
Dios Sana
El Oficio del Santo Ministerio
Imagínese esto: Usted está acostado en la mesa de operaciones, listo para una cirugía importante. De repente, escucha sin querer al cirujano decirle a la enfermera: "Mira, para serte honesto, yo nunca estudié medicina ni tengo licencia... ni siquiera trabajo para este hospital. Simplemente vine hoy porque 'me dio con ser cirujano'".
¿Qué haría usted? ¡Seguro que trataría de salir corriendo de allí lo más rápido posible! Reconocemos al instante el peligro mortal que representa una persona no cualificada manejando instrumentos que afectan nuestra vida física.
Sin embargo, es sorprendente cuántos cristianos hoy en día se han acostumbrado a la idea de que quién sea su pastor en realidad no importa tanto. Pareciera que cualquiera que se sienta llamado, tenga buenas intenciones o hable bonito puede asumir ese rol. Pero, ¿es eso lo que enseña la Biblia? Cristo mismo y Sus apóstoles parecen sugerir que un pastor no cualificado o infiel es, en realidad, mucho más peligroso que un cirujano que se auto-designó.
¿Por qué? Porque el cirujano trata con la vida física, que es temporal. Pero el pastor está encargado de manejar nada menos que la Palabra de Dios (Hebreos 4:12), ¡la cual tiene el poder de guiar a la vida eterna o, si se tuerce, se ignora o se enseña erróneamente, contribuye a la condenación eterna! Santiago nos advierte claramente que aquellos que enseñan la Palabra serán juzgados con mayor rigor (Santiago 3:1). No es un rol que cualquiera pueda simplemente decidir asumir porque "sintió el llamado" hoy; requiere un llamado legítimo de Dios a través de Su Iglesia y unas cualificaciones específicas dadas en la Escritura. Las almas eternas están en juego.
Por eso, comprender qué es realmente el Oficio del Santo Ministerio, cómo Dios lo instituyó, quiénes están cualificados para servir en él y por qué es tan vital, no es un asunto secundario o de mera preferencia. ¡Es absolutamente crítico para la salud espiritual de cada creyente y de la Iglesia entera!
Institución Divina: Un Oficio Establecido por Dios
La comprensión luterana del Oficio del Santo Ministerio comienza y termina con la persona y obra de Jesucristo, el Buen Pastor (Juan 10:11). Él es la piedra angular sobre la cual se edifica la Iglesia (Efesios 2:20; 1 Pedro 2:6). Por consiguiente, cada aspecto de la vida de la Iglesia, incluyendo el ministerio, encuentra su significado y propósito en Él. El cuidado amoroso de Cristo por Su rebaño sirve como modelo y fuerza impulsora detrás del oficio pastoral, reflejando Su propio compromiso inquebrantable con Su Novia, la Iglesia (Efesios 5:25-27). Es el mismo Cristo ascendido quien da "pastores y maestros" a Su Iglesia con el propósito específico de equipar a los santos, edificar el cuerpo de Cristo y preservar la unidad en la fe (Efesios 4:11-13). Esta provisión divina deja claro que el ministerio no es una invención o conveniencia humana, sino un don gratuito directamente de nuestro Señor.
El Oficio del Santo Ministerio en el Nuevo Testamento no es una estrategia humana desarrollada con el tiempo por necesidad. Es una institución directa de Dios mismo, establecida a través de Jesucristo y Sus Apóstoles divinamente inspirados. Las Sagradas Escrituras proporcionan evidencia innegable de este origen divino, revelando el diseño intencional del Señor para el pastoreo y la enseñanza de Su Iglesia.
El fundamento descansa en el comisionamiento de los Apóstoles por Jesucristo. Después de Su resurrección, Cristo les dio la tarea trascendental de proclamar el Evangelio a todas las naciones: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:18-20). Esta concesión de autoridad y el mandato claro de enseñar y bautizar forman la base sólida del oficio ministerial.
