saber, la verdadera y correcta interpretación es aquella que nos da las palabras, tal como suenan sin abreviar, y que es conforme a la opinión constante de la Escritura. Y obsérvese cuánto valora el Hijo de Dios en su lucha contra el padre de la mentira la comparación de los pasajes de la Escritura que hablan del mismo asunto. Porque a la cita de la Escritura del diablo responde: “otra vez, es decir, en cambio, está escrito”; no que contra el verdadero sentido del salmo luchara otro pasaje de la Escritura, sino que a la distorsión y falsificación que el diablo formó a partir de la mutilación de las palabras del salmo, opuso otra Escritura.

Pero préstese atención a la secuencia de las tentaciones. La primera fue una tentación a la desconfianza; rechazado de esta, pronto ataca por otro camino. Si tú entonces, dice, das tanto valor a las promesas, entonces “déjate caer”; porque se encuentra la promesa de Dios: “A sus ángeles mandará acerca de ti”, etc. Si, por tanto, Satanás no puede arrebatarnos la confianza en la promesa, entonces busca inducirnos a la presunción y a la vana confianza.

En cuanto a esta historia, Satanás busca tentar a Cristo mediante esta tentación a la vana ambición y autoexaltación, para que, mediante el salto al abismo, tiente a Dios, o se arroje a sí mismo a la perdición. Pero obsérvese la respuesta del Hijo de Dios, pues nos da una enseñanza sumamente útil: que a saber, las promesas de Dios deben entenderse de tal manera y debe hacerse un uso de ellas para nuestra confianza que no tentemos a Dios. “Escrito está”, dice, “No tentarás al Señor tu Dios”. Pero para que esta regla se entienda y use correctamente, debemos explicar con fundamentos seguros de la Escritura lo que significa tentar a Dios. Es conocida la historia de Acaz, Isaías 7:12, quien para su desconfianza antepuso esto: “No tentaré al Señor”; como sucede a menudo, cuando la desconfianza busca medios ilícitos, o procede a algo que es manifiestamente contra la voluntad de Dios, que entonces se excusa con este pretexto: “No tentaré al Señor”. En cuanto a esta expresión, se dice que aquel tienta a Dios que no busca probar el poder, la sabiduría, la bondad y la verdad de Dios en el orden debido, sino por presunción, o sin necesidad. Pero esto se puede entender más fácilmente a partir de ejemplos en la Escritura. Por lo tanto, solo queremos señalar muy brevemente los rasgos fundamentales con pasajes de la Escritura notables. 1) De la historia de Éxodo 17:2, a la que alude el dicho de Deuteronomio 6:16 citado por Cristo, se desprende que aquellos tientan a Dios que no esperan en sus promesas de manera silenciosa y tranquila, de la manera que Dios ha revelado en su palabra, o ha ocultado en sí mismo, o como las que deben cumplirse solo en el tiempo que le es agradable; sino que quieren que las promesas se cumplan de la manera y en el tiempo que nosotros en nuestra temeridad tomamos de la palabra de Dios y se las prescribimos como si fuera. Los hijos de Israel tenían la promesa de que Dios estaría con ellos en el desierto.

Pero cuando tuvieron sed, clamaron: Si el Señor no nos da agua para beber ahora, no creeremos que está en medio de nosotros. Igualmente, Judit 7:24 y 8:11, tentaron a Dios las gentes que dijeron: Si en cinco días no somos ayudados por Dios, abandonaremos la promesa y recurriremos a otros medios.

2) Lucas 11:16 dice de aquellos que tentaron a Dios, que, no contentos con la promesa confirmada por la revelación divina y los milagros, aún buscaban otras señales, tales como querían, a través de las cuales querían convencerse mejor primero de la voluntad de Dios.

3) Del dicho Salmos 91:11, que cita el diablo, concluimos que se tienta a Dios cuando uno se arroja a los peligros sin ser llamado y sin pensar, o descuida los medios legítimos y ordenados, y entonces sin necesidad, por presunción, aplica a sí mismo las promesas del poder y la sabiduría ilimitados de Dios.

