Los dos últimos mandamientos prohíben la codicia. En Colosenses 3:5, Pablo equivale la codicia con la idolatría. La codicia es lo opuesto a la satisfacción (Hebreos 13:5). Codiciar es desear lo que Dios no nos ha dado y así buscar medios profanos para adquirir el objeto de ese deseo. Eva codiciaba la divinidad de Dios en el Génesis; ella quería ser como Dios, poseyendo Su conocimiento del bien y del mal (Génesis 3). Los Mandamientos Nueve y Diez nos vinculan de nuevo al Primer Mandamiento y resumen toda la ley.
La conclusión de los mandamientos afirma las amenazas y promesas que Dios ha atribuido a Su Ley (Éxodo 20:5-6). La Ley tiene el poder de mostrarnos nuestro pecado; no tiene el poder de hacernos justos, herederos de las promesas de gracia y bendición. (Romanos 3:20-26, Mateo 5:19) Romper la Ley en un punto es romper toda la Ley (Santiago 2:10). ¡La Ley de Dios y nuestro pecado son una combinación mortal! Si bien hay retribución y castigo para aquellos que quebrantan Su Ley, la bendición se promete para aquellos que la guardan. ¿Y quién es el único que la ha guardado? Pues, es Cristo, y su bendición ahora es nuestra.