De manera similar, el Evangelio de Juan relata que Cristo sopló sobre Sus discípulos y dijo: “Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío… Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (Juan 20:21-23). Si bien este momento específico fue para los Apóstoles, la naturaleza de su oficio —ser enviados por Cristo con autoridad divina para predicar el Evangelio y administrar los medios de gracia (como el Bautismo y el perdón)— estableció el patrón para el ministerio continuo de la Iglesia. Como afirmó Clemente de Roma, un líder cristiano primitivo que conoció a los Apóstoles: “Los apóstoles recibieron el evangelio para nosotros del Señor Jesucristo; Jesús el Cristo fue enviado por Dios. Así que Cristo es de Dios y los apóstoles son de Cristo. Ambos, por lo tanto, vinieron de la voluntad de Dios en buen orden”. Este linaje directo de Cristo subraya el origen divino y la autoridad inherente al ministerio público.
El Nuevo Testamento muestra además la continuación de este ministerio a través del nombramiento de ancianos (griego: presbyteroi), supervisores/obispos (episkopoi) y pastores (poimēnes) en las primeras comunidades cristianas. Estos términos, aunque potencialmente con énfasis ligeramente diferentes, a menudo se usaban indistintamente para describir a los responsables del liderazgo y el cuidado espiritual.
El Libro de los Hechos registra este desarrollo. En Hechos 14:23, leemos que Pablo y Bernabé “constituyeron ancianos en cada iglesia, y habiendo orado con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído”. Esta acción deliberada muestra un esfuerzo consciente por establecer liderazgo local dondequiera que existieran congregaciones, lo que indica que este ministerio era integral para el funcionamiento de la Iglesia.
Más tarde, en Hechos 20:17-35, Pablo convoca a los ancianos (presbyteroi) de la iglesia en Éfeso. Les insta: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos (episkopoi), para apacentar [literalmente, ‘pastorear’] la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre” (Hechos 20:28). Este pasaje es vital: declara explícitamente que estos ancianos/supervisores fueron puestos en su rol por el Espíritu Santo. Su deber es “pastorear” (poimainein) la iglesia, haciéndose eco de Cristo el Buen Pastor. Pablo también les advierte sobre los falsos maestros, destacando el papel del ministerio en la protección de la doctrina correcta (Hechos 20:29-30).
El Apóstol Pablo da más instrucciones sobre las cualificaciones en sus cartas. En 1 Timoteo 3:1-7, enumera las características requeridas para un supervisor (episkopos), incluyendo integridad personal, fidelidad matrimonial, dominio propio y, crucialmente, la "aptitud para enseñar" (1 Tim 3:2). En su carta a Tito, Pablo le instruye a “establecer ancianos (presbyteroi) en cada ciudad” (Tito 1:5), enumerando cualificaciones muy similares a las de los supervisores (Tito 1:6-9). Esto nuevamente sugiere que los términos se referían al mismo oficio en la era apostólica. Pablo enfatiza el deber del anciano de retener la sana doctrina (didaskalias hygiainousēs) y refutar a los que la contradicen (Tito 1:9), reforzando el mandato divino de ser guardianes de la verdad. (Basándonos en esta evidencia bíblica, donde anciano y obispo describen el mismo oficio y cualificaciones, diferimos de las iglesias Católica Romana y Ortodoxa Oriental que más tarde introdujeron una distinción jerárquica entre Obispo y Pastor/Presbítero que no estaba presente en la iglesia apostólica más temprana, como señalaron padres de la iglesia como Jerónimo).
Efesios 4:11-14 ofrece una visión más amplia: Cristo dio “apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo... para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina...”. Esto muestra claramente que el ministerio, incluyendo a los pastores (“pastores y maestros”), es un don de Cristo para nutrir el crecimiento espiritual y la estabilidad doctrinal.