4) De quien con capricho y ligereza se precipita y se arroja contra la palabra expresa de Dios y no obstante se jacta de tener las promesas de Dios para sí, se dice que tienta a Dios, Números 14:22. Y Malaquías 3:8 se describen tales gentes que ponen a prueba la paciencia y la longanimidad de Dios con su impenitencia e impiedad.

5) De las cosas intermedias libres, que no edifican, sino que están unidas a la ofensa y al peligro de la conciencia, dice el apóstol Pablo en 1 Corintios 10:22: “¿O provocaremos a ira al Señor? ¿Somos nosotros más fuertes que él?”.

6) Hechos 15:10 dice Pedro que aquellos tientan a Dios que imponen a los discípulos el yugo de la Ley, como si fuera necesario para la salvación, aunque lo hicieran con gran celo y quizá no con mala intención. Porque quien abandona el camino de la salvación, que Cristo ha consagrado y mostrado con su sangre, y quiere subir al cielo por otro lado, por cualquier causa e intención que esto suceda, ese tienta a Dios según la declaración de Pedro. Estos son los principales puntos principales, a partir de los cuales se puede entender clara y útilmente la regla de Cristo, que él da aquí y según la cual se deben aceptar y aplicar las promesas de Dios de tal manera que no se tiente a Dios.

A esto sigue ahora en la historia: “Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto”. No vamos a discutir sobre dónde estaba situado este monte. Ezequiel 40:2 el profeta es llevado en una visión a la tierra de Israel a un monte muy alto. Y podría parecer que hay alguna relación entre ambos. Pero considero más apropiada la siguiente comparación: Deuteronomio 34:1 se le ordena a Moisés subir a un monte, y desde allí el Señor le mostró toda la tierra prometida, y dijo: “Esta es la tierra que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré”. Pero del Mesías está escrito Salmos 2:8: “Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra”. Y Salmos 72:8: “Dominará de mar a mar, y desde el río hasta los confines de la tierra”. Así pues, el diablo le muestra a él, de quien ha oído que ha sido declarado Mesías, no solo la tierra de Canaán, sino todos los reinos de todo el orbe habitado y todo su poder y gloria. Ahora bien, ningún monte puede ser tan alto desde el que se puedan contemplar todos los reinos del mundo entero, de modo que desde allí se pueda mostrar cuál es el poder y la gloria en cada reino. Y aunque un monte fuera tan alto, ningún ojo humano alcanzaría tan lejos para contemplar todo, sobre todo en un instante.

Por lo tanto, Crisóstomo interpreta esta muestra de la siguiente manera: que el diablo, como con el dedo extendido, señaló en qué parte del mundo se encontraban entonces los reinos más importantes, y que le contó y explicó con palabras cuál era el poder, la riqueza y la gloria de cada reino. Pero Lucas dice expresamente que aquella muestra sucedió en un instante. Por lo tanto, algunos opinan que esta muestra sucedió de la manera que es propia del poder del diablo, que a saber, conjuró ante los ojos de Cristo imágenes externas, que caen en los sentidos, de todos los reinos. Porque que esto puede hacerlo el diablo, es cierto, y esto podía suceder en un instante. Y a la gloria del mundo no le va mal que el diablo la presente con su engaño. Lucas llama en Hechos 25:23 al esplendor real de Agripa en el texto original “fantasía”; y Job 20:8 la gloria del mundo se compara con un sueño fugaz y una visión nocturna. Compárese Isaías 29:8, Salmos 73:20, Salmos 39:7. Y esto parece interpretar Pablo cuando dice en 1 Corintios 7:31: “La apariencia de este mundo se pasa”. Por eso dice Ambrosio hermosa y acertadamente: “Bien se muestra en un instante todo lo mundano y terrenal. Porque no tanto la fugacidad de la vista, sino más bien la caducidad del poder se expresa con ello. En un instante desaparece todo esto, y a menudo la honra del mundo se va antes de que haya llegado”.

