El perdón de los pecados es el tema de la Quinta Petición. Aquí imploramos el perdón del Padre por todos nuestros pecados, incluso los pecados de los cuales no somos conscientes. Esta es la oración diaria del cristiano, porque a pesar de que tenemos la Palabra y la creencia en Dios, aunque obedezcamos y nos sometamos a su voluntad y nos nutrimos del don y la bendición de Dios, sin embargo, no estamos sin pecado. El Apóstol Juan dice que somos mentirosos si decimos diferente.
Perdonados por el Padre, también debemos perdonar a los que pecan contra nosotros. Perdonar al prójimo que peca contra nosotros se convierte en la señal externa de que hemos recibido y entendido el perdón del Señor, como Jesús nos enseña.
Una vez más, el orden en esta oración es primero el vertical, nuestra necesidad de perdón de nuestro Padre Celestial, y luego el horizontal, nuestra necesidad de perdonar a nuestro prójimo. Jesús ha estructurado toda esta oración para reflejar el orden de los mandamientos, la realidad celestial entra en nuestra realidad terrenal. La relación con Dios dirige la relación con el prójimo. Una relación correcta con Dios conduce a una relación correcta con nuestro prójimo.
Ser perdonados, nos lleva a perdonar a nuestro prójimo. La parábola del siervo que no perdona podía ser vista como una explicación por parte de Jesús de esta petición. En la parábola, un hombre había sido perdonado de una deuda que es más grande de toda la plata que existía en todo el Imperio Romano en la época de Jesús, sin embargo, no perdonaría la deuda de uno de sus vecinos de unos pocos meses de salario. Si retenemos el perdón de los demás, demuestra que no entendemos la deuda que se ha perdonado a nosotros. Este es el propósito de la ley, mostrarnos hasta dónde nos hemos quedado cortos y cuánto necesitábamos el perdón de Cristo. Oremos que Dios nos perdona y que entendemos este perdón tanto que podemos remitir los pecados de los otros y tener paz con todos.