Finalmente, el Apóstol Pedro se identifica a sí mismo como “anciano también con ellos” (sympresbyteros) e insta a otros ancianos a “apacentad la grey de Dios... cuidando [ejerciendo supervisión - episkopountes] de ella” (1 Pedro 5:1-4). El verbo episkopountes (ejerciendo supervisión) está directamente relacionado con el sustantivo episkopos (obispo/supervisor), vinculando aún más estos roles. Pedro enfatiza un liderazgo ejemplar y amable bajo Cristo, el “Príncipe de los pastores”.
A partir de estos testimonios bíblicos, la institución divina del Oficio del Santo Ministerio es innegable. Cristo comisionó a los Apóstoles, y a través de ellos, ancianos/supervisores/pastores fueron designados por el Espíritu Santo para pastorear, enseñar y proteger a la Iglesia. Este oficio no es una invención humana sino la provisión misericordiosa de Dios.
El Llamado al Ministerio (Vocatio): Entrando al Oficio a la Manera de Dios
El Oficio del Santo Ministerio no es una ocupación que uno simplemente elige para sí mismo o asume a la ligera. Requiere un llamado divino, un llamamiento legítimo (Vocatio), confirmado por la Iglesia, para servir en este rol sagrado. Este principio es fundamental para los luteranos.
Necesidad de un Llamado Legítimo: Como se dijo antes, el Artículo XIV de la Confesión de Augsburgo insiste en que "nadie debe enseñar públicamente en la Iglesia o administrar los Sacramentos a menos que sea debidamente llamado". Esto significa que la autoridad para realizar los deberes ministeriales se confiere a través de un proceso ordenado por Dios, no es poseída inherentemente por cada cristiano. El Apóstol Pablo apoya esto cuando pregunta retóricamente: "¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?" (Romanos 10:15). Ser "enviado" por una autoridad legítima es esencial. Sin ello, la predicación pública carece de aprobación divina. Como señaló Johann Gerhard, un llamado es necesario para servir con buena conciencia y para el beneficio de los oyentes. Nos preocupa profundamente la opinión en algunas iglesias de que cualquiera puede simplemente decidir ejercer el ministerio sin este llamado apropiado; esto ignora el orden de Dios. Incluso las acciones de emergencia por laicos (como el bautismo en situaciones urgentes) son excepciones, no la regla.
Llamado Mediato vs. Inmediato: La Escritura muestra que Dios llama a las personas de dos maneras:
Llamado Inmediato: Directamente de Dios, sin intervención humana. Este fue el caso de los Profetas del Antiguo Testamento y los Apóstoles del Nuevo Testamento. Pablo enfatizó que su apostolado vino "no de hombres ni por hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre" (Gálatas 1:1; cf. Hechos 22:21).
Llamado Mediato: A través de los medios que Dios ha establecido dentro de Su Iglesia. Esta es la forma normal en que Dios llama a los pastores hoy. Hechos 14:23 muestra a Pablo y Bernabé "constituyeron ancianos... en cada iglesia". La palabra griega utilizada a menudo implicaba elección o aprobación por la congregación. Timoteo recibió su ministerio mediante la "imposición de las manos del presbiterio" (1 Timoteo 4:14) y se le dijo que encomendara la enseñanza a otros hombres fieles (2 Timoteo 2:2).
Crucialmente, este llamado mediato no es menos divino que uno inmediato. Respecto a los ancianos en Éfeso que recibieron un llamado mediato, Pablo dice: "el Espíritu Santo os ha puesto por obispos" (Hechos 20:28). Dios mismo obra a través del proceso establecido por la Iglesia. Reconocer esto es vital tanto para los pastores como para las congregaciones a las que sirven.