Muchos también quieren, como se ha observado poco antes, afirmar que Cristo no fue llevado realmente por el diablo y conducido de un lado a otro por el templo y por el monte, como Habacuc, Bel y la Dragón V. 35, y Felipe, Hechos 8:39, son llevados de un lugar a otro; pues consideran inapropiado que el Hijo de Dios sea conducido de un lado a otro por el diablo de manera tan ignominiosa. Por eso opinan: como a Jeremías se le presentó en visión como si estuviera en el Éufrates, Jeremías 13:4, cuando en realidad estaba en Judea; y como a Ezequiel, Ezequiel 40:2, le pareció que estaba en Jerusalén, cuando en realidad estaba sentado junto al río Quebar: así el diablo, mediante su engaño, hizo que a Cristo le pareciera que pronto estaba sobre el templo, pronto sobre el monte, cuando en realidad estaba y permanecía en el desierto. Pero no eran engaños de tentación; y es el consuelo más dulce que el Hijo de Dios haya sido tentado en todo, Hebreos 2:17, 4:15; consuelo que se nos pierde si solo hacemos de ello tentaciones aparentes. También las palabras son evidentes: “Le llevó consigo”.

Y con razón dice Gregorio que no es de extrañar que Cristo se dejara llevar de un lado a otro por el diablo, ya que se dejó crucificar por sus miembros. Y Crisóstomo dice: Al pensar en esta elevación y conducción de un lado a otro de Cristo, no pienses en el poder del diablo, sino admira la paciencia del Hijo de Dios, que se ha humillado así por nosotros. – Pero la causa y el motivo por el que el diablo opone esta tentación a Cristo es: está escrito del Mesías Isaías 60:12: “Porque la nación o el reino que no te sirviere perecerá”. Así pues, el diablo muestra a Cristo todos los reinos del mundo, para decirle con ello: “De la manera en que lo llevas ahora, a través de tu humillación, no te someterás los reinos del mundo. Porque ya ves que están en posesión de aquellos que me siguen y me obedecen. Si, por tanto, quieres adorarme, puedes convertirte en señor y heredero de todos los reinos más rápida, fácil y seguramente que si confías en aquella voz del cielo”. Así, mediante la avaricia y la ambición, el diablo incita e invita a Cristo a la apostasía de Dios y a la idolatría. Pero cómo esto nos sirva de enseñanza, es claro y manifiesto. Es a saber un truco de Satanás que él destaque de la manera más hermosa el honor y la gloria del mundo e imprima su hermosa forma en los ojos y corazones de los pobres adoradores y siervos del verdadero Dios, junto con el contraste de la buena fortuna de los impíos y la cruz de los piadosos, que se describe en Salmos 36:3, que aquellos que se entregan a las malas artes alcanzan riqueza y honor, pero los que aspiran a la piedad son despreciados y miserables.

Porque a través de aquella vista y comparación, el corazón humano se estremece con diversos pensamientos y se incita a la apostasía del temor de Dios, al servicio del diablo y a la imitación del mundo. Pero obsérvese cómo el diablo busca apoderarse y apropiarse del honor de Dios, cuando dice: “A mí me ha sido entregado, y a quien quiero lo doy”. Pero se sirve de este argumento, por el cual precisamente muchos se inquietan, que a saber, las cosas van tan confusas y desordenadas en el mundo. Dios ha establecido y prescrito un orden determinado, según el cual las cosas deben ser gobernadas y administradas en el mundo. Pero el diablo perturba este mismo orden por el pecado que ha traído al mundo, y por el terrible desorden; y por eso se le llama el príncipe de este mundo. Y Dios en su paciencia y longanimidad, por la intercesión y representación de su Hijo, tolera este desorden; no como si hubiera renunciado al gobierno del mundo, o como si la palabra de Dios fuera falsa, la cual promete la bendición a los piadosos y amenaza la maldición a los impíos. Sino que la causa la da Pablo en Romanos 2:4, “que su benignidad te guía al arrepentimiento”; y Pedro 2 Pedro 3:9: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”; y porque ha determinado un día para el juicio, “para que sean restauradas todas las cosas”, Hechos 3:21.