El Rol de la Congregación: Las Confesiones Luteranas afirman que la autoridad para llamar, elegir y ordenar ministros pertenece a la Iglesia – la congregación local de creyentes. Los Artículos de Esmalcalda declaran: "Antiguamente el pueblo elegía a los pastores y obispos... la ordenación no era otra cosa que tal ratificación [de la elección del pueblo]". Declaran además: "Porque dondequiera que existe la iglesia, también existe el derecho de administrar el Evangelio. Por lo cual es necesario que la iglesia retenga el derecho de llamar, elegir y ordenar ministros. Este derecho es un don dado exclusivamente a la iglesia...". La congregación, reconociendo los dones de Dios en individuos que cumplen los requisitos, les extiende el llamado. La ordenación, que a menudo implica la imposición de manos por otros pastores, es la confirmación pública de este llamado ya emitido por la iglesia.
Los Pastores No Son Autoproclamados: En consecuencia, el luteranismo se opone firmemente a que alguien se instale a sí mismo en el ministerio sin un llamado legítimo de una congregación y de acuerdo a los requisitos establecidos por los apostoles. Esto viola el orden de Dios. La insistencia en un llamado apropiado (Confesión de Augsburgo XIV) salvaguarda la integridad del ministerio y asegura que permanezca como un servicio divinamente ordenado, no una plataforma para la ambición personal.
Cualificaciones para el Oficio: Requisitos de Dios para Sus Siervos
Debido a que el Oficio del Santo Ministerio conlleva una responsabilidad tan trascendental, Dios mismo, a través de la Escritura, establece requisitos claros para aquellos que servirían. Estas cualificaciones conciernen al carácter, la habilidad y la solidez teológica. Los luteranos confesionales tomamos esto muy en serio.
Requisitos Bíblicos (1 Timoteo 3:1-7; Tito 1:5-9): El Apóstol Pablo detalla las cualificaciones necesarias para los supervisores/ancianos (que, como se señaló, se refieren al oficio pastoral):
Carácter: Irreprensible, sobrio (de mente clara), prudente (con dominio propio), respetable (decoroso), hospitalario, amable (no violento ni pendenciero), no amante del dinero (no avaro), no arrogante ni iracundo, justo, santo, disciplinado. Su vida debe reflejar el Evangelio que predica.
Manejo del Hogar: Debe gobernar bien su propia casa, con hijos sumisos. Pablo razona que si un hombre no puede dirigir a su propia familia, no puede cuidar de la iglesia de Dios (1 Tim 3:4-5). Su vida familiar demuestra su aptitud para el liderazgo espiritual.
Madurez y Reputación: No debe ser un recién convertido (neófito) (para evitar el orgullo) y debe tener buen testimonio incluso de los no cristianos (1 Tim 3:6-7).
Aptitud para Enseñar: Esto es primordial. Debe ser "apto para enseñar" (didaktikos) (1 Tim 3:2) y debe ser "retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen" (Tito 1:9). Esto implica conocer, enseñar y defender la verdad.
Los Pastores son Exclusivamente Varones: La comprensión Luterana Confesional, basada en la Escritura y de acuerdo al consenso universal de todos los cristianos por los ultimos ~1,950 años, es que el oficio de pastor/anciano/supervisor está reservado para varones cualificados. Pasajes clave incluyen:
1 Timoteo 2:11-14: Pablo declara explícitamente: "Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio". Conecta esta instrucción con el orden de la creación (Adán fue formado primero) y los eventos de la Caída. Dado que es el función principal del pastor hacer ambas cosas, queda excluida la conclusion contraria.
1 Timoteo 3:2 y Tito 1:6: El requisito de que un supervisor/anciano sea "marido de una sola mujer" (mias gynaikos anēr) usa la palabra griega específica para un varón adulto (anēr). Aunque aborda principalmente la fidelidad matrimonial, esta redacción restringe implícitamente el oficio a los hombres. Esto tambien es el imagen del ministerio dado por las escrituras en que la iglesia y congregación es la Novia, y Cristo es el Novio. El pastor, en su función publico, representa el Novio en sus acciones. (Nota: Este requisito apostólico de fidelidad matrimonial, que permite el matrimonio, contrasta con la imposición posterior del celibato obligatorio para el clero por parte de la Iglesia Católica Romana).
Entendemos estos pasajes como el diseño duradero de Dios para el orden dentro de la Iglesia, reflejando Su orden creado, no meramente normas culturales de la época. Si bien las mujeres son coherederas de la gracia, miembros vitales del sacerdocio de todos los creyentes y usan sus diversos dones de innumerables maneras, la Escritura asigna el rol específico de enseñanza pública autoritativa y supervisión dentro de la congregación (el oficio pastoral) a los hombres. Lo contrario es una innovacion de falsos maestros (desde las 1960’s) que ignora lo que la Biblia claramente enseña para ganar la aprobación del mundo secular. Solo tenemos que mirar los frutos de este gran experimento del liberalismo hoy en día, y se hace evidente cual era su origen.
Aptitud Teológica y Práctica: Más allá del carácter moral, otras cualificaciones son vitales:
Piedad y Erudición: Los pastores deben ser tanto piadosos como eruditos, capaces de predicar el Evangelio claramente y refutar el error eficazmente.
Aptitud (hikanotēs): Los pastores necesitan una "aptitud" o "suficiencia" para la tarea (2 Timoteo 2:2), entendida como un don habilitado por el Espíritu Santo.
Conocimiento de los Idiomas Originales: Se anima encarecidamente a los pastores luteranos, y típicamente se requiere durante su formación, a aprender hebreo y griego para interactuar directamente con la Escritura en su forma original dada por Dios, asegurando una interpretación y enseñanza precisas.
Fidelidad Solo a la Palabra de Dios: Un teólogo competente confina su enseñanza enteramente a la Palabra de Dios, derivando la doctrina únicamente de la Escritura, sin mezclarla con opiniones o filosofías humanas.
Estas exigentes cualificaciones subrayan la seriedad del oficio pastoral entre nosotros. Son la manera de Dios de asegurar que Su rebaño sea guiado por pastores fieles y capaces que los nutrirán y protegerán con Su verdad.
La Función y los Deberes: Sirviendo al Pueblo de Dios con los Dones de Dios
El Oficio del Santo Ministerio, instituido por Dios, tiene funciones específicas centradas en entregar los dones salvadores de Dios a Su pueblo. Estos deberes involucran principalmente la Palabra y los Sacramentos.
Primacía de la Palabra:
Predicar el Evangelio Puramente: El deber primordial es la proclamación fiel de la Palabra de Dios, tanto la Ley (para mostrar el pecado) como el Evangelio (para mostrar el perdón en Cristo), sin añadir ideas humanas ni diluirlo. Lutero insistió en que el predicador debe "no pronunciar nada más que las palabras del rico jefe de familia [Dios]". Los ministros son administradores, no originadores, de la verdad divina. Hablan como quienes pronuncian los oráculos de Dios. La Confesión de Augsburgo identifica el núcleo como "enseñar el Evangelio".
Administrar los Sacramentos Correctamente: Los pastores administran el Bautismo y la Santa Cena según la institución de Cristo, sirviendo como los instrumentos visibles a través de los cuales Cristo entrega Su gracia en estos actos sagrados. Los Artículos de Esmalcalda incluyen la Absolución (el perdón hablado de los pecados) junto con la Palabra, el Bautismo y la Santa Cena como formas en que el Evangelio proporciona ayuda contra el pecado.
Refutar la Falsa Doctrina: Los pastores tienen el solemne deber de proteger al rebaño del error. Pablo encargó a Timoteo que "mandases a algunos que no enseñen diferente doctrina" (1 Timoteo 1:3). Un anciano debe "convencer a los que contradicen" la sana doctrina (Tito 1:9). Esto requiere un profundo conocimiento doctrinal y vigilancia. Como señaló Lutero, los pastores fieles deben tanto alimentar a los corderos como protegerse de los lobos. Nuestras iglesias requieren un examen riguroso de los candidatos pastorales para asegurar que puedan enseñar la verdad y defenderse contra el error. Este enfoque está en las verdades esenciales, no en discusiones inútiles, para la edificación de la iglesia.