Esta saludable paciencia de Dios, el diablo la interpreta de manera vergonzosa y blasfema para mal: Dios ciertamente promete la bendición a los piadosos, y amenaza la maldición a los impíos. Pero ya veis que la experiencia atestigua lo contrario. Porque los que obedecen la voluntad de Satanás con malas artes son ricos y poderosos en el mundo; pero los que buscan esta bendición en los caminos del Señor, llevan su cruz. Y de ahí quiere ahora el diablo sacar la conclusión: Dios no se preocupa por el gobierno de este mundo y por la distribución de sus bienes, sino que ha entregado esto al diablo, el príncipe de este mundo. Y esta opinión busca afirmarla para infundir en la gente la convicción: en vano se buscan estas cosas en los caminos del Señor, sino que hay que buscarlas a través de las malas artes del diablo, si se quiere tener buena fortuna. Y esto lo muestra entonces también en todos los reinos del mundo. Porque cómo y de quién obtienen su poder y gloria, es evidente.

Estas flechas ahora no solo hieren, sino que penetran, y también traspasan los corazones de muchos. Porque ¿de dónde viene que aquellos que codician los bienes de este mundo abandonen los caminos del Señor, recurran al engaño, el robo y otras malas artes, sino de ahí, que por la vista de la confusión de las cosas en este mundo se perturban y se confunden de tal manera que piensan que Dios no se preocupa por tales cosas, sino que solo gobierna los asuntos celestiales? Job 2:12. Y aunque con palabras no digan lo que piensan, que no Dios, sino el diablo tiene en sus manos la distribución de los bienes de este mundo y que por eso hay que seguir sus caminos, sin embargo, muestran con el hecho que las raíces de aquella opinión están arraigadas en sus corazones.

Porque ¿de dónde viene que, aunque confiesen que Dios tiene todo esto en su mano, incluso cuando piden a Dios el pan de cada día, sin embargo, como si no debieran confiar correctamente en sus promesas, si perseveraban en sus caminos, también mezclan una especie de ayuda de las malas artes del diablo, como si de otra manera no pudieran obtener los bienes de este mundo que buscan? Y como razón aducen: el mundo es así, que quien quiere tales cosas, debe adaptarse a él. Y esto es precisamente lo que quiere Satanás con esta tercera tentación, y que alcanza sin gran dificultad con la mayor parte del mundo: “A quien quiero, se le da. Por consiguiente, no lo obtendrás si caminas por los caminos del Señor; pero si me adoras, entonces todo es tuyo”. Esta es la explicación más sencilla de la palabra del diablo: “A mí me ha sido entregado”, etc.

Pero es la antigua altivez del diablo que exige, y de hecho exige del Hijo de Dios encarnado, que se le rinda honor divino. Y obsérvese, ya que nadie dice que quiera postrarse ante el diablo y adorarle, como se desprende de este pasaje, que todo aquel que, vencido por su lujuria, avaricia y ambición, dejando de lado las promesas divinas, contra los mandamientos de Dios, según el ejemplo del mundo, se entrega a las artes impías, con la esperanza de que así obtendrá los bienes de este mundo; que ese, en realidad, se postra ante el diablo y le adora, y en realidad niega a Dios, con cuyo adversario ha hecho un pacto. Por eso también Pablo llama a la avaricia idolatría y a los avaros idólatras, Efesios 5:5.

Pero préstese atención a qué tipo de refutación opone Cristo a esta tentación. No solo le opone, como en lo anterior, un dicho de la Escritura, sino que, a causa de las palabras blasfemas: “Todo me ha sido entregado” y porque quiere apropiarse de la adoración divina, Cristo dice: “¡Apártate, es decir, vete, Satanás!”. Y de ahí debemos notar para nosotros la enseñanza de que no debemos escuchar palabras blasfemas con tranquila paciencia, sino rechazarlas con seria indignación. Igualmente, si el diablo nos molesta demasiado con tales tentaciones que se inclinan a la blasfemia, tampoco debemos entablar una disputa con él, sino ahuyentarlo breve y rotundamente, oponiéndole un pasaje breve y conciso de la Escritura, como hace Cristo y dice: “¡Apártate de mí, Satanás!; porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás”, etc.

Pero la respuesta de Cristo tiene este sentido: lo que pertenece al servicio divino propiamente dicho, no le corresponde a ninguna criatura, y sobre ello ni siquiera se debe discutir; como también Cristo rechaza aquí al diablo sin rodeos. Sí, todo lo que pertenece al servicio y la veneración de Dios, debe ser dado a Dios de tal manera que ninguna criatura participe de ello; es decir, no se debe dividir entre Dios y la criatura, que se rinda una parte a Dios, una parte a la criatura, o se atribuya a Dios y a la criatura al mismo tiempo. Porque el diablo no exige de Cristo que no adore en absoluto a Dios, su Padre; sino que solo pide que él también le deje llegar algo de su honor. Pero Cristo responde con una palabrita excluyente: “Al Señor tu Dios adorarás y venerarás”; para que nadie imagine que al diablo ciertamente no se le debe adorar ni venerar; pero a los ángeles y a los santos sí se les podría rendir ese honor. Con razón, por tanto, se opone este dicho a la veneración e invocación de los santos.

Además, todavía hay algunas cuestiones gramaticales que aclarar. Mateo tiene simplemente la palabra: “¡Apártate, Satanás!”. Pero Lucas añade: “¡Vete de mí, Satanás!”. Satanás significa, a saber, un adversario u oponente; y el gesto de un oponente es que se opone a nosotros en el rostro. Por eso le ordena a Satanás que se retire, que no se presente más ante su rostro y se oponga, y habla según la manera y el gesto del oponente: “¡Vete de mí!”, es decir, no te vuelvas a poner delante de mí. – El pasaje Deuteronomio 5:13 y 10:20 no tiene la palabra “adorar”, sino “temer”: “Al Señor tu Dios temerás”. Pero la palabra hebrea para “temer”, cuando se refiere a Dios, comprende toda y cada reverencia que se le rinde a Dios. Y como la adoración es una parte de ella y el diablo exige ser adorado, Cristo transforma la palabra general “temor” o “reverencia” en la palabra “adorar”: “Al Señor tu Dios adorarás”.

Pero el verbo “adorar” significa tanto en hebreo como en latín la inclinación externa o la genuflexión del cuerpo, que se hace por reverencia, y en aquella significación general también se rinde a las criaturas. Así Jacob adoró a Esaú. Pero cuando se atribuye a Dios, entonces designa tal veneración que el espíritu en la fe, el amor y la esperanza ofrece a Dios como la primera fuente original y Señor y Gobernador eterno, como el dador del bien y el apartador del mal. Obsérvese ahora en esta historia cuál es la adoración que no le corresponde a ninguna criatura. El diablo, a saber, no exige de Cristo que le adore como si fuera el ser divino eterno, el origen de todas las cosas, sino que reconozca y lo confiese mediante su genuflexión, que el diablo distribuye los bienes del mundo, y que los busque en él, se los pida y espere de él, y le atribuya el recibirlos y tenerlos. Y esta adoración, dice Cristo, le corresponde solo a Dios, tan solo que es una blasfemia si se le rinde a alguna criatura.

Esta descripción de la adoración es por lo tanto digna de ser notada bien y cuidadosamente. Porque los papistas adornan ahora así su enorme idolatría: la adoración ciertamente, que se da a Dios, porque él es el origen eterno de todas las cosas, le corresponde solo a Dios solo; pero la invocación, en la medida en que se pide la concesión de bienes y la aplicación de males, también se puede presentar a los santos. Pero que Cristo añada la palabrita “solo”, que no está en el texto mosaico, viene de que Deuteronomio 6:13 está escrito así: “Al Señor tu Dios temerás, a él servirás, y no irás tras otros dioses”; dicho que se expresa brevemente mediante el exclusivo “solo”, y que evidentemente también se refiere a “adorar”. Los traductores griegos no fueron, por tanto, falsificadores, cuando tradujeron aquel pasaje así: “A él solo servirás”; sino que han reproducido el sentido de aquel pasaje de forma correcta, clara y fiel; y Cristo confirma aquella traducción con esta su cita.

Y exactamente de la misma manera sucede que, cuando Pablo dice, somos justificados por la fe y no por las obras, o sin las obras, los Antiguos han expresado esto por claridad de esta manera: solo por la fe somos justificados. Y que esto no es una falsificación de la Escritura, como los papistas claman contra nosotros, es claro y manifiesto a partir de este pasaje.