Pastorear el Rebaño: Más allá de la proclamación pública, los pastores brindan cuidado espiritual y supervisión a la congregación (Hechos 20:28). Esto implica enseñar, alimentar con la Palabra, vigilar, dirigir, guiar, advertir y amonestar a los individuos (1 Pedro 5:2). El término griego para supervisión (episkopountes) enfatiza este cuidado vigilante. Los pastores son llamados a cuidar las necesidades espirituales de las ovejas, siguiendo el ejemplo de Cristo, el "Pastor y Obispo de vuestras almas" (1 Pedro 2:25).
Administrar las Llaves del Reino: Cristo dio a Su Iglesia la autoridad para perdonar pecados y retener los pecados de los impenitentes (Mateo 16:19; Juan 20:23). Este "Oficio de las Llaves" es ejercido públicamente por ministros llamados.
Absolución: Es el anuncio autoritativo del perdón de Dios a los pecadores arrepentidos que confiesan sus pecados. Es esencialmente el Evangelio aplicado personalmente. El pastor, actuando en su oficio, declara el perdón de Dios basado en el sacrificio de Cristo. Esta declaración tiene peso divino.
Llaves para Atar: Esta autoridad también incluye, cuando es necesario para la salud espiritual de la iglesia y del individuo, retener el perdón de los abiertamente impenitentes y, como último recurso, aplicar la disciplina eclesiástica (excomunión), siempre con el objetivo del arrepentimiento y la restauración.
Estos deberes, centrados en la Palabra y los Sacramentos de Dios, son esenciales para la vida espiritual, el crecimiento y la salvación del pueblo de Dios.
La Naturaleza del Oficio: Servicio, No Jerarquía
La Reforma Luterana recuperó una verdad bíblica vital sobre la naturaleza de la Iglesia y su ministerio. Rechazando las estructuras jerárquicas que se habían desarrollado, particularmente las pretensiones del papado, los luteranos enfatizan que el Oficio del Santo Ministerio es fundamentalmente uno de servicio (diakonia), ejercido dentro del contexto más amplio del sacerdocio de todos los creyentes.
El Sacerdocio de Todos los Creyentes: La Escritura enseña que todo cristiano bautizado, por la fe en Cristo, tiene acceso directo a Dios y participa en el oficio sacerdotal de Cristo. 1 Pedro 2:9 llama a toda la Iglesia "linaje escogido, real sacerdocio, nación santa", encargada de proclamar las excelencias de Dios. Apocalipsis habla de que los creyentes han sido hechos "reyes y sacerdotes para Dios, su Padre" (Apocalipsis 1:6; cf. 5:10, 20:6). Esto significa que todos los cristianos están consagrados para ofrecer sacrificios espirituales (como oración, alabanza y buenas obras) y dar testimonio del Evangelio. Todos somos sacerdotes porque estamos unidos a Cristo, el gran Sumo Sacerdote. (Por esta razón, aunque los pastores ocupan un oficio específico, a diferencia de los Catolicos Romanos, típicamente reservamos el término "sacerdote" para todos los creyentes, como lo hace la Escritura).
Ministerio Público como Servicio (Diakonia): Si bien todos los cristianos son sacerdotes, Dios estableció el oficio público específico del ministerio para la predicación ordenada de la Palabra y la administración de los Sacramentos en nombre de la congregación. Este oficio no es de rango o superioridad, sino de humilde servicio. Pablo se refirió a sí mismo y a Apolos como "servidores (diakonoi) por medio de los cuales habéis creído" (1 Corintios 3:5) y "servidores (hyperetēs) de Cristo, y administradores (oikonomos) de los misterios de Dios" (1 Corintios 4:1). Dijo a los Corintios: "no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos (doulos) por amor de Jesús" (2 Corintios 4:5). El pastor (Tito 1:7) es llamado "administrador de Dios". Estos términos enfatizan la función: servir las necesidades espirituales del pueblo de Dios con los dones de Dios. El pastor es un servidor público entre los cristianos; la Palabra y los Sacramentos pertenecen a toda la Iglesia, y su administración pública se confía a aquel llamado al Oficio.
La Iglesia es Servida por los Ministros: Por lo tanto, el ministerio público no es una clase separada y más santa, sino un oficio de servicio dentro del sacerdocio de todos los creyentes, establecido por Cristo para el buen orden. Como explicó Lutero, aunque todos somos sacerdotes, no todos debemos predicar o gobernar públicamente; algunos son elegidos por la congregación para esta tarea específica. Su autoridad proviene del oficio y de la Palabra que administran, no de una superioridad inherente. Los Artículos de Esmalcalda indican que la Iglesia (la congregación) está, en cierto sentido, "por encima" de los ministros que llama, como un dueño está por encima de un administrador. El ministro sirve a la Iglesia entregando fielmente los medios de gracia. Hay una sumisión mutua: la congregación se somete a la Palabra predicada y administrada por el pastor, y el pastor sirve a la congregación de acuerdo con esa Palabra.
Contraste con la Jerarquía: Esta comprensión contrasta marcadamente con las visiones que postulan una jerarquía divinamente instituida (como el papado católico romano) donde el clero posee un estatus espiritual fundamentalmente diferente y una autoridad inherente sobre los laicos. Los luteranos rechazamos esto como no bíblico. Nuestro enfoque en el derecho de la congregación a llamar ministros y la comprensión de anciano/obispo como el mismo oficio pastoral contrarrestan las afirmaciones de una jerarquía de arriba hacia abajo y de múltiples niveles. El ministerio consiste en proclamar el Evangelio y administrar los Sacramentos, no en ofrecer sacrificios (como en la Misa Romana), un rol cumplido de una vez por todas por Cristo. La verdadera autoridad reside en la Palabra de Dios, a la cual sirve el ministro.
El Don Duradero de Cristo para Su Iglesia
El Oficio del Santo Ministerio es un don precioso de nuestro Señor Jesucristo a Su Iglesia. No se basa en ideas humanas, sino que es instituido divinamente por Cristo mismo (Efesios 4:11-13). Él estableció este oficio para reunir, nutrir y gobernar a Su pueblo a través de los medios de gracia; Su Palabra y Sacramentos. Los ministros son llamados a ser "administradores de los misterios de Dios" (1 Corintios 4:1), encargados de entregar estos dones vivificantes.
La necesidad de este oficio es clara a partir de la Escritura (Romanos 10:14-15). Sin predicadores llamados y enviados, ¿cómo oirían las personas el Evangelio y creerían? Las Confesiones Luteranas sostienen consistentemente la institución divina y la función esencial de este oficio para el bienestar de la Iglesia (Confesión de Augsburgo V, XIV; Artículos de Esmalcalda). Es esencial para la salvación porque Dios ha elegido obrar a través de la predicación del Evangelio ("la locura de la predicación", 1 Corintios 1:21) y la administración del Bautismo y la Santa Cena para crear y sostener la fe.
Los deberes centrales siguen siendo la predicación pura de la Palabra de Dios y la correcta administración de Sus Sacramentos. El enfoque siempre está en Jesucristo y Su Palabra autoritativa. El ministro es un instrumento; el poder reside en la Palabra y el Espíritu de Dios, obrando a través de estos medios. Comprender el Oficio del Santo Ministerio es clave. Revela una iglesia comprometida con el propio diseño de Dios para nutrir y guiar a Su pueblo a través de los dones que Él provee, administrados fielmente por aquellos que Él llama según Su Palabra, todo bajo la autoridad de Cristo, el Príncipe de los pastores (1 Pedro 5:4).