Pero Lucas añade además que, cuando el diablo hubo acabado toda tentación, se apartó de él. En consecuencia, el diablo ha llevado a la lucha, por así decirlo, todo lo que sabe, puede y es capaz de tentar, tras la enemistad anunciada, en este encuentro con la descendencia de la mujer. De ahí concluimos con razón: 1) que estas han sido tentaciones en el grado más alto; 2) que toda la maldad, astucia y poder del diablo en la tentación, por grande que sea, ha sido vencida por Cristo, el Mediador en nuestra carne. Y que su victoria sea nuestra, lo atestigua la Escritura 1 Juan 5:4, Romanos 8:3, 1 Corintios 15:57; de modo que él también en nosotros quiere vencer al tentador por su gracia y ayuda y aplastar al diablo bajo nuestros pies, Romanos 16:20.

Pero que Mateo diga: “Entonces el diablo le dejó”, nos concede el precioso consuelo de cuán graciosamente Dios modera y termina las tentaciones según aquel dicho 1 Corintios 10:13: “Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir”, etc. Porque cuando la tentación había ascendido hasta el grado más alto, entonces el diablo dejó a Cristo; “y he aquí, vinieron ángeles y le servían”. De ahí se concluye con razón que sus fuerzas habían sido muy agotadas por estas tentaciones.

Pero esto se entiende correctamente de una aparición visible de los ángeles, como allí en su agonía de muerte, Lucas 22:43; que a saber, los ángeles le han ofrecido alimento en su hambre, cuando estaba con los animales salvajes, y le han prestado otros servicios externos, hasta que regresó del desierto de nuevo a los hombres. Mateo dice: “he aquí”; como si quisiera decir: una cosa asombrosa, maravillosa, que a él, que había estado expuesto al oprobio y al escarnio del diablo, ahora, no precisamente un ángel, sino una gran multitud de ángeles reconocen y veneran como el verdadero Hijo de Dios, Salmos 76. Así pues, también en esta historia se confirma lo que está escrito en Santiago 4:7: “Resistid al diablo, y huirá de vosotros”. Y entonces los ángeles, que parecían habernos abandonado en la tentación, mostrarán que están cerca de nosotros.

También la palabra es añadida por Lucas no sin razón, que el diablo “se apartó de él por un tiempo” con sus tentaciones. Indica que toda la vida de Cristo en esta carne ha sido tal lucha, en la que estuvo expuesto a las continuas tentaciones del diablo, hasta que este le llevó a la cruz por manos de los injustos y le exterminó de la tierra de los vivientes. Porque de esta manera debía ser aplastada la cabeza de la serpiente. Pero sin embargo, Dios concedió a la carne de Cristo a veces un poco de tregua, para respirar por así decirlo de las tentaciones. Por eso dice Lucas: “se apartó de él por un tiempo”. Esto nos enseña también a nosotros que, cuando una vez somos libres del ataque del diablo, no debemos estar seguros, sino prepararnos para nuevas tentaciones. Porque el rechazado vuelve. Y sin embargo, debemos saber al mismo tiempo que Cristo, ya que sabe lo que nuestra debilidad puede soportar, concede a sus luchadores una cierta alternancia, que a lo triste siga lo alegre, a lo duro lo agradable, a la tribulación el consuelo reconfortante; pero todo esto aquí en esta vida solo “por un tiempo”.

Estas son ahora, que yo diga así, las principales tentaciones del diablo, que pueden dividirse brevemente así. Porque esto quiere el diablo, que nosotros ya sea en las adversidades por desconfianza contra la ayuda divina abandonemos nuestra vocación, o fuera de nuestra vocación por presunción emprendamos algo; o que en nuestra vocación debamos buscar la buena fortuna, la riqueza, el poder y el honor sin y contra el mandato de Dios. Pero el diablo no tenía ningún derecho sobre Cristo. Y por eso no debería ni podría haberle mirado con sus tentaciones. Pero como Cristo se ha convertido en nuestro Mediador y ha tomado sobre sí nuestras debilidades, fue expuesto a aquellas tentaciones del diablo en nuestro lugar y por nosotros por el Padre, llevado por el Espíritu Santo, para que supiéramos que su victoria es nuestra, y que él en la tentación está cerca de nosotros con compasión, gracia y ayuda, Hebreos 4:15.